Las tentaciones de Jesús

Las tentaciones de JesúsEs común escuchar sermones o leer artículos que tratan de la famosa tentación de Jesucristo en el desierto, como la describe Mateo 4.1-11. Sin embargo es importante considerar otras ocasiones en que Jesucristo fue tentado, ocasiones que afectaron seriamente su papel como el Mesías durante su ministerio terrenal. En esta oportunidad vamos a ver las tentaciones que Jesús sufrió en cuanto a su poder, su autoridad y su deidad, siendo Getsemaní donde probablemente experimentó la más grande de sus pruebas.

El capítulo 6 del Evangelio de Juan presenta el milagro más conocido de Jesús, la alimentación de los cinco mil. Mucho se ha comentado de este milagro, sin embargo es necesario considerar que este evento no fue sólo una prueba de la manera en que la multitud reaccionó ante Jesús, sino que también fue una prueba para el Señor mismo. Una de las cosas que motivó la alimentación de los cinco mil fue la compasión de Jesús, que veía a la gente “como ovejas que no tenían pastor” (Marcos 6.34).

Para ese largo día todo estaba bien. Era justificable alimentar a toda esa multitud. Sin embargo ocurrió que al siguiente día la gente de nuevo buscaba apresuradamente a Jesús. ¿Qué querían? Más pan. Habían entendido que si este Jesús era el Mesías, les daría más pan. Sin embargo el Señor conocía las intenciones de ellos, y les reprendió diciendo: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Juan 6.26).

Era una prueba para la multitud (que terminó en su propia decepción – Juan 6.66); pero también la multitud estaba tentando al Señor. ¿No era Jesús el único que tenía el poder para multiplicar el pan que podía saciar el hambre de ellos? ¿Por qué no darles más pan? Sin embargo Jesús no sucumbió a los deseos de la gente. Ejerció la disciplina que aprendió en el desierto. Satanás quería que el Señor convirtiera piedras en pan para que mostrara el poder que tenía como Hijo de Dios. Es interesante observar que la respuesta que Jesús le dio al diablo fue muy similar a la amonestación de Jesús a la multitud (Mateo 4.4; Juan 6.27).

Inmediatamente después de la alimentación de los cinco mil se presentó otra prueba difícil para Jesús. Juan 6.14,15 dice: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo”.

¿Fue fácil para Jesús sacudirse de aquella gente? Aparentemente no. Lo que ellos estaban pensando era cierto. El era el profeta que había de venir al mundo. Además él era el Rey de Israel. ¿Acaso no lo estaba probando con el gran milagro que acababa de realizar? Y cuando ellos querían venir para “apoderarse” de él para hacerle rey, en realidad Jesús no estaba temiendo a un acto de violencia, sino a un acto equivocado. Jesús había de tener claramente en su mente la perspectiva de su ministerio. El en efecto había nacido para ser el Rey (Juan 18.36,37), pero no como aquella multitud pretendía.

Jesús nuevamente estaba probando su resistencia a las pretensiones de este mundo. En el desierto había resistido a Satanás, quien le había tentado ofreciéndole la gloria y el dominio de todos los reinos de este mundo (Mateo 4.8). En esta ocasión Jesús rechazó la propuesta de la multitud, y ante los malos entendidos y confusiones, no vio otra alternativa que escapar de ellos.

El resto del capítulo 6 de Juan trata del discurso del pan de vida. Jesús quiere hacer entender a la multitud que el pan que ellos debían buscar no era el pan material, porque después de saciarse, volverían a tener hambre, y los exhorta a comer la carne del Hijo del Hombre y a beber su sangre para que tengan vida eterna (Juan 6.53-55). Con este sermón Jesús ya estaba dando a entender que su reino no era un reino material sino un reino espiritual.

En cuanto a la última tentación de Jesús, tenemos que ubicarla en Getsemaní. Hace unos años Martín Scorcese llevó a la pantalla una película denominada “La última tentación de Jesús”. La producción causó un escándalo. El autor no pone la última tentación en Getsemaní sino en la cruz, en el deseo que Jesús tiene de poseer una mujer para tener hijos, o sea como un anhelo de tener un hogar, cosa que nunca fue posible durante su vida. (Es interesante el hecho que el coreano Sun Myung Moon, fundador de una colosal iglesia internacional, que pretende ser “la iglesia verdadera”, declaró que él había venido al mundo a cumplir lo que Jesús no pudo hacer, o sea casarse y tener muchos hijos. Es probable que por sus pretensiones es que Sun Moon ha sido acusado de cometer graves y vergonzosos errores.) Esta posición pareció una blasfemia al público ortodoxo, creyente y apegado a la narrativa auténtica de los Evangelios.

En Getsemaní Jesús sufrió una verdadera agonía. Allí sufrió el abandono de sus propios discípulos que no pudieron orar con él ni una hora. ¿No representarán los discípulos a la humanidad que deja solo a Jesús en su agonía?

Si las mujeres hubieran estado en el jardín, otra cosa hubiera sido. Ellas habían acompañado a Jesús en su ministerio. Ellas le siguieron en la vía crucis (Lucas 23.27), permanecieron junto a la cruz, y también llegaron primero a la tumba. Pero no, aquí en Getsemaní a Jesús le tocaba quedarse solo. Era la voluntad del Padre que él afrontara solo la gran decisión de redimir o no al género humano.

Era indudable que la humanidad de Jesús sufrió aquí grandemente. “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22.44). Sin embargo no era una prueba sólo para la humanidad de Cristo, puesto que la tentación más grande fue para su divinidad. ¿No tenía él el poder de salvar de otra forma a la humanidad? ¿No tenía él el poder de hacer descender del cielo doce legiones de ángeles y destruir en un solo momento el imperio de Satanás? ¿No tenía esta acción más sentido que ser entregado como víctima inocente en manos de sus enemigos? El no tenía culpa ni obligación alguna de salvar a los impíos.

Era la repetición de una de las tentaciones que faltaba del desierto. (Las otras dos ya se habían dado según la narrativa del capítulo 6 de Juan.) Esta última era en Getsemaní. Sí, él tenía autoridad para pedir el descenso de estas doce legiones de ángeles (o sea un ejército de 72,000) para cuidarle y protegerle. Si él era el Hijo de Dios, él tenía todo el derecho de solicitar protección para su Persona. “Escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra” (Mateo 4.6).

La reacción de Jesús a la tentación satánica en el desierto fue la misma en Getsemaní. “No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4.7). Jesús prefirió no hacer su propia voluntad. Prefirió hacer la voluntad de Dios el Padre. Le costó una agonía, pero triunfó sobre la tentación más grande que se ha conocido en el mundo (Mateo 26.38,39,42,44,45).

Si la tentación en cuanto al poder y la autoridad de tal magnitud como la que sufrió Cristo hubiera venido a un cristiano común, un mero hombre, nunca hubiera sido una prueba tan grande. ¿Para qué querría un cristiano humilde poseer y gobernar todos los reinos de este mundo y su gloria? ¿De dónde sacaría la inteligencia para dominar un imperio mundial? Sólo un maniático como Hitler aceptaría tal proposición. (Y en efecto, Hitler era como un demonio encarnado que se lanzó a dominar el mundo con la intención de instalar un reino que supuestamente duraría mil años.)

Sólo un Dios (o un demonio) son capaces de ser tentados con semejante megalomanía. Pero esa tentación ocurrió en Getsemaní. El problema no era sólo que la humanidad fuera salvada, sino que el mismo Hijo de Dios abdicara de su fidelidad al Padre y por su cobardía cayera en las manos diabólicas del Príncipe de las Tinieblas. Y la única manera de evitar esto era seguir el camino de la cruz.

La omnipotencia de Dios no se vio en la cruz, pues la cruz fue el reverso de la misma. La cruz fue la humillación del Hijo de Dios. La supereminente grandeza del poder de Dios no se vio en la cruz sino en la resurrección de Jesucristo (Efesios 1.19,20). El poder de Dios se alejó del momento del sacrificio del madero porque así será necesario. Lo que parecía la ausencia de Dios en la cruz fue la toda presencia de Dios en la resurrección. Este fue el proceso divino.

¿Qué aprendemos de las tentaciones de Jesús? Aprendemos que a este mundo no se puede entrar sin confrontar los poderes de las tinieblas que se oponen a toda obra de Dios. Observamos que las estrategias de Satanás consisten en poner las cosas esplendorosas de este mundo fáciles de obtener sin tener que hacer ningún sacrificio. Aprendemos que cuando un cristiano tiene bien definido el camino de Dios que debe seguir por delante, su tarea es no distraerse con las tentaciones de este mundo, y procurar llegar con éxito a la meta del supremo llamamiento en Cristo Jesús.

Arnoldo Mejía A. – La Voz Eterna, Marzo-Abril 2002