Uno de los asuntos más significativos observado por su servidor cuando estamos ejerciendo la dinámica de la consejería pastoral, es el poder observar a muchas personas y aun a muchos creyentes enfrascarse en tremendas crisis emocionales y existenciales, como consecuencia de asumir un criterio de fe distorsionado o completamente equivocado.
Los elementos que componen nuestra estructura de fe sin lugar a dudas afectan la totalidad de nuestras vidas. De ahí la urgencia y la relevancia de examinar nuestras creencias espirituales.
La esencia del mensaje o doctrina wesleyana trata acerca de la restauración de la imagen de Dios en la humanidad, expresada en la semejanza a Cristo; y, el objetivo de la formación espiritual es guiar al creyente a un grado tal de esa semejanza, que es apropiado decir que Cristo está siendo formado en el corazón del creyente.
El mensaje central de nuestra reflexión está fundamentado en el pensamiento Paulino, el cual observó la imperante necesidad de que la comunidad de Galacia comprendiera la urgencia y la pertinencia de este mensaje que continua siendo imperante, relevante y urgente para nosotros hoy, aquí y ahora. El apóstol Pablo estaba muy consciente de las consecuencias de la realidad del “pecado.” “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23)
El pecado es un cáncer letal que sabotea la formación espiritual de la humanidad completa. La esencia del pecado es negarse a confiar en Dios, la exaltación del Yo y el rechazo a Dios, que resulta en desobediencia. Así la formación espiritual es saboteada desde el principio de la creación de la humanidad.
La manera oculta en que el pecado cautiva, engaña y destruye, crea un laberinto de dificultades. El problema del pecado se inició en el huerto del Edén, cuando la mujer y el hombre comenzaron a dudar de Dios y se ocultaron. Sintieron vergüenza y no pudieron estar en la presencia de Dios. De ese modo se destruyó la rica y dinámica relación que habían disfrutado con Dios.
En esta ocasión me permito invitarlos a examinar el mensaje consignado por el apóstol Pablo a la comunidad cristiana de Galacia.
“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que sea formado Cristo en vosotros.” (Gálatas 4:19) El elemento fundamental de la formación espiritual lo que equivaldría a la formación de Cristo en nuestras vidas, consiste en nuestra relación con Dios, la cual nos capacita y se basa en su gracia solamente. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9)
Si en efecto aceptamos que el elemento fundamental de nuestra formación espiritual es la relación que seamos capaces de sostener y mantener con Dios. Es pues necesario reconocer que la formación espiritual ocurre a través de la relación dinámica y creciente con Dios. Por otro lado es necesario saber que la regla para determinar la formación espiritual es la semejanza con Cristo.
Evidentemente ustedes como personas muy inteligentes, gente alerta, se estarán cuestionando hasta qué medida nuestra formación espiritual depende de nuestra propia iniciativa. Bueno, la realidad es que Dios tomó la iniciativa y desde el origen de la humanidad Dios busca, procura relacionarse con el ser humano aunque el pecado ha limitado las posibilidades de esa relación dinámica. Es otra vez el apóstol Pablo que nos recuerda: “Pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.” (Romanos 5:20)
El desarrollo espiritual no es logro personal, autoayuda ni autodisciplina. Es estrictamente relación con Dios. Dios busca a la humanidad para ofrecerle una relación redentora. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” (Juan 3:16-17)
Esta relación redentora es la que posibilita el que podamos recuperar nuestra imagen de Dios, es en virtud de esta obra redentora que podemos formarnos espiritualmente. Es aceptar relacionarnos con Cristo, ya que es sólo posible a través de esta relación que recuperamos la imagen de Dios; lo que significa que hemos aceptado el amor de Dios en nuestras vidas.
Les suplico examinemos unos breves momentos la expresión del apóstol, “….vuelvo a sufrir dolores de parto.” Pablo se había trazado una meta: llevar a los creyentes a la madurez y crecimiento pleno en Cristo; esto presupone dolor como parte del crecimiento. Pablo se vale de una imagen maternal con el fin de enfatizar su profundo y sincero anhelo de que los creyentes en Galacia no detengan ni distorsionen su propia formación espiritual.
Podemos observar en varios lugares de su carta que él estaba enfrentando a algunos herejes (1:7) de la comunidad los cuales impugnaron la autoridad de Pablo como apóstol fundamentándose, al parecer, en que su mandato no procedía de Cristo personalmente; alegaban además que Pablo no predicaba el verdadero evangelio al parecer, porque descuidaba la ley mosaica.
Evidentemente la comunidad cristiana estaba expuesta a una herejía sumamente sutil, la cual contrastaba diametralmente del mensaje y de la doctrina proclamada por Pablo. Fundamentalmente lo que aconteció fue que unos maestros de la ley judaizante comenzaron a requerir de los creyentes no judíos que aceptaran he incorporaran en su cuerpo doctrinal las enseñanzas, mandatos y exigencias de la ley mosaica.
Es en este contexto que Pablo afirma la obra de Cristo como el eje central del mensaje y la doctrina del evangelio. Jesucristo es el modelo a seguir, Jesucristo es el modelo a imitar, de ahí la exhortación de que cada creyente deberá llegar a ser formado en Cristo.
No obstante, ¿qué significa y qué implica ser formados en Cristo? El término griego utilizado por el autor en esta ocasión, es el término “morfe” de forma. Fundamentalmente lo que significa he implica es que el carácter y la moralidad de Cristo se conviertan en la nuestra. Esta formación espiritual se ancla, no en el rito de la ley mosaica, sino en la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual por su muerte en la cruz nos ofrece verdadera libertad. Ya habíamos señalado que esta experiencia está íntimamente relacionada con la relación que procuremos con el Señor.
Me permito finalizar nuestra reflexión para esta ocasión invitándoles a que cada cual, en nuestro carácter individual, evaluemos el tipo de relación que sostenemos con el Señor.