Desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha sentido un anhelo profundo por comprender y acercarse a lo divino. En el centro de la fe cristiana se encuentra el misterio: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas en una sola esencia. Cada una de ellas revela un aspecto único del amor, la soberanía y la presencia de Dios en nuestras vidas.
Explorar esta gloria nos permite profundizar en nuestra fe y encontrar propósito en nuestra relación con el Creador. Acompáñanos en esta reflexión sobre la grandeza del Padre, la redención a través del Hijo y la guía del Espíritu Santo, y descubre cómo esta verdad transforma nuestra existencia.
(Una continuacion de la Predica: La Salvación para la Gloria de Dios Solamente )
La gloria de Dios Padre
La gloria del amor de Dios es vista desde el mismo momento de Su elección para con nosotros. Por eso dice Dios a Israel:
Porque tú eres pueblo santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el Señor os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres, el Señor os sacó con mano fuerte y os redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto. (Énfasis agregado).
Deuteronomio 7:6-8:
Dios Padre no eligió a Israel como nación para Él por alguna condición inherente en ellos (v. 7), sino simplemente porque Él decidió amarlos y ese amor brotó de Su carácter amoroso y santo. No hubo ninguna otra razón para que esa elección se diera. Y a través del profeta Jeremías el Señor refuerza esta idea y revela algo más: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” (Jer. 31:3b).
El amor eterno de Dios hacia los suyos ha hecho que el pecador sea atraído hacia Él cuando Dios extiende Su misericordia hacia ese ser humano caído. El hombre no busca a Dios como establece la Palabra, en cambio es atraído hacia Dios por Su misericordia como revela Jeremías 31:3 (ver Juan 6:44), por lo que al final de todo, a la hora de dar gloria al autor de la salvación, solo Él, Dios, debe ser glorificado
La gloria del Hijo
La gloria de Dios Padre se revela plenamente en el Hijo, Jesucristo, quien es “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3, RVR1960). A través de Cristo, Dios mostró Su amor y Su gracia al mundo, enviándolo para traer salvación y reconciliación a la humanidad (Juan 3:16).
Jesús reflejó la gloria del Padre en Su enseñanza, en Sus milagros y, sobre todo, en Su sacrificio en la cruz, donde manifestó la justicia y la misericordia divina (Juan 17:1). En nuestras vidas, la gloria del Padre en el Hijo actúa transformándonos por medio de la fe en Cristo, dándonos vida eterna (Juan 5:24) y adoptándonos como hijos de Dios (Romanos 8:15-17). Al aceptar a Jesús, somos renovados y llevados a una relación más profunda con el Padre, siendo guiados por Su Espíritu para vivir en obediencia y santidad (2 Corintios 3:18).
Dios Hijo abandonó Su gloria, tomó forma de siervo, se hizo hombre (Fil. 2:5-8); cumplió la ley de Dios a cabalidad, lo cual el ser humano no podía hacer; fue a la cruz en nuestro lugar (Isa. 53:6,9); por medio de Su muerte tenemos redención de nuestros pecados (Ef. 1:7); murió sin pecado (2 Cor. 5:21) y resucitó al tercer día conquistando la muerte (2 Tim. 1:10; Heb. 2:14) y el pecado (1 Cor. 15:55-57).
Al recibirlo como Señor y Salvador, Él nos otorga Su santidad. Al vivir la vida que Él compró para nosotros (Juan 10:10), es justo y necesario que la gloria sea dada solo a Él.
La gloria del Espíritu Santo
La gloria del Espíritu Santo se manifiesta en la vida del creyente como guía, consolador y fuente de poder espiritual. Es Él quien nos transforma desde adentro, renovando nuestra mente y nuestro corazón para reflejar la imagen de Cristo. A través del Espíritu, Dios nos concede sabiduría (Juan 14:26), nos fortalece en momentos de debilidad (Romanos 8:26) y nos llena de paz y gozo (Gálatas 5:22-23).
Además, es el Espíritu Santo quien nos capacita para cumplir el propósito de Dios en nuestra vida, derramando dones espirituales (1 Corintios 12:4-11) y dándonos el discernimiento necesario para caminar en la verdad (Juan 16:13). Su presencia en nosotros es la garantía de nuestra herencia eterna (Efesios 1:13-14), recordándonos que no estamos solos, sino que Dios mismo mora en nuestro interior, guiándonos y fortaleciéndonos en cada paso del camino.
La Luz en la Montaña: Una Parábola sobre la Gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un hombre llamado Daniel. Durante años, él había oído hablar de una luz maravillosa que brillaba en la cima de la montaña más alta. Se decía que esa luz era la clave para encontrar paz, propósito y dirección en la vida. Muchos hablaban de ella, pero pocos se atrevían a subir hasta allí.
Un día, Daniel decidió emprender el viaje. Al llegar al pie de la montaña, encontró a un anciano que le dijo: “El Padre creó esta luz para iluminar el camino, el Hijo la llevó hasta la humanidad, y el Espíritu Santo te guiará hasta ella. Confía y sigue adelante.”
Con cada paso, Daniel sintió cansancio, dudas y temor. Pero entonces, recordó las palabras del anciano y pidió ayuda. En ese momento, sintió una fuerza nueva dentro de él, como si alguien caminara a su lado. En la cima, encontró la fuente de aquella luz: era más brillante de lo que imaginaba, cálida y llena de vida. Su corazón se llenó de gozo y entendió que la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo estaba con él todo el tiempo, guiándolo en su camino.
Desde entonces, Daniel regresó al pueblo con un propósito renovado: compartir con otros la verdad que había descubierto, para que ellos también emprendieran su viaje hacia la luz.
Conclusión: La Gloria del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo
La gloria de Dios, revelada a través del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es una fuente inagotable de amor, poder y propósito para quienes buscan Su presencia. El Padre, con Su infinita sabiduría, nos guía; el Hijo, con Su sacrificio, nos redime; y el Espíritu Santo, con Su compañía, nos fortalece y dirige cada paso.
Al comprender y experimentar esta verdad, encontramos esperanza en tiempos de dificultad, dirección en la incertidumbre y una paz que trasciende todo entendimiento. No se trata solo de un concepto teológico, sino de una realidad viva que transforma el corazón y la mente de aquellos que se entregan plenamente a Dios.
Que esta reflexión sobre la gloria divina nos inspire a vivir con mayor fe, amor y gratitud, confiando en que Su presencia nos acompaña en cada momento de nuestra existencia. Que Su luz brille en nuestras vidas y nos impulse a compartir Su amor con el mundo.