Dios se glorifica en los milagros

Sus días fueron nublados desde que tomó conciencia de todo cuanto le rodeaba en su remota niñez. Su madre, al caer la tarde en la calurosa ciudad, le describía con ternura y en los mejores términos –cuidando que pudiera comprenderlos–, cuál era la forma de los árboles, qué ocurría con el rumor del mar y qué dimensión tenían las olas o quizá la fisonomía de los camellos que pasaban por las callecitas polvorientas.

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