LA CIUDAD DE LA GLORIA

Por Ray C. Stedman.
Muchos de ustedes eran demasiado jóvenes como para recordarlo, pero hace años, antes de la II Guerra Mundial, había un locutor de noticias en la radio, que se llamaba H.V. Kaltenborn. Comenzaba siempre su programa de noticias diciendo: «¡Hoy tenemos buenas noticias! Así es como me gustaría empezar esta última sección de Apocalipsis. ¡Porque son realmente buenas noticias! Los juicios han quedado atrás y las terribles plagas que asolaron la tierra han tocado a su fin.

Comenzamos con una visión del cielo que desciende a la tierra, un tiempo en que las oraciones que durante siglos ha venido haciendo el pueblo de Dios, sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo, serán contestadas.

Los capítulos 21 y 22 contienen casi todo aquello de lo que se ha dejado constancia en la Biblia acerca de la situación celestial. La mayoría de los pasajes proféticos del Antiguo Testamento, que presentan una imagen de gran bendición en la tierra preceden a este gran acontecimiento y en el Antiguo Testamento se dice muy poco acerca del cielo, pero lo encontramos mencionado aquí en estos capítulos. Después del juicio ante el Gran Trono Blanco, que encontramos en el capítulo 20, Juan ve como aparece una creación totalmente nueva.

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. Oí una gran voz que procedía del trono diciendo: He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron.»

¡Qué palabras tan maravillosas! Nos traen de nuevo al principio de la Biblia. Génesis 1:1 nos dice: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Esa creación es lo que llamamos los antiguos cielos y la antigua tierra, que pasarán, como se nos dice, pero aparecerán unos nuevos cielos y una nueva tierra. Es el apóstol Pedro el que nos dice lo que sucede en los cielos y en la tierra que conocemos. En 2ª de Pedro dice: «Pero el día del Señor vendrá como ladrón. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los elementos, ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que están en ella serán consumidas. Eso acaba con los antiguos cielos, pero entonces aparecen nuevos cielos y una nueva tierra en los que Jesús continua su reinado, no solo en la tierra, sino en el resto del inmenso universo creado por Dios.

Hay cuatro afirmaciones en el principio de este capítulo que nos dicen cuál es el propósito de los nuevos cielos y la nueva tierra. El primer versículo sugiere claramente que la Nueva Jerusalén, esa gran ciudad que describe Juan, será la capital de todo el nuevo universo y será un universo enormemente cambiado, que no se parecerá en nada al que tenemos actualmente. No creo que esto quiera decir que Dios vaya a eliminar los cielos y la tierra actuales, sino que los va a transformar y purificar. Cuando nos hacemos cristianos, nos convertimos en nuevas criaturas en Cristo, pero seguimos siendo las mismas personas, solo que hemos sido transformadas y purificadas. Lo mismo sucede con los antiguos cielos y con la antigua tierra, que serán purificados por el fuego. En la actualidad sabemos que este universo actual en su punto más lejano (incluso mas allá de lo que nos puede mostrar el nuevo telescopio Hubble) está gobernado por las mismas leyes. Una de ellas es la Segunda Ley de la Termodinámica, la ley de la entropía, según la cual el universo actual se está desgastando; está en decadencia, perdiendo su energía y volviéndose frío, pero en los nuevos cielos y en la nueva tierra aparentemente se invierte esta ley. En lugar de que se desgaste el universo comenzará a unifircarse, en lugar de perder su energía aumentará y mostrará una unidad, estabilidad, simetría y belleza, que los antiguos cielos y la antigua tierra nunca tuvieron.

Uno de sus aspectos, con los que nos encontramos aquí, es que no existirá ya el mar. Un hombre me dijo la semana pasada: «No creo que me vayan a gustar los nuevos cielos y la nueva tierra porque me encanta el mar. Entiendo ese sentimiento porque a mi también me encanta, pero un motivo por el que tenemos un mar salado, que cubre más de la mitad de este planeta es porque es la manera antiséptica que tiene Dios de purificar la tierra y hacer la vida posible en ella. De no haber sido por el océano, y en especial por la sal que hay en él, hace ya muchos siglos que hubiese cesado la vida en la tierra. Es el mar el que depura, limpia y lo conserva. El mar es un antiséptico en el que la contaminación y la porquería que derrama el hombre en él quedan absorbidas, purificadas y transformadas, pero ya no habrá más contaminación, ya no habrá más basura, ni más necesidad de purificar en el nuevo universo. Aunque esto no se nos dice, creo que habrá grandes extensiones de agua fresca, posiblemente más grandes que los Grandes Lagos, para que podamos disfrutar en esos nuevos cielos y en esa nueva tierra.

La segunda cosa que se nos dice aquí es que a la Nueva Jerusalén se la llama la novia que se pone un hermoso vestido para complacer al esposo. A todo el mundo le encanta esta imagen, porque a todos nos gustan las bodas. ¡Se llega al punto culminante cuando la novia desciende por el pasillo, con un precioso vestido, preparada para el esposo! ¡Todo el mundo se olvida de ese pobre hombre que la espera junto al altar! porque todos tienen la mirada puesta en la novia, que se ha estado preparando durante semanas enteras para encontrarse con el esposo junto al altar.

A esta nueva ciudad se la llama tanto ciudad como mujer, de la misma manera que la falsa novia, la Misteriosa Babilonia la Grande, fue tanto una ciudad (Roma) como una mujer y vimos como esa fue destruida a causa de su maldad. La novia nos habla de la intimidad, la ciudad de una comunidad, de modo que aquí nos encontramos con una imagen de los redimidos de Dios, a cada uno de los cuales le ha sido dado un cuerpo glorificado, con un poder y una energía que no tienen límite. Cuando surja la oportunidad en aquel día no diremos, como lo hacemos con frecuencia en la actualidad: «el espíritu está presto, pero la carne es débil. No, allí podremos reaccionar frente a cada oportunidad con un cuerpo glorificado, nuevo y vivo. Viviremos en gran intimidad, no solo con el Señor mismo, sino también los unos con los otros.

Pienso con frecuencia acerca de esa frase, con la que nos encontramos en las epístolas de Juan, en la que dice: «aún no se ha manifestado lo que seremos. Yo no hago más que mirarme en el espejo esperando hallar los cambios que se han producido en mi, pero ¿qué es lo que veo? ¡Arrugas y granos! Pero no será así entonces. Tendremos cuerpos glorificados y belleza semejante a la de El.

Lo tercero que se nos dice aquí es que esta será la morada de Dios. ¿No es maravilloso? ¡El hogar de Dios! El lugar donde vive Dios es su pueblo. Es cuando el nombre Emmanuel (Dios con nosotros) se *****plirá y cuando el Nuevo Pacto se realizará plenamente. «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Es un marco extraordinario. ¡El cielo, como alguien ha dicho bien, es el lugar de «no más: no más muerte, no más sufrimiento, no más separaciones, no más dolor, no más lágrimas y no más mal!

Cuando era un cristiano joven aprendí una canción que aún me cantó para mi mismo:

En el cielo no existen las decepciones, No hay cansancio, ni sufrimiento, ni dolor, No hay corazones que sufren y están destrozados, No hay cántico con un refrán menor. No aparecerán nunca más las nubes de nuestro horizonte terrenal. Todo lo cubrirá el destello del sol y el gozo, nunca se escuchará un sollozo ni un suspiro.

Esa es una maravillosa esperanza ¿no es cierto? Es tan preciosa, que incluso nos cuesta trabajo creerlo. Creo que Juan debió sentirse de ese modo porque, al llegar a este punto, escucha unas palabras de seguridad, que le ayudan ante sus posibles dudas.

«El que estaba sentado en el trono dijo: He aquí yo hago nuevas todas las cosas., Y dijo: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas. Me dijo también: ¡Está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.»

(Abarca todo el concepto del tiempo en las frases «Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.) Todo entre medias procede de él. Estas son palabras de verdad, que nos ayudan a creer. Recordemos que el Señor dijo en la cruz: «Consumado es. Después de la tristeza, la oscuridad, el dolor, el sufrimiento y la angustia de su separación del Padre, clamó «¡Consumado es! La base de la redención había sido establecida y el sacrificio había concluido. La base estaba establecida de una vez por todas. Ahora dice: «¡Está hecho! La redención ha sido completada. Los redimidos se encuentran a salvo, en su hogar en la gloria ¡y todo lo que Dios quería que se hiciese se ha hecho! No queda nada sin haberse acabado.

El cuarto punto de este pasaje sugiere que el propósito de la Nueva Jerusalén es que habrá de ser el hogar de los redimidos:

«Al que tenga sed, yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida. El que venza heredará estas cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo.»

¡Qué palabras tan extraordinarias! Esta ciudad será el hogar de los redimidos, y lo único que se nos pide para estar en ella es tener sed porque nada en la tierra nos satisface. Ni la riqueza, ni la fama, ni los placeres ni los tesoros podrán satisfacer la profunda sed que siente el alma. Por eso es por lo que los ricos, los que lo tienen todo, la gente guapa, están todas buscando algo más porque no se sienten satisfechas, pero aquí tenemos una promesa que satisface esa sed. Las personas que quieran más, que deseen a Dios, reciben la promesa de que beberán del agua de la fuente de vida. Estas reciben el nombre de «vencedores que «heredarán todas estas cosas todo lo que Dios ha creado. Pedro nos dice en su primera epístola que nos espera «una herencia incorruptible, incontaminable e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros. Aquellos que hayan sido transformados, de esta manera, por la gracia de Dios serán sus hijos para siempre. ¡Eso incluye también a las mujeres creyentes! Ustedes las mujeres y las jóvenes santas han tenido siempre el derecho a llamarse hijas de Dios porque él está «trayendo a muchos hijos a la gloria. De modo que en aquel día todos seremos sus hijos.

Ahora encontramos algo que contrasta y que es una referencia a lo que hemos visto acerca del juicio, en el versículo 8, una descripción de aquellos que no serán admitidos:

«Pero para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.»

Como hemos visto en todo este libro, no es eso lo que quiere Dios, pues él se siente muy reacio a que nadie tenga que ser juzgado o condenado, pero como dice en la palabra: «se juzgan a sí mismos. Aquí tenemos tres actitudes diferentes de corazón, que son el resultado de cinco actos visibles que marcan a los que se pierden. Las tres actitudes son los motivos por los que algunos se perderán estar en esta maravillosa y preciosa ciudad. En primer lugar, los cobardes, es decir, los temerosos, aquellos a los que les atemoriza llevar el yugo de Cristo, que temen confesar a Cristo, que no están dispuestos a ser impopulares durante un corto tiempo, a los que se encogen de hombros y rechazan la oferta de la vida. Están además los incrédulos, los que saben que es verdad, pero que no quieren aceptarlo y rechazan la evidencia, deliberadamente dándole la espalda a la verdad. En tercer lugar, los abominables. La palabra quiere decir «convertirse en viciosos. No es así como se empieza, pero el alimentar a la mente con cosas obscenas, con literatura obscena, con actitudes y acciones obscenas, hace que la persona se vuelva obscena. Si adopta usted alguna de estas actitudes, de ellas saldrán los asesinatos, el adulterio, las prácticas de ocultismo y finalmente, una vida hipócrita. Jesús nos advirtió al respecto, acerca de aquellos que profesan ser cristianos, pero en los que no se ha producido un cambio en sus vidas. Ninguno de los que practican estas actividades estarán en la ciudad de Dios.

En los 8 versículos que hemos leído hemos visto cuál es el propósito de la Nueva Jerusalén y ahora Juan recibe una nueva visión de ella y la describe valiéndose de un lenguaje maravillosamente simbólico como la gran ciudad de Dios. En primer lugar, se nos informa acerca de la estructura de esta ciudad.

«Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo diciendo: Ven acá. Yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero. Me llevó en el Espíritu sobre un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios. Tenía la gloria de Dios, y su resplandor era semejante a la piedra más preciosa como piedra de jaspe, resplandeciente como cristal. Tenía un muro grande y alto. Tenía doce puertas y a las puertas había doce ángeles, y nombres inscritos que son nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas daban al este, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al oeste. El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos los doce nombres de los apóstoles del Cordero.»

Estoy seguro de que alguien preguntará: ¿es esto literal o simbólico? Espero que para ahora, después de haber estado estudiando este libro, se hayan dado cuenta de que no tiene usted que decidir entre esas dos posibilidades porque a Dios le complace usar cosas literales, que siguen siendo símbolos. La cruz que tengo detrás es literal, pero es al mismo tiempo un símbolo de la muerte de Jesús porque es las dos cosas a la vez. Por lo tanto, vemos que en todo el libro tenemos una combinación de lo literal y lo simbólico. Estoy convencido de que habrá una ciudad grandiosa y visible, de un brillo y una gloria increíbles, situada en alguna parte allí arriba o dentro de la atmósfera de la tierra, que también mostrará una imagen de las actividades y relaciones que existirán en la comunidad de los santos y que se caracterizarán por la estabilidad, la simetría, la luz, la vida y el ministerio. Esto se describe aquí. Lo literal es muy evidente, lo simbólico posiblemente necesitará ser interpretado un poco. La muralla alta de la ciudad nos habla acerca de la separación y la intimidad. Si deseamos dar una fiesta privada en el jardín, lo que se hace es reunirse en un jardín protegido por una pared, que deja fuera otras cosas y a otras personas. Esto es una imagen de la íntima comunión y la separación de cualquier intrusión. Toda la Escritura habla a una sola voz acerca del deseo de Dios de tener lo que él llama «un pueblo de mi propia posesión En un sentido, todo cuanto hay en el universo le pertenece. Todos los animales y todas las criaturas son de su posesión. Existen billones de ángeles y todos le pertenecen, pero los santos son la posesión especial de Dios. Eso es debido a que él ha hecho que le correspondan. Puede compartir con ellos las cosas más profundas de su corazón, ellos le satisfacen y hacen que se sienta realizado como su esposo.

Las puertas que se describen representan el acceso y la salida de la ciudad. Hay un versículo realmente sorprendente en Juan 10, en el que Jesús dice: «Si alguien entra por mí, será salvo; entrará, saldrá y hallará pastos. Esto parece ser un retrato del amplio ministerio realizado por los creyentes a lo largo de las edades eternas. Sin duda el nuevo universo será tan grande, si no mayor que nuestra propia galaxia en la Vía Láctea y llenará los cielos hasta donde alcanza la vista por medio de los mas poderosos telescopios que tenemos y a pesar de eso no habremos llegado al fin. Eso significa que habrá nuevos planetas que desarrollar, nuevos principios que descubrir y nuevos goces que disfrutar. Cada momento de la eternidad será una aventura de descubrimiento.

Esas puertas llevan los nombres de las tribus de Israel, que es un recordatorio perpetuo de que «la salvación procede de los judíos y el acceso a la ciudad es por medio de Israel. Creo que eso es una imagen de la verdad que ha llegado hasta nosotros por medio de los profetas del Antiguo Testamento y las costumbres santas de la nación. Muchos de estos brillantes pasajes que ahora nos fascinan, al mismo tiempo que nos intrigan cobrarán vida entonces, como nunca los hemos conocido antes. Nos llevarán además a nuevas aventuras con las que jamás podríamos haber soñado ni en nuestros más remotos sueños.

Los fundamentos se refieren a lo que está debajo, a lo que da estabilidad y permanencia y han sido nombrados por los 12 apóstoles. Judas, como es natural, fue reemplazado en el grupo apostólico por Matías, como se nos dice en el primer capítulo de Hechos. Estos fundamentos hablan acerca de la verdad y la práctica del Nuevo Testamento. Aquellas cosas que a penas si entendemos actualmente las entenderemos de una manera maravillosa y las experimentaremos entonces, especialmente aquellas tres cosas que permanecen para siempre, es decir: ¡la fe, la esperanza y el amor! «Estos tres nos dice Pablo, «pero el mayor de ellos es el amor. Nos faltan las palabras para describirlo y me encuentro a mi mismo valiente e incapaz de expresar totalmente la belleza que ha quedado retratada aquí, pero espero que el ojo interno de su imaginación podrá sacarle el máximo provecho.

Nos encontramos ahora con las medidas de la ciudad.

«El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad está dispuesta en forma cuadrangular. Su largo es igual a su ancho. El midió la ciudad con la caña y tenía 12.000 estadios. El largo, el ancho y el alto son iguales. Midió su muro, 144 codos, según medida de hombre, que es la del ángel.»

Cuando Dios mide algo es una señal de que le pertenece. El número 12, que encontramos en todo este relato, como el de 12.000 estadios, que son 144 codos (es decir 12 por 12) de ancho es el número correspondiente al gobierno en las Escrituras. De modo que es un *****plimiento de esa maravillosa palabra de Isaías: «el dominio (o gobierno) estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Es una ciudad de una gran belleza y simetría. Su largo es igual a su ancho, igual el largo que el alto. No creo que eso lo tengamos que verlo como si hablásemos del cubo, es probablemente una pirámide y será una ciudad de proporciones perfectas. Es lo que simboliza, ¡la totalidad perfectamente proporcionada! Todo el mundo desea eso, todos quieren ser una persona completa. La gente dice: «Quiero ser yo. Quiero sentirme realizado, quiero enderezar mi vida. Pero muchos lo hacen de una manera equivocada y creen que todo depende de ellos. Si hay un mensaje en la Palabra de Dios es precisamente que no podemos hallar solos el camino. Si usted intenta realizarse, se perderá, pero si permite que sea Dios el que haga posible esa realización en su vida, entonces sentirá usted que tiene una vida plena: su plenitud estará perfectamente proporcionada, sin contener nada extraño, nada que no esté equilibrado, sino que todo estará en armonía. Nuestro amigo, Eugene Petersen, al que cito muchas veces en este estudio, lo ha expresado muy bien con estas palabras:

«Las dos ciudades simbólicas del Apocalipsis, Babilonia y Jerusalén, muestran [como una muralla crea la consciencia de grupo y de las relaciones unos con otros]. Al llegar el mal a su mayor intensidad se convierte en una ciudad-ramera, en la que se concentra el mal y es destruida. Del mismo modo, cuando la consciencia de la presencia de Dios y la relación mutua de amor alcanzan su mayor intensión, se forma la ciudad-novia.»

No solo se revela el tamaño y la forma de la ciudad, sino hasta los materiales con que se ha construido.

La muralla ha sido construida con jaspe [imagínese ese enorme diamante brillando bajo el sol], y la ciudad es de oro puro, tan puro como el cristal. Los fundamentos de las murallas de la ciudad han sido decorados con toda clase de piedras preciosas. El primer fundamento es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista. Las doce puertas eran doce perlas, cada una de esas puertas fabricadas de una sola perla y las calles de la ciudad eran puras como el oro, como cristal transparente.

Deje que su imaginación vea la imagen de esa maravillosa ciudad: de un oro puro transparente, con cimientos que brillan bajo la luz de la cascada de colores, que brotan de las joyas incrustadas en sus lados, ¡en un caleidoscopio de luz y de gloria!

¿Cuáles son esos cimientos? Como ya hemos visto, son los 12 apóstoles. Por lo tanto, esto viene a ser una imagen de la verdad, es decir, de que la revelación apostólica está llena de luz. Hay un versículo en Efesios 3 en el que el apóstol Pablo habla acerca de la sabiduría «para que sea dada a conocer, por medio de la iglesia, la multiforme sabiduría de Dios a los principados y a las autoridades en los lugares celestiales. Esa es una descripción del mismo fenómeno. La palabra «multiforme es literalmente «de muchos colores, es la sabiduría variopinta de Dios, que llega a nosotros gracias a la sabiduría radiante como un destello de la antigua verdad de los apóstoles.

Las puertas están hechas de una sola perla. Habrán escuchado ustedes muchos chistes acerca de San Pedro y las puertas de perla, que normalmente nos imaginamos como un par de verjas de una sola pieza. ¡Pero hay doce puertas, cada una es una perla gigantesca ¡y en ninguna de ellas se encuentra a San Pedro! ¡Dios debe de tener algunas ostras enormes en alguna parte en este nuevo universo porque cada una de las puertas está hecha de una sola perla! Las perlas son una imagen de la belleza y del dolor porque la belleza es el resultado del dolor de una ostra. Tengo un mensaje que prediqué hace años sobre la parábola de la Perla de Gran Precio. Titulé el mensaje «El Caso de la Ostra Irritada porque la perla se forma cuando se introduce en el caparazón de la ostra un diminuto pedazo de arena y la ostra se siente muy incómoda. Es como si hubiera pedazos de galleta en la cama. Para aliviar su dolor cubre el producto irritante con un nácar lustroso que se endurece y produce esa perla preciosa y que brilla. Describe maravillosamente cómo los redimidos lo son gracias al sufrimiento de Jesús. El fue el agricultor que vino a buscar una perla de gran precio. La halló, una preciosa perla que fue el resultado del sufrimiento que tuvo que padecer al pasar por la terrible agonía de la cruz. De ese dolor salió la iglesia de Jesucristo, la perla de gran precio. El tuvo que vender todo lo que tenía para poder comprarla. Esto significa que los redimidos no olvidarán por toda la eternidad el dolor y la vergüenza de la cruz de Cristo y cantarán para siempre:

Me glorío en la cruz de Cristo, que se erige sobre las ruinas del tiempo. Toda la luz de la historia sagrada gira alrededor de su gloriosa cabeza.

A continuación se describe la luz trascendente de esta ciudad.

«No vi en ella templo porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna, para que resplandezcan en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán a ella la gloria y la honra de las naciones. Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.»

En todo el Apocalipsis hemos leído la descripción de un templo que se encuentra en el cielo. Ese templo permanecerá durante todo el milenio, como el templo original sobre el cual se basó el que se construyó en la tierra, pero en los nuevos cielos y en la nueva tierra no hay templo. ¿Por qué? Porque el verdadero templo, del cual es una imagen el de los antiguos cielos, es el Hombre Verdadero, Jesús mismo. ¡Dios en el hombre es el templo! Por ello, se nos dice en 1ª de Corintios «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si Dios mora en usted, entonces usted forma parte de ese templo celestial y comparte el honor de ser el hogar de Dios, de ser su morada y de ahí procede la luz radiante. Las personas pueden verlo todo gracias a esa verdad, que es tan gloriosa que no hay necesidad ni del sol ni de la luna. No dice que no estén, sencillamente dice que en la ciudad de Dios no se necesitarán. No habrá nunca noche porque estará siempre iluminada por la gloria de Dios en el hombre. Las puertas no se cerrarán nunca porque no existirá la noche y, por lo tanto, no será necesaria protección alguna. Las ciudades suelen cerrar sus verjas de noche por causa del peligro que corren, pero no habrá nada que destruir en este nuevo mundo que nos espera. Los reyes de la tierra traerán consigo su gloria, no con el fin de competir con la gloria de Dios, sino para que se manifieste bajo la luz de Dios. Nada impuro entrará en ella porque solo tendrán admisión a ella los redimidos.

Finalmente se describe la vida de la ciudad en las primeras palabras del capítulo 22:

«Después me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluye del trono de Dios y del Cordero. En medio de la avenida de la ciudad, y a uno y al otro lado del río, está el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto. Las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Ya no habrá más maldición. Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le rendirán culto. Verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá más noche, ni tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol; porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.»

¡Qué imagen tan gloriosa de una fertilidad abundante, de vida en todas partes, de un río de vida, del árbol de la vida, que han sido ya mencionados con anterioridad en el Antiguo Testamento. El Salmo 46 dice: «Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios. Ezequiel describe un río que fluye desde el trono de Dios, es un río maravilloso en el que nadar, dijo. El árbol de la vida se encuentra en el Huerto del Edén, está allí mismo, juntamente con el árbol del conocimiento del bien y del mal, pero ahora nos lo volvemos a encontrar.

El río simboliza al Espíritu Santo. En cierta ocasión dijo Jesús que los que creen en él «de ellos fluirán ríos de agua viva. Juan comenta: «Esto dijo acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyerán en él. El árbol es un símbolo de Jesús mismo, que es el camino, la verdad y la vida, el árbol de la vida. Cuando obedecemos a la Palabra de Dios estamos comiendo y alimentándonos de Jesús y extrayendo vida de ese alimento y es lo que esto quiere decir, pues produce salud espiritual. Cuando seguimos, obedecemos y vivimos conforme a su Palabra florecemos.

Por lo tanto, no es de sorprender que de esta magnífica escena de la vida fluyan tres maravillosos ministerios. En primer lugar, un servicio lleno de poder. Sus siervos le servirán y no hay otra cosa que pudiesen pedir que sea más que eso; no hay mayor placer o gozo que servir a Dios y ellos tendrán una íntima comunión con él, verán su rostro, llevarán su nombre, de la misma manera que la esposa lleva el nombre del esposo y del mismo modo que ve su rostro y tendrán una autoridad genuina, pudiendo reinar eternamente. ¿Cree usted que el cielo va a resultar aburrido? No, el aburrimiento es una señal de egoísmo. Cuando una persona está aburrida es porque es una egoísta, porque quiere que otra persona haga algo por ella y desea encontrarse con algo emocionante que la satisfaga, pero allí se acabará todo egoísmo y, por lo tanto, en el cielo no existirá el aburrimiento. Habrá una continua animación, descubrimiento, anticipación, así como una constante gratitud y alabanza.

El resto del libro es sencillamente un epílogo. Del mismo modo que empezó con un prólogo, termina con un epílogo, que consiste principalmente en promesas. Son muchas las personas que descuidan la lectura de Apocalipsis, por desconfiar y no entender este libro. Necesitan las palabras de seguridad que proceden de Dios, que habla con verdad. De manera que el epílogo está formado por garantías, la primera «del Dios de los espíritus de los profetas.

«Me dijo además (el ángel): Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que tienen que suceder pronto.»

Hay una garantía, que ofrece el propio Dios, de que estás palabras las debemos de creer porque son fieles y verdaderas y luego la garantía de Jesús mismo.

«¡He aquí yo vengo pronto! Bienaventurado el que guardas las palabras de la profecía de este libro.»

«Léanlo, estúdienlo, guárdenlo nos dice. Recibirán ustedes bendición y fortaleza gracias a él y se prepararán para recibirle cuando él venga. A continuación hay una palabra de Juan:

«Yo, Juan, soy el que he oído y visto estas cosas. Cuando las oí y las vi, me postré para adorar ante los pies del ángel, que me las mostraba. Y él me dijo: «¡Mira, no lo hagas! Pues yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro. ¡Adora a Dios!»

Encontramos un relato como este en el capítulo 19, donde ha quedado constancia de la misma cosa. Personalmente no creo que Juan cometiese dos veces la misma equivocación, sino más bien que nos está recordando cómo reaccionó al oír estas cosas. Dice, de hecho: «cuando las oí y las vi me sentí tan confuso, tan inseguro y tan abrumado que me postré en tierra y adoré a los pies del ángel. Nos está contando el momento en el que más avergonzado se sintió, y recordándonos que aquella había sido una reacción equivocada. Deje que le guíe mas bien a adorar a Dios. Cuando lea usted este libro abra su corazón y alabe al Dios de la gloria, que nos ofrece un futuro tan fantástico, como el que aquí se describe.

El ángel sigue diciendo:

«Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto haga injusticia todavía, el que es impuro sea impuro todavía. El que es justo haga justicia todavía y el que es santo santifíquese todavía.,

Ese es un recordatorio de que cada día tenemos que ocuparnos de dos destinos diferentes. O bien seguimos por el camino correcto, siguiendo al Señor, caminando con él, haciendo el bien o ya hemos decidido hacer el mal y nuestras vidas se están viniendo abajo. Si ese es el curso que ha decidido seguir, el mal será el resultado. No hay otro escape posible que el de la fe en Cristo. Tendrá usted que continuar por el camino que haya escogido.

Entonces nos encontramos con una palabra de consuelo de Jesús que nos dice:

«He aquí vengo pronto, y mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según sean sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.»

Esa es una maravillosa repetición de su promesa de que cuando venga, todo esto se hará realidad.

La próxima palabra vuelve a ser un recordatorio de los dos destinos:

«Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para que tengan derecho al árbol de la vida y para que entren en la ciudad por las puertas. Pero afuera quedarán los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira [es decir, aquellos que pretenden ser algo que no son].»

Esa es una solemne advertencia, un recordatorio de que todo lo que creemos día tras día nos está llevando en una dirección o en otra.

Y otra palabra más de Jesús:

«Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para daros testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana [el que ha prometido venir a buscar a los suyos antes de que se levante el Hijo de Justicia].»

Fíjese que en muchas ocasiones, en esta última sección, nos encontramos con la promesa de que Jesús va a volver pronto. Muchas personas leen eso y dicen: «¿Cómo puede ser eso? Pero si hace siglos que se dijo eso. Algunos incluso dicen: «Juan y los demás apóstoles estaban equivocados. Dijeron que iba a volver pronto, pero han pasado ya 2.000 años y no ha venido todavía. Eso muestra lo equivocado que está este libro. Pero si lee usted el libro teniendo en cuenta que une el tiempo y la eternidad, entenderá que todo lo que se dice en él, ya sea el destino de los que se pierden o el de los justos, sucede el momento mismo en que morimos. No está nunca más allá de nuestra propia muerte y eso podría suceder muy pronto ¿no es así? Puede que pase aún algún tiempo antes de que se produzca en el tiempo, pero no falta mucho para que cada uno de nosotros pase de la esfera del tiempo a la de la eternidad.

El libro termina con una invitación y otra breve advertencia:

«El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!, …El que tiene sed, venga. El que quiere, tome del agua de vida gratuitamente.»

Esa es la invitación, que viene del Espíritu del mismo Dios, y de los redimidos de Dios (la esposa) y de cada cristiano en particular. Todas las voces se unen para exhortar al lector: «¡Ven! Aprovecha el don gratuito de la vida, le está esperando a usted y a todos los que vienen a Cristo.

Y luego la advertencia:

«Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están escritas en este libro; y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad, de los cuales se ha escrito en este libro.»

¡En otras palabras, no cambien nada! Esta es la verdad de Dios, no la cambien, no le quiten ni le añadan. Es lo que dice Dios. Como libro simbólico precisa de interpretación, pero vayamos con cuidado en cuanto a no privarle de su significado enfatizando lo simbólico a expensas de lo literal. No destruyamos su intención aceptando solo lo literal, sin entender lo que simboliza. Creamos en él, porque la palabra final de Jesús dice:

«El que da testimonio de estas cosas dice: ¡Sí, vengo pronto!, De modo que diga todo el pueblo de Dios: «¡Amen! ¡Ven, Señor Jesús!,»

Y al concluir el libro, me uno al apóstol Juan diciéndoles a ustedes:

¡Qué la gracia del Señor Jesús sea con el pueblo de Dios. Amen!

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