Luc. 8:22-25. INTRODUCCIÓN: Desde que comencé a leer el Nuevo Testamento, siendo todavía niño, me impresionó el pasaje que tenemos para hoy. En solo cuatro versículos se describen magistralmente la vida del Hijo del Hombre y del Hijo de Dios. Lucas, quien es un diestro en la economía de las palabras, pero no por ello deja de asombrarnos con sus escritos, literalmente presenta una escena que bien pudieran todos los artistas en sus diferentes géneros, utilizarla con su imaginación y creatividad para describir lo que pasó aquella noche con una pequeña embarcación en medio de un mar embravecido por las olas.
Así tenemos que en esta historia hay un mar agitado; hay un hombre durmiendo en medio de una tormenta; hay una frágil embarcación a punto de perecer; hay unos expertos marineros presos de un gran temor. Pero sobre todo, hay una calma después de una gran tormenta. Este es un impresionante pasaje para dejar libre a la imaginación con el fin de encontrar todas las “maravillas de la ley”, y ser por ella gratamente edificados. Esta semana, y antes de seleccionar este mensaje, vi con mi esposa en el descanso del hogar, la película “The Perfect Storm” (La Tormenta Perfecta) La película, definitivamente, fue bien hecha. La forma como se presenta la tormenta con sus descomunales olas, moviendo de un lado para otro a aquella débil embarcación, y luego el ver aquellos expertos marineros metidos en el mismo “ojo” del huracán, campeando y venciendo al embravecido mar, es algo que mantiene en suspenso a los espectadores. Sin embargo, hay una nota de frustración acompañada de una gran carga sentimental en sus últimas escenas. Después que el capitán había logrado mantener a flote la embarcación, y presagiando que ya irían a una mejor bonanza, se encontraron con una ola tan impresionantemente grande que tenía la forma de una pared inclinada. Éste, aprovechando el descenso, y poniendo la máquina a lo último que daba, trató de subir la ola, con el infeliz resultado que justo cuando estaba en la parte alta de la misma no puedo hacerlo, siendo la nave totalmente volcada. Y allí quedaron todos atrapados hasta que finalmente murieron sin que ninguno se salvara. Una vez que terminó la película yo quedé pensando en lo frágil y pequeño que es el hombre frente a la furia y el poder de una tempestad. Pero a su vez vino a mi mente la grandeza y el poder de mi Dios. Él es el único que puede decir a los vientos y tempestades: “Calla, enmudece”. Solo mi Cristo con el poder de su voz puede ordenar a las tormentas que se calmen y se haga grande bonanza. Hablemos de ese tema en el día de hoy.
ORACIÓN DE TRANSICIÓN: Veamos a este Cristo incomparable siguiendo la visión de Lucas.
I. JESÚS ES EL HOMBRE QUE PUEDE DORMIR EN PLENA TEMPESTAD
Esta historia no podemos desarrollarla sin tomar en cuenta el lado tan humano de nuestro Señor Jesucristo. Lucas nos habla de este detalle, al decirnos: “Pero mientras navegaban, él se durmió…” v.23a. Si alguien tiene dudas de la encarnación del Hijo de Dios, debería venir y leer el presente versículo con toda la calma y la objetividad que se nos presenta. Jesús se durmió porque Jesús se cansaba. El evangelista Mateo hace la acotación que antes de atravesar el mar, Jesús estuvo rodeado de una inmensa muchedumbre que le buscaban y por seguro, tener que atender a tanta gente producía en él un agotamiento que ameritaba un descanso. Fue por eso que Jesús ordenó a sus discípulos que atravesaran el mar. Recordemos que eso sucedió durante la noche, de modo que Jesús aprovechó ese tiempo para dormir y reponerse de su agobiante trabajo. Marcos nos cuenta que “él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal…” (Mr. 4:38a). Dicho en otras palabras, Jesús estaba “muerto de sueño” como resultado de un gran cansancio. Así tenemos que bajo alguna noche oscura y algún cielo borrascoso, hay un hombre que duerme plácidamente mientras que a su alrededor se mueve y emerge un sonido desde las profundidades marinas que deja bajo estado de «shock» a unos diestros pescadores. Es posible que mientras aquella tormenta encrespaba los nervios de los asustados discípulos, para Jesús aquel semejante ruido era una dulce melodía que hacía más placentero su sueño. Y es que Jesús duerme porque él confía que en aquella embarcación hay hombres con una gran pericia quienes conocían muy bien el mar; pero más aun, Jesús duerme porque confía en su amoroso Padre. Su cercanía y relación con él le hacía estar tan confiado, que bien fuera que estuviera en el mar o en la tierra, Dios le cuidaba y le protegía. Los discípulos preguntaron, “¿quién es este hombre… ?”. Muchos siguen haciendo esta pregunta, y a esto respondemos: él es el único hombre que puede dormir aunque se levanten olas y tempestades a su alrededor. Jesús es el único que no se llena de temor ni de miedo, ni por nada se inmuta porque todas las cosas están bajo su señorío y poder. A Jesús ninguna cosa creada le atemoriza, ni aun los demonios del mismo infierno. Ver a Jesús dormir en la tormenta es un cuadro que nos inspira seguridad y gran confianza. Hoy como ayer, Jesús toma nuestra débil “embarcación”, a lo mejor azotada por tantos “vientos y tempestades” de este mundo, y se pone al frente de ella para conducirla. Y es que si Jesús comanda nuestro “navío”, ¿por qué temer a las altas “olas” que se levantan?
II. JESUS ES EL MAESTRO QUE GENERA CONFIANZA EN LA TEMPESTAD
En la narración de los tres evangelistas que se nos dice: “Y he aquí se le levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca..” (Mt. 8:24a). “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que se anegaba” (Mr.4:37). Y Lucas nos dice: “Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban” (Luc. 8:23b). Aquella fue una experiencia real. Todos ellos fueron envueltos en un ambiente de peligro, de gran temor y de una cercanía a la muerte misma. Sin embargo allí estaba Jesús, y eso hizo la diferencia. Fue como alguien dijo: “Es mejor pasar la tormenta con Cristo que navegar en aguas tranquilas sin él”. De poner la confianza en el Maestro en todo tiempo, afirmamos lo siguiente.
1. Nadie escapa a las tormentas aun confiando en Jesús. A estas alturas los discípulos ya habían aprendido a confiar y a obedecer al Maestro. Él les infundía no solo un gran respeto y admiración, pero también una gran seguridad; él no-solo era un hombre de palabras sino de hechos y de acción. Y precisamente por seguirle se encuentran atrapados en una gran tormenta. No sabemos si anterior a esta tormenta, estos diestros pescadores se habían encontrado con alguna parecida. Ahora descubren que por seguir a su Señor su vida está en grave peligro. Aquí hay algo muy importante que destacar. El seguir a Cristo no nos asegura un viaje por tranquilas y serenas aguas que podemos ir al puerto sin ninguna dificultad posible. Por el contrario, al momento cuando nos embarcamos con él a lo mejor se desata la primera «tormenta». Muchos creyentes han experimentado esto. He oído decir con frecuencia, “desde que decidí seguir a Cristo no he cesado de tener pruebas”. Y muchas veces he tenido que consolarles diciendo, ‘por cuanto tenemos pruebas’ es que Jesús está con nosotros. Él dijo: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”.
2. La importancia de acudir a Jesús en medio de las tempestades. Aquellos “veteranos de las aguas” pudieron haber optado por algún otro medio para salvarse en aquel momento crítico. Sin embargo, la confianza que ya les había brindado su Maestro, así como los inobjetables milagros que le habían visto hacer, les impulsaron a venir y despertarle para que él les salvara de tan angustiados momentos. Los discípulos hicieron lo que todos debemos hacer cuando el “mar agitado se abre” delante de nosotros. Hemos de venir a él para traerles el problema. ¿Adónde acude nuestra gente cuando es atacada por las tormentas de sus problemas? En la vida vienen las tormentas de las tribulaciones y pruebas; vienen las tormentas de las tentaciones y las pasiones. Hay tempestades repentinas que invaden nuestra pobre “embarcación” y quedamos atrapados en medio de un “mar” de desaliento. Pero Jesús sigue siendo el Maestro que nos genera confianza para que acudamos él. Ahora no tenemos que despertarle. Sus ojos atalayan en todas partes, de manera que estamos seguros en él.
3. El Señor confía que hagamos uso de la fe en medio de las tormentas. Pienso que aparte del cansancio en si, Jesús se quedó dormido y dejó a sus discípulos conducir la barca libremente para probar en ellos la clase de fe que tenían capaz de sobre ponerse a las difíciles circunstancias. Sin embargo no fue así. Tuvieron que interrumpir el placentero sueño del Maestro para que les ayudara. Así tenemos que Jesús reprendió el viento, pero también reprendió su falta de fe. La situación no ha cambiado desde los discípulos para acá. A veces nos desesperamos y gritamos en medio de las tormentas de la vida, mientras el Señor espera que hagamos uso de nuestra fe. Se dice que los hombres y las mujeres de fe se prueban precisamente en las tormentas; vea lo que dice el salmista en el 46:1-3 y el 107:23-42.Es la fe en nuestro Señor la que nos llevará seguro en medio de cada tempestad hasta llegar al puerto donde nos aguarda el Salvador eterno. Ante el milagro de la bonanza, los temerosos discípulos preguntaron, “¿quien es éste…?” Tal pregunta reveló que ellos no conocían bien a su Maestro. Nuestra fe se hará más grande cuando conozcamos más a Jesús. Las tormentas de nuestra vida serán más llevaderas cuando descubramos que quien comanda nuestra débil embarcación es nada menos que el gran “piloto” Jesucristo. Si él está allí no habrá necesidad de “despertarlo”. Solo tenemos que confiar y seguir adelante.
III. JESÚS ES EL SEÑOR DE LA TEMPESTAD
La Biblia nos dice que por medio de él y para él fueron creadas todas las cosas (Col. 1: 16). Esto significa que todo lo creado le está sujeto, y en consecuencia todo le obedece. El libro de Jonás, de apenas 4 capítulos en la Biblia, nos ofrece la forma como la naturaleza obedeció al Señor para lograr sus fines, especialmente para enseñar la condición del profeta. Así tenemos que, el mar obedeció trayendo una gran furia para despertar del sueño al profeta desobediente (Jonás 1:4). Obedeció un «gran pez» para tragarse al profeta confeso (1:17). Obedeció una calabacera para que le diera sombra al profeta quejón (4:6). Obedeció un gusano para destruir el techo del profeta sin compasión (4:7) Y finalmente preparó «un viento solano» para quebrantar al profeta ciego de prejuicios. La naturaleza ha quedado lista para obedecer las órdenes divinas. A Jesús le obedecen las enfermedades dejando sanos los cuerpos. Le obedecen los demonios dejando libre a los poseídos. Le obedece la muerte soltando lo que había arrebatado. Le obedece la higuera al no dar nunca más fruto. Y en el pasaje de hoy, le obedece una tempestad volviendo a una gran bonanza en el lago de Galilea. En aquel caso fue como si el «demonio de los vientos» fuera bozaleado y neutralizado de toda su furia y poder. Los discípulos se preguntaron quién este hombre que «aun el viento y el mar le obedecen». Hay cosas que no pueden permanecer firmes frente a la furia de una tempestad; ninguna cosa es tan temida que esto. Observe la fuerza de un tornado, de un huracán, de un ciclón, de un tifón, etc. ¡cuánto desastre dejan a su paso! ¿Qué decir del mar? Ni las más grande embarcaciones han prevalecido frente a esa fuerza que emerge de sus profundidades. Sin embargo, Jesús calmó al mar y al viento lo enmudeció. Es tal el dominio que él tiene sobre esos elementos naturales, que es el único hombre que ha camino sobre el mar sin mojarse ni hundirse. Todo esto es garantía para nuestras vidas. Jesús es el Señor de la tempestad. Él puede detener las cosas imposibles para el hombre y convertirlas en bonanza y en paz. Él tiene todo el poder para cambiar aquello donde el hombre ha perdido su fe y su esperanza. No hay nada que él no pueda hacer. Si el mar y la tempestad pueden obedecerle, ¿no lo hará otra cosa de menos poder en nosotros? Pero, ¿habrá fe para ello?
CONCLUSIÓN: La vida en este mundo se mueve como un barco en el mar; todos arribamos a él por varios sitios de «embarcación» y el reto que tenemos es cruzarlo para llegar a la otra orilla sanos y salvos. Un viaje de esta naturaleza trae consigo el sabor de los riesgos y los peligros diarios. Los que se han lanzado a navegar solos han zozobrado, se han venido a pique y han terminado en lo profundo del mar. Algunos se han enfrentado solos a las fuerzas de este mundo, luchan, se esfuerzan, batallan, pero finalmente terminan derrotados con su barca a la deriva sin ningún control, llevados por donde las corrientes de las aguas y el viento quieren. Y es que para un viaje de esta naturaleza se requiere de un capitán experto, de un excelente marinero que nos auxilie y conduzca nuestra barca (vida) con toda seguridad hasta alcanzar el puerto de nuestra esperanza. Para todo seguidor de Cristo, ese Capitán ya está en la «barca». Él es como el «viejo veterano de los grandes mares», sabe conducir hasta la orilla a todos aquellos que le han permitido entrar en su barca, que le han confiado el timón de su futuro, que han puesto en sus manos su vida. Sin duda atraviesan las mismas tormentas que los otros, les azotan las mismas olas embravecidas, se enfrentan a los mismas tempestades y contratiempos; la diferencia está en que llevan como capitán de su barca (vida) a Aquel que tiene el poder para decirle al mar «¡Calla enmudece!» (Mr. 4:39), haciéndose una inmensa paz y una gran bonanza al momento. Pero la pregunta es, ¿a quién tienes en tu barca (vida)? ¿Te sientes navegando por el mundo sin, rumbo fijo, sin esperanza y sin Dios? ¿Es Jesucristo tu capitán? El te invita hoy, como a los discípulos a de antaño, y dice: «Pasemos al otro lado del lago» v.22b.