Es un verdadero gozo poder escribirles y compartir con ustedes lo que ha demostrado ser el mensaje más importante que el Espíritu Santo nos ha dado en este último año…el mensaje del perdón y el perdonar
Carol y yo lo hemos predicado donde quiera que hemos ido: en Canadá, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, los Estados Unidos, México, Corea y Japón… y siempre hemos visto el mismo resultado: UN IMPACTO PODEROSO, trayendo gran sanidad y libertad. Pienso que este mensaje es aquél en que el Padre se está enfocando ahora dentro del Cuerpo de Cristo:
El quiere sanarnos en cuerpo, alma y espíritu, y además, quiere sanar nuestras relaciones los unos con los otros. Para muchos, El está comenzando con las relaciones dentro de sus mismos hogares: «El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:6).
¿Porqué le interesa hacer esto?
Pudiera ser que la cosecha está esperando hasta que haya un «lugar seguro» a donde traer a los cristianos nuevos, recién nacidos. Esto significa transformar nuestros corazones para que sean Su corazón:un corazón de misericordia y de perdón.
Es por eso que yo me deleito en decirles a las personas que El las ama tal como son… pero que les ama demasiado para dejarles tal como son.
El padre está muy interesado en desarraigar las obras de nuestra carne, derribando las mentiras y fortalezas del enemigo que engañan , que existen en los corazones de cada uno de nosotros. El quiere hacer esto para que podamos reaccionar a cada situación y a cada relación personal con el amor y compasión de Cristo… no con juicio y crítica.
Nuestras armas más poderosas en este proceso de sanidad interior son el arrepentimiento y el perdón, basados en la Cruz de Jesucristo y el amor de Dios
Nosotros, los que estamos disfrutando la Visitación del Espíritu de Dios y que hemos sido criticados y maltratados con desprecio y aun con terribles mentiras, pudiéramos pensar: ¡es verdad! ¡Estas personas que me han difamado con mentiras y exageraciones deben de arrepentirse y pedir perdón!. ¡Pero es a nosotros a quien Dios está hablando!
¡El me está diciendo!
«Mira el inmenso amor que te he dado. Te he dado un regalo que no mereces… mi perdón. Ahora, yo te estoy pidiendo que tú des el regalo del perdón a otros.» «¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?» (Mateo 18:33).
El avance de la renovación depende de que nosotros abramos nuestros corazones a lo que Dios está pidiendo de nosotros. Nos está pidiendo que perdonemos a quienes nos hacen un gran mal y quienes no merecen nuestro perdón. Nos está pidiendo que mantengamos dulce y puro nuestro corazón.
Si lo hacemos,
¡El avivamiento vendrá en mayor poder!
A continuación, he pedido a mi esposa, Carol, que comparta su experiencia con el perdón.
Testimonio de Carol:Cuando me convertí a Cristo, aprendí acerca del perdón. Así que perdoné a mi madre, quien me había herido profundamente; perdoné todo, pero me di cuenta que aun no la amaba. Volví a perdonarla y todavía no la podía amar. Así que lo hice una y otra vez, y aun no la amaba. Pensé: «Señor, algo debe estar mal. ¿Qué está mal en mi perdonar?»
El juicio nace de las heridas
Mi mamá fue la menor de ocho hijos; la sexta mujer. La familia deseaba más hombres para trabajar en la granja, así que mi mamá no fue deseada. Fue solamente una niña más.
Ya que sus padres frecuentemente trabajaban en el campo, se suponía que sus hermanas la cuidarían. Pero niños siendo niños, a veces fueron muy crueles con ella. La mecían violentamente en su cuna. Cuando lloraba, la encerraban en el closet. ¡Imagine las heridas que estas cosas causaron en su corazón!
Siendo una niña, yo no podía entender el dolor y el rechazo de mi madre. No sabía lo profundo de sus heridas. Yo sólo tenía que lidiar con su trato para conmigo. Cuando los niños hacen algo malo, cuando merecen una tunda, ellos lo saben. Pero cuando los niños son castigados por cosas que no hicieron , se dan cuenta de la injusticia.
Quizás no demuestran su rebeldía, pero en sus corazones ellos consideran a sus padres injustos y crueles.Eso es lo que me pasó a mí. En mí caso yo tenía mucho miedo de rebelarme , ya que si lo hacía, hubiera sido severamente golpeada. Mi mamá tomaría el cinto de mi papá y me golpearía fuertemente; ahora eso sería llamado abuso. Yo tendría moretones y cicatrices en mi cuerpo, pero las marcas más profundas se quedaron dentro de mí. En mi corazón yo la odiaba y la juzgaba y la despreciaba.
Cuando me convertí a Cristo, me di cuenta de que tenía mucho rencor en mi corazón y que necesitaba ser libre. Hice todo lo que pude, pero parecía que no podía cambiar mis sentimientos hacia ella. Pensé: «Dios, algo anda mal, aquí.» Una y otra vez lo intenté, pero no podía cambiar mi corazón. No fue hasta que recibí una enseñanza de John y Paula Sandford, sobre juicios enraizados en la amargura, que lo pude entender.
La Escritura dice acaso, «Honrarás a tu padre y tu madre sólo si son buenos cristianos y sólo si ellos hacen todo correctamente.» ¡Oh, no dice eso! ¿verdad? ¿Desearía que dijera eso?…No, lo que dice es:
«Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da». (Deuteronomio 5:16).
Contrariamente, en las áreas en que usted no les honra, no prosperará. No los juzgamos en todas las áreas, por supuesto, pero sí los juzgamos y los deshonramos en las áreas en donde nos han herido y han sido negligentes.
Pensé: «Bueno, Dios, yo no entiendo. La he perdonado. ¿Qué es lo que pasa?» Y el dijo: «No la has honrado, has pecado al deshonrar a tu madre.»
El empezó a mostrarme que hay dos lados en este asunto: Necesitamos perdonar, sí, pero también necesitamos arrepentirnos de nuestro propio pecado de juzgar. Por un lado necesitaba perdonarla, y lo hice. Pero por el otro, no la honraba en mi corazón. La odiaba. La juzgaba.
Ese pecado era mío, no de ella. Mi reacción ante ella era pecaminosa, pero yo no lo podía ver. Satanás, siendo un legalista, fue a Dios y le dijo: «Dios, Carol ha pecado aquí. Ella no se ha arrepentido de ese pecado de juzgar a su madre, así que tengo el derecho legal de traer sobre su vida la ley de la siembra y la cosecha».