Donde se Ganan las Batallas

Descubra cuál es su mayor recurso

Pedro no entendía lo que estaba a punto de suceder, aunque debió haber tenido el discernimiento necesario para saberlo. Ni Jacobo, ni Juan, ni ninguno de los otros discípulos lo tuvieron. Aunque habían estado con Jesús durante tres años, todavía no tenían una idea clara del plan eterno de Dios, y esta falla se convertiría en su vergüenza.

Entre los discípuols surgió una disputa sobre quién sería el mayor entre ellos. Jesús intervino, diciendo: «El mayor entre vosotros [sea] como el más joven, y el que dirige, como el que sirve» (Lc 22.26). Más tarde, les reveló una sorprendente verdad: todos ellos le abandonarían esa misma noche.

Pero Pedro negó categóricamente esa posibilidad, diciendo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré» (Mt 26.33). Nadie parecía estar consciente del vertiginoso desarrollo de lo que estaba teniendo lugar. A medida que avanzaba la tarde, los discípulos escuchaban al Señor mientras éste les decía que sería traicionado, pero su mensaje no les llegó al corazón.

No podían concebir que sucediera tal cosa, no a un hombre que había cambiado la vida de tantos, y que literalmente había hecho milagros ante sus ojos. Con la muerte y el dolor acercándose rápidamente, los discípulos se durmieron, sin haber aprendido la lección más importante para ganar cualquier batalla. ¿Cuál lección? Que hay que velar y orar.

¿Somos negligentes en cuanto a nuestra fe?

La mayoría de nosotros nos hemos encontrado, alguna vez, en situaciones en las que sabíamos que algo estaba a punto de cambiar. Podíamos sentirlo. Puede que hayamos sido prevenidos con anticipación; es posible incluso que alguien nos haya dicho con antelación qué iba a suceder, pero no estuvimos dispuestos a aceptar ninguna otra posibilidad.

Nos negamos a escuchar, porque estábamos enfrascados en nuestras necesidades, y en nuestros deseos, sueños y pasiones. En vez de hacer caso a la advertencia y prepararnos para lo que iba a venir, decidimos ignorar el mensaje. Fuimos negligentes. Entonces, sólo después de que nos golpeó la adversidad, nos dimos cuenta de que habíamos perdido una oportunidad de confiar en Dios.

Tras el arresto y la crucifixión del Salvador, los discípulos hicieron probablemente lo que la mayoría habríamos hecho: pensaron en los detalles que condujeron a esa noche, y en el hecho que cambió para siempre sus vidas. ¿Fue que no vieron algo, una señal de por qué las cosas habían salido tan diferentes a lo que ellos esperaban? ¿Pudieron haber hecho algo para evitar el arresto de Jesús? ¿No habían sido leales con Él? ¿Les esperaba a ellos el mismo destino?

Ciertamente, la principal victoria del cristiano fue ganada en la cruz. Fue allí donde Dios sacrificó a su Hijo por los pecados de la humanidad. Jesús tenía que morir, para que pudiéramos tener vida eterna. No ha existido ninguna victoria más grande que ésta; pero en las horas previas que llevaron a este momento se logró una victoria muy importante.

Tuvo lugar esa misma noche en el huerto de Getsemaní. Fue aquí donde Jesús se rindió completamente a la voluntad de su Padre. Si Él no hubiera hecho esto, la cruz jamás habría podido ser levantada. Usted y yo nos habríamos perdido eternamente.

Hay también otra verdad muy reveladora acerca de lo que sucedió en el huerto horas antes del arresto de Jesús. Los discípulos tuvieron la gran oportunidad de demostrar su fidelidad, sin embargo, no pasaron la prueba, no una sino tres veces. ¿Podemos aprender algo de su fracaso? Pues así es.

Al término de la cena pascual, Jesús llevó a sus discípulos del aposento alto a un lugar de aislamiento y oración. Les pidió que se mantuvieran alertas y vigilantes, pero no hicieron ni una cosa ni la otra. Jesús escogió a tres hombres —Pedro, Jacobo y Juan— con los cuales tenía una relación particularmente estrecha, para que fueran a un lugar de íntima oración, que estaba aun más cerca del corazón de Dios. Estaba literalmente a pocos pasos de distancia de donde Él había hecho su oración de entrega personal.

Jesús no era solamente Dios; era también humano. En Getsemaní, su condición humana se hizo más evidente. Estaba angustiado, sufriendo y sintiéndose muy solo, aunque sus amigos estaban con Él. Jesús tenía que rendirse al plan de Dios, o no hacer la voluntad del Padre. No había forma de evitar la importancia de ese momento.

Dijo a sus discípulos: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.

Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño» (Mt 26.38-43).

Lo que sucedió después, es más de lo que quisiéramos imaginar. Jesús regresó por tercera vez, sólo para encontrarlos dormidos nuevamente. Mateo escribió: «Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad.

He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado» (vv. 44, 45). Estaba a punto de hacerse realidad todo lo que Jesús les había dicho que sucedería. Una vez que la iniquidad de Satanás se pusiera en acción, no habría más tiempo para «velar y orar».

Permita que la oración sea su primera respuesta

Llegará un momento en el que Dios nos llamará a orar, y entonces deberemos obrar de acuerdo con lo que hemos aprendido de Él. Pero si no hemos pasado tiempo con el Señor, no sabremos cómo permanecer firmes en nuestra fe.

También nos faltarán el discernimiento y la sabiduría clave para tomar buenas decisiones. Cuando vengamos al lugar de la oración, el lugar donde Jesús llevó a esos hombres aquella noche, debemos estar completamente concentrados en su santidad, tanto así que el estar en su presencia infinita nos haga ponernos de rodillas. Jesús se humilló a sí mismo delante del Padre, y aquellos hombres tuvieron la oportunidad de ser testigos de cómo oró Él, aunque no lo hicieron.

Cuando enfrentemos desafíos demasiado grandes para nosotros, nuestra primera respuesta debe ser acudir a Dios en oración. La victoria en todas las batallas, se obtienen sólo en un lugar: en el lugar de la oración.

En vez de quedarse sentado, haga el esfuerzo de postrarse delante del Señor; extiéndase sobre el piso y permanezca tranquilo en su presencia. Puede que algunas personas no puedan hacer esto físicamente, pero sí pueden postrarse delante de Él en su corazón.

Piense en la fortaleza interior que habría logrado Pedro esa noche, de haber hecho lo que Jesús le pidió: velar y orar. O considere el discernimiento y el poder que hubiera tenido por seguir el ejemplo de Cristo. Juan y Jacobo se habrían, sin duda, unido a Pedro, y los demás habrían hecho también lo mismo. Habrían logrado el coraje que tanto necesitaban. Pero, cuando el enemigo atacó, salieron corriendo por el temor de perder sus vidas.

En la oración hay un poder ilimitado. Ésta es una de las razones por las que Jesús pidió a sus seguidores que oraran con Él esa noche. Las personas, muchas veces, quieren conocer la voluntad de Dios para sus vidas. Gastan dinero comprando libros y probando métodos diferentes para aprender algo nuevo que dé significado a sus vidas. Pero la verdad es que, lo que están buscando, está justamente frente a sus ojos. Todo lo importante se consigue mediante la oración.

Gracias a la oración, Jesús se sintió seguro del plan de Dios para Él. ¿No le gustaría saber qué plan tiene Dios para su vida? Cristo ganó la batalla en un lugar de oración. Ése es, también, el lugar en el que usted puede ganar sus batallas. Él nunca se dio prisa por saber qué opinaban los demás. Él quería saber únicamente lo que Dios Padre pensaba. Cuando se levantó del suelo esa noche en el huerto, tenía la dirección, la esperanza y las fuerzas que necesitaba para soportar el Calvario por amor a nosotros. Jesús sabía que podía confiar en el Padre, porque había pasado tiempo con Él.

¿Qué problema tan grande hay en su vida, que usted no es capaz de manejar? Para Dios, nada es demasiado grande. ¿Quisiera usted «velar y orar» con Él, para conocer su voluntad y su plan perfectos?

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