Una de las preguntas que formulan con mayor frecuencia quienes toman los cursos de homilética práctica es ¿Cómo se logra influir en el oyente y además, que el mensaje quede sembrado en sus corazones?
Este interrogante es comprensible y nos proponemos despejarlo con una serie de principios que si bien, son elementales, arrojan excelentes resultados.
1.- La oración
Es fundamental que el líder o predicador pase tiempo delante de la presencia de Dios en oración. No podemos hablar en nombre del Señor y Creador del universo, si ni siquiera le conocemos.
Cuando oramos, lo más seguro es que se producirán resultados positivos e impactantes entre quienes nos escuchen, como se evidenció en el pasaje bíblico en el cual el escriba Esdras compartió la Palabra a los repatriados de Israel.
“Abrió, pues, Esdras el libro a los ojos del pueblo, porque estaba más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo le estuvo atento… y leían el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” y relata la historia que hasta tal punto impactó su intervención, que fue necesario le dijese a los presentes:”… Día santo es a Jehová nuestro Dios: no os entristezcáis, ni lloréis: porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley”(Nehemías 8:5, 8 y 9).
2.- Claridad en la exposición
Es evidente que además de tratarse de un instrumento en manos de Dios, el escriba Esdras tenía a favor que sus exposiciones eran claras, y en segundo lugar, tenía definida la necesidad de presentar un mensaje que por igual entendieran desde un adolescente hasta un adulto mayor.
3.- Tener definidas las ideas o puntos a exponer
“¿Para qué se requiere de un bosquejo?” Se preguntan muchos y es probable que también, argumenten que sólo basta la inspiración del Espíritu Santo. No lo discutimos. Pero salta a la vista que quien no tiene claro de qué disertará, confiado en la improvisación, corre el peligro de divagar. Por el contrario, cuando tenemos un resumen o bosquejo de los asuntos a tratar, aprovechamos mejor el tiempo, vamos directamente al grano y no discurrimos de un segmento a otro, generando confusión entre quienes escuchan.
4.- Utilización de argumentos sólidos e ilustraciones
Un buen expositor de la Palabra de Dios tiene la certeza de qué va a exponer, fundamentado no en la Biblia y sino en vivencias personales. Nada más chocante que escuchar a quienes leen un pasaje bíblico y durante su intervención plantean cosas que nada tienen relación con el texto. Igual quienes posan de súper-espirituales y circunscriben toda la predicación a las experiencias, revelaciones, diálogos y hasta encuentros individuales que han tenido con el Señor.
Para contemporizar el mensaje, es aconsejable utilizar ilustraciones. Tornan agradable el tiempo de exposición, y como lo anotamos anteriormente, permiten que los asistentes comprendan que los hechos objeto de estudio, impactaron a hombres y mujeres como nosotros, con debilidades y fortalezas.
5.- Definir el tiempo de exposición
Juega un papel importante el definir, desde un comienzo, cuánto tiempo tardará la exposición. Esto permite al líder o predicador, tener control sobre el desarrollo de cada uno de los puntos, y no extenderse hasta el límite en que las personas resultan fatigadas.
He escuchado a quienes dicen “no hay que poner limitaciones ni sujetarnos a horarios específicos porque así no obra el Espíritu Santo”. Y a tales personas he tenido que el Espíritu Santo es un Espíritu de orden.
6.- Anunciar el título y resumir, hacia el final
Es aconsejable que, al comenzar la exposición, anunciemos de qué se trata. De esa manera los oyentes tendrán ilustración sobre el asunto en torno al cual girará la predicación. También, hacia el final y como ya lo anotamos en otra lección, es de suma importancia resumir y recordarle a los oyentes qué puntos se abordaron. Esto contribuye a la asimilación de la enseñanza.
7.- Buena vocalización
Además de mirar al público, es fundamental que el pastor, líder o predicador, vocalicen bien. Pronuncien claramente las palabras y, en caso que se equivoquen en algún término, lo corrijan. No deben sentir vergüenza sino por el contrario, la tranquilidad de que se es honesto al admitir las fallas.
8.- No permanecer estáticos
Con mucha frecuencia se observa desde los púlpitos a expositores que permanecen en el mismo sitio y no se desplazan. Pareciera que se trata de estatuas o de una fotografía colocada junto a un atril. Por esa razón, es aconsejable que se utilicen las manos y el movimiento corporal para tornar más amena la enseñanza. Ir de un lado a otro, con mesura, descansa a los oyentes.
9.- Modular el tono de voz
Lo más aconsejable, cuando se realiza una exposición, es primero utilizar un estilo ameno, de charla, que suene informal, así se trate de un mensaje profundo. Lo segundo, aprender a elevar o disminuir el tono de voz, de acuerdo con el asunto que se esté exponiendo.
Un volumen plano ayuda a que muchos sientan ganas de dormitar o al menos, experimenten arrullo permanente o “echase un sueñito”.
Si alguien se está durmiendo en el auditorio: primero, guarde silencio y con seguridad, despertará. O segundo, baje o eleve el tono de voz. Son dos recursos infalibles.
10.- Utilizar términos comunes
Cuando exponemos la Palabra de Dios, siguiendo el ejemplo de Esdras, debemos aspirar que todos los asistentes entiendan el tema. Para lograrlo, además de claridad en la exposición, es importante no utilizar términos rebuscados o que obliguen a cada creyente, además de su Biblia, el que necesite llevar un diccionario bajo el brazo cuando asista a un servicio religioso en el que usted será el exponente.
Además de lo anterior, sobra recordar la necesidad de que el predicador vaya vestido conforme a la ocasión. La presentación revela mucho del expositor, no lo olvide.
Si tiene alguna inquietud, no dude en escribir ahora mismo: