Romanos 8:1-7
Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4 para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. 6 Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; 7 ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo.
Comencemos enunciando la idea central del libro de Henry Scougal: LA VIDA DE DIOS EN EL ALMA DEL HOMBRE (Sprinkle Publications, 1986, original de 1967). Primero lo haremos en el antiguo idioma del siglo XVII que él utiliza, y luego en el idioma contemporáneo. La idea central del libro, en sus palabras, es que la verdadera religión es, esencialmente, un principio interior auto-trasladado de vida divina. Para él no es simplemente un sistema de pensamientos o conducta limitado por consideraciones externas. Es la vida de Dios en el alma humana, vivificando y motivando; no es “guiada solo por amenazas, ni sobornada por promesas, ni limitadas por leyes” (p.36).
¿Cómo expresarlo en un lenguaje más contemporáneo? Yo diría: Ser cristiano es más semejante a una larva que se convierte en mariposa que a un republicano que se vuelve demócrata (o si lo prefiere de esta otra forma: que a un demócrata que se vuelve republicano).
Hay algo maravilloso y verdadero en esta comparación, y hay algo terrible y engañoso en ella. Lo maravilloso y verdadero es que ser cristiano es semejante a no ser cristiano, como revolotear en un jardín es semejante a yacer en un capullo.
Cuando el mandamiento divino es dado a la mariposa: “¡Vuela!” ella no siente carga, ni temor, ni culpa. Hace aquello para lo que fue creada: vuela. Así muestra la gracia de Dios con cada aletazo de viento. Tiene una nueva naturaleza de aviador que no tenía cuando era una larva en el capullo. A esto se refiere Scougal cuando habla del “principio vital” de la verdadera religión en el alma.
Pero cuando el mandamiento divino llega a la larva en el capullo: “¡vuela!”, y la larva no vuela, puede responder de tres formas diferentes:
- Puede hundirse en la desesperación y decir: « ¡No puedo volar! ¡No hay esperanza para mí!».
- O puede remontar los cielos en el auto-engaño y decir: « ¡Estoy volando! Mira allí está la tierra, allá abajo, ¡qué lejos!».
- O puede hacer lo que San Agustín hizo y clamar: «Manda según tu voluntad, y otorga lo que mandes, ¡oh Dios mío, vuélveme una mariposa!»
Lo que es cierto y verdadero en la comparación es que ella señala necesidad y el milagro del nuevo nacimiento. Ser un cristiano es tener un nuevo principio vital de vida en el alma, de manera que los mandamientos de Dios no son opresivos, son el anuncio de un hermoso día primaveral y del aroma de un jardín lleno de flores. Por la gracia de Dios hemos sido convertidos en mariposas. La vida de Dios ha venido a morar en nuestras almas y ahora nuestra naturaleza nos impulsa a levantarnos y volar hacia el Salvador.
Pero también hay algo terrible y engañoso en la comparación entre una larva que se vuelve mariposa y el republicano que se vuelve demócrata. Daría la impresión de que el estudio, la reflexión, y la elección que ocurre en el cambio de afiliación política no es parte de lo que sucede en la transformación de una mariposa. Pero ese sería un terrible malentendido.
El milagro de la metamorfosis espiritual desde una larva no-cristiana hacia una mariposa cristiana no ocurre por medio de procesos químico inconscientes dentro del capullo, sino a través de la consciente consideración de la verdad. En la Biblia, siempre que se habla de hombres y mujeres que son como larvas en sus capacidades para el vuelo espiritual, se habla de ellos como de personas responsables. Los mensajeros de Dios les hablan a estos hombres y mujeres con persuasión, demostraciones y evidencias, súplicas, exhortaciones, órdenes, advertencias, promesas, razonamientos, argumentos, e incentivos –diciéndoles que deberían levantarse y volar.
¿Por qué? Porque la belleza y aromas del jardín donde vuelan las mariposas es la gloriosa perfección de Dios. Y la perfección de Dios es más glorificada si la conversión de una larva no-cristiana en una mariposa cristiana es debido al poder impulsor de la belleza de este jardín y sus perfecciones. Pero ahora ¿cómo se conocen y aman estas perfecciones? La respuesta es que las perfecciones de Dios son conocidas por la mente y disfrutadas por la voluntad. Y por consiguiente, si Dios debe recibir la gloria, toda metamorfosis –toda conversión- debe ocurrir al dirigir la mente y la voluntad de los no-cristianos hacia la verdad y belleza impulsoras del jardín de Dios.
Así que, por una parte, es maravilloso y cierto decir que convertirse en cristiano es más parecido a convertirse en una mariposa, que a un demócrata que se vuelve republicano, porque la conversión involucra la dádiva de una nueva naturaleza con nuevos poderes de vuelo espiritual.
Pero, por otro lado, si analiza demasiado la comparación, ésta resulta engañosa y terrible, porque de hecho, una conversión cristiana es más parecida al cambio de partido político que a la transformación de una mariposa, porque siempre involucra la presentación de una verdad y la razonable apelación a mente y voluntad del incrédulo.
¿Cómo entonces surge la nueva vida (tipo mariposa) del cristiano? Henry Scougal dice que la raíz de la nueva vida divina en el alma del hombre es la fe. Y define la fe de una forma hermosa y profunda, y muy diferente a como lo hace la mayoría de la cristiandad contemporánea. Él dice que la fe es una “persuasión que se puede sentir por las cosas espirituales”. La fe no es solo un sentimiento, no es solo una persuasión; es una “persuasión que se siente”. Y esta nueva persuasión que se siente por las cosas divinas es la raíz que nos conecta poderosamente con la vida divina de Dios en el alma.
¿Y cómo es plantada la raíz de fe en el alma? La Biblia dice: “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Romanos 10:17). La “persuasión que se siente” por las cosas divinas ocurre cuando la verdad y belleza de las cosas divinas es exhibida en la mente por la Palabra de Dios.
Y esto es lo que quiero hacer en el tiempo que nos queda en esta mañana. Quiero exhibir en sus mentes a partir de la Palabra de Dios en Romanos 8 tres consecuencias de tener la vida de Dios en sus almas. Y mi oración mientras lo hago es que la verdad de estas cosas se glorifique en sus mentes, y que su belleza espiritual impulse sus voluntades, y sean atrapados en la “persuasión que se siente” por estas realidades espirituales, y así puedan disfrutarlas en sus propias vidas para siempre.
En Romanos 8:9 Pablo identifica así a los cristianos: “vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros”. Cristianos son aquellos en los que el Espíritu de Dios habita. A eso es a lo que se refiere Scougal al hablar de la vida de Dios en el alma del hombre. Dios vive en el alma del hombre por la morada de su Espíritu. Veamos entonces las tres consecuencias de esta sorprendente realidad: la morada de la vida de Dios en nuestras almas.
1. La Vida De Dios En El Alma Del Hombre Produce Una Nueva Relación Interpersonal Con Dios Y Su Hijo.
En la última parte del verso 9 Pablo dice: “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El”. En otras palabras la principal consecuencia de tener el Espíritu es que hace que usted pertenezca a Cristo. Usted ya no se pertenece, fue comprado por un precio, y el Espíritu de Dios y de Cristo (que son el mismo) ha sellado para siempre esta nueva relación interpersonal. Usted es de Cristo en esta mañana porque ha sido investido por el Espíritu y la vida de Dios.
Pero la investidura de la vida de Dios no solo produce una nueva relación con Dios el Hijo, también con Dios el Padre. Verso 15 y 16:
“Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”
El Espíritu de Dios es el Espíritu de adopción. O, para decirlo de otra forma, la vida de Dios en el alma del hombre crea una unión viva entre el Padre y el hijo. La naturaleza del Padre es impartida al hijo, y la antigua relación entre el esclavo y el señor de los esclavos es cambiada radicalmente. Un nuevo impulso, libre e irresistible, gobierna ahora nuestras vidas: no es la esclavitud temerosa, sino una alegre relación padre-hijo.
2. Lo Segundo Que Produce La Vida De Dios En El Alma Es Un Nuevo Liderazgo.
Verso 14:
“todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”
Cuando el Espíritu de Dios invade el alma del hombre emerge un nuevo líder, entiéndase: Dios. Pero este liderazgo no es la represión externa de un señor de un esclavista. Es el liderazgo de un nuevo principio interior de vida, como dijera Henry Scougal. El Espíritu ama las cosas de Dios y por eso nos dirige impartiéndonos ese amor por las cosas santas y divinas. Y por esa razón, los mandamientos de Dios no nos son gravosos, porque tenemos la naturaleza de Dios en nosotros.
El Espíritu nos dirige implantando una especie de instinto de búsqueda1 del hogar celestial. O para utilizar otra ilustración, el liderazgo del Espíritu es tan poderoso, y sin embargo, nuestra respuesta es tan libre, que Pablo lo llama “el fruto del Espíritu” y no las obras del Espíritu (Gálatas 5:22). El Espíritu promueve los frutos de justicia haciendo que el árbol sea bueno.
3. Esto Nos Lleva A Lo Tercero Que Produce La Vida De Dios En El Alma, A Saber: Una Nueva Libertad.
Verso 2:
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”
Los cristianos no son personas sin ley. Hay una ley en Cristo Jesús. Pero esta ley es muy diferente a un simple código grabado sobre la piedra. Esta ley es escrita en el corazón. No solo nos dice que no pequemos; ella viene con su propio poder para quebrar nuestra atadura al pecado. Y por tanto, nos libera de la muerte que es la paga del pecado. Y es llamada, en este verso, la “ley del Espíritu de vida”, porque no es nada menos que el mismo Espíritu de Dios escribiendo la voluntad de Dios en nuestros corazones para que, como dice el verso 4: “el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que […] andamos […] conforme al Espíritu”.
Así que la vida de Dios en el alma del hombre no nos libera del dominio del pecado acuñándonos los pies con un golpe cuando damos un paso equivocado, sino acuñándose a sí mismo (con su propia naturaleza) en nuestro corazón y haciendo que amemos hacer su voluntad. La mayor libertad que existe en el mundo está en volverse el tipo de persona que ama hacer estas cosas contra las cuales no hay ley (¡Gálatas 5:23!).
Pero aquí Pablo tiene que enfrentar el problema de la esquizofrenia en Dios. Por un lado, él nos ha enseñado muy claramente en este libro que todos hemos pecado y hemos sido destituidos de la gloria de Dios (3:23), que la paga del pecado es muerte (6:23), y que la santa ira de Dios es revelada contra toda impiedad (1:18).
Pero aquí en Romanos 8:2 Dios, el justo y santo Juez de toda la tierra, envía su Espíritu Santo no para castigar a los pecadores, sino para liberarles del poder del pecado y la sentencia de muerte ¿Cómo no pensar entonces que Dios es un esquizofrénico? ¿Abomina el pecado y derrama su ira sobre los pecadores, o envía su Espíritu para liberar del control del pecado y la maldición de la muerte a los pecadores condenados?
El verso 3 es la solución que Pablo ve:
«Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne.»
Antes de que Dios acordara con su Espíritu que él (el Espíritu) iría a liberar a los pecadores del poder del pecado y de la sentencia de muerte, acordó con su Hijo que él (el Hijo) iría y llevaría sobre sí la condenación del pecado.
Así que cuando el Espíritu de Dios va y libera a su pueblo del dominio del pecado y la sentencia de muerte no lo hace porque Dios haya dejado de abominar al pecado, o porque haya cesado de ser un Juez justo. Lo hace porque el Juez del mundo, justo y maravilloso, quien abomina el pecado con una abominación infinita, es tan rico en su amor que pone a su Hijo en nuestro lugar y asegura para nosotros una absolución eterna.
Así que no hay la más mínima señal de esquizofrenia en la divinidad. Hay una armonía y unidad absolutas en la conspiración de la trinidad para redimir un pueblo para la alabanza de la gloria de Dios.
- Más allá de las riquezas de su amor, Dios el Padre planifica la salvación de su pueblo pecador.
- Él pacta con su Hijo para tomar su lugar bajo su santa ira sobre la cruz.
- Y entonces, se vuelve, tal como estaba, a su Espíritu y le dice: “No pienses que hablamos de cosas opuestas. Con la muerte de mi Hijo he absuelto a mi pueblo de todo su pecado y he echado fuera su culpa. Y ahora te comisiono con todo mi corazón y toda mi alma: aplica esta gran adquisición en sus corazones y destruye las cadenas de sus almas.”
¡Oh, cuánto anhelo que ustedes vean, y amen, y alaben la obra conjunta de la Trinidad en nuestra Salvación! ¡El Padre la planeó, el Hijo la adquirió, y ahora el Espíritu –la misma vida de Dios en nuestras almas- la está haciendo realidad, liberándoles a todos ustedes de las cadenas del pecado que no tienen lugar en el alma de los redimidos!
¡Oh, no le resistan! ¡No apaguen su fuego o contristen su corazón! Su obra a nuestro favor es muy gloriosa y preciosa ¿Saben por qué se contrista el Espíritu cuando le resistimos? Porque él ama al Hijo de Dios, porque cada vez que resistimos la obra del Espíritu en nuestras vidas, despreciamos la sangre de Cristo, porque Cristo derramó su sangre a fin de adquirir para nosotros el don del Espíritu Santo.
Si negamos la nueva relación con Dios como nuestro Padre, que nos regala, si nos oponemos al nuevo liderazgo que nos trae, si nos agarramos de las cadenas de nuestro pecado y nos resistimos a su liberación; entonces tratamos a la sangre de Cristo como a algo barato, porque el objetivo del derramamiento de su sangre era asegurar para nosotros la presencia y el poder y la limpieza del Espíritu de Dios (la vida de Dios) en nuestras almas.
¡Dobléguense hoy ante la obra del Espíritu de Dios en su vida! ¡Confíen hasta el final en el Hijo de Dios! Y alaben la grandeza del amor de Dios y la gloria de su gracia que lo planificó todo.
By John Piper. © Desiring God. Website: ministros.org