¿Cuáles son las características de un hacedor de diferencias?

Dios trabaja mediante personas sumamente educadas, consistentemente fieles, bien preparadas y ubicadas en importantes posiciones pero, más a menudo, Dios usa gente común y corriente para que sea su gente verdaderamente influyente.

El usa personas que suelen resistirse al comienzo, personas que no cumplen requisito alguno, personas que empiezan tarde y hasta aquellas que antes lo echaron todo a perder. Toda persona que lo desea puede ser influyente en la vida de otras personas, las características que se necesitan todos las podemos desarrollar con el estímulo muto de uno al otro y la ayuda continua de Dios.

A comienzos del siglo XX, poco después de la Primera Guerra Mundial, un niño de la ciudad de San Francisco, estado de California, pidió un violín a sus padres. Esta era una petición desacostumbrada de parte de un niño de cuatro años, pero sus padres le compraron el instrumento y el niño empezó a tocar.

Para sorpresa de todos, tocó bien, muy bien.

Tres años después se presentaba en un concierto. A los ocho años dio un recital en el teatro de la ópera en Manhattan. Dos años después tocó el concierto para violín de Beethoven con la orquesta filarmónica de la ciudad de Nueva York.

Los críticos estaban impresionados y el público amaba a este pequeño y regordete prodigio cuyas manecitas podían extraer música tan hermosa de su violín, de tamaño menor que lo normal.

Al año siguiente debutó en Europa. Bruno Walter dirigía la Filarmónica de Berlín, el joven violinista, ni siquiera adolescente aún, tocaba de los tres B: Bach, Beethoven y Brahms.

Los auditorios se enloquecían. El físico y violinista aficionado, Albert Einstein, corrió tras bambalinas y abrazó al niño, exclamando: "¡ Ahora creo que Dios existe!"

Giras por todo el mundo, titulares de primera plana, contratos para grabar; conciertos con las orquestas más famosas del mundo dirigidas por los más célebres directores, todo eso siguió al niño que crecía haciéndose adulto.

Algunos dicen que su carrera se acabó después que cumplió los veinte años. Los críticos de música se quejan de que sus presentaciones de adulto nunca han igualado siquiera la asombrosa belleza y potencia emocional de sus grabaciones de adolescente. Aun así, a Sir Yehudi Menuhin se le conoció como uno de los más grandes violinistas de siglo XX. Fue como el abuelo espiritual de los jóvenes virtuosos de hoy, en una época en que varios músicos adolescentes muy destacados recorren el mundo, cautivando a los públicos amantes de los conciertos.

Sir Yehudi Menuhin ha sido verdaderamente influyente en el mundo de la música.

Realizadores de vanguardia

La mayoría de nosotros se asombra ante prodigios como Yehudi Menuhin o el joven Mozart, que daba recitales en el clavicordio a los cuatro años y que antes de cumplir los cinco compuso Brilla, brilla, estrellita. Nos maravillamos ante la agilidad de los gimnastas que ganan las medallas o las proezas desafiantes de la muerte de los artistas del circo, que asombran a los públicos con deslumbrantes despliegues bajo la gran carpa. Apilamos halagos (también dinero) sobre los atletas profesionales que tienen genuinas destrezas y loamos sus habilidades, por lo menos cuando ganan.

Son pocos los que pueden identificarse con esas personas excepcionales, que no son como nosotros. Sus logros superan todo lo que pudiéramos soñar con cumplir nosotros mismos. Sin embargo, de acuerdo con Charles Garfield, todos podríamos ser realizadores de vanguardia, pues cuando él trabajó como joven programador de computadoras para la misión espacial del Apolo 11, fue consumido por el entusiasmo de sus colegas, cuya gran mayoría eran personas desconocidas, dedicadas a una tarea en común: poner en la luna al primer hombre. Ellos encontraron, como grupo, la manera de ser verdaderamente influyentes en la historia científica.

El primer paso de Neil Armstrong en la luna inspiró al mundo y lanzó a Charles Garfield a una nueva carrera; empezó a buscar personas que fueran realizadores de vanguardia aunque nunca subieran al estrellato, pero cuyos esfuerzos influyeran verdadera-mente en sus trabajos, sus hogares y sus comunidades.

Garfield encontró a estas personas desparramadas por toda la sociedad. Se desempeñan en diferentes ocupa-ciones y tienen intereses diferentes, no obstante, todos tienen algo en común: metas que quieren alcanzar. Han aprendido a disciplinarse a sí mismos y aceptar la responsabilidad por medio de sus conductas. Respetan a los demás y trabajan bien como miembros de un equipo. Enfrentan tantos obstáculos como el resto de nosotros y pasan por momentos muy difíciles, pero cuando fallan rara vez se quedan parados por largo tiempo. Garfield observa que «los realizadores de vanguardia siempre sienten que pueden hacer algo sin que importe cuán difícil se vuelva la cosa ni cuán enorme sea el esfuerzo que asalte a la mente y al cuerpo; invariablemente siguen adelante» (Charles Garfield, Peak Performers, Nueva York: William Morrow, 1986, pág. 20).

La gente que Dios usa

La mayoría de las personas que fueron influyentes en la Biblia no fueron bien conocidas, al igual que muchos realizadores de vanguardia. Unos cuantos tuvieron características sobresalientes, otros lograron riqueza e importancia, sin embargo la mayoría ni siquiera parecía calificada para la obra que Dios les asignó.

Algunos se resistieron. Moisés debe haberse alegrado al saber que Dios iba a rescatar a los oprimidos israelitas de sus amos egipcios, cuando se halló frente a la zarza ardiente en el desierto. Pero cuando Dios le dijo: "te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel", Moisés comenzó a disculparse; el hombre que muchos consideran ser el mayor de todos los líderes de Israel, intentó librarse de ser verdaderamente influyente.

Jonás hizo algo parecido; no se resistió en forma verbal sino que huyó, esperando que Dios no se diera cuenta.

Gedeón fue más cooperador pero pidió dos veces una señal para asegurarse bien que realmente era él a quien Dios quería para dirigir un ejército a la lucha. Cuando Gedeón se decidió finalmente y marchó a la lid, el Señor le anunció que eran dema-siados los soldados que llevaba. El ejército fue reducido en el 90% y solamente fueron trescientos los hombres que fueron a la batalla. Ciertamente algunos deben haber ido arrastrando sus pies pero ganaron en forma decisiva porque Dios estaba con ellos.

Algunos no servían. Naamán era el comandante en jefe del ejército del rey de Siria. La Biblia lo describe así: "era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima". Naamán era todo un triunfador y un valiente soldado pero tenía lepra.

Quizás se acuerde del relato del viaje de Naamán a ver al rey de Israel, esperando hallar remedio. El general llevó toda una fortuna en oro y otros tesoros para pagar por ser curado de su odiosa enfermedad. Cuando el rey lo mandó a Elías, este comandante esperaba ser recibido con grandes honores y curado en alguna forma espectacular. En lugar de eso, Elías le mandó un mensajero que le dijo a Naamán que se bañara siete veces en el sucio río Jordán. El poderoso líder, desengañado, se negó con su orgullo herido pero su junta de ayudantes lo convenció que se metiera las siete veces en el Jordán. Naamán se curó.

¿Quién empezó todo este proceso? No sabemos el nombre de ella, una israelita, tomada cautiva muy joven, que servía como criada de la esposa de Naamán. Dios usó a este insigni-ficante aunque particular individuo para sugerir que Naamán podía ser curado (2 Re 5).

El apóstol Pablo es mucho más conocido que la sirvienta. El llevó el Evangelio por el todo el imperio romano, a veces, se sentía débil y hasta temblaba (1 Co 1.1-3; 2.3-4).

Pedro fue también una persona verdaderamente influyente pero, en su vida natural, era impulsivo. Rahab fue usada por Dios aunque trabajaba de prostituta. Elizabeth era una señora anciana sin hijos y fue la madre de Juan el Bautista. María era una sencilla niña campesina que agradó a Dios y llegó a ser la madre del Mesías.

David fue verdaderamente tan influyente que es mencionado en la Biblia con más frecuencia que cualquier otro personaje bíblico. Pero empezó su vida como pastor, tan poco calificado que su padre olvidó mencionarlo cuando Samuel vino en busca de alguien que fuera el rey de Israel.

Dios no usa siempre, para hacer su obra, a las personas sabias, influyentes o de noble cuna, «sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo vil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es» (1 Co 1.1-3; 2.3-4). A menudo Dios ha escogido a los improbables de este mundo para que sean su gente especial que es verdaderamente influyente.

Algunos empezaron tarde. Abraham fue padre cuando tenía cien años, no mucho más que su esposa, la flamante madre. Moisés pasó ochenta años en el desierto antes de erguirse como líder de Israel. Josué era, con toda probabilidad, el hombre más viejo del campamento cuando asumió el mando y condujo a los israelitas a cruzar al otro lado del Jordán entrando a la Tierra Prometida.

Mucho más inolvidable es la historia de José, el hijo favorito de su padre, que fue vendido como esclavo por sus celosos hermanos mayores. Fue llevado a Egipto por una caravana de mercaderes que pasaba por el lugar. Allá fue vendido a Potifar, uno de los funcionarios de alto rango faraón.

José tenía «hermoso semblante y buena presencia», tanto que la esposa de Potifar trató de seducirlo. Él se resistió, de modo que la despreciada mujer mintió sobre el incidente y su marido hizo encarcelar a José. Pasaron varios años antes que fuera puesto en libertad pero, en su oportunidad, José llegó a ser el segundo del país, subordinado solamente al rey egipcio. Solamente entonces fue reunido con su anciano padre y hermanos mayores.

Cuando murió el padre de José, sus hermanos sabían que él podía vengarse, cosa que José no hizo, explicándoles: "Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios los encaminó a bien, para hacer lo que vemos, para mantener en vida a mucho pueblo" (Gn 50.20). José entendió que, a veces, Dios espera un tiempo o nos pone al lado transitoriamente antes de usarnos para hacer cambios. Más adelante, Él usa nuestras experiencias para hacernos mejores personas verdaderamente influyentes.

Algunos empezaron mal. Dios le dijo a Jonás que fuera a Nínive pero él se fue en dirección opuesta y terminó dentro del estómago de un pez.

Sansón era un hombre de increíble fuerza cuyo servicio santo fue interrumpido cuando se enamoró de Dalila, perdió ambos ojos y su fuerza. Pero Dios escuchó la oración final de Sansón, le dio otra oportunidad y le permitió derrumbar un templo gentil lleno con tres mil adoradores paganos.

David había peleado numerosas batallas y, finalmente, fue rey cuando se acostó con Betsabé una noche y la dejó embarazada. Tratando de cubrir su inmoralidad, el rey David, descrito en otra parte como el hombre con el corazón de Dios, mintió y asesinó. Pero Dios le dio otra oportunidad más.

Pedro fue escogido para ser uno de los apóstoles pero negó tres veces a Jesús en la víspera de la crucifixión. Cuando salió de la corte del sumo sacerdote, llorando amargamente, Pedro debe haber pensado que estaba acabado como discípulo pero Jesús le perdonó y le dio una segunda oportunidad. A las pocas semanas, este discípulo predicó un poderoso sermón en el día de Pentecostés y se volvió líder de la iglesia de los primeros tiempos.

Juan Marcos fue uno de los primeros misioneros del mundo. Acompañó a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero pero los dejó a mitad de camino para volver a su casa. Más adelante, Pablo y Bernabé se separaron debido al profundo desa-cuerdo en lo tocante a volver a llevar o no a Juan Marcos en un segundo viaje. Pero Dios le dio otra oportunidad al joven. Más tarde hasta Pablo reconoció que Marcos se había vuelto «muy servicial» en el ministerio.

¿Qué podemos aprender de estos ejemplos bíblicos?

Por supuesto, Dios trabaja mediante personas sumamente educadas, consistentemente fieles, bien preparadas y ubicadas en importantes posiciones pero, más a menudo, Dios usa gente común y corriente para que sea su gente verdaderamente influyente. El usa personas que suelen resistirse al comienzo, personas que no cumplen requisito alguno, personas que empiezan tarde y hasta aquellas que antes lo echaron todo a perder.

Dios usa gente como nosotros.

¿Qué acerca de nosotros?

A pesar de no haber sido nunca un realizador de vanguardia, ¿Puede alguien ser un hacedor de diferencias? ¿Podrán las palabras de este artículo ayudarle a tener influencia sobre la vida de otras personas?

La respuesta, en parte, depende de usted.

Sin embargo, estoy convencido de que toda persona que lo desea puede ser influyente en la vida de otras personas. Los creyentes de los primeros tiempos pusieron su mundo «de cabeza» porque fueron facultados por el Espíritu Santo y motivados para impactar de verdad. De manera simi-lar los cristianos actuales podemos ser verdaderamente influyentes cuando admitamos que somos débiles pero nos dispongamos a ser fortalecidos y conducidos por el Dios todopoderoso (Mt 28.10-20).

Puede ser que a veces nos cansemos, pero podemos depositar nuestra esperanza en el Señor que nunca se cansa y que renueva nuestra fuerza (Is 40.28-31).

Todos nos sentimos inadecuados en ocasiones, pero servimos a Dios que todo lo sabe, que es totalmente sabio y compasivo y dispuesto a trabajar por medio de gente que se siente incompetente.

Nos falta sabiduría con mucho más frecuencia de la que queremos admitir y, a veces, llegamos a puntos muertos que nos dejan maltrechos, pero tenemos un Dios que da sabiduría y guía, que espera que hagamos planes pero que, entonces, abre puertas y guía nuestros pasos (Pr 3.5-6; 16.9).

Algunos escritores u oradores públicos dan reglas y sugerencias para ser verdaderamente influyente pero para ejercer un impacto duradero, necesitamos algo más básico que una mera fórmula. Necesitamos cambiar por dentro para poder desarrollar algunas características fundamentales de persona verdaderamente influyente, aunque esto no puede hacerse solo ni por cuenta propia. La transformación interior real es hecha por Dios, que trabaja, a veces, por medio de otras personas y que parece obrar mucho más lentamente de lo que agrada a nuestra impaciente mente.

Estos rasgos no son metas imposibles que solamente obtienen los brillantes o los excepcionalmente talentosos sino son características que todos nosotros podemos desarrollar con el estímulo mutuo del uno al otro y la ayuda continua de Dios.

¿Qué clase de diferencia queremos ejercer?

Las características que elijamos desarrollar van a determinar la clase de influencia que ejercemos verdaderamente en nuestro mundo. La parábola del hijo pródigo (Lc 11.15-32), nos permite ver la historia de tres hombres, cada uno de los cuales fue verdaderamente influyente debido a las opciones que eligieron.

El hermano menor era desatinado y egocéntrico; pidió su parte de la herencia mucho antes que su padre muriera en lugar de dedicarse a trabajar en el negocio de la familia. El padre accedió a dársela y el muchacho partió a conocer el mundo.

No tardó mucho tiempo en gastar todo el dinero, «No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor; se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente». En su casa deben haberse enterado del estilo de vida que llevaba el muchacho, porque la familia supo que buena parte del dinero fue a parar a manos de prostitutas (Lc 15.13 y 30).

Una vez terminado el dinero, terminó también el grupo de amigos que se había hecho el jovenzuelo. Solo, hambriento, necesitado, el joven buscó trabajo pero solamente encontró un puesto para alimentar cerdos en un campo; para empeorar su ánimo, los animales comían mejor que su cuidador.

El hijo pródigo fue una clase deplorable de persona influyente; su vida impactó solamente porque se destruyó a sí mismo y a terceros. No cumplió nada digno al vivir en forma disipada; puede que hasta haya diseminado enfermedades venéreas con su conducta promiscua. Además causó gran angustia en el corazón de su entristecido padre. Todo esto resultó de las acciones auto-destructoras y egoístas de un joven. Solamente se puede decir una cosa buena de este hijo pródigo: cambió.

Mientras tanto, su hermano mayor seguía en el campo de la familia, trabajando duro cada día en sus quehaceres. Quizás estaba a cargo de la empresa familiar, ejerciendo influencia verdadera al generar suficientes ganancias como para pagar a los sirvientes, comprar comida y financiar un estilo de vida que permitía que el padre organizara una gran fiesta con poca antelación. Pero este hermano mayor sentía que sus esfuerzos eran considerados como obvios. Es probable que las palabras de reconocimiento para él hayan escaseado y que haya tenido pocas ocasiones de juntarse con sus amigos. Al contrario de su hermano menor, este, el mayor, fue un fiel y trabajador, hombre verdaderamente influyente que casi se descarrió debido a sus actitudes de rabia y envidia.

El padre, en contraste, era un hombre sensible y comprensivo. Asumió riesgos al creer en la gente. ¿De qué otra manera se puede explicar su disposición a dar a su hijo menor la cuota de su legado en forma tan anticipada? El padre era generoso, paciente, compasivo, per-donador y preocupado por sus hijos. Hizo una fiesta para cuando volvió el hijo pródigo pero abandonó esa fiesta cuando supo la reacción de su hijo mayor. Fue al campo para conversar con este, urgiéndolo amablemente a ser más tolerante y menos vengativo. El padre fue verdaderamente influyente debido a los rasgos de carácter que reflejaba su vida.

Para efectuar cambios positivos en nuestro mundo debemos evitar actitudes como las que atraparon al hermano mayor; además, tenemos que alejarnos de conductas auto-destructoras como las que casi arruinaron al hijo pródigo. Debemos desarrollar características como las que apreciamos en el padre que perdona.

Por Gary R.Collins, Usado con permiso.

Tomado del libro Usted puede hacer una diferencia,

 
 
 
  
 
  

Deja un comentario