Salmo 46
Los momentos de crisis en la vida nos exigen a plantearnos preguntas a las cuales normalmente no queremos dedicarles mucho tiempo porque nos incomodan. Las situaciones que nos ponen en crisis son muy variadas: nos enfermamos, nos quedamos sin trabajo, sufrimos un accidente, perdemos un ser querido, nos estafan, van mal los negocios, no podemos retirar nuestro dinero del banco por causa del «corralito», aflojan las ventas, nos roban, nos calumnian, somos víctimas de una catástrofe natural.
Sea cual sea la causa de la crisis, descubrimos que somos vulnerables; que vivimos en un mundo lleno de inseguridades y sinsabores de los cuales nadie está exento porque son parte de la condición humana.
Igualmente variadas son las preguntas que surgen en medio de la crisis. Tal vez la más común sea: «¿Por qué?»
Sin embargo, de todas las preguntas que podemos hacernos la que más nos ayuda a enfrentarnos con nosotros mismos y sincerarnos en cuanto a nuestros valores es: «¿En qué radica nuestra seguridad? ¿En qué o en quién confiamos? ¿De qué o de quién depende realmente nuestra vida?»
Lo que encontramos en el Salmo 46 es la respuesta de fe a esa pregunta. No sabemos cuáles fueron las circunstancias históricas en que se escribió. Lo que es claro es, en primer lugar, que se trata de circunstancias sumamente difíciles y que, en segundo lugar, en medio de esas circunstancias el autor (que puede haber sido todo un grupo) halla su seguridad en Dios. El Salmo es un poema en tres estrofas, y en cada estrofa se hace referencia a estos dos elementos: las circunstancias difíciles y la seguridad del salmista en Dios.
Primera estrofa (vv. 1-3).
¿Cómo se describen aquí las circunstancias?
Son circunstancias que normalmente causan angustia y temor porque incluso aquello que todos siempre han considerado como lo más seguro ha dejado de serlo. En el mundo antiguo las montañas eran un símbolo de firmeza y estabilidad, pero aquí se habla de montañas que «se hunden en el fondo del mar» y de montes que retiemblan ante la furia de aguas que rujen y se encrespan. Lo que parecía ser estable, inamovible –como la convertibilidad–, muestra su debilidad, y parece que hasta la tierra misma se desmorona (v.2) En esas circunstancias el salmista afirma: «Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos…» (v. 1) Dios no nos promete exonerarnos de las contingencias de la vida humana. Cuando confiamos en él, en él encontramos seguridad y protección en medio de las circunstancias.
Segunda estrofa (vv. 4-7).
En la estrofa anterior, la conmoción es, aunque de manera simbólica, una conmoción en la naturaleza; aquí es una conmoción entre las naciones (ver v. 6). Sin embargo, este Dios cuya soberanía se extiende sobre todo el mundo, mantiene un vínculo particular con Jerusalén, «la ciudad de Dios, la santa habitación del Altísimo» (v. 4). Pese a la inestabilidad de las naciones, el salmista mantiene su confianza puesta en Dios, de quien afirma que está en su ciudad, por lo cual «la ciudad no caerá» (v. 8a); que él «le brindará su ayuda» (v. 8b); que él es «el Dios de Jacob» (v. 7), es decir, el Dios del pacto. La segunda estrofa concluye con la afirmación básica de todo el Salmo: «El Señor Todopoderoso está con nosotros, nuestro refugio es el Dios de Jacob» (v. 7; cf. v. 11).
Tercera estrofa (vv. 8-11).
Es probable que el uso del tiempo pasado en el v. 9 sea una expresión de seguridad en la futura acción de Dios: es tan seguro que él va a actuar, que se habla como si él ya lo hubiera hecho. Él es el Dios que realiza portentos (v. 8). La conclusión toma la forma del único imperativo que aparece en el Salmo: «Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios» (v. 10). No es un llamado a la inmovibilidad sino a la confianza absoluta en el Dios que actúa. El reconocimiento de Dios como el Dios-Refugio que está presente con nosotros nos da la estabilidad que necesitamos para enfrentar las inevitables crisis de la vida.