En una fría noche de tormenta, un viajero buscó hospedaje en una humilde casa. En ella vivían tres hermanos que compartieron con él un plato de sop
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En una fría noche de tormenta, un viajero buscó hospedaje en una humilde casa. En ella vivían tres hermanos que compartieron con él un plato de sopa, un pedazo de pan, y después de comer le prepararon un lugar junto al fuego y les dieron unas mantas para que pudiera descansar y reponerse hasta que pasara el mal tiempo.
El viajero pudo secar sus ropas y recuperar las fuerzas necesarias para seguir su camino.
A la mañana siguiente, antes de proseguir con su viaje, entregó a los hermanos tres fuentes: una de metal dorado, otra de cristal y la tercera tallada en madera. «Es lo único que tengo para ofrecerles, y me da mucho gusto que ustedes las tengan.» Los hermanos agradecieron, y ni bien el hombre se hubo marchado, el mayor de ellos tomó la fuente dorada para sí, el segundo la de cristal y el más pequeño se quedó con la de madera.
Pasaron los años, y el viajero volvió a encontrar en su camino aquella cabaña en la cual se había refugiado.
Quiso saber qué había sido de esos tres hermanos que, tan gentilmente lo habían ayudado.
Se acerco a la puerta, golpeó y esperó unos minutos.
Al abrirse la puerta, pudo reconocer al menor de los tres hermanos, que lo invitó a pasar y le ofreció algo para tomar. Le contó que los otros dos hermanos ya no vivían más con él porque se habían casado. El viajero tomó asiento y se sorprendió cuando descubrió que en el centro de la mesa estaba la fuente de madera llena de frutas secas. No pudo aguantar las ganas y le
preguntó por el destino de las otras dos.
«La fuente dorada hace tiempo que perdió su brillo y por más que lo intentamos, nunca pudimos limpiarla. No sé adónde habrá ido a parar. La de cristal se rompió al lavarla. La única que nos queda y sigue siendo de gran utilidad, es la de madera. Cuando usted se fue, mis hermanos eligieron cada uno, una fuente y yo pensé que me había tocado la peor. El paso del tiempo me enseñó que me había equivocado, que aquella fuente que parecía la más insignificante, fue la que más sirvió y perduró en el tiempo.