DEUTERONOMIO: LA LEY QUE LIBERA

por Ray C. Stedman
El Deuteronomio es el último de los cinco libros de Moisés. Actualmente uno de los pasatiempos de los eruditos y una supuesta señal de inteligencia es preguntarse si fue Moisés realmente el autor de estos libros. Hay aquellos que afirman que no fue él quien los escribió, sino que el Pentateuco fue compuesto por algún editor desconocido que examinaba libros antiguos y resumió varias partes, reuniéndolas en una colección.



Dicen que lo que tenemos actualmente no es más que una colección de escritos de diferentes autores cuyos nombres se han perdido y que el nombre de Moisés le fue sencillamente añadido como si fuese el autor. Eso es lo que se llama la teoría do*****entaría de las escrituras y todo el que estudie las religiones comparativas en la escuela secundaria, BUP o en la facultad se verá expuesto a ella.

Afortunadamente es una teoría que ha sido bien contestada y descubierta como una falsedad. Pero sorprendentemente, todavía está siendo enseñada en muchos lugares como si fuese verdad. Recuerdo que el Dr. Ironside me dijo hace años que había escuchado a un destacado orador liberal en la Universidad de Berkeley, en California, que dijo algo por el estilo a los jóvenes que le escuchaban:

«Jóvenes, estoy considerado, al menos en algunos círculos, como una autoridad en la hipótesis do*****entaria de los libros del Antiguo Testamento conocidos como el Pentateuco y me hacen muchas preguntas acerca de los llamados libros de Moisés. Es mucho lo que se dice acerca de los resultados de las altas críticas y los críticos nos dicen que ya es seguro que Moisés no escribió los libros que se le adjudican. Pero quiero decir que después de haber examinado la evidencia muy cuidadosamente y habiendo trabajado en este campo durante muchos años, mi conclusión es que si los cinco libros de Moisés no fueron escritos por él, debieron ser escritos por alguien que se llamaba Moisés.»

El concepto ordinario y habitual de que estos son los libros de Moisés es muy auténtico. El libro de Deuteronomio es la última importante palabra escrita por este poderoso hombre de Dios, justo antes de su muerte. Comienza con una palabra acerca de Moisés y diciendo que transmitió estas palabras a Israel más allá del Jordán, en el desierto de Araba, y finaliza con el relato de la muerte de Moisés. Dice que Dios ordenó a Moisés que fuese al Monte Nebo, que daba sobre la tierra prometida, pero por causa de su desobediencia a Dios al golpear una roca con una vara en lugar de pedirle de palabra que diese agua para el pueblo en el desierto, no se le permitió la entrada a él en la tierra, pero pudo subir al monte y verla. Y aunque no había la menor señal de deterioro en su cuerpo físico, murió y Dios le enterró allí y ningún hombre sabe dónde está enterrado Moisés.

Pero antes de desaparecer, predicó este impresionante mensaje del que ha quedado constancia en el libro de Deuteronomio. Este gran mensaje fue pronunciado al final de los cuarenta años de vagar por el desierto. Esta era una nueva generación de personas, que habían acampadas justo a la otra orilla del Río Jordán, no muy lejos de la Ciudad de Jericó. El mensaje está enfocado hacia el futuro, cuando disfruten de la tierra en la que se disponían a entrar. Ya ha quedado atrás el desierto y están listos para entrar en la tierra de Canaan.

Permítanme que les recuerde que estos cinco libros escritos por Moisés son lo que podríamos llamar las ayudas visuales de Dios para demostrarnos lo que nos está sucediendo en nuestras propias vidas espirituales. Al guiar Dios al pueblo de Israel, sacándoles de Egipto, a través del desierto y hacia la tierra de Canaan, reproducen en su viaje exactamente los mismos problemas, los mismos obstáculos, tienen los mismos enemigos y obtienen las mismas victorias que encontraremos nosotros durante todo el curso de nuestro recorrido de nuestra vida espiritual.

La esclavitud a que estuvo sometida Israel en Egipto es la misma esclavitud al mundo que experimentamos nosotros antes de ser cristianos. Y la tierra de Canaan, donde fluye la leche y la miel, es una imagen de una vida de continua victoria, que puede ser nuestra en Cristo. Todo ello es el método del que se vale Dios para mostrarnos lo que está sucediendo en nuestra vida individual.

Si leen ustedes el Antiguo Testamento con esta clave a mano, se convierte sencillamente en un libro lleno de luz. Cada uno de los relatos que encontramos en él tiene una relación directa con nosotros y encierra maravillosas lecciones que podemos aprender. En mi propia experiencia, no pude entender las poderosas verdades declaradas en el Nuevo Testamento hasta que las contemplé visualmente demostradas en el Antiguo Testamento. Al cobrar vida estas historias y ver de qué modo se aplican a nuestra propia experiencia, las verdades del Nuevo Testamento, que nos resultan tan familiares cuando las escuchamos, se convierten en experiencia vivas, vibrantes y vitales.

El gran sermón de Deuteronomio se divide en tres secciones. (Todo buen predicador tiene tres puntos en su mensaje.) Los primeros cuatro capítulos examinan el amor y el cuidado que tiene Dios de Israel en el desierto, aunque la mayor parte del pueblo que esperaba entrar en la tierra solo había hecho parte del viaje por el desierto porque eran solo niños cuarenta años antes, cuando Israel había estado en Cades-barnea y se negó a entrar en la tierra. Muchos de ellos no son en esos momentos más que jóvenes de entre veinte y treinta años y es preciso recordarles lo que Dios ha realizado durante el recorrido por el desierto.

De modo que la primera labor que tiene que llevar a cabo Moisés es recitarles el maravilloso cuidado y el amor de Dios velando sobre ellos, al conducirles con una columna de fuego por la noche y una nube de día, guiándoles por un desierto impresionante y sin senderos. Cuenta de qué modo hizo Dios que saliese agua de una roca para calmar la sed del pueblo en una región árida, enorme, donde no había agua y cómo les libró de sus enemigos una y otra vez, cómo los alimentó con el maná que nunca les faltó. ¡Imagínenselo! Durante cuarenta años Dios alimentó a más de dos millones de personas cada día con el maná que caía del cielo. ¡Qué maravillosa evidencia de su amor y su preocupación por este pueblo!

La segunda división es un resumen de la ley. Los Diez Mandamientos aparecen en la Biblia por segunda vez, comenzando en el capítulo cinco, en el versículo 27. En él se mencionan las leyes relacionadas con el divorcio, la infidelidad y el castigo que se imponía si se encontraba a alguien en una situación sospechosa. Aquí se menciona además las penas que se imponen por idolatría, por brujería y las advertencias que les hace Dios contra los espantosos hechos y costumbres de las tribus que habitaban la tierra.

Es esencial que entendamos que la tierra a la que llegó el pueblo estaba habitada por un pueblo que se entregaba de lleno a costumbres lascivas y viles. El libro de Deuteronomio es una poderosa revelación de que Dios esperaba que su pueblo viviese en medio de una sociedad saturada por el sexo, entre gentes que se dedicaban por completo a toda clase de costumbres malvadas. Creo que eso es un estímulo para nosotros, ya que también a nosotros se nos pide que vivamos en una sociedad así en nuestros días. A pesar de lo cual Dios esperaba que su pueblo se mantuviese totalmente apartado de todas esas cosas y que fuese un pueblo santo en medio de naciones de desenfreno sexual. Al final de esta sección hay una recapitulación de las leyes sanitarias, que se encuentran extensamente en Levítico.

La tercera división del libro, del capítulo 27 hasta el 34, es una poderosa revelación sobre el futuro, tanto en lo que se refiere a las bendiciones como a las maldiciones que caen sobre Israel. En el capítulo veintiocho encontramos una de las profecías más asombrosas de las que jamás ha quedado constancia. Este pasaje profético es tan completo y asombroso en sus detalles como cualquier otra profecía que encontramos en las Escrituras. Es una predicción de toda la historia del pueblo judío, incluso después de que dejasen de ser una nación y de ser dispersados por toda la faz de la tierra. Aquí hallamos toda la historia de todo lo que ha tenido que pasar Israel durante esos siglos tan, tan largos.

En primer lugar, está la predicción acerca de la dispersión babilonia, cuando Israel no escucharía a los profetas y se volvería a otros dioses, por lo que Dios les enviaría a la cautividad. Esto fue algo que, como saben ustedes bien, sucedió en tiempos de Nabucodonosor.

A continuación está el anuncio de su regreso a la tierra y cómo, después de siglos, caerían de nuevo en el terrible pecado de rechazar al Mesías. Una nación extranjera vendría de occidente, los romanos, que habría de ser una nación dura y cruel. Quemarían las ciudad, matarían a sus habitantes y los volverían a dispersar, a los confines de la tierra.

Durante muchos, muchos siglos Israel habría de ir de un lado a otro sin una patria, pero Dios los reuniría de nuevo y se produciría una restauración final. Todo ello ha sido profetizado con exactitud en el capítulo veintiocho de Deuteronomio. Se han profetizado bendiciones por la obediencia del pueblo, maravillosas bendiciones, pero también habría maldiciones que caerían sobre ellos por desobedecer a la palabra de Dios.

Su título es la clave del libro, porque Deuteronomio quiere decir «la segunda ley. La primera vez que se entrega la ley fue en el capítulo veinte de Exodo, donde encontramos los Diez Mandamientos. ¿Por qué fue necesario que el Espíritu Santo diese la ley en dos ocasiones? ¿Por qué encontramos los Diez Mandamientos una vez en Exodo y otra vez en Deuteronomio? Y todas las normas sanitarias y dietéticas han sido reproducidas en Deuteronomio. ¿Por qué? El libro de Romanos en el Nuevo Testamento nos enseña que la ley de Dios tenía dos funciones. En el gran argumento que presenta Pablo en Romanos, también aparece en dos ocasiones. Se presenta por primera vez en el capítulo uno y otra vez en el capítulo siete. Y en el capítulo tres hay una afirmación concreta acerca de cuál es el propósito de la ley.

La mayoría de nosotros creemos que Dios dio la ley a la raza humana para impedir que hiciésemos el mal y para obligarnos a hacer el bien. Si le preguntamos a un hombre en la calle cuál es el propósito de los Diez Mandamientos, probablemente diría: «es para evitar que hagamos el mal. Pero no es ese el motivo por el cual fue dada la ley. La razón se encuentra en Romanos donde nos dice: «Pero sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley… ¿Por qué? «…para que toda boca se cierre y todo el mundo esté bajo juicio ante Dios. (Rom. 3:19)

Ese es el motivo por el cual fue dada la ley para comenzar. Fue dada al hombre a fin de poner de manifiesto lo pecaminoso de sus actos. Porque el corazón humano posee esta asombrosa facultad: no pensamos nunca que lo que estamos haciendo está mal. Lo que está mal es siempre lo que hacen los demás, ¿no es cierto? Es realmente sorprendente la cantidad de expresiones que tenemos al respecto. Tenemos toda una serie de palabras que se aplican a lo que hacemos nosotros y otra totalmente diferente, que se aplica a lo que hacen los demás. Otros tienen prejuicios, nosotros tenemos convicciones. Otros son agarrados, nosotros somos ahorradores. Otros intentan ser mejor que el vecino, lo único que nosotros intentamos es progresar. Y así hay una lista interminable. ¿Para qué sirve la ley? La ley lo que hace es aplicar los mismos términos a todo el mundo. La ley dice: «no matarás, no robarás, no codiciarás, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y no tendrás otros dioses. Y la ley es absolutamente imparcial en su aplicación. Cuando nos enfrentamos con la ley de Dios, ya no podemos seguir engañándonos. Tenemos que admitir que lo que estamos haciendo está mal. Dios dijo que la ley existía para que toda boca se cierre y no hay nadie que se atreva a afrentar a Dios y decirle: «Bueno, puede que otros estén equivocados, pero aquí tienes a alguien que lleva una vida limpia y moral. La ley dice: «¡No! porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios. (Rom. 3:23)

Por lo tanto, la cruz de Cristo se convierte en la respuesta ante todo lo que hace el hombre. Lo que hizo Jesús en la cruz es la solución por todo lo que hemos hecho. El llevó nuestros pecados en su cuerpo santo sobre el árbol. Eso se expresa con palabras maravillosas en los libros de Exodo y de Levítico, sacrificando al cordero, la cabra, el buey, el carnero y otros animales. Son imágenes de la sangre que derramó Jesucristo por nuestras transgresiones y por los pecados que hemos cometido. No hay manera de que el hombre pecador pueda tratar con un Dios santo, excepto mediante la paga, el rescate o alguna justificación ante él por los pecados del hombre. La ley es la que hace que seamos conscientes de este pago.

Pero la ley aparece de nuevo en Romanos siete. El problema de nuestros pecados ha quedado solucionado, ¿no es suficiente con eso? Una vez que descubrimos, gracias a la ley, que lo que hacemos está mal a los ojos de Dios y que somos culpables ante él, ¿no basta con eso? ¡No! La ley tiene otro propósito y Pablo nos dice:

«¿Qué, pues, diremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Al contrario, yo no habría conocido el pecado sino por medio de la ley.» (Rom. 7:7)

Aquí no se habla de los pecados, sino del pecado. No se habla de lo que he hecho, sino de lo que soy. De no haber sido por la ley, no hubiera sido consciente de que me encuentro bajo la garra y la influencia de una filosofía extraña y satánica que es pecado en sí.

Yo no sabría lo que significa no codiciar de no haber sido porque la ley dice «no codiciarás. «Pero el pecado, tomando ocasión en el mandamiento, produjo en mí toda codicia. (Rom. 7:7-8)

Pablo continua diciendo:

«Luego, ¿lo que es bueno llegó a ser muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien, el pecado, para mostrarse pecado, mediante lo bueno produjo muerte en mí; a fin de que mediante el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.» (Rom. 7:13)

Dice que no solamente se da cuenta de que he hecho cosas que merecen la justa ira de Dios, sino que es verdaderamente un pecador y ha recibido a Jesucristo como el que ha pagado el precio en la cruz, dejando de ese modo saldada la deuda contraida por sus pecados.

Pero es también la ley la que me hace entender que no solamente hago las cosas que están mal, sino que lo que soy está mal a los ojos de Dios. La respuesta a esto, la descubrimos en el libro de Romanos, y es la resurrección del Señor Jesús porque él murió por nuestros pecados. Pero Pablo escribe:

«Porque si, cuando eramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos por su vida.» (Rom. 5:10)

He aprendido que es la presencia de un Salvador vivo en mi corazón, que mora en mi interior y que pone a mi disposición todo cuanto es, lo que es la respuesta a lo que yo soy, que necesito lo que hizo por causa de lo que yo he hecho, pero necesito lo que él es por causa de lo que yo soy y eso es lo que nos muestra el libro de Deuteronomio.

Si leen ustedes detenidamente todo el Deuteronomio se encontrarán en él dos temas principales en todo el tratado, que no se encuentran ni en Levítico ni en Exodo. El primer tema, de gran importancia, es la absoluta debilidad e incapacidad del hombre, a pesar de que ha sido limpiado a fin de poder hacer cualquier cosa por complacer a Dios, pero no hay nada que pueda hacer por sí mismo porque sus esfuerzos sinceros y consagrados por complacerle de nada le sirven.

«Los que viven según la carne no pueden complacer a Dios, como dijo Pablo.» (Rom. 8:7) Juntamente con éste hallamos otro tema que corre paralelo, el tema de la presencia continua de Dios, que es en sí mismo la respuesta a las exigencias que nos hace la ley. El mismo habita en nuestro interior a fin de que pueda él mismo satisfacer esas exigencias y lo que él nos exige, también lo suple.

Leamos unos cuantos pasajes para que ustedes mismos lo puedan entender. Primero en Deuteronomio seis nos encontramos con el tema de la debilidad del hombre. Moisés dice:

«En el futuro cuando tu hijo te pregunte diciendo: ¿Qué significan los testimonios, las leyes y los decretos que Jehová nuestro Dios os mandó?» (Deut. 6:20)

En otras palabras, ¿por qué hacéis estas cosas? ¿Por qué lleváis a cabo todas estas ceremonias? ¿Por qué matáis a estas ovejas, cabras y corderos? ¿Por qué vais al tabernáculo? ¿Qué propósito tiene todo esto? Cuando vuestros hijos os lo pregunten, ¿qué les diréis?

Entonces responderás a tu hijo: Nosotros eramos esclavos del faraón en Egipto. Comenzamos en ese punto, pues es lo que somos, no somos mas que esclavos.

«Nosotros eramos esclavos del faraón en Egipto, pero Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa. Jehová hizo en Egipto señales y grandes prodigios contra el faraón y contra toda su familia, ante nuestros propios ojos. El nos sacó de allá para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres.» (Deut. 6:21-23)

El nos sacó con el propósito de llevarnos a la tierra. Estos son símbolos por medio de los cuales Dios nos está enseñando lo que es preciso para sacarnos de Egipto y llevarnos a la tierra. Esa era la explicación que debían darle a sus hijos.

Moisés continua explicando:

«Porque tú eres un pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para que le seas un pueblo especial….»

Un pueblo de su posesión en el que él mismo habría de habitar.

«…más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. No porque vosotros seáis más numerosos que todos los pueblos, Jehová os ha querido y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos. Es porque Jehová os ama y guarda el juramento que hizo a vuestros padres, que os ha sacado de Egipto con mano poderosa y os ha rescatado de la casa de esclavitud, de mano del faraón, rey de Egipto.» (Deut. 7:6-8)

No es nada de lo que usted hiciese, porque no tiene usted nada y es Dios el que lo hizo y no el hombre.

Y en el capítulo nueve, elabora acerca de la idea:

«Cuando Jehová tu Dios los haya echado de delante de ti, no digas en tu corazón: Por mi justicia Jehová me ha traído para tomar posesión de la tierra….No es por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón, que entras a tomar posesión de su tierra. Es por la impiedad de estas naciones que Jehová tu Dios las echa de tu presencia…Sabrás, pues, que no es por justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para que la tomes en posesión, puesto que tú eres un pueblo de dura cerviz.» (Deut. 9:4-6)

Cerca del final del libro, en el capítulo 29, Moisés dijo:

«Pues vosotros sabéis cómo habitamos en la tierra de Egipto y cómo hemos pasado en medio de las naciones por las cuales habéis pasado. Vosotros habéis visto sus abominaciones y sus ídolos de madera y de piedra, de plata y de oro, que tienen entre ellos. No sea que haya entre vosotros hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios para ir a rendir culto a los dioses de aquellas naciones… » (Deut. 29:16-18)

Después de cuarenta años de aprendizaje por el desierto dice: «andaos con cuidado porque no llegaréis nunca a una situación en la cual podáis salir adelante solos. Nunca.

«…no sea que haya entre vosotros una raíz venenosa y ajenjo y que al oír las palabras de este compromiso solemne, se bendiga a sí mismo en su corazón diciendo: Yo tendré paz, aunque ande en la terquedad de mi corazón.» (Deut. 29:18-19)

«…de modo que arrase la tierra regada junto con la sedienta. Jehová no estará dispuesto a perdonarle, sino que subirán entonces cual humo el furor y el celo de Jehová contra este hombre, y sobre él se asentarán todas las imprecaciones escritas en este libro. Jehová borrará su nombre de debajo del cielo.» (Deut. 29:20)

Como ven ustedes, el hombre no podrá nunca salir adelante por su propia fortaleza porque Dios no nos ha creado nunca tan fuertes como para que no le necesitemos. Nunca, dependemos siempre de él. Esta es la importante lección que enseña Deuteronomio, de la misma manera que se enseña en Romanos cinco al ocho.

Acompañando a este tema esta la presencia continua de Dios como la fortaleza del creyente. En el capítulo siete dice:

«Si dices en tu corazón: Estas naciones son mas numerosas que yo; ¿cómo las podré desalojar? No tengas temor de ellas. Acuérdate bien de lo que Jehová tu Dios hizo con el faraón y con todo Egipto.» (Deut. 7:17-18)

Cuando se enfrenta usted con los problemas de la vida, con los gigantes, con las dificultades y las diferentes pruebas se dice usted a sí mismo: «No tengo fuerza en mi mismo. No puedo hacer esto. ¿Qué debería recordar usted? Que Dios lo hace porque él está en su interior. Dios está ahí para hacer frente a ese problema, está ahí para vivir y lo está para afrontar el problema en su vida.

«…acuérdate bien de lo que Jehová tu Dios hizo con el faraón y con todo Egipto; de las grandes pruebas que vieron tus ojos, de las señales y de los prodigios, de la mano poderosa y del brazo extendido con que Jehová tu Dios te sacó. Así hará Jehová tu Dios con todos los pueblos de cuya presencia temes. Jehová tu Dios también enviará contra ellos la avispa, hasta que perezcan los que queden y los que se hayan escondido de ti. No desmayes ante ellos, porque Jehová tu Dios está en medio de ti, Dios grande y temible.» (Deut. 7:17-21)

¡Qué gran declaración! Y en el capítulo ocho dice:

«El te humilló y te hizo sufrir hambre, pero te sustentó con maná, comida que tú no conocías, ni tus padres habían conocido jamás. Lo hizo para enseñarte que no solo de pan vivirá el hombre, sino que el hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca de Jehová.» (Deut. 8:3)

¿Le suena conocido? Son las mismas palabras que dijo Jesús en el desierto, cuando le explicó al demonio por qué no estaba dispuesto, no quería y ni siquiera podía, en ese sentido decisivo de la obediencia, convertir las piedras en pan. Dijo «no entiendes cómo vivo. No vivo haciendo grandes señales para que todos me miren asombrados. El hombre no vive de ese modo. El hombre no vive «solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mat. 4:1-4)

Nos encontramos de nuevo con el tema de la presencia de Dios:

«Vosotros sois hijos de Jehová vuestro Dios: [por lo tanto] no sajaréis vuestros cuerpos ni raparéis vuestras cabezas por causa de algún muerto. Porque tú eres un pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová te ha escogido…»

Ahí es donde habita, donde vive.

«…de entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra, para que le seas un pueblo especial…» (Deut. 14:1,2)

Incluso en medio de las normas sanitarias para Israel, mediante las cuales da ordenes al pueblo, gobernando hasta los más ínfimos detalles de sus vidas, dice:

«Tendrás un lugar fuera del campamento y allá saldrás. Tendrás también en tu cinto una estaca; y cuando vayas allí fuera, cavarás con ella y te darás vuelta para cubrir tus excrementos.» (Deut. 23:12,13)

¿Por qué?

«Ciertamente Jehová tu Dios se pasea en medio de tu campamento, para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti. Por eso tu campamento deberá ser santo, de modo que él no vea en medio de ti alguna cosa indecente y se aparte de ti.» (Deut. 23:14)

La presencia de un Dios vivo es el secreto de una vida satisfactoria.

El capítulo 30 contiene uno de los pasajes más extraordinarios de la Biblia. Aquí tenemos una maravillosa explicación de la «dinámica que mantiene la ley. ¿Qué es lo que hace posible que el hombre obedezca a la ley? En la primera parte de este capítulo, Moisés se refiere de nuevo a la ley. Le habla a su pueblo que la bendición que recibirá y les advierte acerca de las maldiciones si desobedecen. Luego dice (en Deut. 30:11):

«Ciertamente este mandamiento que te mando hoy no es demasiado difícil para ti…»

Todo aquel que no da la talla dice: «Es inútil. La ley es demasiado difícil para mi. No puedo hacer eso. Pero Moisés dice que no es demasiado difícil.

«…ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo tomará para nosotros, y nos lo hará oír, a fin de que lo *****plamos.»

Es decir, ¿quién puede acercárnoslo, de modo que pueda formar parte de nuestras vidas? Escuchen lo que dice:

«Ciertamente muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la *****plas. ¿Qué quiere decir eso, sino la vida de Dios que mora en nosotros? Y estas mismas palabras las recoge Pablo cuando escribe acerca de las dos ocasiones en las que fue entregada la ley, la primera ley en Exodo y la segunda en Deuteronomio:

«Moisés escribe de la justicia que es por la ley. El hombre que hace estas cosas vivirá por ellas. (Rom. 10:5)

Pero Israel encontró totalmente imposible vivir conforme a la ley sobre esa base. De modo que Pablo dice, citando de nuevo a Moisés, esta vez en Deuteronomio:

«Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es para hacer descender a Cristo) ni ¿quién descenderá al abismo?….La palabra está cerca, en tus labios y en tu corazón [es decir, que la palabra de fe que predicamos; que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo.» (Rom. 10:6-9)

Ahí lo tenemos. Las dos cosas importantes son la muerte del Señor Jesús y el resucitar de nuevo de entre los muertos, haciendo que la vida esté al alcance de otros. Esto es lo que Pablo llama «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús (Rom. 8:2) *****pliendo mediante otro principio la justicia que exige la ley.

Ya conoce usted la antigua ilustración del plano, la ley de la gravedad nos hace estar continuamente sentados sobre nuestro asiento, pero la ley de la aerodinámica vence la ley de la gravedad, aunque no la elimina, simplemente la vence. Entramos sencillamente en un avión y nos sentamos. No es preciso que nos agarremos al asiento, ni a los lados del avión para mantenernos en el aire una vez que el avión ha despegado. Sencillamente tiene usted que confiar en que hay una ley que funciona y que impide que *****pla usted la ley de la gravedad. Si alguna vez se encontrase usted en una situación en la que pensase que se la había aprendido usted y le dijese usted a la azafata: «¿Quiere abrirme la puerta, por favor? Creo que continuaré solo estaría usted literalmente «¡saltando a una conclusión!

Pero si confiamos tranquila y continuamente en el hecho de que Dios es la provisión suficiente de todo lo que requiere de nosotros, es posible *****plir la justicia que exige la ley y eso es lo que enseña el libro de Deuteronomio. Se enseña este principio a los israelitas, al menos como una sombra, de cómo vivir en la tierra. El único libro que podía seguir es el de Josué, en el que el pueblo es guiado a la tierra.

Oración

Padre nuestro, ¡qué maravillosas verdades se manifiestan ante nosotros en esta gran palabra! ¡Cuán débilmente la captamos!, pero enséñanos Señor, enséñanos por medio del Espíritu Santo. Enséñanos a todos, a niños y a mayores, por igual. Enséñanos a no sentirnos satisfechos con esta vida en el desierto. Señor, haz que estemos hartos de la continua aridez, del vacío, de la experiencia frustrante de intentar hacer las cosas por nosotros mismos, luchando y fracasando todo el tiempo. Haz que deseemos escuchar con desesperación y que prestemos atención y obedezcamos a esta palabra liberadora, Señor: sobre cómo podemos ser libres de este desgraciado hombre y para que podamos caminar en plenitud por tu Espíritu, de modo que la justicia que demanda la ley se *****pla en nosotros. No por lo que podamos hacer nosotros, sino por el hecho de que el Señor Jesús obre en nosotros esa vida bendita de la resurrección. Te lo pedimos en tu nombre, amen.


Deja un comentario