En la reflexión de hoy, no voy a tratar de el tipo de rechazo que todos experimentamos en cualquier momento de nuestra vida, sino de la experiencia de rechazo que dejó huella, o una cicatriz en nuestra alma.Es ese tipo de experiencia que ha condicionado nuestra personalidad porque ha afectado la forma de vernos a nosotros mismos. Y también ha condicionado nuestra relación con Dios y con otras personas. Es el rechazo que no nos permite ver las cosas desde una perspectiva correcta, distorsionando nuestra imagen y las relaciones que tenemos con nuestro entorno.
Sentimos rechazo cuándo no recibimos la aceptación, el reconocimiento, la aprobación y o amor que esperamos de personas significativas. El rechazo puede venir de cualquier persona en autoridad sobre nosotros o de cualquier persona de quien esperamos aceptación y amor. Padre, madre, hermanos, tíos, abuelos, amigos, compañeros de juego, maestros, directores de colegio, pastor, jefe, compañeros de trabajo, novios(as), esposos(as).
El rechazo no está delimitado a ningún período de tiempo en específico. El rechazo le puede hacer daño en cualquier edad. Podemos recibir rechazo incluso antes de nacer y hasta que morimos estamos expuestos a ser rechazados. Pero la experiencia del rechazo afecta mucho más en los años formativos de nuestra vida, de 0 a 5 años, y en la adolescencia, época en la cual la aceptación de los amigos es muy significativa para los jóvenes.
Ahora bien:
1. Si la persona no se acepta a sí misma, -tiene pobre autoestima- cualquier experiencia de rechazo va a reafirmar su creencia de que no es bueno(a)
Que no sirve para nada, que es un fracaso. Se aísla, se deprime y se confunde porque esa experiencia reafirma su auto rechazo.
2. Si la persona se acepta a sí misma y no tiene problemas de autoestima, si la persona ha trabajado adecuadamente con sus conflictos, recibir rechazo le duele, pero no afecta su manera de verse a sí mismo, ni se deprime.
3. La persona madura, sabe que no tiene que caerle bien a todo el mundo. Porque la persona madura tiene su identidad en Cristo muy clara. Su valía no depende de lo que los demás piensen o digan de ella. La opinión negativa, la murmuración o la difamación de otra persona, no cambia su forma de verse a sí mismo(a)
4. La persona madura no demanda amor , ni aceptación.
La persona madura en Cristo, sabe que no es buena, sabe que es un pecador (a),
pero un pecador(a) perdonado(a) y se siente feliz y realizado(a) como hijo(a) de Dios.
Por lo tanto no busca reafirmación en las personas. No es la opinión de los demás la que guía
su vida, sino lo verdaderamente importante es: la opinión de Dios.
Que el Señor le bendiga.
Dr. José Pérez, Ph. D.
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