Un padre llevó a su hijo a pescar. Sentados en el barco con el anzuelo en el agua, el niño comenzó a pensar en el mundo que lo rodeaba. Empezó a hacerle preguntas a su papá. Le dijo: «Papá, ¿cómo es que el barco flota y no se hunde?» Su papá pensó un momento, y luego le respondió: «Pues, para decirte la verdad, no lo sé, hijo.»
El niño siguió contemplando el mundo, pero pronto se le ocurrió otra pregunta: «Papá, ¿cómo respiran los peces debajo del agua?» Su papá nuevamente le respondió: «No lo sé, hijo». Pasó un rato, y el niño le volvió a hacer una pregunta a su papá: «¿Por qué el cielo es azul?» Su papá le volvió a decir: «No lo sé, hijo».
El niño comenzó a preocuparse, pensando que su papá iba a perder la paciencia con él. Dijo: «Papá, ¿no te molesta que te haga tantas preguntas?» Su padre le contestó: «¡Claro que no, hijo! ¿De qué otro modo vas a aprender?» Bueno, creo que la intención del padre fue buena, aunque no sé cuánto aprendió el hijo aquel día.
En realidad, si queremos saber algo, tenemos que preguntárselo a alguien que sabe. Si le pedimos información a alguien que no la tiene, de nada nos servirá. Si le pedimos a alguien que nos enseñe a hacer algo, pero él mismo no lo sabe hacer, de ningún modo podremos aprender a hacerlo bien.
¿Quién nos podrá enseñar a orar? Solamente una persona que sabe hacerlo bien. La semana pasada vimos algunos momentos en la vida de oración del Señor Jesús. Más que cualquier otra persona, El mantenía una comunicación directa y viva con su Padre celestial. No nos debe sorprender, entonces, que sus discípulos le pidieran que les enseñara a orar. (Ver La Oración)
¡Qué bonito habrá sido para ellos escuchar de labios del mismo Jesús cómo orar! ¿no es verdad? Felizmente, el Espíritu Santo inspiró a Mateo y Lucas a registrar para nosotros lo que Jesús les enseñó a sus discípulos acerca de la oración. Hoy vamos a leer el registro que encontramos en Lucas, para poder aprender acerca de la oración directamente del Maestro.
Abramos la Biblia en Lucas 11, y leamos los versos 1 al 4:
11:1 Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.
11:2 Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11:3 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
11:4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.
Lucas no nos dice cuál de los discípulos de Jesús le pidió que los enseñara a orar. Por lo tanto, cada uno de nosotros se puede poner en su lugar. ¿Deseas que Jesús te enseñe a orar? Si El estuviera aquí, ¿le harías la misma pregunta? Si es así, escucha su respuesta.
La oración que Jesús les dio en seguida es un ejemplo o modelo. No es una oración diseñada simplemente para repetirse una y otra vez en forma mecánica. Si comparamos esta versión con la versión que encontramos en Mateo, hay unas ligeras diferencias. No cambian el sentido, pero es obvio que ellos reconocieron que esta oración es un ejemplo que podían resumir, no una fórmula que se tiene que decir exactamente como está.
Es bueno memorizar esta oración, pero no para simplemente repetirla una y otra vez. Más bien, debemos usarla como ejemplo de las cosas que podemos decirle a Dios en oración. Es como un patrón para hacer un vestido. Cuando un sastre confecciona una prenda usando un patrón, se esfuerza por ajustar cada corte y cada medida al patrón que tiene, pero usando su propia tela. Del mismo modo, debemos ajustar nuestras oraciones al ejemplo que Jesús nos da, pero usando nuestras propias palabras y pensamientos.
¿Qué nos enseña Jesús, entonces, en esta oración del maestro? Primeramente, nos enseña a quién debemos orar. Debemos orar a nuestro Padre celestial. Si nosotros somos seguidores de Jesús, si nos hemos comprometido con El, podemos orar a Dios con la misma confianza que un niño le habla a su papá para pedirle algo.
A causa de nuestro pecado, podemos sentirnos indignos de acercarnos a Dios. Podemos sentir que El es tan grande, y nosotros tan pequeños, que no tenemos el derecho de hablar con El. Pero si nos hemos arrepentido del pecado y hemos aceptado por fe el perdón que Jesús nos compró en la cruz, El nos da el derecho de hablar directamente con su Padre. (Ver Mi Oracion a Dios)
No tenemos que buscar a otra persona que le lleve nuestro mensaje. Podemos hablar directamente con Dios, como un Padre amoroso. De hecho, El así desea que le hablemos. Cuando ores, habla confiadamente con tu Padre celestial. No te dé pena hablar directamente con El.