Rev. Julio Ruiz
(1 Pedro 2:22-25 )
Introducción: El término “ovejas descarriadas” nos habla gráficamente de una condición perdida, extraviada y en búsqueda de algún camino seguro. La oveja por su propia naturaleza tiene una tendencia a descarriarse y a perderse del rebaño, sobre todo si no hay la dirección oportuna del pastor. Pero también hay aquí la idea de estar en una condición desgarragada, amorotadas y sangradas. Esto se desprende por su indefensa y por los ataques de los animales salvajes que buscan esta presa que no ofrece mucha resistencia.
David antes de ser rey fue un pastor de ovejas y en varias ocasiones tuvo que librarlas de animales tales como: osos y leones. Seguramente arriesgó su propia vida para quitárselas de las fauses de sus hambrientas bocas, hasta traerlas de regreso al redil. Asi, pues, Pedro nos dice que cuando somos salvos, volvemos al pastor que no solo arriesgó su vida sino que la puso por las ovejas (Jn. 10:11). Estamos hablando del gran Pastor que apacienta con un tierno e infatigable cuidado a la grey por la que derramó su sangre. A ella pronto volverá como su Príncipe de los Pastores para conducirla en los verdes prados de las alturas, de donde jamás se descarriarán. Pero todo esto tuvo un altísimo costo. El hacer volver a las “ovejas descarriadas” de las fauses del infierno, cual oso o león salvaje, le costó a Cristo los más altos sufrimientos que comenzaron con la ofensa de su propia dignidad hasta llegar a la cruel ejecución, en una tosca y grotesca cruz.
ORACION DE TRANSICION: Analicemos el costo del regreso
I. EL COSTO DE SU IMPECABILIDAD v. 22.
La Biblia simple y llanamente declara a Cristo como libre de todo pecado. Jesús no cometió pecado porque el no tuvo una naturaleza pecaminosa como la nuestra. La palabra griega “hamartían” literalmente significa errar o fallar el blanco. El único hombre que pisó esta tierra sin fallarle a Dios se llama Jesucristro. Esto hizo que el costo para que nosotros regresáramos al redil fuese muy alto y a su vez inmerecido. Nosotros sufrimos porque estamos en una naturaleza afectaba. No solo hay un sufrimiento físico que proviene de nuestra naturaleza caida, sino también uno de orden moral, síquico y emocional. Sin embargo Cristo no sufrió por sus propios pecados, porque él no tenía ninguno. Pablo habló también del testimonio de su impecabilidad, cuando dijo: “No conoció pecado” (2 Cor. 5:21). Y su discípulo amado, quien estuvo tan cerca de su corazón afirmó: “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). La declaración “no hizo” del presente pasaje es un aoristo griego que afirma: “!Nunca, ni en un solo caso!”. Juan el Bautista cuando lo vio, lo calificó así: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29b). ¿Quién puede perdonar pecado sino solo Dios? He aquí la única razón que encontraron los judios para enjuiciar a Jesús; pues según ellos, Jesús siendo hombre se hizo Dios. Pero lo cierto es que él se hizo pecado por nosotros. ¿Puede imaginarse al “cordero sin mancha y sin contaminación” llevando sobre si mismo todos nuestros pecados? Jesús increpó a sus enemigos para que lo acusaran de pecado. Es el único hombre que ha dicho: “¿quién de vosotros me redarguye de pecado?”. El escritor a los Hebreos hace una auténtica apologética cuando trata de describir la impecabilidad del Hijo de Dios. Habló de él como un gran sumosacerdote que se complace por nosotros, pero a la vez de alguien que fue tentado en todo, con la única diferencia que no hizo pecado ni se halló maldad en su boca (Hebreos 4:15). Nuestro regreso le costó a Cristo el sacrificio de su santidad y pureza. Nuestros negros y muy oscuros pecados ensuciaron su cabeza, su espalda, sus manos y sus pies. Asi lo dijo Pablo:“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hecho justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).
II. EL COSTO DE DECIR LA VERDAD v. 22 b.
Pedro no solo habla de su impecabilidad sino también de su veracidad. Así ponderó su actitud: “ni se halló engaño en su boca”. El tuvo a Jesús como su Maestro. A él le sorprendió de Cristo que sus palabras estaban revestidas no solo de una autoridad como ningún otro hombre las había pronunciado, sino que oyó con extrañeza que ninguna de ellas estaban salpicadas con la mentira o el engaño. El discurso de nuestros líderes contemporaneos están adornados de mucho sensacionalismo, de un gran populismo y de una fuerte dósis de engaño para lograr sus fines. La desilución de los seguidores pronto queda de manifiesto cuando tantas promesas hechas no se *****plen, por el cambio y la confusión del discurso. Lamentablemente en la boca del hombre hay engaño. Y eso viene porque la Biblia misma dice que “engañoso es el corazón mas que todas las cosas, y perverso..” (Jer. 19:9). Pero el discurso de Jesús no conoció el engaño. Jamás mintió ni manipuló la verdad. Quienes han tratado de destruirle y detenerle, se han encontrado con una vida de tan elevada altura ética y espiritual, que han terminado afirmando lo que dijo Pilato cuando le tuvo al frente para “examinarlo” y sentenciarlo: “Yo no hallo en él ningún delito”. Solo un hombre caminó sobre esta tierra en quien no se encontró ningún engaño en su boca: Jesús de Nazaret. Todo esto significó un alto costo para Jesús. Para alguien que era absoluto en la verdad, hablarla en medio de una generación”maligna y perversa” causada por el pecado, constituía el sacrificio de sus palabras. Los imperios han pasado, las grandes celebredidas tienen su época, la corriente de una Nueva Era ha hecho irrupción pretendiendo cambiar y echar por tierra a Jesús, pero su verdad no ha conocido fronteras, credos, razas, idiomas o culturas. El hombre en quien “no se halló engaño en su boca” sigue comandando el ejército más grande que marcha sobre toda la tierra, el cual no claudica pues el que dijo: “Yo soy la verdad..”, también dijo: “estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
III. EL COSTO DE SU SILENCIO v. 23
Nuestro Señor Jesucristo fue paciente bajo las provocaciones. Muchos de sus enemigos pretendían que cayera en su propio terreno de maldad. Pero a Jesús nadie logró exasperarlo y hacerle perder el control. Cuando la Biblia y él mismo se autodefine como un hombre manso, estaba declarando una vida controlada. El profeta Isaías dijo de él: “como oveja fue llevado al matadero, no abrió su boca..” (Is. 53: ). Sometido al más vulgar de los vituperios y los escarnios, permaneció bajo un asombroso silencio. Tenía todos los recursos a su disposición para ejecutar cualquier defensa pero permaneció en silencio. Era dueño del universo pero permaneció en silencio. Tuvo todo el poder para destruir a los que le maltrataban pero permaneció en silencio. Cuando le acusaban no se defendía. El estuvo maravillosamente libre del anhelo de la propia vindicación. Ninguna palabra descomedida ni amenazante escapó de su callada lengua. Y en esto, es posible que quienes se unieron contra él confundieron su silencio con su debilidad. Pero lo que Jesús manifestó fue algo sobrenatural. El soportó calladamente todo aquel torrente de palabras blasfemas, hirientes, descorteces e irreverentes porque sabía que aquella era la “hora de las tinieblas”. Era el tiempo cuando el príncipe de la potestad del aire, el poder del pecado y el aguijón de la muerte se estaban señoreando sobre el mundo. Pero en su sielencio también ya les había perdonado porque no sabían lo que estaban haciendo. ¿Cuál era su recurso oculto para soportar bajo tantos insultos inmerecidos? El confiaba en Dios y “encomendaba la causa al que juzga rectamente”. Aplicación: Alguien dijo: “Es una marca de las más profundas y más verdadera humilidad vernos condenados sin causa, y estar callados bajo ello. Estar callados bajo los insultos y la malicia es una imitación muy noble de nuestro Señor Jesucristo. Cuando recordamos de cuántas maneras él sufrió, él que no lo merecía en absoluto, ¿dónde está nuestro buen sentido cuando nos sentimos empujados a defenderdos y a excusarnos?”. Aquí lo que dijo Pablo en Romanos 12:19-21 nos viene muy a la medida.
IV. EL COSTO DEL SUBSTITUTO v.
Cuando hablamos de los sufrimientos de nuestro Señor, los mismos, no solo fueron ejemplares sino expiatorios. La verdad que jamás lograremos entender sobre tales sacrificios es que la agonía del Salvador no fue causada por sus propios pecados, porque él no tenía ninguno. La única y exclusiva razón por la que él fue clavado en la cruz se debió a nuestros pecados. Si Jesús sufrió de tal manera por nuestros pecados, debería despertarse en cada uno de nosotros un cuidado tal que no suframos nosotros al ceder a ellos, al considerar el indescriptible dolor de la cruz de alguien que moría por ellos. Como alguien lo expresó : “El hecho de que él murió por ellos nos debería llevar a morir a ellos”. Aqui es donde se debe valorizar en alto grado el sufrimiento del calvario. Pedro nos sigue hablando del costo que produjo nuestro regreso al mencionar que “por cuya herida fuistes sanados”. La palabra “heridos” que aparece en nuestra versión en plural, está en realidad en singular en el original griego, de donde se desprende que a lo mejor todo el cuerpo del Maestro se convirtió en una llaga para poder curar nuestros pecados. Curados por sus heridas es lo más extraño y paradójico para la razón humana. Es como comenta el expositor bíblico Theodoret: “Un nuevo y extraño método de sanidad. El médico sufrió el costo y el enfermo recibió la sanidad”. Apliación:¿Cuál debería ser nuestra actitud para con el pecado, cuando nuestra salud le costó tanto al salvador?
CONCLUSION: Desde que entró el pecado en el mundo la humanidad ha quedado como “oveja descarriada”. Adán y Eva experimentaron las consecuencias de estar, no sólo excluido del paraiso, sino del Pastorado Divino. La verdad sigue siendo la misma. Hay una humanidad descarriada, perdida y acosada por las fauses del enemigo del alma. Jesús cuando vio a las multitudes tuvo una visión exacta de la condición en la que se encontraban los hombres desde que el pecado se hizo señor de ellos: “Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas porque las veia como ovejas sin pastor”. La conversión es, entonces, volver a regresar al Guardián de nuestras almas. Es recocer nuestro extravío y entrar por la puerta que nos conduce al redil. Esa “puerta” es Jesús pues el mismo dijo, “yo soy la p uerta, el que por mí entrare hallará pasto”. Jesús es el buen pastor y el buen pastor pone su vida por sus ovejas. Ya él la dio por nosotros, ¿se la daremos nosotros a él?