por Ray C. Stedman
En el libro de 2ª de Crónicas, cuya lectura descuidan tantas personas, están ocultas enormes riquezas. De la misma manera que Iª de Crónicas era todo acerca del Rey David, II de Crónicas es todo él acerca de la casa de David. La nación de Israel, las diez tribus del norte, aparece solo en relación con el reino de Judá en el sur. Lo que hace este libro es sencillamente seguir el curso de los reyes de Judá, los descendientes de David.
Tanto Iª como IIª de Crónicas giran alrededor del templo, haciendo que estos libros se destaquen de los pasajes históricos paralelos de Reyes y de Samuel. Este libro nos ofrece una imagen del rey nombrado por Dios, caminando a la luz de la casa de Dios y ese es el secreto de la bendición en el reino.
Tanto David como Salomón son símbolos del Señor Jesús, y estos dos hombres juntos son una imagen de Cristo como rey sobre su pueblo, pero estos libros son además una imagen para nosotros como personas individuales. De igual modo que encontramos en Hebreos, Jesús es el pionero de nuestra salvación (Heb. 12:2) El es el que ha seguido el camino completo antes que nosotros. Aquellos principios conforme a los cuales anduvo son, por lo tanto, los principios que también hemos de aplicar a nuestra vida. El vivió su vida como un ejemplo, aunque, como es natural lo que nos salva no es su ejemplo, sino su muerte, pero es el ejemplo de su vida lo que nos enseña los principios conforme a los cuales Dios espera que andemos una vez que hemos sido redimidos. En estos libros encontramos una imagen de nuestra propia voluntad como el rey que gobierna nuestro reino. El secreto de la bendición y de la victoria en la vida cristiana es someterse a la voluntad del templo de Dios, que es el espíritu humano en el que mora el Espíritu Santo. Estos libros del Antiguo Testamento, ofrecen con imágenes exquisitamente exactas, las verdades del reino espiritual en nuestras vidas. Esta es una de las grandes pruebas, si no la mayor de todas, de la inspiración divina de la Biblia. ¿Cómo habrían podido los hombres escribir libros tan maravillosamente exactos como estos, que ofrecen un retrato de los asuntos relacionados con la vida espiritual? Es sencillamente imposible hacerlo en la carne, porque es la señal de la actividad divina.
Los primeros nueve capítulos de 2ª Crónicas giran todos ellos alrededor del templo. El libro comienza con una visita de Salomón al tabernáculo en la ciudad de Gabaón. El tabernáculo, que había sido el centro de la guía de Dios al pueblo durante todo el viaje por el desierto, los días de los jueces, los reinados del rey Saúl y del rey David, se encontraba en la ciudad de Gabaón. Salomón va allí a presentar una ofrenda, pero el relato pasa de inmediato del tabernáculo al emplazamiento del templo que había comprado David en Jerusalén. Esto simboliza el hecho de que cuando el Señor Jesús gobierna como rey en nuestra vida y nos sometemos a su señorío, ya no tenemos una relación con el tabernáculo que nos siguió durante nuestra experiencia de altibajos y caminamos en una relación más permanente en la que el rey de Dios está gobernando y andando a la luz de la casa de Dios y fue en Jerusalén donde él puso su nombre.
En el capítulo dos el relato muestra cómo mandó Salomón que construyesen el templo, como una imagen de Cristo el Príncipe de Paz, que le concedió el honor de edificar el templo. De este modo representa la imagen completada en el Nuevo Testamento, donde el mismo Señor Jesús es el que edifica el templo del espíritu humano. Recuerde que en Hebreos se nos dice que Moisés tuvo honor en la casa de Dios como siervo, pero Cristo tuvo más honor, de la misma manera que un constructor que edifica una casa tiene más honor gracias a la casa misma. (Heb. 3:3-6) Cristo es el constructor, es el que hizo el templo de nuestro cuerpo que contiene el santuario del espíritu.
Esta es la imagen del templo físico que se describe aquí. ¡Debió de ser un lugar verdaderamente hermoso! Era pequeño en comparación con otros templos, pero de una belleza incomparable. Todo su interior estaba completamente revestido de oro, todo estaba hecho de oro. En un pasaje de 2ª Crónicas dice que en los tiempos de Salomón la plata se consideraba como algo de escaso valor. Los muebles, a excepción del arca del pacto, eran nuevos. En otras palabras, este templo es un nuevo comienzo. Muchos de nosotros hemos experimentado esto cuando, de manera inteligente, consciente y con una intención permanente, nos hemos rendido al señorío de Jesucristo y fue como si hubiésemos nacido de nuevo. Fue como un nuevo principio ¿no es cierto? Por eso es por lo que hay ciertos grupos que piensan que existe una segunda obra, realizada por la gracia porque es una experiencia tan gloriosa de liberación, de alivio y de victoria que dicen que es realmente algo nuevo y diferente, aunque de hecho no lo es. Es más bien la realización de todo lo que existía ya en potencia. Cuando recibí al Señor Jesús, el Espíritu de Dios vino a morar en mi vida, pero puede que ya llevase allí muchos meses o incluso años, antes de que yo llegase a la plena comprensión de lo que significa la sumisión voluntaria en obediencia al señorío de Cristo. Esa es la imagen que se nos presenta aquí con respecto al nuevo comienzo del templo. Todo ha sido hecho nuevo a excepción del arca del pacto, la garantía de que Dios no necesita renovarse.
La oración de Salomón en el capítulo 6 muestra que el templo había sido construido también como restauración por el pecado. Siempre que las personas se encontrasen en circunstancias de fracaso espiritual o sometidas al castigo de la cautividad, debían recordar que si oraban con fervor, confesando con sinceridad su pecado, Dios les escucharía, sanaría sus corazones y les restauraría al lugar que les correspondiese. Cuando Salomón hubo concluido su oración, mientras el pueblo esperaba en el atrio del templo, descendió fuego del cielo y consumió el sacrificio que estaba sobre el altar y el templo se llenó de inmediato con una nube de gloria, de modo que el sacerdote no podía entrar. Esa era la señal de que Dios había aceptado la ofrenda y de la presencia de Dios en aquella casa.
A esto sigue de inmediato un relato de las impresionantes conquistas y la gloria del reino. En el capítulo 9 encontramos la historia de la visita de la reina de Saba, que es una imagen que ilustra de manera maravillosa cómo Dios tenía la intención de que toda la tierra conociese la historia de su gracia. Los judíos, en los días de Israel, no fueron enviados por todo el mundo, como nos ha sido mandado hacer a nosotros en la Gran Comisión (Mat. 28:19, 20). La gracia de Dios se puso de manifiesto mediante el establecimiento de una tierra, un pueblo y un lugar que fue maravillosamente bendecido por Dios, algo evidentemente diferente de todo cuanto existía a su alrededor, de modo que la noticia de lo que había sucedido llegó hasta los últimos rincones de la tierra y vinieron a Jerusalén personas de toda la tierra con el propósito de enterarse cuál era el secreto de lo que Dios había hecho.
Esta es una imagen que nos muestra el método supremo que usa Dios en el evangelismo. Cada creyente, dondequiera que se encuentre en el mundo, debe vivir esta clase de vida con el Espíritu de Dios morando en el templo y controlando su voluntad. Cuando los creyentes andan en obediencia al Espíritu que mora en ellos, sus vidas manifestarán de tal manera la victoria, el gozo, la bendición, la prosperidad y la alegría del Señor que el pueblo alrededor preguntará: «¿Qué hay en estas personas? Queremos saber de qué trata todo esto. Cuando la reina de Saba fue a ver a Salomón, lo vio (9:3b-4):
«…la casa que había edificado, los manjares de su mesa, las sillas de sus servidores, la presentación y las vestiduras de sus siervos, sus coperos y sus vestiduras, y los holocaustos que él ofrecía en la casa de Jehová…»
Cuando vio todo esto: «…se quedó sin aliento. ¡Era verdad lo que había oído en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría! Yo no creía sus palabras, hasta que vine, y mis ojos lo han visto. Y he aquí que no se me había contado ni la mitad de la grandeza de tu sabiduría. Tú superas la fama que yo había oído. (9:5-6) ¿Ha pasado usted alguna vez por la experiencia de Salomón? ¿Le ha dicho alguna alguien después de conocerle íntimamente: «sabe usted una cosa, hay algo en su vida que me atrajo desde la primera vez que le vi. Ahora sé cuál es el secreto. Usted está descansando, el fondo de su corazón, en el gran sacrificio del Señor Jesús? Esto es lo que dice Pedro:
«…santificad en vuestros corazones a Cristo como Señor y estad siempre listos para responder a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia…» (1ª Ped. 3:15)
Este es el método de evangelismo que usa Dios.
Los capítulos 10 al 36 nos cuenta la historia de los reyes de Judá hasta el tiempo de la cautividad de este reino. Nueve de ellos fueron buenos reyes y once fueron malos. Manases, que reinó durante cincuenta y cinco años ocupando el trono de Judá, comenzó siendo el peor rey de la historia de Judá, pero acabó como uno de los mejores, al tocar Dios su vida, redimirle y restaurarle. Al leer estos relatos, los reyes malos son un ejemplo de la tentación y del mal que hay en un corazón desobediente. Aquí tenemos un nivel de decadencia, que comienza con la infiltración del mal en el reino a un nivel bastante trivial. En el capítulo 10, Roboam, el hijo de Salomón, no estuvo dispuesto a seguir el buen consejo de los hombres sabios de su reino. Preguntó a los ancianos: «¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo tratar al pueblo? Y ellos le contestaron: «tu padre fue bastante severo con ellos. Si tu eres más benévolo y más indulgente, te amarán y te servirán. Pero los jóvenes le aconsejaron diciendo: «No, no hagas eso. Si tu padre fue severo, se tú más severo todavía y Roboam se negó a seguir el consejo de los ancianos. Eso fue todo cuanto hizo. Pero con todo y con eso ese fue el principio del mal que estaba en sus etapas finales de la destrucción del reino.
Un poco más adelante, en el capítulo 12:1, encontramos que el nivel va descendiendo:
«Cuando se consolidó y se fortaleció el reino de Roboam, éste abandonó la ley de Jehová…»
Hizo oídos sordos a lo que dijo Dios y como resultado de ello, el reino fue invadido por los egipcios. El momento en que le damos la espalda a la obediencia al gobierno establecido por Dios en su templo, se produce de inmediato un debilitamiento de las defensas en la vida y entran en ella los enemigos. Fue solamente por medio de la gracia de Dios que los egipcios retrocedieron y cuando Roboam se humilló y regresó a Dios, los egipcios fueron repelidos.
El próximo rey malvado, fue Joram, que aparece en el capítulo 21, versículo 4:
«Joram ascendió al trono de su padre, y después que se hizo fuerte, mató a espada a todos sus hermanos y también a algunos de los jefes de Israel.»
A continuación aparecieron los celos. En primer lugar, nos encontramos con la negativa a prestar atención al buen consejo. Luego se hace oídos sordos a la ley. En ese momento aparecen los celos que asaltan el reino y a esto sigue de inmediato, como leemos en el versículo 11, otro paso hacia abajo:
«Además, edificó lugares altos en los montes de Judá, e hizo que los habitantes de Jerusalén se prostituyeran y a lo mismo empujó a Judá.»
En un sentido, los lugares altos no representaban todavía la idolatría. Eran lugares elevados, donde el pueblo de Israel adoraba a Jehová, pero el problema consistía en que ese no era el lugar en el que Dios les había dicho que debían adorar a Jehová. El había puesto su nombre en el templo y era allí donde debían de adorar y ofrecer sus sacrificios. Estaban adorando en las montañas porque allí era donde sus vecinos y amigos lo estaban haciendo. Estaban sencillamente degradándose y reduciendo la verdadera adoración a Jehová a un nivel inferior. También esto va rápidamente seguido por invasión y por enfermedad. Según vaya usted leyendo, verá que el rey Joram se vio inmediatamente afligido por la invasión de los filisteos, que representan los deseosa de la carne.
El próximo rey malvado es el rey Acaz. En el capítulo 28, versículos 1 y 2 leemos:
«Acaz tenía 20 años cuando comenzó a reinar, y reinó 16 años en Jerusalén. El no hizo lo recto ante los ojos de Jehová, en contraste con su padre David. Anduvo en los caminos de los reyes de Israel, y aun hizo de metal fundido imágenes de los Baales…»
Aquí nos habla de la introducción de costumbres viles y despreciables de idolatría que eran principalmente de naturaleza sexual e Israel se vio cada vez más afligida por estas costumbres. Los reyes fueron los responsables de introducirlas, como leemos acerca del rey Acaz (versículos 3.4):
«Quemó incienso en el valle de Ben-hinom e hizo pasar por fuego a sus hijos, conforme a las prácticas abominables de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel. Asimismo, ofreció sacrificios y quemó incienso en los lugares altos, sobre las colinas y debajo de todo árbol frondoso.»
El modelo sigue siendo el mismo. Una vez más va seguido por la invasión en el versículo 5:
«Entonces Jehová su Dios lo entregó en mano del rey de Siria; ellos lo derrotaron y le tomaron muchos cautivos…»
En ocasiones nos preguntamos por qué somos presa de tantas de las aflicciones y opresiones, neurosis y psicosis, de nuestros días. Es debido a que han sido destruidas las defensas del templo y alguna idolatría interior nos está debilitando y nos encontramos indefensos ante estos invasores del espíritu, que nos hacen sentir la depresión, la frustración, la derrota y la ofuscación. A lo largo de todo este libro se está desarrollando una constante batalla en contra de la enorme cantidad de costumbres malvadas durante el reinado de estos reyes.
Por el contrario, los reyes buenos son un reflejo de la gracia de Dios que limpia, restablece y revela los instrumentos que usa. Ha quedado constancia de cinco grandes reformas que tuvieron lugar en Israel, al intentar Dios detener el proceso de deterioro en la nación de Salomón. El primero de estos períodos de reforma tuvo lugar bajo el Rey Asa, que se encuentra entre los capítulos 14 y 16. En el 14:2-3 leemos:
«Asa hizo lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios. Quitó los altares de culto extraño y los lugares altos, rompió las piedras rituales y quebró los árboles rituales de Asera…»
La señal de Asera, un símbolo de la sexualidad, de hecho representa la adoración del órgano masculino sexual. (v. 4) «…mandó a los de Judá que buscaran a Jehová, Dios de sus padres, y que pusieran por obra la ley y los mandamientos.
A esta búsqueda sigue la liberación (v. 9)
«Zeraj el etíope salió contra ellos con un ejército de 1.000.000 de hombres [¡menudo ataque!] y trescientos carros y llegó hasta Maresa.»
Es posible que en ocasiones nos sintamos presionados, pero si el corazón es obediente al Espíritu Santo dentro del espíritu humano, las defensas están seguras en contra de lo que pueda pasar. Como dice Isaías: «Tú guardas en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado. (Isaías 26:3) El principio del poder se establece con toda claridad cuando Asa, se encuentra con el profeta Oded al regresar de la batalla con los etíopes (15:2):
«quien salió [Oded] al encuentro de Asa y le dijo: Oídme, Asa, y todo Judá y Benjamin: Jehová estará con vosotros cuando vosotros estéis con él.»
¿Ha oído usted eso?
«Jehová estará con vosotros, cuando vosotros estéis con él. Si le buscáis, él se dejará hallar, pero si le abandonáis, él os abandonará.»
El abandonar no significa que nos de completamente por perdidos. Abandona en el sentido de no proveer el poder ni la victoria ni la habilidad para andar, que es lo mismo que nos enseña el Nuevo Testamento, ¿no es cierto? Declara que Dios está siempre a nuestro alcance, mientras nosotros estemos dispuestos a estar a su disposición. Pablo le dijo a los filipenses: «Prosigo a ver si alcanzo [el poder de la resurrección] aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. (Fil. 3:12) o «deseo estar totalmente disponible a él del mismo modo que él está dispuesto a estarlo para mi. Ese es siempre el secreto del verdadero poder. Esto le fue declarado al rey Asa para su beneficio y para el nuestro.
Cada uno de estos reyes que dirigen una restauración nos muestran un principio diferente de la restauración. En Asa hallamos la determinación a obedecer la ley. En el capítulo 15:12-15 leemos:
«Luego hicieron un pacto prometiendo que buscarían a Jehová, Dios de sus padres, con todo su corazón y con toda su alma; y que todo el que no buscase a Jehová Dios de Israel muriese, fuera grande o pequeño, hombre o mujer. Y lo juraron a Jehová en voz alta y con júbilo, al son de las trompetas y de cornetas. Todos los de Judá se alegraron por dicho juramento, porque juraron con todo su corazón. Así buscaron a Jehová con toda su voluntad, y él se dejó hallar por ellos. Y Jehová les dio reposo por todas partes.»
Aquí tenemos a un corazón que por fin se ha dado cuenta de que ha estado desviándose y dejándose arrastrar de nuevo por la debilidad, el fracaso, el asalto de los enemigos, las ataduras y la esclavitud. El camino de regreso es una renovación de ese juramento, una renovación de la determinación, el tener hambre y sed del Señor y caminar ante sus ojos y de inmediato se produce un regreso al descanso.
Durante el reinado del rey Josafat, el próximo rey que ocupó el trono de Judá, hay otro período de restauración después de un tiempo de fracaso. Josafat se deshace de todos los ídolos de la nación. En el capítulo 17, versículos 7 a 9, encontramos el segundo principio de la restauración, el ministerio de la enseñanza:
«En el tercer año de su reinado envió a sus magistrados…ellos enseñaron en Judá, llevando consigo el libro de la Ley de Jehová. E hicieron una gira por todas las ciudades de Judá, instruyendo al pueblo.»
Ese fue el principio de este retorno, el ministerio de la enseñanza, seguido de inmediato por la liberación. Veamos lo que dice el versículo 10:
«El poder de Jehová cayó sobre todos los reinos de las tierras que estaban alrededor de Judá y no hicieron guerra contra Josafat.»
Sin embargo, más adelante, Josafat en su debilidad contrae una alianza con Israel y se produce una invasión por parte de Amón, Moab y Edom, todos ellos figuras de la carne, pero Dios le liberó de una manera maravillosa. Bien le valdría a usted la pena leer todo esto detenidamente. Dios nos dice que no necesitamos luchar contra estos enemigos de la carne. No intente usted subyugar al poder de su voluntad todos estos males, la amargura, los celos, la venganza y la lujuria, todos los sentimientos que siente en su interior. No intente luchar contra ellos. Dios nos dice: «Creed. Ese es el camino de la victoria. Porque no sois capaces, por vosotros mismos, de derrotar estas cosas. En lugar de ello, «estad quietos y contemplareis la liberación de Dios. De modo que Dios lucho por ellos y estos enemigos fueron derrotados. Nos dice en el capítulo 20, versículo 24:
«Cuando los de Judá llegaron a cierta altura que domina el desierto, miraron hacia la multitud; y he aquí que ellos yacían muertos en tierra. Ninguno había escapado.»
Crea usted lo que Dios ha hecho a la carne en la cruz de Cristo. No tenemos necesidad de luchar contra ella. Lo que tenemos que hacer es clavarla en la cruz para que pierda totalmente su valor. Cuando creemos y actuamos conforme a ese principio, estas cosas desaparecen. Incluso aunque vuelvan al cabo de cinco minutos, siempre las podremos vencer siguiendo este principio.
El tercer ejemplo del principio de la restauración lo tenemos en el rey Joás, en los capítulos 23 y 24. La tercera restauración de Israel está relacionada con los impuestos de todas las cosas. El capítulo 24, 4-5 nos dice:
«Aconteció después de esto que Joás decidió reparar la casa de Jehová. Entonces reunió a los sacerdotes y a los levitas, y les dijo: –Recorrer las ciudades de Judá y reunid de todo Israel el dinero para reparar de año en año la casa de vuestro Dios. Poned diligencia en este asunto.»
Aquí tenemos algo que había sido descuidado. Nadie había pagado lo que habían costado las reparaciones del templo, de modo que se encontraba en tan mal estado que de hecho sus puertas estaban cerradas. No se estaban ofreciendo sacrificios en el templo. Joás, dándose cuenta de ello, reunió el dinero para restaurar el templo. Ahora bien, si el templo es el espíritu, la restauración y reparación de él es una imagen del fortalecimiento del espíritu. ¿Cómo? Por medio de lo que llamamos restitución, cuyo pago está pendiente. Puede ser una manera de pedir perdón a alguien, o la restauración de algo que se ha malinterpretado o la devolución de algo que ha sido mal usado. Sea lo que fuere, este es el principio de la devolución y la restitución.
Hallamos en el reinado de Ezequías el cuarto principio de la restauración, en los capítulos 29 a 32, la limpieza del templo. Cuando Ezequías ascendió al trono, la nación llevaba una vida tan terrible que de hecho el templo estaba lleno de basura y de porquería. Había desperdicios por todos sus atrios. Ezequías puso al pueblo a limpiarlo y comenzaron a sacar de él la basura, cosa que les llevó dieciséis días por la gran cantidad que se había a*****ulado. Por fin, cuando el templo quedó limpio, restablecieron la adoración y celebraron la pascua por primera vez desde los días de Salomón. ¿Qué es lo que esto representa? Es la limpieza del templo de nuestro espíritu, el deshacerse de la porquería que se ha a*****ulado, el abandonar las ideas y los conceptos por los que nos hemos dejado llevar y el volverse a la alabanza y a la limpieza del Señor.
En Josías, el último de los reyes buenos de Judá, encontramos el último principio de la restauración. Cuando Josías ocupó el trono, el templo había caído de nuevo en el desuso, por lo que hizo que el pueblo lo limpiase y en el capítulo 34, versículo 14, leemos:
«Al sacar el dinero que había sido traído a la casa de Jehová, el sacerdote Hilquias halló el libro de la ley de Jehová, dada por medio de Moisés.»
Esto suena increíble, pero el pueblo se había olvidado de que había un ejemplar de la ley de Moisés en el templo. La habían descuidado de tal modo en la tierra que se habían olvidado por completo de ella. Cuando los sacerdotes repasaron todo el templo para limpiarlo, encontraron accidentalmente la ley del Señor, se la llevaron al rey y se la leyeron (34:19).
«Cuando el rey escuchó las palabras de la Ley, rasgó sus vestiduras. Pidió a los hombres que estaban a su alrededor que inquiriesen del Señor lo que debía hacer. En los versículos 29-31a se nos dice:
«Entonces el rey mandó reunir a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Luego el rey subió a la casa de Jehová con todos los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los levitas y todo el pueblo desde el más grande hasta el más pequeño. Y leyó a oídos de ellos todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová. El rey se puso de pie en su lugar e hizo pacto delante de Jehová, de andar en pos de Jehová y de guardar sus mandamientos.»
De modo que el último principio de la restauración es volver a escuchar la palabra.
Pero el pueblo había caído muy bajo y a Dios se le había acabado la paciencia. El último capítulo nos ofrece un relato de los terribles y sombríos días durante los cuales Nabucodonosor se llevó a la ciudad cautiva y puso a un rey marioneta en el trono, hasta que por fin destruyó tanto a la ciudad rebelde como el templo con fuego.
Volvamos por un momento a los primeros capítulos y contemplemos de nuevo esa maravillosa escena en la que Salomón, ataviado en sus majestuosas ropas reales de gloria, se encuentra arrodillado ante el pueblo, orando al Dios de los cielos. Todo el reino vive en paz. Salomón reina hasta los confines del reino que le había sido prometido a Abraham, desde el Río Eufrates hasta el río de Egipto. Todas las naciones a su alrededor viven en paz y la fama de su reino ha llegado hasta los límites de la tierra.
De hecho, las gentes hacían peregrinajes a la ciudad de Jerusalén para contemplar la gloria de Dios. El fuego desciende del cielo y la gloria de Dios llena todo el templo como un nube, ¡qué maravillosa visión! Piense luego en esta escena final, con el templo en ruinas, la ciudad destruida, las gentes esclavas en un país extranjero y la nación entera entregada a sus enemigos. Esta es la imagen que nos presenta Dios acerca de lo que puede pasar cuando le desobedecemos. A pesar de lo cual la paciencia de Dios queda de manifiesto en toda la historia de este libro, interviniendo, una y otra vez, para pedir a su pueblo que regrese a él.