Es tiempo de encontrarle salidas a los conflictos de familia, con ayuda de Dios
El crecimiento de las separaciones dispara las alarmas de una sociedad como la nuestra en la que millares de niños y niñas deben enfrentar cada año la disyuntiva de con quién me voy: ¿Con mi papá o mi mamá? A ellos se les conoce como los “hijos del divorcio”. Tras la decisión de ir cada cónyuge por su lado, los hijos e hijas crecen en medio de enormes problemas de inseguridad, agresividad, sensación de rechazo, inconformidad y desconfianza.
¿Qué hacer? El camino se enfoca en dos direcciones: La primera permitir que Dios sea quien gobierne la relación de pareja, y la segunda, procurar la resolución de los conflictos haciendo acopio del más fuerte cimiento: el amor, seguido de otros ingredientes fundamentales: Tolerancia, comprensión, renuncia al orgullo y diálogo.
Compromiso y perseverancia para construir familias sólidas
Una joven pareja a la que tuve oportunidad de acompañar en su matrimonio algunos meses atrás, anunció su disposición de separarse. “Sencillamente no nos comprendemos”, explicaba Jair en el correo que me hizo llegar justificando la decisión. Y la pregunta que sin duda usted comparte conmigo: ¿Es esa una justificación válida para separarse?
Si queremos que los problemas se resuelvan, debe haber disposición de corazón. Tenga presente que es necesario cerrar el círculo de las ofensas al interior de la familia, aunque nos tome tiempo y esfuerzo, y ligado a esto, cerrar el círculo de las ofensas demanda compromiso y perseverancia.
Los conflictos familiares se pueden resolver. Demandan de parte nuestra, reconocimiento y arrepentimiento por el error cometido, y disponernos a arreglar las cosas con ayuda de Dios. Permítame insistirle que, no es en nuestras fuerzas, sino con ayuda del Señor.
El autor y conferencista, Gary Rosberg escribe: “Se necesita valor para restaurar y reconstruir una relación, sin importar de qué lado de la ofensa te encuentres. Se necesita paciencia, tiempo, confianza y, en algunas ocasiones, hasta lágrimas, antes de llegar a un arreglo.” (Gary y Barbara Rosberg. “Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2005. Pg. 102)
Es imperativo, como enseñan las Escrituras, que hagamos un alto en el camino y nos evaluemos interiormente con ayuda de nuestro Supremo hacedor: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.”(Salmo 139:23, 24)
El propósito eterno de nuestro amado Dios es que haya entendimiento en el hogar. Los conflictos, las heridas emocionales, el dejarnos de hablar con el cónyuge o castigar a los hijos de una manera irrazonable, jamás han estado ni estarán ene l plan de Dios.
Los pasos sólidos en esa dirección los damos cuando el amor sincero, sólido, que proviene de Dios, está sembrado en nuestro corazón y se irradia hacia nuestro cónyuge, nuestros hijos y las personas de nuestro entorno. Los autores, Stephen y Alex Kendrick, lo explican en los siguientes términos: “El verdadero significado de la vida está en amar a Dios y a los demás, sin importar quién eres o qué haces, lo importante es si vivirás una vida de amor o no. Y hay una gran diferencia entre ambos aspectos. El amor es el ingrediente más importante en toda relación significativa. Es fundamental para trascender, en nuestra vida y en la de otros.” (Stephen y Alex Kendrick. “El desafío del amor para cada día”. Grupo Editorial B&H. 2010. EE.UU.)
Sobre esa base podemos afirmar que el Señor desea ayudarnos en el proceso de resolver los conflictos. Recuerde que el primer lugar debe ocuparlo Él. Si lo hacemos, Él nos asegura la victoria y nuestra realización familiar será plena.
Hoy es el día para que haga el alto en el camino que tanto requiere. Evalúe en qué ha fallado. Identifique cuáles son los problemas recurrentes. Y dispóngase a resolverlos. Con ayuda de Dios podrá lograrlo, no le quepa la menor duda. Recuerde que los ingredientes para salvar el matrimonio son compromiso y perseverancia.
Amor y comprensión para resolver conflictos familiares
Lucía se despertó feliz. No recordaba cuál fue el último amanecer cuando abrió los ojos para enfrentar con entusiasmo los retos del nuevo día. Cuando tocó levemente el hombro de su esposo para despertarlo, él gruñó y se limitó a decir: “Déjame dormir, no molestes”. Su hija adolescente se quejó porque no había vestidos listos para ir al colegio, y su hijo mayor la acusó de haberle botado unos papeles importantes. “Quizá no te fijaste mamá”, le dijo. Lucía sintió que el curso de su día, otrora lleno de esperanza, se tornaría largo y lleno de sombras…
Los problemas son inevitables en la relación familiar. Pueden surgir en la cotidianidad, con la pareja, o quizá con los hijos. Saltan al paso cuando menos lo esperamos. Puede ser un gesto, una palabra, una reacción que tomó por sorpresa a la otra persona y le llevó a reaccionar. Y ahí está el disgusto.
El asunto complejo estriba en que las contradicciones que tienen lugar en la familia, pueden seguir una ruta que tiende a tornarse repetitiva y deja mucho daño a su paso: disgusto-herida emocional-enojo-disgusto-herida emocional. Si no lo detenemos a tiempo, la situación se tornará gigante.
Frente a esta realidad, caben dos posibilidades: la primera, evaluar el conflicto familiar procurando resolverlo. Hay una segunda alternativa y es pretender que los problemas se resuelven solos y dar lugar a que el conflicto se dimensione.
El afamado autor Gary Rosberg escribe: “Cuando los círculos se dejan abiertos, los conflictos se acumulan y se apilan unos tras otros. El enoje acude. El lazo matrimonial se tensa. La amargura pesa en el corazón. Y dos personas que una vez estuvieron muy merca una de la otra, y muy conectados, llegan al nivel de rechazo mutuo cada vez más.” (Gary y Barbara Rosberg. “Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2005. Pg. 100)
¿Qué actitudes causan heridas emocionales en los componentes de la familia? La apatía, la indiferencia, la falta de amor, el mal trato. En ese orden de ideas reviste particular importancia ser cuidadosos del trato que impartimos al cónyuge y a los hijos. No podemos olvidar que una herida emocional puede persistir por mucho tiempo.
Los problemas, lo tenemos claro, son inevitables en muchos de los casos y si bien es cierto, surgen cuando menos los esperamos, podemos darle un apropiado manejo.
Hay un texto enriquecedor que encontramos en las Escrituras, y que aplica apropiadamente a la relación familiar. Lo escribió el rey Salomón y dice: “Si fueres sabio, para ti lo serás; y si fueres escarnecedor, pagarás tú solo.”(Proverbios 9:12) Sabiduría es aprender a manejar los hechos conflictivos.
Podemos ser sensatos, en cuyo caso procuraremos resolver la situación, o tozudos, que daría lugar a esperar que el problema siga su propio curso. Jamás se resolverá, de eso puede estar seguro. Los conflictos familiares es necesario encararlos.
La única posibilidad de cerrar el ciclo de las heridas al interior de la relación familiar, es mediante el perdón (Cf. Mateo 18:21, 22) Debe entrar a operar el amor perdonador, el que todos los seres humanos tenemos la potencialidad para desarrollar con ayuda de Dios.
No desatienda un aspecto fundamental para perdonar y salir victoriosos en la relación familiar: El amor sincero y comprometido, que vela por los intereses del otro antes que de los propios. Los autores, Stephen y Alex Kendrick, lo explican de la siguiente manera: “Tu calidad de vida se relaciona directamente con la cantidad de amor que fluye en ti y a través de ti hacia los demás. Aunque a menudo se pasa por alto, el amor vale mucho más que las riquezas, la fama, el honor u otras cosas. Estas cosas pasarán, pero el amor permanece. Puedes sentirte satisfecho sin las demás cosas, pero no si amor. La ausencia de amor deja un vacío demoledor. Cuando no está presente tu espiritualidad se vuelve superficial, tus obras benéficas se tornan egoístas y tus sacrificios poco sinceros.” (Stephen y Alex Kendrick. “El desafío del amor para cada día”. Grupo Editorial B&H. 2010. EE.UU. Pg. 1)
Guía para resolver problemas familiares
No podía conciliar el sueño. Eran las tres de la madrugada, y no hacía otra cosa que dar vueltas en la cama. Lo intentó una vez más, miró el reloj y se dio por vencido. Sobre la ciudad, tachonada de luces como un cielo poblado de estrellas, soplaba una suave brisa. Darío se asomó a la ventana y dejó que lo bañara el fresco del amanecer. ¿Encontraría solución para sus problemas? Probablemente, pero si había alguna, no sabía dónde encontrarla.
Su esposa Laura llevaba una semana en casa de sus padres. De paso, se había llevado los dos hijos pequeños. No quería saber más de él. “Además de que andas coqueteando con todas las mujeres, mira: Ni siquiera llegas temprano a casa. Todo tu tipo lo inviertes en trabajar”, le gritó en medio de lágrimas mientras subía al auto con los pequeños.
Las cosas no iban bien en lo personal. Tenía problemas con su jefe inmediato. Incluso, ese día tuvieron un cruce de palabras. ¿De dinero? Mal. Compromisos con los amigos, beber los fines de semana y hasta apostar en el fútbol le tenían al borde de la ruina.
¿Había alguna salida al laberinto? Miró la Biblia que su esposa leía con regularidad. Estaba en la mesita de noche. Decidió curiosear. Y abrió un pasaje que impactó su vida: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones.”(Salmo 37:7. NTV)
Una y otra vez miró las líneas. En pocos minutos las memorizó. Las repetía despacio. ¿Podría Dios ayudarle? En sus palabras, con algo de incoherencia, habló con el Señor. Lo hizo con sinceridad. Y sintió descanso.
Dos días después decidió llamar a Laura. Había orado una y otra vez y sintió que ella le daría la oportunidad de regresar. Al comienzo ella estaba muy seca, es más, un poco reacia. Lo revelaba el tono de su voz. Finalmente le dejó una luz de esperanza: “Si veo que realmente has cambiado, hablamos. Quiero ver tus cambios”, insistió.
El cambio fue progresivo. En ese momento, cuando estaba en medio del laberinto, fue que decidió buscar a Dios. ¡Y lo encontró! Su vida experimentó progresivos cambios. Esperó en el Señor. Aprendió a hacerlo, porque reconoció que en sus fuerzas no cambiaría ni recuperaría a su familia. Dejó que Su Hacedor obrara. Y Él sí sabe cómo hacerlo.
Darío y Laura regresaron al mismo techo. Él reconoció que su familia valía la pena. Hoy tiene un gran compromiso con ellos. No desperdicia tiempo para reunirse con su cónyuge y sus hijos. “Todo comenzó a cambiar, hasta en el trabajo”, reconoce este abogado que vive de manera diferente hoy.
El pastor Charles Stanley recomienda: “Por medio del Espíritu Santo, tenemos acceso al poder divino cada minuto del día. Si renunciamos a tener el control, y dependemos del Señor, seremos capaces de encontrar la fortaleza que solo Él puede dar. Entonces, si nuestros familiares o nuestros amigos nos hieren, su presencia nos dará consuelo y ayuda para perdonarles.”
Todas las personas podemos cambiar. Basta que nos sometamos en manos de Dios. Él nos ayuda. No estamos solos en el proceso. Hoy es el día para que tome la decisión. Usted mismo experimentará una vida plena y en su hogar, todos se lo agradecerán. Decídase por Cristo. Le aseguro que no se arrepentirá.
Si no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Le aseguro que no se arrepentirá.