Por Mateo Woodley. La mayoría de nosotros nos involucramos en el ministerio pastoral porque sentimos pasión por la obra de nuestro Padre. Por eso nos capacitamos en exégesis, hermenéutica, teología sistemática, dirección espiritual, y consejería para compartir las hermosas verdades del Reino. Sin embargo, olvidamos que ser pastor significa también que debemos ser buenos líderes…
Cinco personas de rostro solemne y con mirada distante se hallaban sentadas del otro lado de la mesa de juntas. Era el momento de evaluar mi pastoreo y nadie se veía particularmente festivo.
Por varios meses se habían visto señales de disconformidad acerca de mi «ejecución» pastoral. Nadie dudaba de mis dones como predicador ni tampoco cuestionaban mi compromiso hacia Cristo. Pero ese día todas las personas sentadas a la mesa sabían que había una creciente disconformidad con respecto a mis destrezas como administrador y líder. A pesar de eso, me mantenía seguro, listo para admitir mis fallas y defender mi posición como pastor.
Un mes antes, los miembros del comité de relaciones de la congregación llenaron una fórmula de evaluación para calificarme en una escala del 1 («necesita mejorar bastante») al 5 («excelente, superior»). Ahora, todos estaban rígidos en sus sillas, jugueteando con sus fórmulas de evaluación ya llenas.
Finalmente, para romper el incómodo silencio, pedí voluntariamente que se me evaluara.
Me califiqué con un 3 y un 4 en la mayoría de las áreas pero decidí ponerme un 2 («Necesita mejorar un poco») en el área de liderazgo y administración.
«Confieso que esta área no es mi fuerte» —les dije. «Ha sido una dura transición el venir de una iglesia pequeña, pero estoy dispuesto a crecer como su líder.» ¿Qué más transparente y vulnerable puede ser un pastor? Pensé. Seguramente tendrán compasión, o al menos se apiadarán de mí. Probablemente insistirán que eleve el puntaje a 3 (satisfactorio).
Juan, el miembro mayor del comité, golpeó levemente su lapicero y observó su fórmula de evaluación. «Bueno, pastor —expresó— realmente yo pensaba que 2 era demasiado alto. Como líder y administrador yo lo califiqué con 1.»
Eché un vistazo a la página de notas que Juan había escrito en la sección de comentarios: «Comunicación pobre… pobre administración… liderazgo confuso» eran algunas de las frases que alcanzaron mis ojos.
«Juan, no creo que el Pastor sea así de malo como líder» —dijo una joven mujer llamada Janet. «Digo, si él fuera así de malo, la iglesia ya hubiera desaparecido.»
Juan la miró como si dijera «Ese es mi punto exactamente.»
Después de media hora de discusión, el comité estuvo de acuerdo de que yo no era tan malo como para merecer un 1. Así que me dieron un 2.
Seguro como pastor, inseguro como líder
Naturalmente, todo el proceso fue desalentador y doloroso.
La mayoría de los días soy un pastor muy seguro. Ingresé al ministerio porque amo a Jesús y él me dio una pasión ardiente para amar a los demás. Amo conectar a las personas con Cristo. Amo ver las Escrituras convertirse en una realidad en la vida de las personas. Amo dirigir a las personas en la adoración. Por la gracia de Dios, puedo hacer todo esto con pasión y excelencia y Dios ha usado mis dones pastorales para ganar almas para Cristo.
Por ejemplo, pocos días después de escuchar mi sermón acerca de Jacob titulado «El poder de rendirse», un joven me llamó y me dijo: «No pude hablar con usted el domingo acerca de su sermón; pensé que iba a empezar a llorar desconsoladamente. Verá, antes de llegar a la iglesia, me preparaba para abandonar a mi esposa. Su sermón me llegó justo al corazón. Soy como Jacob: me mantengo eludiendo a Dios y a los demás. Volví a comprometer mi vida a Cristo durante su sermón, y ahora quiero corregir mi relación con mi esposa.»
Una semana después de esa llamada, almorcé con un nuevo creyente en Cristo. Durante el último año, nos hemos reunido regularmente para darle dirección espiritual como su mentor. Antes de eso, él estuvo activamente involucrado en un estilo de vida homosexual durante siete años. Ahora, está obteniendo entereza sexual a través de Cristo.
«Pastor —me dijo— no puedo creer, que a pesar de toda la basura que ha visto en mi vida, nunca se haya dado por vencido conmigo. Gracias por estar presente. Gracias por ser mi pastor.»
Para mí, ese es el corazón del ministerio. En mis primeros ocho años como pastor, mantuve mi enfoque claro y simple: amar a Jesús y a los demás. Las personas de mi pequeña iglesia rural me dieron una desafiante pero concisa descripción laboral: «Predique la Palabra, enseñe a nuestros hijos, entierre a nuestros amigos, llámenos por nuestro nombre, tome café con nosotros, guíenos a Jesús, desafíenos a compartir y practicar nuestra fe. En resumen, díganos la verdad y ámenos.» Mi liderazgo no se guiaba por declaraciones de visiones, metas a cinco años, y futuros planes de equipo. Dirigí como alguien que pastoreaba, predicaba y amaba.
Actualmente, estoy en una iglesia cuatro veces más grande que la pequeña iglesia rural. Las expectativas son más altas y la comunicación es más complicada. Tenemos dos equipos que trabajan a tiempo completo y cinco que lo hacen a medio tiempo. Muchos de mis hermanos tienen sus propios negocios y supervisan a docenas de empleados.
A pesar de eso, mis hermanos necesitan el corazón de alguien que los pastoree, predique y ame. Pero ahora también quieren que maneje a las personas, establezca metas, aclare la visión, ayude a establecer salarios, resuelva conflictos, produzca resultados, desarrolle líderes, sirva como vocero de relaciones públicas, levante fondos, diseñe la organización, acelere el crecimiento de la iglesia y promueva la comunicación. Muchos de mis hermanos fueron específicamente capacitados para manejar estos asuntos.
Me capacitaron en exégesis, hermenéutica, teología sistemática, dirección espiritual, y consejería. Juan tenía su punto. Mis destrezas como administrador de la iglesia eran débiles.
Dos semanas antes de Navidad, por ejemplo, uno de los miembros del equipo se salió de una reunión de concilio de la iglesia y renunció al día siguiente. La congregación inmediatamente empezó a darme consejos de lo que podía hacer. «Contrátela de nuevo» —me decían algunos. «Déjela ir» —me decían otros. Yo dije: «Déjenme fuera de esto pero recuerden que ¡los amo!»
Algo estaba absolutamente claro: el modelo del siervo que pastorea, predica y ama no era suficiente. Necesitaban a un líder fuerte, un jefe, un piloto. O como nuestro dirigente de junta decía: «Pastor, alguien tiene que dirigir esta iglesia y ¡creo que ese alguien es usted!»
Pésimo líder, mala persona
El dilema del «excelente pastor, pésimo líder» golpeó la raíz de mi identidad. Se aferró a mi sentido de vergüenza. Para mí, hay una línea muy delgada entre «Soy un pobre líder» y «No soy las persona adecuada» y «Soy un fracasado en mi llamado y por tanto como cristiano».
Mi amigo Jorge es pastor de una saludable iglesia. Sus mentores fueron los líderes más prestigiosos de nuestra denominación. Jorge es un líder dotado y visionario. Su pasión son los asuntos del liderazgo de la iglesia. Devora libros escritos por Bill Hybels, John Maxwell, George Barna, y Rick Warren. Jorge comunica confianza y seguridad como líder.
Cada vez que Jorge comparte sobre el crecimiento de su iglesia, no me siento enojado; solo siento que mi rol como líder es deficiente. ¿Por qué no puedo dirigir una iglesia como lo hace Jorge? Me digo a mí mismo. Devoro libros escritos por C.S. Lewis, Feodor Dostoevsky, Richard Foster, y San Juan de la Cruz. ¿Me dejó el tren del liderazgo? ¿Acaso seré un pastor incompetente?
En medio de este turbulento sentimiento de fracaso, llamé a mi mentor pastoral, Felipe Hinerman de setenta y nueve años de edad. Por treinta y siete años, mi mentor pastoreó una iglesia metodista en el centro de la ciudad de Miniápolis. Hoy esa iglesia es un testimonio vivo en la comunidad, ahí predican el evangelio y ejemplifican lo que es una reconciliación racial centrada en Jesucristo. Pero cerca de la primer mitad de su ministerio, la iglesia perdió miembros en forma consistente y pasaron de tener 1.400 miembros en 1952 a 700 en 1974.
Creía que mi mentor se identificaría con mis sentimientos de fracaso, así que honestamente le pregunté: «Durante esos años en que la iglesia iba hacia abajo numéricamente, ¿alguna vez te sentiste que eras un fracasado como líder?»
«Por supuesto que no —dijo sin dudar— la situación de mi iglesia, mi «éxito» como líder nunca fue un asunto espiritual. Realmente no tenía nada que ver con mi valor como ministro o mi caminar con Cristo. Me rendí a Cristo cuando empecé mi ministerio y así estuve incluso cuando perdía cien miembros por año.»
Su perspectiva me ayudó a separar mis luchas de liderazgo con mi identidad en Cristo. Lo había hecho un asunto espiritual: Lucho como líder; por tanto, soy un fracasado espiritual. Después de esa conversación, el sentimiento sofocante del fracaso empezó a disiparse.
Los requisitos para liderar
Sin la sombra del fracaso oprimiéndome, fui capaz de desarrollar un enfoque diferente para tratar los asuntos que tenían que ver con mi liderazgo. Me di cuenta que cada pastor debe aplicar cierto nivel de liderazgo con el fin de pastorear el rebaño. He enfrentado mi necesidad por mejorar mis destrezas de liderazgo. A pesar de que aprender es un proceso, puedo hacerlo.
«Los que actualmente están involucrados en el ministerio tienen grandes bendiciones» —me dijo mi mentor. «Tienen acceso a libros, conferencias y videos. Aprende todo lo que puedas. Lee y ora todo lo que puedas. Y entonces predicarás todo lo que puedas.»
Después de conversar con él, decidí que al año siguiente me iba a preparar para resolver los problemas del liderazgo pastoral. Hasta el momento ha valido la pena. Ahora entiendo que en mi caso liderar significa cinco principios.
1. Debo mantener a la iglesia enfocada en nuestra misión
Continuamente les recuerdo a mis hermanos nuestra misión y visión. Cuando debemos tomar decisiones le digo a cada líder y miembro: «¿Cuál es nuestra misión? ¿Qué nos está pidiendo Dios que hagamos?» Hace unas semanas, me reuní con ocho personas comprometidas pero un poco conflictivas. Realmente estaban despedazándose entre sí. Llegué sin un discurso preparado o una agenda, tan solo con un propósito: abrir mi corazón y compartir mi pasión por el ministerio y por la iglesia.
Con un corazón quebrantado, hablé claramente sobre nuestra misión: «Creo con todo mi corazón que Dios quiere que alcancemos a las personas perdidas, heridas y destrozadas. Dios quiere que seamos un santuario de la gracia y sanidad de Cristo. Desafortunadamente, creo que estamos demasiado cómodos. Hemos alcanzado una estabilidad espiritual y numérica. Si vamos a alcanzar a esas personas, no podemos hacerlo como si usted fuera un "negocio normal". Cada creyente necesita tener una conexión vital con Cristo. Y cada creyente necesita que se le enseñe y que se le envíe como un ministro de Jesús.»
Después de abrir mi corazón, los escuché a ellos. Lloré con ellos. Los insté a que se perdonaran unos a otros y que se unieran conmigo a alcanzar la visión que Dios tenía para nuestra iglesia.
2. Veo mis fortalezas pastorales como parte de mi estilo único de liderazgo
Incluso a medida que crezco en las destrezas de liderazgo, sé que nunca seré un líder como mi amigo Jorge. No fui hecho de esa forma. Pero sí tengo dones y visión y creo que la iglesia necesita esto así como la iglesia de Jorge necesita sus dones y visión.
Por ejemplo, mi pasión ministerial —sanar almas por medio de la predicación y dirección espiritual— no cambia inmediatamente la estructura organizacional de la iglesia. Por su propia naturaleza, la dirección espiritual se da cuenta de los pequeños y quietos movimientos de lo que Dios hace en las almas. Moldear almas a través de la predicación no siempre es inmediato. Ambos llevan su tiempo. Pero cuando se empieza en el poder del Espíritu Santo, con el tiempo cambian poderosamente a toda la iglesia.
3. Tomo las decisiones necesarias
En situaciones como la crisis de la partida de miembros de equipo, algunas veces un líder debe tomar una decisión y soportar la tormenta.
Una situación donde se necesita de este principio es en nuestro culto de adoración contemporánea. Este nuevo culto había provocado una enorme tensión. ¿Realmente lo necesitamos? ¿Hay resultados? ¿Por qué necesitamos un nuevo equipo de sonido?
Me he comprometido firmemente en apoyar este culto. He explicado que es un diferente tipo de alcance y que es un culto de adoración respetable y sólido. He dejado en claro que el culto se mantendrá, lo apoyaremos y es parte de nuestra misión verlo crecer. El cómo es negociable, pero estoy enviando un claro mensaje: vamos a dejar de pelear, y ya sea que les guste o no la música, apoyaremos el culto y alcanzaremos nuevas personas para el reino.
4. Le hago preguntas cruciales a la congregación
Comento algo sobre algún asunto y dirijo la discusión.
Por ejemplo, trato de usar mi revisión pastoral actual como una herramienta para analizar las funciones pastorales y las expectativas. ¿Qué es un pastor? ¿Cuál es mi visión para el ministerio? ¿Cuáles son las percepciones de la congregación de lo que yo debería estar haciendo? ¿Cuáles son mis dones? Si el pastor no tiene dones administrativos, ¿deberíamos dejarlo libre en esa área para que haga algo más? ¿Qué significa ser el Cuerpo de Cristo?
5. Me comunico más
Descubrí que mi problema más grave en el liderazgo ha sido sencillamente mi falta de comunicación. Por dos años traté de cambiar la cultura de una iglesia centrada en el pastor a una donde los líderes laicos tienen poder. Aparentemente la gente no tenía ni idea de lo que me proponía hacer.
Ahora comunico la visión que tengo para el ministerio a través de los canales formales: boletines, hablo sobre la visión en las reuniones, dirijo devocionales que se concentren en nuestra misión, abro foros de discusión, y envío correos electrónicos a los miembros del comité. También comunico la visión a través de conversaciones informales.
Un miembro de nuestro concilio, por ejemplo, estaba obviamente frustrado con mi estilo de liderazgo. Fui a su oficina y le compartí mi corazón con respecto al ministerio, también le conté que quería equipar a las personas y no hacer yo todo el trabajo. Lo miré directo a los ojos y le dije: «Nuestra iglesia está demasiado débil y pasiva en este momento». Él afirmó con su cabeza, «Lo que más anhelo es una iglesia más fuerte en donde las personas tengan libertad para servir al ministerio.»
Finalmente, algo hizo click en él: «Ya entiendo —dijo emocionado— es como mi asistente y yo. Ella está capacita en manejar 75 por ciento de lo que yo puedo hacer. Hay ciertas cosas que solo yo debería hacer, pero obtenemos casi el doble cuando ella usa sus dones».
Ahora Juan y otros empiezan a captar la visión. Los hermanos y hermanas ahora se están uniendo al campo de batalla.
Un día, Julia me dijo emocionada: «Pastor, después de nuestro estudio bíblico, Susana me pidió que orara por algunas luchas personales». Había una llama en sus ojos a medida que hablaba sobre el llamado de Dios para usarla en el ministerio.
Cintia también se me acercó para contarme sobre la necesidad de un ministerio de oración en nuestra iglesia. Le dije: «Dios ya te ha dado la pasión y los dones. ¿Por qué no lo inicias?» Actualmente dirige un grupo de oración semanal.
En los últimos dos años, tenía una interesante visión para el ministerio, pero la congregación no sabía cuál era. Falta de comunicación. Ellos no podían leer mi mente.
Ahora pongo más atención a la hora de comunicar mi visión, mi estilo, y mis pasiones como líder espiritual. Mi estilo de liderazgo es único y tal vez no se ajuste a la idea de todos. Pero a medida que crezco en Cristo y en destrezas ministeriales, Cristo cierra la brecha que existe entre el modelo del buen pastor y líder pobre.
Good Pastor, Lousy Leader Copyright 1999 © por el autor o por Christianity Today International.