Por David Wilkerson. Imagine este escenario de Lucas 17: Jesús iba de camino a Jerusalén mientras el momento de su crucifixión estaba cerca. Cuando pasó entre Samaria y Galilea, se acercó a un pueblo anónimo. Y fuera de ese pueblo, estaban acampando diez leprosos terriblemente escuálidos y avergonzados. Evidentemente, nueve de estos leprosos eran judíos y uno era samaritano. Ahora, los judíos de ese día ni siquiera tocaban a los samaritanos, así que mucho menos vivían con ellos. Pero al parecer el dolor común de estos diez les había unido en una miseria compartida.
Si has estudiado sobre la lepra alguna vez, puedes imaginar las sórdidas condiciones en que estaban. Lo que vemos cada día en la ciudad de Nueva York es bastante malo. En la calle 41, cerca de la entrada del Túnel Lincoln, se alinean cabañas provisionales en la calle, a lo largo de una cuadra de la ciudad. Son chozas de cartón – cajas de refrigerador cubiertas con trapos. Ves colchones sucios; podridos, ropa rasgada; basura sin valor amontonada encima de éstas “casas” lastimosas. Es una pequeña ciudad llena de piojos, cucarachas, ratas, drogas, alcohol, SIDA, enfermedad desenfrenada, y peleas constantes.
Pero créeme – ¡esas chozas son palacios comparadas con las condiciones terribles de los diez leprosos que vivían en los días de Jesús! Estos hombres no tenían cheques por invalidez, ni bienestar social, ninguna estampilla para comida, ni hospitalización, ni red de seguridad social. Habían sido totalmente abandonados por la sociedad.
Eran deambulantes desamparados – obligados a vivir en un campamento aislado fuera del pueblo. Por ley se les pedía a los leprosos quedarse por lo menos a 100 pasos (200-300 pies) de todos los demás. Cuándo la gente caminaba cerca, ellos tenían que gritar: “¡Inmundo, inmundo!”
Dependiendo de cuánto tiempo habían sido leprosos, algunos habían perdido dedos de las manos, dedos de los pies, orejas, dientes, brazos, y nariz. Su carne estaba cruda y podrida – y el hedor y verlos era insufrible. Estos hombres pedían, robaban, y comían la comida que otros ni siquiera miraban. Probablemente vivían de los vertederos de basura.
Pero lo que atormentaba a estos desechados la mayor parte del tiempo era el recuerdo persistente de sus seres queridos que tenían que dejar atrás cuando el sacerdote los pronunciaba leprosos. Perdieron a sus amantes esposas y la risa, adorables hijos que una vez retozaban con ellos. Perdieron casas, carreras, el respeto y toda esperanza de ser útiles. Algunos de ellos probablemente habían sido judíos fieles, arraigados en la tradición de la iglesia. Pero ahora estaban acampando fuera de este pueblo anónimo, llevando una existencia desoladora, solitaria y de vergüenza indecible.
¡La lepra en la Biblia siempre ha sido
un tipo del pecado!
La Escritura muestra al leproso como un tipo del pecador viviendo en vergüenza – debilitado y gastado por los efectos terribles del pecado.
En muchos de nuestros servicios en la iglesia de Times Square, las primeras tres filas están ocupadas por personas que habían sido “leprosos.” Éstos son hombres jóvenes de la Casa Timoteo Timothy House – antiguos adictos a las drogas y alcohólicos. La lepra del pecado le costó a muchos de ellos todo lo que tenían: esposas, hijos, trabajos, amor propio, salud, y razón. Algunos terminaron desamparados, desvalidos, totalmente perdidos.
No sé cómo estos diez leprosos oyeron de Jesús. Quizás un vagabundo leproso había pasado y les contó de las curaciones milagrosas que Jesús había realizado por leprosos en otros pueblos o ciudades. En cualquier caso, sabían que Jesús de algún modo estaría pasando – ¡y estaban esperando verlo ansiosamente!
Trate de imaginarlo: Allí se sientan ellos, tan cerca del camino como pueden, pero todavía a unos doscientos a trescientos pies fuera del campo. Han acampado toda la noche. ¡Qué vista lastimosa la que deben haber sido! Diez hombres cojeando, sucios, decadentes, agonizantes, sosteniéndose uno al otro para cuando Jesús pasara.
Me he preguntado muchas veces si, cuando ellos vieron a Jesús y a los apóstoles acercándose por el camino, empezaron a ondear sus muñones. ¿Señalaron sus extremidades que perdieron? ¿Ondearon sus trapos sucios de vestir? No sé cómo lograron llamar su atención; pero cuando Jesús se acercó gritaron fuerte: “¡Jesús, Maestro – ten misericordia de nosotros!”
No estaban pidiendo dinero, o por el cielo cuando murieran. ¡Estaban pidiendo por misericordia! Era como si estuvieran suplicando: “Jesús – ¿cómo puedes algo tan lastimoso y no tener misericordia? ¿Cómo podrías darnos la espalda?”
Estoy seguro que Jesús no hizo una mueca de dolor o se volteó ni siquiera por un momento. Él los miró directo a la cara – y con gran compasión dijo: “Vayan muéstrense a los sacerdotes.” (Lucas 17:14).
¿Puedes imaginar lo que estos leprosos deben haber pensado? “¿Regresar al sacerdote? ¡Pero él fue quien nos examinó y nos declaró inmundos! Él nos corrió del pueblo. Si todos nosotros nos presentáramos a su puerta, él nos echaría una mirada y se burlaría de nuestro descaro. Nadie ha sido sanado nunca de lepra. Él pensaría que estamos locos!”
¡Pero creo que había un flujo inmediato de vida, salud y fuerza en los diez hombres! Uno movió un brazo que no había podido mover en meses. Otro sintió vida empezando a latir en él – ¡y comenzó a saltar de arriba abajo! Uno detrás de otro, miraban sus manos, y las caras unos a otros – y su piel escamosa y cenicienta estaba comenzando a cambiar. La piel que lucía saludable estaba siendo restaurada en sus miembros, sus caras – ¡estaban siendo sanados!
¿Recuerdas la hora en que Jesús tuvo misericordia de ti? – ¿cuán limpio y vivo te sentías? ¿Gritaste porque sentías su poder limpiador? ¿Sentías la nueva vida en ti?
¡Estos hombres tenían que haber sentido esa vida! Puedes estar seguro se estremecieron de emoción, ¡y gritaron de alegría! La piel cruda y podrida se estaba cerrando ahora. Y donde hubo heridas ¡ahora había piel nueva, saludable!
Jesús le dijo a estos diez leprosos la misma
cosa que le había dicho a cada leproso que limpió:
“¡Ve y muéstrate al sacerdote como testimonio!”
En Lucas 5:14, Jesús le había dicho a un leproso diferente: “Ve, y muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza, según Moisés ordenó, para testimonio a ellos.” (Lucas 5:14).
Ahora, ningún leproso podía simplemente volver a su hogar o iglesia o derechos de pacto. Había ciertas cosas que él tenía que hacer.
Primero, tenía que ser declarado limpio por un sacerdote – y eso llevaba consigo una ceremonia muy elaborada, detallada que tomaba ocho días. Tenía que ser afeitado completamente, bañado y examinado. Después venían los sacrificios, rociaduras de sangre y aceite, ungimientos, ofrendas. Y después de todo esto, tenía que esperar ocho días más antes que pudiera ser restaurado a su familia y a sus derechos. En total, ¡el proceso tomaba dieciséis días de increíble actividad religiosa!
Estas ceremonias altamente religiosas eran simbólicas – tipos usados para enseñar al pueblo sobre la gloria del Mesías. Todo esta descrito en Levítico 14 – y esto era lo que los diez leprosos iban a hacer en su pueblo.
De aquí a ese tiempo Jesús y los apóstoles probablemente tomaron algo para comer y estaban alejados por el camino más allá del pueblo. Pero de repente oyeron un alboroto detrás de ellos. Cuando se volvieron y miraron atrás, vieron a un hombre corriendo hacia ellos – ¡gritando y ondeando sus brazos! Uno de los discípulos dijo: “Es uno de esos diez leprosos del pueblo.” Y cuando se acercó, le oyeron gritando: «¡Gloria – gloria a Jesús! ¡Te alabo!”
¡Era el Samaritano! Cuando llegó a Jesús, se postró a sus pies – ¡y rompió en alabanzas y acción de gracias! Desde lo más profundo de su ser vertió adoración para el Hijo del Dios viviente: “¡Tú eres Dios! No podrías haber hecho esto a menos que fueras el Hijo de Dios. ¡Alabado sea Dios! ¡Gloria!”
Jesús inclinó el rostro a él y dijo: “¿No fueron diez los limpiados? pero ¿dónde están los nueve?” (Lucas 17:17). Él estaba preguntando: “¿Por qué sólo tú? ¿Dónde están tus amigos, los otros que sané?”
Amado, ¡ésa es la pregunta que Jesús todavía está haciendo hoy! De las muchas multitudes que él ha limpiado y sanado, ¡sólo un remanente es atraído a él! Así que ¿dónde están los otros? Te diré dónde – están en el mismo lugar donde terminaron los nueve leprosos sanados: ¡perdidos en la iglesia – tragados por la religión!
Creo en las estadísticas de la Biblia. Y si las estadísticas de esta historia en el evangelio de Lucas es exacta, entonces el 90 por ciento de aquéllos que son tocados por Jesús terminan regresando a alguna iglesia muerta y seca. ¡Nunca entran en Jesús – porque se pierden en la religión!
Ahora, estos nueve leprosos estaban ansiosos por proseguir con sus vidas. Ellos dijeron: “Tengo que volver a mi esposa y familia. Quiero a mi amor propio. Quiero volver a la sinagoga y estudiar sobre la venida del Mesías!”
Puedes decir: “¿Qué hay de malo en eso? ¿No se le ha ordenado al hombre mantener su propia casa? y ¿no habla. David de meditar en las cosas profundas de Dios? ¿No se supone que los cristianos sean motivados a trabajar diligentemente – para hacer exactamente lo que los nueve leprosos hicieron? Y ¿no dijo Jesús que fueran directamente al sacerdote?”
Sí, todo eso es verdad – ¡pero todo pierde sentido si no consigues conocer a Jesús primero!
Estos nueve leprosos habían sido verdaderamente
tocados por el poder de Jesús –
¡Se habían convertido en testigos de su poder!
“Vayan… al sacerdote… para testimonio a ellos” (Lucas 5:14). En los años por venir, estos leprosos tendrían un testimonio poderoso. Podrían pasar el resto de sus vidas hablando de cómo Jesús simplemente habló la palabra, y fueron sanados:
“¡Una vez fui un leproso! Estaba totalmente solo sin esperanza – un hombre muerto, sucio, impuro, perdido. Entonces Jesús vino y me limpió. He sido sanado ahora por veinticinco años – ¡alabado sea su nombre!”
Todo eso suena maravilloso. Pero el problema era, que estaban hablando de un hombre que no conocían – ¡testificando del poder de un Salvador del que no sabían nada! Sólo lo ven a lo lejos. Podían decirte cómo era él, cómo hablaba, cómo caminaba – pero ¡nunca se acercaron a él y a su corazón!
Uno de mis más grandes pesares en todos mis años de ministerio ha sido ser testigo del agotamiento de antiguos adictos y alcohólicos que habían sido liberados milagrosamente de vidas de terrible pecado y crimen. Muchos de ellos fueron llamados por Dios para predicar. Pero las iglesias y los pastores a lo largo de los Estados Unidos seguían pidiéndoles que vinieran y dieran sus testimonios espectaculares. Eran persuadidos y animados a dar detalles sangrientos de su pasado.
Ahora, años después, muchos de estos antiguos adictos están contando la misma historia: “Hace quince años era un chulo. Viví con prostitutas y fui a la cárcel veinte veces. Un día alguien me dijo sobre Jesús – y fui limpiado y sanado!”
Amado, ¡cientos de tales preciosos convertidos están ahora agotados, apartados y náufragos! No tienen nada del carácter de Cristo, ninguna relación con Dios, porque están viviendo en una sola experiencia del pasado. Nunca volvieron a Jesús – ¡nunca llegaron a conocerle!
Muchas personas han preguntado por qué la Iglesia Times Square no tiene convertidos de nuestros centros de caridad que vengan y testifiquen cada semana. De hecho, estos hombres y mujeres tienen algunos de los testimonios más increíbles que hayas oído.
Pero ¡queremos más para ellos a que terminen con un viejo, testimonio estropeado! Queremos que sigan con Jesús – ¡poder estar de pie y contar de un caminar fresco, a diario con él, de lo que él ha hecho por ellos hoy!
¡Queremos que tengan más de Cristo!
¡Qué triste es ver a tantos convertidos –
tantas personas liberadas – establecerse y
perderse en la euforia de la cristiandad moderna!
Algunas personas simplemente no quieren seguir con Jesús. ¡Prefieren la religión muerta! Disfrutan la pompa y el formalismo de la ceremonia de la “alta iglesia.”
Oh, ¡cuán religiosos se deben haber sentido esos nueve leprosos mientras pasaban por el largo ritual de limpieza! Y que ceremonia increíble fue:
Primero, el sacerdote tomaba dos palomas. Mataba uno sobre un tazón de agua “viva” (o, corriendo) y dejaba que la sangre goteara en el agua. Entonces ataba el hisopo a una rama de cedro (cerca de 16 pulgadas de largo) y lo amarraba a la paloma viva con una cinta de lana carmesí. Las alas y la cola de la paloma se sumergían en la sangre y el agua.
La sangre era rociada sobre el leproso limpiado en la frente y muñecas siete veces. Entonces la paloma viva era liberada para que volara lejos a un campo abierto. Después, el leproso lavaba sus ropas, se afeitaba sus cabellos, se bañaba cuidadosamente y entraba en el pueblo para aislarse por siete días.
Al octavo día, regresaba al sacerdote trayendo dos corderos machos y una oveja sin mancha. También traía 2.8 galones de harina y un cuarto de aceite. Éstos eran para una ofrenda de ofensa, una ofrenda por el pecado y una ofrenda quemada.
El sacerdote tomaba el aceite y lo vertía en la palma de su propia mano, entonces lo salpicaba siete veces en tierra. Tomando la sangre del cordero, tocaba al leproso en su lóbulo derecho, dedo pulgar derecho, y el dedo del pie derecho. El sacerdote entonces lo ungía con aceite en estos mismos tres puntos, y vertía el aceite restante sobre su cabeza.
¡Cuán ceremonial era todo esto – cuán religiosos los leprosos deben de haberse sentido! Y de hecho, estos rituales representaban cosas muy significativas – unciones, ungimientos, limpiezas con sangre. ¡Pero todo era muerto!
Estos leprosos habían ido de ser tocados por Jesús, de vuelta a la muerte, al ritualismo y al formalismo seco. Sí, habían recobrado su amor propio. Habían entrado de nuevo a la vida de la iglesia. Habían recobrado las bendiciones materiales. ¡Pero nunca llegaron a conocer a Jesús!
Puedes preguntar: “¿Por qué Jesús los enviaría de regreso a tal ritualismo?” Creo que Cristo envió a esos leprosos al sacerdote esperando que estuvieran hambrientos por conocer la realidad detrás de todo el ritual:
“El agua corriente – ¿No dijo él una vez que él mismo era agua viva? Y la rociadura de sangre – ¿No dijo él que su sangre sería derramada, que él sería crucificado? El cordero siendo sacrificado – ¿qué significa eso?”
Ves, no había un sacerdote en Israel que podía decirles a estos nueve leprosos lo que esas ceremonias significaban. ¡Ellos las realizaron todas por repetición! No – ¡Jesús quería que esos leprosos volvieran a él y fueran enseñados! Cuando ellos habían clamado a él en la orilla del camino: “¡Maestro, ten misericordia!” usaron una palabra que significaba: “¡Comandante, Maestro!” Ellos sabían que él tenía toda la verdad – pero ellos no estaban hambrientos por ella.
Esos nueve leprosos representan las miles de almas pobres que hoy se sientan en las iglesias escuchando a ministros que no saben de lo que están hablando. ¡Todo está seco, aburrido – muerto! Pero sé que está teniendo un buen efecto: ¡La gente se está cansando! Muchos están diciendo: “Esto no es para lo que Jesús me salvó – sentarme aquí y secarme bajo un hombre que simplemente está yendo por las mociones. ¡Denme la realidad! ¡Denme a Cristo!
Ahora quiero contarte del hombre del remanente –
¡el único entre diez que se vuelve y corre de vuelta a Jesús!
¿Por qué es que en cada generación hay un remanente que corre a Jesús con pasión y acción de gracias? ¿Por qué Dios siempre tiene uno entre diez que deja todo y regresa sólo para adorar y alabar a Cristo – mientras el otro noventa por ciento continúa mecánicamente?
Creo que el samaritano regresó a Jesús porque no estaba atado por formas y rituales. ¡No tenía que “desaprenderlo” todo! Tú ves, los otros nueve habían sido criados ortodoxos, sus mentes entrenadas desde la niñez en el ritual y la ceremonia. Todavía estaban atados por su tradición. Pero una vez que el samaritano vio todo el sistema religioso, gritó: “¡De ninguna manera!”
Él fue testigo de la falsedad de los líderes y feligreses. Él vio a los fariseos robando a las viudas y tomando sus casas. Él vio a los sacerdotes sobornando y siendo sobornados. Él vio los templos llenos de cambistas de dinero, convirtiendo la casa de Dios en una cueva de ladrones. Él vio a los escribas haciendo reglas para otros, las que nunca levantaron un dedo para guardarlas ellos mismos.
Él vio todos los frentes blanqueados, caras falsas y normas dobles. Y se dijo a sí mismo: “Esto es el ciego guiando al ciego – no es para mí. ¡Quiero lo verdadero!”
Ahora, cuando se dirigía hacia el pueblo con los otros nueve – de regreso al sacerdote, la iglesia, la sociedad, el respeto y la buena vida – se detiene y piensa: “¡Espera un minuto! Recuerdo como era cuando lo tenía todo – dinero, prestigio, seguridad. ¡Era miserable! Mis así llamados amigos todos me rechazaron a la primera mención que podía tener lepra. Estaba vacío – atado por hábitos pecaminosos, lleno de odio y amargura. Era un infierno viviente. ¿Por qué debo regresar a eso?”
Entonces algo en su corazón empezó a arder: “Mírenme – estoy limpio. ¡Jesús me sanó! La iglesia puede esperar – mi familia y carrera pueden esperar. ¡Voy a Jesús! ¡Quiero ir a conocer al que me sanó!” Llegó a la misma conclusión a la que todo el pueblo del remanente llega:
No hay nada allí afuera que yo quiera. ¡Todo es vanidad! Voy a Jesús – ¡Él será mi realidad!”
No pienses por un minuto que este leproso limpiado
regresó tan sólo para dar gracias – No. ¡Él estaba abrumado
por un deseo de adorar a este Hombre Jesús!
El leproso remanente no podía parar de gritar: “¡Gloria!” ¡Alabanzas brotaron de lo más profundo de su ser!
Creo que si cualquier persona adora a Cristo como hizo este hombre – quedando postrado a sus pies, gritando gracias sin moderación – ¡tal persona está decidida a nunca dejar a Jesús! En su corazón dice, «¿A quién iré? ¡Él tiene palabras de vida eterna!”
Imagino a este hombre apareciéndose en todos los lugares donde Jesús enseñó. Cada vez que Cristo estaba en la ladera de una montaña o costa, allí se sentaba el leproso limpiado, justo al frente. Él gritaba en alta voz: “¡Te amo, Jesús! ¡Gloria a Dios! ¡Te Alabo!” Le veo en la Ascensión, llorando: “¡Llévame contigo, Jesús!” Y me gusta pensar que estuvo en el Aposento Alto el día de Pentecostés, alabando a Dios – ¡lleno del Espíritu Santo!
Mas la verdad es que a nosotros se nos ha dado algo que el leproso agradecido nunca tuvo – ¡un potencial para el poder más allá de cualquiera conocido a la humanidad!
En enero, cada cuatro años, América inaugura, un presidente a lo que se llama “el cargo más poderoso de la tierra.” Su firma es ley. Él manda al ejército más poderoso del mundo. Simplemente puede pulsar un botón y traer la destrucción a naciones enteras. ¡Pero el poder que tiene es nada comparado al poder que Jesús nos ha dado a ti y a mí!
Ves, tenemos acceso absoluto para venir a la misma presencia del Creador y Dios vivo – ¡y también para que él venga a nosotros! “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo… acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe.” (Hebreos 10:19-22).
El leproso remanente no tenía tal poder. Sólo vino después que el velo del Templo se rasgó en dos. Cuando eso pasó, significaba que el hombre podía entrar y Dios podía salir – ¡para que pudiera reunirse con nosotros!
La palabra “libertad’ en este versículo significa “con apertura, publicidad no disimulada.” Amado, ¡esa “publicidad’” es por causa del diablo! Significa que podemos decir a cada demonio del infierno: “¡Tengo derecho por la sangre de Jesucristo para caminar en la presencia de Dios y hablar con él – y él conmigo!”
¿Crees que tienes este derecho – que Dios está dispuesto a salir y reunirse contigo? ¡Acerquémonos a él con corazón lleno de la seguridad de fe! No entramos por la sangre de una paloma o cabra o toro – sino por la sangre de nuestro Señor Jesús:
“Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santificaban para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obra muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:12-14).
¡Nada estremece más el corazón de Dios que cuando sus hijos van a él confiadamente, sin timidez! Él quiere que vengamos, diciendo: “tengo derecho de estar aquí. ¡Y aun si mi corazón me condena, Dios es mayor que mi corazón!” (ver 1 Juan 3:20).
Después que este leproso se acercó a Jesús la segunda vez, la Escritura dice que Jesús «[le] sano.” “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.» (Lucas 17:19). Esta vez Jesús le dio más que limpieza – él le dio plenitud, en su mente, cuerpo, alma y espíritu. Y eso es lo que Dios está dando a todos los que se acercan a él hoy: ¡plenitud!
Me agrada pensar que este leproso del remanente regresó a su ciudad natal y tuvo una reunión con los otros nueve leprosos sanados. ¡Qué conversación la que ellos habrían tenido!
Los nueve probablemente estaban de pie hablando de todos los problemas que enfrentaron cuando regresaron: Las esposas se habían vuelto a casar. Los niños se alejaron avergonzados. Los viejos amigos todavía actuaban como extraños. ¡Los ajustes tenían que estar agobiándolos!
Entonces todos se volvieron al leproso del remanente. “¿Cómo resultó todo para ti? ¿Recuerdas a ese Galileo, Jesús, el que nos sanó? ¿Qué fue de él? Y ¿por qué estás tan contento?”
Él irrumpió en una sonrisa y dijo: “¡Estuve con él ayer! Estoy siguiéndolo – soy su discípulo, y él es mi maestro. Y créanme, ¡no he tenido problemas de ajuste! No me molesta que mi familia me rechace, o que mis amigos me desampararan. ¡Jesús me dio albergue!
“Hermanos, permítanme decirles – ¡camino con Dios! Él me habla y me enseña. Soy ahora un fabricante de tiendas – ¡pero mi trabajo que más me recompensa es alabar a mi Señor!”
Quizás invitó a los otros nueve a ir con él a ver a Jesús. Pero ellos probablemente le habrían rechazado: “Lo sentimos – estudiamos la ley tres noches por semana. Estamos en una gran discusión ahora sobre cuando el Mesías vendrá.” Pueden haber pensado que estaban buscando al Mesías – ¡pero ya lo habían pasado por alto!
Así que el leproso del remanente se va – regresa a Jesús, cantando: “Hay una canción en mi corazón que los ángeles no pueden cantar – ¡Redimido! ¡Redimido!” Él está viviendo en la redención – ¡restaurado, totalmente libre!
Querido santo, tú y yo tenemos algo mayor que este leproso. No tenemos sólo una puerta abierta, sino un Padre amante que nos dice: “Ven – eres limpio. Créelo – actúa en esto. ¡Ven y encuéntrate con Cristo!” ¡Aleluya!