Lávate en la sangre del Cordero para que seas renovado y puedas recibir Sus promesas.
Nuestra vida debe reflejar la integridad que hemos aprendido del Señor. Él debe santificar completamente nuestro espíritu, alma y cuerpo para que seamos irreprensibles y santos1. Hemos sido creados como vencedores y debemos demostrarlo siempre para decir como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Estas palabras reflejan la integridad necesaria para vencer, porque no basta con llegar a la meta, ya que también es necesario hacerlo bien, superando los obstáculos con la actitud correcta. Así que, en todo momento, debemos aprender a guardar nuestro corazón. Ya que nosotros somos nuestro enemigo si le abrimos las puertas a la tentación. Por eso, Pablo le dijo a su discípulo Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo”, porque somos nosotros quienes podemos cerrar las puertas al pecado y abrírselas a la gracia del Señor.
Qué bueno es llegar a la edad madura con la frente en alto y poder decir a tus hijos: “Imítame, actúa como me has visto actuar a mi”. La integridad trae frutos lindos, pero hay que pelearlos, ya que la tentación está siempre rondando. El mismo Jesús conoció la tentación en muchas oportunidades, especialmente en el desierto cuando el diablo lo quería obligar a demostrar que era hijo de Dios. Así que no hay quien diga: “No seré tentado”. Y el reto es lograr que nada en el mundo te robe el propósito por el que fuiste rescatado de las tinieblas, porque debes tener presente que todas las bendiciones se sostienen por la integridad.
El Señor, quien nos da gracia y gloria, quien es nuestro escudo, también otorga bien a quienes andan en integridad2, pero también podemos perderlo todo, si lo rechazamos. Tal como sucedió en Gadara, donde Jesús liberó a un endemoniado, haciendo que los demonios se trasladaran a unos cerdos. Entonces, los habitantes del pueblo echaron a Jesús por amor a esos cerdos que se había tirado a un precipicio. No cabe duda que la insensatez puede robarnos todo lo que deseamos alcanzar. Por eso, debemos aprender a no dejarnos manipular por el mundo que es seducción. Santifícate para vivir en integridad y gozar de buenos frutos en tu familia y en tu ministerio.
Preséntate delante de Dios, confiésate con Él, deja que escudriñe tu interior, para que te lave con la sangre del Cordero. Eliseo envió a Naamán a lavarse siete veces para que sanara de la lepra y Jesús derramó Su sangre más de siete veces para que fuéramos limpios de pecado y recibiéramos la salvación. Así que santificarnos en integridad es una necesidad urgente.
Personalmente, todos los días, dedico 15 a 20 minutos para santificarme. Hazlo tú también. Inicia con tu cuerpo, presentándole al Señor tus ojos, tus oídos y tu boca. Pídele que tome lo que ves, que no solamente te aleje de la malicia, sino que te llene de benignidad y discernimiento para ver Su gloria, para que te haga un visionario, alguien que use los ojos de la fe. También pídele que libre de contaminación tus oídos para que rechacen las malas conversaciones y chismes, y se preparen a escuchar Su voz con claridad. Luego, pídele que lave tu boca para que hable solamente lo bueno. Proclama bendición y elimina las palabras duras, abusivas o incorrectas. Preséntale tus manos para que sean Su instrumento, que prodiguen amor, no violencia, que se levanten delante de Él y sirvan para consuelo de muchos. Además, entrégale tus pies para que santifique tus pasos y te ayude a caminar por sendas correctas que te lleven a Él. Recuerda que somos templo del Espíritu Santo, fuimos comprados con Su sangre y debemos ser digna morada para Él.
Luego de santificar tu cuerpo, concéntrate en tu alma y pídele que te haga victorioso de todas las batallas que se libran en tu mente, que es como el jardín que debes cultivar con buenos pensamientos. Lleva todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo Jesús. Seguidamente trata con tus emociones, desecha la ira y pídele al Señor Sus dones de amor, gozo, paz, fe, bondad, paciencia, mansedumbre y benignidad. Pon tu voluntad delante de Dios y pídele que se haga Su voluntad en tu vida. Cuando le pidas como David que Su Espíritu te sustente, la integridad tomará su lugar en tu corazón.
Santifícate todos los días y rechaza la tentación. Dale gracias por guardarte, por limpiarte de toda contaminación con Su sangre. Proclámalo como Señor de tu cuerpo, alma y espíritu, así verás Su gracia y gloria en todo lo que hagas.
1 1 tesalonicenses 5:23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
2 Salmo 84:11 Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.
Por: Pastor Raúl Vargas