La mayor realidad del mundo

una visión general de Romanos 1-7

Hoy finalizaremos nuestra exposición de Romanos 1-7. Mi deseo es aventurarnos hacia lo imposible: Un resumen de los primeros siete capítulos de Romanos y de 104 sermones que comenzaron en abril de 1998. Mi oración y mi anhelo es que la estructura de la verdad –la visión de la realidad- en este libro se convierta en la estructura de su mente y su visión de la realidad. Que puedan pensar acerca de Dios, del pecado, de Cristo, y de la vida de la manera en que Pablo lo hace, de la manera en que Dios lo hace. Y que se conviertan en humildes extranjeros y exiliados con corazón de león en Norteamérica, listos para sacrificar su vida para la gloria de Cristo y la salvación de los pecadores.

Un Resumen de Romanos 1-7

Romanos enseña que el problema más importante en el universo es que las criaturas humanas de Dios (todos nosotros) han pecado, han sido destituidas de su gloria, y están ahora condenados bajo la omnipotente ira de Dios. Hay un problema con nuestra condición, ese problema es el pecado. Y hay un problema con su consecuencia, que es la ira. Otra manera de decirlo es que existe una culpabilidad real en cada persona a causa del pecado, y hay una condenación real sobre cada persona a causa de que el Juez y Creador del universo es justo y santo.

La conclusión de Pablo, después de dos capítulos actuando de fiscal acusador es Romanos 3:9: “¿Entonces qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? De ninguna manera; porque ya hemos denunciado que tanto judíos como griegos están todos bajo pecado; como está escrito: No hay justo, ni aun uno”. Romanos 3.22-23: “no hay distinción; por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios”. Y aquí tenemos una buena definición de qué es nuestro pecado, y porqué tiene que ver, fundamentalmente, con Dios, no con el hombre.

Cuando Pablo describe los pecados de su propio pueblo en Romanos 2: 24, el clímax de su acusación es este: “el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”. Lo que hace que el pecado sea pecado, no es que hiera a las personas, sino que blasfema el nombre de Dios. Esta es la mayor maldad y la mayor atrocidad del universo.

La gloria de Dios no es honrada.
La santidad de Dios no es reverenciada.
La grandeza de Dios no es admirada.
El poder de Dios no es alabado.
La verdad de Dios no es buscada
La sabiduría de Dios no es apreciada.
La belleza de Dios no es atesorada.
La bondad de Dios no es disfrutada.
No se confía en la fidelidad de Dios.
No se descansa en las promesas de Dios.
Los mandamientos de Dios no son obedecidos.
La justicia de Dios no es respetada.
La ira de Dios no es temida.
La gracia de Dios no es valorada.
La presencia de Dios no es apreciada.
La persona de Dios no es amada.

El glorioso e infinito Creador del universo, por quien y para quien todas las cosas existen (Romanos 11:36) – quien sostiene la vida de cada persona al darle la existencia en cada momento (Hechos 17.25) – es desdeñado, desobedecido, deshonrado y nadie en el mundo cree en él. Esa es la mayor atrocidad del universo.

¿Por qué las personas pueden indignarse emocional y moralmente ante la pobreza, la explotación, el prejuicio, y la injusticia del hombre contra el hombre y aun sentir poco o ningún remordimiento o indignación por el hecho de que Dios sea tan menospreciado? Es por el pecado. Eso es lo que el pecado es. El pecado es la estimación, valoración, exaltación y disfrute del hombre y su creación por encima de Dios. Así que aun nuestra ira centrada en el hombre y las heridas del pecado son parte del pecado. Dios es despreciado en la vida humana. Este es nuestro pecado, nuestra condición.

Y la consecuencia de esta condición es la ira de Dios. Romanos 1:18: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad […] Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias”. Fallar en el intento de hacer que la bondad y la gloria de Dios sean el centro de nuestras vidas, hace que la ira de Dios venga sobre nosotros.

Romanos 2:5: “Mas por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”. En Romanos 2:8: “[Aquellos que] no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia [recibirán]: ira e indignación”. Cuando escuchamos palabras como estas –que estamos todos “bajo pecado” y que los pecadores recibirán “ira e indignación” de Dios –necesitamos sentarnos y darnos tiempo para aceptarlas. Estas son palabras terribles. Cuando el Dios omnipotente tiene ira e indignación, no puede concebirse una fuerza peor. Hablamos de la furia de un huracán que destruye edificios o la furia de un tornado que arranca árboles como palillos de dientes.  Pero estas fuerzas son como nada comparadas con la ira de Dios.

En Apocalipsis 14:10-11, Juan busca un lenguaje para describir la longitud y profundidad del infierno. Dice que el pecador “beberá del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche”. No hay nada más espantoso en la realidad o la imaginación que la perspectiva de la eterna, infinita, omnipotente e irreprochablemente justa y correcta ira e indignación divina. Y esa es la consecuencia de nuestro pecado.

A menos que percibamos esto con claridad en nuestras cabezas y poder en nuestras emociones, el amor de Dios será reducido al sentimentalismo o a una mera asistencia para nuestros planes de autoayuda y recuperación. Así el amor de Dios no será infinitamente precioso o abrazado con temblor por nosotros como el Tesoro que realmente es.

El Momento Decisivo: La Ley de Dios no Puede Justificar o Santificar

Ahora viene el momento decisivo más importante en el libro. Cuando Pablo, el fiscal acusador, ha hecho su trabajo, termina en Romanos 3:19 con las palabras “que toda boca [es cerrada] y todo el mundo [es hecho responsable] ante Dios”. Entonces añade, en esencia, Ni siquiera pienses que puedes tomar los mandamientos de Dios (la Ley de Dios) y convertirlos en un medio para justificarte ante Dios. “porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de El; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Y no solo eso, Ni siquiera comiences a pensar que puedes tomar los mandamientos de Dios y convertirlos en un medio para convertirte en una nueva persona. No puedes ser absuelto por la ley, y no puedes ser transformado por la ley. La Ley de Dios no puede justificarte, ni tampoco santificarte.

Por el contrario, el mensaje de Romanos 3-7 es que Dios envió a su Hijo, Jesucristo, al mundo para vivir, morir, y levantarse nuevamente para ser la base de nuestra justificación y el poder de nuestra santificación. Si alguien, en cualquier parte del mundo, va a justificarse con Dios, o llevar fruto para Dios, será solo a través de Cristo. Y solo Cristo recibirá la gloria. Él es el gran fundamento de nuestra justificación, y el gran poder de nuestra santificación.

Tomemos estas dos grandes obras de Dios (la justificación y la santificación) una a la vez, y veamos cómo Cristo es el remedio de Dios para nuestra condenación y cómo Cristo es el remedio de Dios para nuestra contaminación, cómo escapamos de la ira de Dios hacia su favor, y cómo escapamos del poder del pecado hacia vidas de santidad y amor.

La Justificación: El Remedio de Dios para Nuestra Condenación

Antes que pueda haber cualquier charla acerca de cómo cambiar la manera en que vivimos –ajustando nuestra mente, nuestras familias, nuestras iglesias, nuestra sociedad- antes que nada de eso, y como base indispensable para todo eso, debemos escapar primero de la ira de Dios y ser contados por él como justos. Antes de que podamos experimentar cualquier transformación que honre a Dios, debe eliminarse la condenación de Dios. Lo que significa que la justificación debe preceder y proveer el fundamento para nuestra santificación.

Así que Pablo lidia con esto primero. El texto central en Romanos 3:24-25. Los pecadores culpables y condenados son “justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe”. Cada frase es preciosa para los pecadores culpables que se tambalean ante borde del infierno.

La palabra “justificados” es preciosa porque significa que Dios nos declara justos en su presencia aun antes de escapar del poder del pecado.

La palabra “gratuitamente” es preciosa porque significa que no podemos ganarnos esto. Es gratis. No la merecemos. No somos transformados antes de obtenerla justificación. Esta es la base para ser transformados.

La frase “por su gracia” es preciosa porque significa que detrás de la ira de Dios existe otro impulso poderoso hacia nosotros en el corazón de Dios, la gracia mueve a Dios en completa libertad, para salvarnos de su propia ira.

La frase “por medio de la redención” es preciosa porque significa que nuestros pecados son perdonados y somos liberados, redimidos, de la condenación.

La frase “que es en Cristo Jesús” es preciosa porque significa que Jesús mismo y no nosotros ni la ley, es el fundamento para nuestra justificación. Él es una roca mucho más sólida para afirmarnos que lo que mi cumplimiento de la ley pudiera alguna vez ser.

La frase “a quien Dios exhibió públicamente” es preciosa porque ésta gran transacción de redención no fue hecha en un recóndito rincón, o en alguna fábula mitológica, sino en la historia, bajo el gobernador romano y ante muchos testigos.

La frase “como propiciación” es preciosa porque significa que la ira de Dios que merecemos, fue quitada. Cristo la absorbió, y la lanzó lejos. Él se volvió maldición por nosotros y quitó el juicio de Dios. Dios fue propiciado.

La frase “por su sangre” es preciosa porque significa que Cristo murió por mí. Él derramó su vida y su sangre en mi lugar e hizo lo que yo nunca podría hacer para salvarme. Solo la muerte del Hijo de Dios pudo salvar a un pecador como yo.

La frase “a través de la fe” es preciosa porque muestra cómo tú y yo nos volvemos beneficiaros de toda su gracia. No trabajamos para obtenerla, la recibimos como un regalo por fe. Pablo lo subraya en Romanos 5.17 con las palabras: “mucho más reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo […] los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Solo por fe recibiremos el perdón y la justicia imputada de Jesús.

Así que la justificación es el acto donde Dios nos tiene por justos, aun cuando todavía somos pecadores solo por gracia, solo por la fe, solo sobre la base de la obra de Cristo, solo para la gloria de Dios. Esta es la mayor realidad del mundo –conocer a Dios lleno de la gracia y sin su ira, debido a Cristo.

Ese es el remedio de Dios para nuestra condenación y es así como escapamos de la ira de Dios hacia su favor. Le llamamos justificación.

Ahora, ¿cómo es Cristo el remedio para nuestra contaminación? ¿Cómo escapamos del poder del pecado hacia vidas de santidad y amor?

La Santificación: El Remedio de Dios para Nuestra Contaminación

La justificación no es un proceso de transformación. Es la declaración de que, ante Dios, estamos bien parados, absueltos y justificados. Sucede en un abrir y cerrar de ojos, cuando creemos por primera vez en Cristo. La santificación es un proceso de transformación. Continúa a través de la vida y está fundamentada en la inconmovible, firme, e inquebrantable tierra de la justificación. Esa es la diferencia clave

Y Cristo es la clave de las dos, la clave no es guardar la ley. Y la fe en Cristo es el medio para llegar a las dos. Lo hemos visto en la justificación. Recordémonos ahora lo que hemos visto acerca de la santificación. Pablo dice en Romanos 6:19; “presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación”. En otras palabras, ofrézcanse a sí mismos a este proceso de cambio. Pero ¿cómo? ¿Cómo pueden ser transformados los pecadores justificados en seguidores de Cristo llenos de fruto? Romanos 7:4 ha probado ser un verso clave: “Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”

Nosotros, los que hemos sido justificados, queremos llevar fruto para Dios –queremos llevar fruto de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gálatas 5:22-23). Queremos convertirnos en humildes extranjeros y exiliados con corazones de león en Norteamérica, listos para sacrificar su vida para la gloria de Cristo y la salvación de los pecadores.

¿Cómo sucede esto? No preocupándonos con la ley, sino muriendo a la ley y perteneciendo a otro –a Jesucristo, levantado de la muerte. Abraza a Jesús, agárrate rápido de él, confía en Cristo, aprecia a Jesús, ten comunión con Jesús, ama a Jesús. Haz que Jesús se convierta en la pasión de tu vida. Eso es lo que Romanos 7:4 implica: Muere a la obediencia de la ley y entrégate a una unión matrimonial con Cristo.

Así que aquí es donde estamos ahora que llegamos al Gran Ocho. No hay condenación gracias a Cristo. Y podemos experimentar una profunda transformación debido a Cristo. Una es llamada justificación, la otra es llamada santificación. Obtenemos diariamente nuestra postura a partir de la suficiente, inconmovible roca de nuestra Justificación en Cristo. Y entonces nos entregamos diariamente por la fe en la obra santificadora de Jesús en nuestras vidas. Oh, ven y confía en él. Incrédulo, ven a él y pon tu fe en él, y recíbele como tu justicia, tu perdón, tu tesoro. Creyente, ven a él una y otra vez, y nuevamente tómalo como tu tesoro, la roca de tu justicia ante Dios, y el poder de tu amor hacia los hombres.

By John Piper. © Desiring God. Website: ministros.org

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