Rev. Julio Ruiz. (2 Co. 10:15; Lc. 17:5, 6; 1 Jn. 5:4)
INTRODUCCIÓN: Decíamos la semana pasada que el crecimiento espiritual debe ser consistente, progresivo y esperanzado. Todo esto enmarcado dentro de la exhortación paulina de “crecer en la obra del Señor siempre” (1 Co. 15:58). Pero, ¿qué hacer para lograr ese crecimiento? ¿Cuál es mi parte en todo este desarrollo? Una de las cosas que es requerida para el crecimiento espiritual es el desarrollo de nuestra fe. La Biblia nos dice de una forma muy contundente que “sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6).
Este es uno de los textos que con frecuencia debiéramos revisar y aplicar, porque la fe tiende a fallarnos, en especial cuando vienen repentinas crisis. Con esto afirmamos que no es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios. Lo último involucra los grados de la fe. La vida de los hombres ordinarios que han llegado a ser extraordinarios, se debe a que en algún momento decidieron subir a la montaña de la fe. El cuadro que nos muestra Hebreos 11 confirma el ejercicio de una fe que fue creciente. El caso de Abrahán es muy notable, pues éste, dejando su tierra y su parentela, “salió sin saber a dónde iba”v. 8. Y sin saberlo llegó a la tierra prometida con los que serían los herederos de esa promesa v. 9. ¿Qué decir de la fe de un Moisés, de Josué, de Rahabla ramera, o la fe de un David y los profetas? Esos hombres no aparecen en la galería de la fe solamente porque lo que eran, sino también por la fe que desarrollaron. La fe determinó su vida y su carácter. Ahora nos encontramos con el caso específico de los doce apóstoles. Muchos de ellos sabían de esos héroes de la fe. Pero además de eso, ahora andan con el Señor. Lo han visto hacer maravillas, y han caído en cuenta que en no pocas veces su Maestro les ha reprendido por su falta de fe. Fue por eso que un día llegaron al Señor y le hicieron una muy osada petición; así le dijeron: “Auméntanos la fe” (Lc. 17:5). Tal petición pareciera ser lo que más nos urge en la vida espiritual. Los hombres que han escalado alto, han hecho esta solicitud a Dios. Consideremos el camino que recorre una petición de esta naturaleza. Veamos esta necesidad en la vida espiritual.
I. EL RECONOCIMIENTO DE LA FALTA DE FE
Cuando los discípulos le dijeron al Señor que les aumentara su fe, fueron muy honestos y humildes. Admitieron su debilidad, pero a la vez fueron osados al solicitar lo que más necesita el hombre. No le pidieron a Jesús que les aumentara los dones o habilidades para hacer la obra. Esta petición es rara en este tiempo. Vivimos en una continua búsqueda por aumentar las ganancias y riquezas. Quisiéramos aumentar nuestros conocimientos para poder responder de una manera adecuada a aquellos temas que nos fascinan. Quisiéramos aumentar nuestras habilidades para hacer mejor el trabajo. En el hombre hay una sed natural por querer aumentar su estándar de vida. Pero me atrevería a decir que en muy raras excepciones hemos pedido a Dios que aumente nuestra fe. Hablemos de nuestra propia vida espiritual. ¿No es cierto que cuando creímos en el Señor nuestra fe era tan grande, hasta el punto de vencer aun los problemas que considerábamos casi imposible? La experiencia de nuestra conversión nos hacía intrépidos, audaces y valientes. Pero qué fue pasando con el tiempo. Nos fuimos dando cuenta que aquella fe robusta, osada, digna de imitar por muchos, fue decayendo, apagándose como vela en la noche. El dominio de las preocupaciones, temores y angustias fue sustituyendo a esa fe poderosa de nuestra “luna de miel espiritual”. Ahora, a lo mejor sentimos la misma debilidad de los apóstoles. Pero no nos sintamos mal por esto. Al contrario, el hecho mismo de descubrirlo, y de pedir como los apóstoles, es una señal que plantea un cambio en esa fe. Cuando le pedimos al Señor que nos aumente la fe, lo que estamos diciendo es que no quisiéramos seguir con una fe raquítica y estéril. Por otro lado, esta petición de igual manera nos ayuda a redefinir la clase de fe que hemos llevado. Y en esto es bueno decir que hay varios tipos de fe. Nos encontramos en primer lugar con una fe natural. Esta es la fe de nuestra cotidianidad. Es el caso de una persona que trabaja y confía (tiene fe) que al final de la quincena recibirá su paga por esto. Es el caso de una persona que va a su médico y él cree firmemente que la medicina que él le recomiende le va a curar. Pero para este tipo de fe no es necesario un esfuerzo sobrenatural ni la intervención divina. Es una fe natural. La gente no es dada a pedir que se aumente la fe sobre estas cosas que son normales en la vida. Entonces, ¿cuál es la fe que debiera ser aumentada? ¿Cuál es la fe verdadera? Sin duda estamos hablando de una fe que da resultados; que cambia las cosas. Y esa fe no puede ser otra que aquella que proviene de una relación personal con Dios. Mucha gente ha puesto su vista en tantas cosas que le “producen” cierta fe. Pero la Biblia nos dice que nuestra fe debiera ser puesta en Jesús porque él es el “autor y consumador de la fe” (He. 12:2) Este es un texto muy serio. Quita del camino cualquier otra fuente de la fe. Y esa fe es dada por oír la palabra de Dios (Ro. 10:17) Es, además, una fe probada cuyos resultados finales son de gran bendición para el creyente mismo. ¿Qué tipo de fe estamos desarrollando? ¿Qué tanto estoy creciendo en esa fe?
II. LA PERSONA INDICADA PARA GENERAR LA FE
Otro asunto muy importante en esta solicitud, es la persona a quien se pide el aumento de la fe. El hombre ha creado un sin fin de “mediadores”, distribuidos en una amalgama de creencias, representadas en alguna filosofía o simbología, a quienes le ha depositado su fe. De modo que hasta las cosas más insignificantes, y hasta las más aberrantes, representadas en ídolos humanos, se han convertido en un culto donde un gran número de “creyentes” ha depositado su fe. Sin embargo, la gente no es dada a poner su fe en Jesucristo. ¿Por qué esa paradoja? ¿Por qué muchos prefieren poner su fe en un amuleto para la “buena suerte”, en lugar de depositarle en Jesús? ¿Por qué el común denominador de la gente prefiere hablar de Dios y no de Jesús? Hebreos 12:2, es uno de los textos más grandes de las Escrituras. ¿Por qué decimos esto? Las palabras claves del texto son las que refieren a Jesús como el Autor y Consumador de la fe. Esto no abre espacio para buscar los orígenes de la fe, o en el corazón mismo del hombre, o en algo que él mismo haya hecho. Estas palabras nos hablan del principio y el fin. Nos hablan de creación y consolidación. Nos hablan de una exclusividad donde no entra más nadie. Estas palabras también reafirman el plan de la salvación. Dios no tiene muchos mediadores. Él no reveló muchos caminos para que el hombre le alcanzara. La entrega voluntaria y los sufrimientos de Jesús ponen de manifiesto por qué él es el único mediador entre Dios y los hombres, constituyéndose como el generador de la verdadera fe. El resto del versículo que estamos, dice: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Una fe puesta en Dios, fuera del sacrificio hecho en la cruz, no puede ser aceptada porque menosprecia el regalo mismo de de la salvación preparada por Dios. Los discípulos vinieron a Jesús, la persona correcta. Deducimos que en ese grupo estaba Tomás, a quien se le ha dado el apodo del “incrédulo”. Desconocemos las luchas de la fe que tuvo ese discípulo, pero una vez superadas, llamó a Cristo “mi Señor y mi Dios”. Se ha dicho que con el caso de Tomás hay un desarrollo en la fe del creyente. Él pasó de un creyente normal a uno sobrenatural. Pasó de tener un conocimiento superficial del Mesías a identificarlo como su Dios y su Señor. Nuestra fe debería ir en ese orden. Un ejemplo de esto lo tenemos con Marta y María, ambas discípulas muy amadas por el Señor, junto con su hermano Lázaro. Jesús supo de la enfermedad de Lázaro, pero en lugar de acudir de inmediato, retrasó su viaje (Jn. 11). Cuando Lázaro murió ambas hermanas vinieron con una queja muy honda en su corazón, “si hubieses estado aquí mi hermano no habría muerto”. Aquello era cierto. Estas mujeres sabían quién era Jesús y lo que podía hacer. Pero el Señor quiso llevarles a una fe mucho más grande, mucho más profunda. Ellas tenían que aprender a creer que Jesús era capaz de sanar la vida, pero también de resucitarla cuando se había ido. Nuestra fe en Jesús debe atravesar los linderos de lo que es común. Debemos considerar que él sigue siendo el Dios de lo imposible. Si Jesús es el autor de y consumador de la fe, ¿es nuestra fe en él capaz de verle obrar en los asuntos que nos parecen imposibles?
III. LA FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA
Jesús es el Maestro de maestros. Las enseñanzas que pronunció a sus discípulos, dejadas también para nuestra instrucción, son insuperables. Cuando los discípulos vinieron a Jesús, y le hicieron la solicitud acerca del tipo de fe que hasta ahora tenían, es posible que algunos de ellos hayan estado esperando alguna recomendación para hacer algo extraordinario de modo que ocurriera el aumento de esa fe. ¿Qué pensarían Juan y Jacobo, los “hijos del trueno” para que eso sucediera? ¿Qué pensaría Pedro, quien siempre tomada la iniciativa y manejaba ideas y sugerencias? ¿Qué habría pensando Tomás, el que se reconocía como el incrédulo? Sin duda que pudo haber especulaciones sobre aquella solicitud. Pero Jesús les pone el ejemplo de la semilla de mostaza; tan pequeña como el tamaño de la cabeza de un alfiler. ¿Por qué ese ejemplo? ¿Por qué no habló de otra semilla? Jesús usó este ejemplo porque representaba un crecimiento que va desde lo más pequeño hasta lo más grande. El grano se convirtió en semilla, la semilla en hortaliza, y la hortaliza en árbol donde las aves anidaron sus polluelos. El énfasis de Jesús no es en la cantidad sino en la calidad de fe que tengamos. Alguien pudiera preguntarse, ¿será que mi fe ni siquiera es del tamaño del grano de mostaza por lo que no veo respuestas en mi vida? Bueno, lo que el Señor nos está diciendo no es que no tengamos fe, —recordemos que lo que los apóstoles pidieron fue que les aumentara la fe— sino que la pongamos en práctica. Esto fue lo que expresó Santiago cuando habló de una fe con obras. Jesús nos dice que una mínima fe podíamos hacer cosas muy grandes, incluyendo aquellas que nos parecen imposibles, de acuerdo a al ejemplo que puso de mudar la montaña de un sitio para otro. Pero esto hay que creerlo. No haga como el hombre que quiso poner en práctica este texto, quien tendiendo un árbol bien grande en frente de su casa, se dirigió a él y le dijo: «En la mañana, cuando me haya despertado, deseo que te hayas ido”. Esa noche el hombre se acostó y cuando se levantó fue a la puerta, la abrió y miró a su patio. «Tal como pensaba», dijo el hombre, «todavía estás ahí.». ¿Cuál es la idea de todo esto? El poder no radica en la fe por si sola. El poder radica en Jesucristo que es capaz de lograr lo imposible. Lo único que él pide es que sembremos el grano de mostaza de la fe para cada acción que plantea un gran desafío. Cuando hacemos eso activamos las riquezas de las bendiciones celestiales.
CONCLUSIÓN: La palabra que usaron los apóstoles para que Jesús les aumentara su fe fue «prostítemi», que es la palabra griega para hacer un depósito en la cuenta de un banco. Es como si los discípulos le hubiesen dicho, “Señor, ya la poca fe que teníamos se ha agotado; no tenemos mucha fe para hacer algunos milagros que la gente espera de nosotros; por favor has el depósito a favor de nuestra cuenta para que esto sea posible”. Y la fe de esos hombres fue aumentada. Lo que sucedió desde el Pentecostés para acá comprueba cómo esa fe fue creciendo. Amados hermanos, esta debiera también nuestra petición. Somos llamados para transformar nuestra ordinaria fe en una fe extraordinaria. Pedro, quien estuvo con el grupo que vino a Jesús para pedir ese aumento de fe, más adelante escribió: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberlo visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis os alegréis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 P. 1:7-9). Vengamos hoy a Jesús para resolver nuestro problema de fe. Si ya somos creyentes pidamos un aumento de ella; sino lo somos todavía, abramos nuestro corazón al Autor y Consumador de la fe.
PRIMERA IGLESIA BAUTISTA
Delta, 09/01/2005
Rev. Julio Ruiz, pastor
Mensajes Basados en el Crecimiento Cristiano