Algunos son usados por Dios; otros, no. Algunos trabajan bajo la unción del Espíritu, en tanto que otros lo hacen en la energía de la carne. Muchos están buscando constantemente, buscando lo que no saben; otros están siempre satisfechos, han entrado en su reposo.
Hay algunos que tienen la idea de que si pudieran conseguir alguna experiencia grande, excepcional, extraordinaria, quedarían satisfechos para siempre; llegarían a ser hombres poderosos en Dios. Han leído las vidas de Wesley, Finney, Moody y han descubierto que estos hombres tuvieron una experiencia de este tipo, una manifestación especial de la presencia divina. Y piensan que si ellos tuvieran así mismo esta experiencia, también ellos pasarían a ser gigantes espirituales.
Y así, con estas visiones delante de sus ojos, siguen buscando. Se pasan horas incontables en la oración y el ayuno. Confiesan los pecados y los ponen a un lado.
Algunas veces hacen restitución. Dejan el trabajo sin hacer y dedican todo momento a clamores y ruegos agonizantes pidiendo el poder del Espíritu Santo.
Y, digámoslo claro, en muchos casos sus oraciones son contestadas. Tienen la experiencia que buscan. Y luego hablan de esta experiencia. Se glorían en ella. Éste es su único y exclusivo testimonio. Y cuando los hombres escuchan se emocionan. «¡Oh, si tuviéramos una manifestación similar!», exclaman. Y durante un tiempo andan en las cumbres de la fe. No hay sombras. No hay pecado, o por lo menos así se lo parece. No hay tentaciones. Cada día es un día de gozo, y todo va bien, porque por fin han conseguido poder-, la unción está sobre ellos, y en el poder de esta unción maravillosa ministran la Palabra de vida.
Pero gradualmente, al pasar el tiempo y ser honrados por Dios, van asumiendo la actitud del «soy más santo que tú». Poco a poco su círculo se va reduciendo. Los otros cristianos al principio observan, y luego se van retirando. Aparecen señales de orgullo, de orgullo espiritual.
Exigen que los otros reciban lo que ellos tienen. Luego siguen la división, la pugna y las discordias. Y, finalmente, la tentación, el pecado y la oscuridad. Después de lo cual buscan otra experiencia semejante, exactamente de la misma manera que antes y con parecido resultado.
Otros, en cambio, se concentran en la doctrina. Leen libros, estudian las opiniones de los hombres, escudriñan lo que piensa este maestro y el otro. Usan palabras para expresar sus teorías que no están en la Biblia: pecado ingénito, erradicación, segunda obra de la gracia, perfección sin pecado, etc. Quieren la santidad porque saben que la santidad es poderosa, pero están convencidos de que con tal que la doctrina sea correcta, conseguirán la experiencia. Al fin creen que lo tienen todo correcto y procuran conseguirlo, se trate de ésta o de aquella bendición. Y de nuevo la consiguen y la pierden.
Cuando la consiguen, se sienten seguros de que la doctrina da resultado y la predican con toda su alma. Las personas se ponen en contacto con ellos y reciben grandes bendiciones y se sienten animados a creer lo mismo, y de este modo obtener la bendición.
Pero luego, cuando el brillo se va desgastando, y el gozo ha levantado el vuelo y ha huido, aunque todavía tienen la misma doctrina, no reciben la bendición. Al fin entran en la servidumbre y se echan atrás. Y de nuevo vienen las divisiones y las contiendas.
Otros cristianos se apartan, y ellos se hallan ministrando a un círculo muy reducido, constituido, en su mayor parte, por los que sostienen doctrinas similares, pero están desprovistos de poder, en tanto que la iglesia en general se mantiene al margen.
Y, con todo, han sido sinceros, sí, verdaderamente sinceros. Han procurado y buscado lo mejor que Dios puede ofrecerles. Pero ni la doctrina ni la experiencia pueden producir la espiritualidad.
Después de todo, es la práctica lo que es importante. Por ello, preferiría tener mala la cabeza y recto el corazón, que recta la cabeza y malo el corazón. Y preferiría que la práctica fuera recta y la teoría equivocada, que tener la teoría recta y la práctica equivocada.
No paso por alto la experiencia. En modo alguno. Las experiencias de Wesley, de Finney y de Moody eran reales. Yo no buscaría una manifestación especial de Dios, pero le daría gracias si llegara. Mas, como hemos de andar por fe y no por vista, no por sentimiento o experiencia, no quisiera depender de ella para el poder espiritual.
No quisiera adoptar la actitud de que si tuviera una gran experiencia sería ungido de una vez para siempre. Las experiencias vienen y van. Es lo que sigue a la experiencia lo que cuenta.
«El mundo no ha visto todavía», dijo D. L. Moody, «lo que Dios puede hacer por medio de un hombre que se le haya rendido.» Moody fue ungido, pero fue el hecho de que rindiera su vida lo que le transformó en la potencia que era; en otras palabras, su contacto diario con Dios cuando recibía una nueva unción para cada nuevo servicio.
Por ejemplo, aquí hay fuego y un trozo de hierro. Si quiero que el hierro se caliente, he de colocarlo en contacto con el fuego. Y si quiero darle una experiencia excepcional, que no ha tenido nunca, lo introduzco súbitamente en el fuego, con lo que se volverá rojo, candente. Pero esto no cubre su necesidad de calor para todo el tiempo futuro. No puedo decir:
«Al fin he tenido una gran experiencia, sentimientos maravillosos; estoy candente, y candente para todo el tiempo venidero. Y ahora todo lo que toque se pondrá también candente.» Y luego, pensando que esto es suficiente en sí, intencionalmente abandonar el fuego y salir con la misión que sea, dando por sentado que toda la escoria ha sido eliminada y ahora puedo impartir su calor por donde vaya. ¡Oh, no! Pronto el hierro volverá a estar frío y totalmente incapaz de impartir calor. ¿Qué hemos de hacer, pues? Hemos de tenerlo cerca del fuego, y sólo así participará del calor del fuego. Sólo así podrá impartir su calor.
Lo mismo te ocurre a ti, amigo. Es posible que tengas una gran experiencia. Que participes del fuego divino. Puedes haber tenido visiones y revelaciones maravillosas. Pero a menos que sigas en contacto diario con el fuego de la presencia de Dios, pronto te hallarás frío e impotente. Si la unción ha de permanecer, será necesario que estés en comunión diaria con el que unge. La bendición sólo puede ser mantenida por medio del contacto constante con el que bendice. No hay caminos fáciles; no sé de ninguna experiencia que dure para toda la vida. Hay que pagar el precio. Y el precio en este caso es el contacto diario con Dios. Y este precio sólo pocos están dispuestos a pagarlo. Procuran bendiciones y manifestaciones. Agonizan y oran. Buscan visiones y revelaciones. Pero esta espera diaria en Dios, que establece y consolida, esto lo descuidan.
¿Tienes establecido, amigo, un lugar en que encontrarte con Dios? ¿Has asignado una hora? ¿O bien estás siempre ocupado? ¿Observas la vela matutina, la hora quieta? ¿Es Jesucristo real para ti? ¿Le conoces? ¿O bien te lo han presentado meramente? Le has encontrado, naturalmente. Le has encontrado cuando te convertiste. Pero, ¿le conoces? ¿Te has familiarizado con Él? ¿Le visitas regularmente? ¿Qué significa para ti? Yo he conocido a mucha gente, pero muy pocos de modo íntimo. Tienes que vivir con las personas que conoces íntimamente. Pasa mucho tiempo hasta que se establece esta relación. ¿Le dedicas el tiempo? Has de andar con Dios.
Supón que tu esposa te sirve de modo fiel. Supón que siempre está lavando platos, haciendo camas, preparando comidas, aseando la casa, y todo ello lo hace por ti. Dime, ¿estarías satisfecho? No, si es que la amas. Creo que si es así, habrá ocasiones en que darías casi cualquier cosa con tal que cesara en su trajín, se sentara a tu lado, te abrazara y simplemente te mostrara que te ama. Te deleitaría si ella cesara lo bastante en su tarea para mostrarte un corazón en comunión real. Y ¿quiere Dios, amigo, tu trabajo, o te quiere a ti? ¿No tiene Él deseos de tener comunión con los suyos? ¡Ay, sí! Y Él quiere estar contigo cada día. Y si tú has de participar del fuego divino, tienes que estar en contacto constante con Él, o vas a enfriarte. Tienes que andar con Dios.
¿Recuerdas a María y Marta? Marta era muy activa, estaba siempre ocupada. Quería hacer cosas por Jesús. Marta no tenía tiempo para la comunión y la amistad. El tiempo lo dedicaba al servicio, en tanto que María estaba sentada a los pies de Jesús. Marta le daba su trabajo; María se daba a sí misma. María tenía tiempo para la comunión. Le gustaba hablar con Él. Y, ¡oh, cuánto le gustaba a Él hablar con ella! «María ha escogido la mejor parte», dijo Jesús. Porque María le conocía como Marta nunca lo conseguiría.
Nunca tienes que buscar la bendición, amigo. No es necesario que estés esperando la plenitud del Espíritu. Sólo hay dos cosas que Dios puede exigirte, dos cosas que has de preguntarte. «¿Me he apartado de todo lo que sé es malo, de todo lo que contrasta al Espíritu Santo? ¿He cedido todo mi yo, cuerpo, alma y espíritu a Jesucristo? ¿Soy su esclavo voluntario?» Esto es todo. Nada más.
No hay necesidad de nada más. Esto satisface a Dios. ¿Qué más puede pedimos? ¿Qué más puede pedir un esposo a su esposa? Nada. Si ella se ha apartado de todo lo que le desagrada a él, y si se ha entregado del todo a él, él lo tiene todo. Ningún hombre puede exigir más. No importa tanto la doctrina. No busques la experiencia. Entrégate del todo a Él. Y luego… luego serás lleno del Espíritu.
Y para seguir siendo lleno del Espíritu, para vivir una vida santificada, no hagas nada que El desapruebe, sigue cediéndote de modo incondicional a Él, y estando en contacto diario con Él. Esto es todo. No puede haber nada más. Es simple, ¿no? Sí, simple, pero verdadero, porque produce resultados. Lo que es maravilloso es que produce resultados. Y de esta manera, amigo, entrarás en el reposo del corazón. Residirás en la Tierra de Promisión. Serás lleno del Espíritu, y tu vida será ungida por el Espíritu. Porque el contacto diario con Dios es el secreto del poder y la bendición espiritual.