Lecciones del Éxodo

Rev. Julio Ruiz, pastor

(Éxodo 8:25, 28; 10:11-24)
INTRODUCCIÓN: Si hay alguna señal que distingue el comportamiento de la sociedad del tercer milenio, es la CO-MO-DI-DAD. La tecnología se desarrolla con el propósito de presentar el mejor desahogo al cliente. La mercadotecnia sabe que mientras más contento pueda tener a sus consumidores, mayor ganancia habrá de sus productos. Si se pueden evitar las mínimas quejas, entonces se obtendrán los mayores dividendos.

El sistema financiero —que es el que conoce mejor la susceptibilidad de sus depositarios—sabe como mantener a la gente complacida, utilizando los medios más fáciles para usar su dinero, para pagar sus recibos, para adquirir sus inmuebles y hasta para hacer las más convenientes inversiones. El mundo de la computación es el mejor ejemplo que podemos ver en este asunto de buscar la comodidad de las personas. Cada día la computación va sustituyendo al hombre en los trabajos que han sido rutinarios, con el propósito que este tenga un mayor confort. La comodidad, pues, es el asunto que más se busca en este nuevo siglo. Pero tal comodidad no solo es buscada en el contexto secular, sino también en la vida espiritual y religiosa. En el presente pasaje, el Faraón, ya casi destruido por las plagas, y con una gran resistencia para dejar ira a Israel, le hace a Moisés una propuesta para que siguieran en Egipto, al margen de ciertos arreglos cómodos. El Faraón le propuso a Moisés una negociación con el fin de que el pueblo permaneciera con ellos. Solo que Moisés se mantuvo firme en la decisión de sacarlos de aquella oferta de «comodidad» para que salieran al desierto a presentarle sacrificios al verdadero Dios. Siempre habrá un «faraón» que plantea los llamados términos medios para realizar una adoración verdadera. Los arreglos que el Faraón le presentó a Moisés, son los mismos términos que se le presentan al creyente para servir a su Dios. Veamos cuáles son ellos.



I. ESTÁ BIEN SERVIR A DIOS, PERO ¿POR QUÉ DEJAR A EGIPTO? v.8:25

Moisés estaba consciente de la abominación que representaba para los egipcios adorar a otro Dios, que no fuera el de ellos. De allí que dijo que al hacerlo en Egipto estarían expuestos a la ira del pueblo mismo. V. 26. Pero lo era también para Israel. Aquel pueblo esclavizado por años supo de todos los dioses que adoraban los egipcios. Observaban los ritos y las formas, así como a las distintas figuras, a quienes ellos les rendían pleitesía, y ante quienes quemaban sus sacrificios. La decisión de Dios —que era la que *****plía Moisés—planteaba la necesidad de adorarle en el desierto. Esto fue lo que Dios había dicho desde el principio: «Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le dirás: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios» (Éx. 3:18) De modo que frente a la petición de Faraón de quedarse en su propia tierra para adorar a su Dios, Moisés se mantiene firme de hacerlo fuera de allí. La resistencia que presentó Moisés al Faraón nos recuerda que esa debiera ser siempre también nuestra posición. Nosotros no podemos adorar a Dios en «Egipto». Ese lugar es sinónimo de esclavitud como lo fue para los israelitas. De allí Dios nos libertó con su «brazo poderoso». Egipto representa al mundo con sus pecados esclavizantes. Representa aquel estilo de vida gobernado por la carne, el pecado y el príncipe de las tinieblas. La pretensión del «faraón» es que podemos seguir adorando a Dios, pero que no hay necesidad de salir de «Egipto». Esta propuesta parece haber hallado cabida en ciertos tipos de creyentes, y el enemigo la ha usado muy bien. Como no puede arrebatar las almas que ya han sido salvas, no le importa que los creyentes sigan adorando a su Dios, con tal que no abandonen al «Egipto» de donde salieron. Esta dicotomía de la vida hace que el creyente actúe de una manera dividida al momento de dedicar su vida al Señor. Genera en él un estado ambivalente, pues con su espíritu quiere adorar a su Dios, pero descubre que en su carne hay cierta complacencia a sus apetitos y deseos, los cuales se oponen entre sí.



II. ESTÁ BIEN SERVIR A DIOS, PERO ¿POR QUÉ IR TAN LEJOS? v. 28

Uno puede ver en la historia de la liberación de Israel algo extraordinario y dramático, no solo en lo que respecta a esas plagas sobrenaturales que le vinieron a Egipto, sino en la dureza del corazón del rey. Significaba tanto ese pueblo esclavizado para él que lucha de una manera desesperada, buscando todo tipo de arreglos, con tal de no dejarlos ir. Ya a estas alturas ha venido conociendo a Jehová, el Dios que desestimó e ignoró cuando Moisés y Aarón le solicitaron la libertad de Israel. Como Moisés no aceptó ofrecer adorar a Dios en Egipto, sugiera la posibilidad que se vayan, pero que no lo hagan tan lejos. Les plantea el arreglo de la salida, pero que no se escaparan de su alcance. Sin embargo, la respuesta de Moisés siguió siendo contundente. Aun cuando oró a Dios para que retirara la terrible plaga de moscas que les había invadido v. 29, exige que el rey no falte más a la palabra de no dejarlos. El «no ir tan lejos» sigue siendo el planteamiento del «faraón» de hoy. Es aquel tipo de arreglos para que seamos creyentes sin ningún impacto. Para que no nos preocupemos por el crecimiento espiritual. Para que no hagamos de la palabra de Dios o de la oración, las disciplinas que nos darán las continuas victorias. No ir muy lejos es la filosofía de muchos creyentes modernos. Algunos se preguntan, ¿para qué ir tanto a la iglesia? ¿Qué hacer todo el tiempo en sus actividades? ¿Para qué preocuparse por los demás? La conclusión para algunos es que hay diversiones en el mundo mucho más lindas que las que te ofrece la iglesia. ¡No vayas tan lejos! ¿Para qué ir tan lejos si al final vamos para el cielo? Y así, el enemigo le está ganando la batalla a la iglesia, pues ésta lucha por el crecimiento espiritual de sus miembros, mientras que hay una incesante voz que dice: sirvan a Dios pero no se consagren tanto. Sin embargo, la orden que nos da nuestra «Moisés», tipificando a Cristo, es salir e ir bien lejos en nuestro servicio al Señor.



III. ESTÁ BIEN SERVIR A DIOS, PERO ¿POR QUÉ TODA LA FAMILIA? 10:11

A estas alturas el Faraón es un hombre derrotado. Sin embargo su corazón no se ablanda. Ahora es el hombre que cede una parte y después se retracta. Es el hombre que teme por un momento pero su obstinada actitud lo vuelve a endurecer. Las pesadas plagas lo han venido minando. Admite que ya no es el «dios» todopoderoso de la tierra; ahora no tiene dudas quién es Jehová a quien desafió al principio. De modo, pues, que sigue negociando la salida. Desea dejar ir a Israel pero sabe que con su salida se va también la prosperidad de Egipto. Ellos fueron bendecidos con la presencia de ese pueblo desde que llegaron sus antepasados a la región de Gocén. La pérdida va a ser muy grande, de allí que presenta una penúltima negociación. Pero esta negociación era más peligrosa que las anteriores. Él sugiere que se vayan solo los varones v.11. ¿Qué estaba pretendiendo con esto el Faraón? ¿Cuál era su propósito con semejante propuesta? ¿Cómo se puede servir al Señor sin que la cabeza del hogar esté presente? Sí, esa propuesta para ser insólita, sin embargo es la realidad de muchos hogares modernos. Hay padres que le estarían haciendo caso a la recomendación del “faraón”. Hay marcadas tendencias donde los padres se constituyen más en simples proveedores, en lugar de ser los auténticos conductores de la vida familiar. Una extraña filosofía moderna nos hace ver que los hijos podrán valerse por si mismo, o por su educación escolar, todo lo que concierne al asunto de sus tentaciones, de su vocación y de sus elecciones. Pero la verdad es otra. Nadie puede sustituir la función del varón en la familia. Mi derecho de formar a mis hijos no es asunto transferible. El mejor modelo para el hijo no es el héroe de la película, el profesor de su colegio, o su ministro religioso; debería ser su propio padre. Por supuesto que hay sus excepciones, pero el padre es la cabeza de la familia. Ese privilegio y responsabilidad se la dio el Señor. El padre no debiera abandonar su mejor legado. Los hijos le fueron dados para levantarlos como “plantas crecidas en su juventud” y sus hijas como “las esquinas labradas como las de un palacio” (Sal. 144: 12)



IV. ESTÁ BIEN SERVIR AL SEÑOR, PERO ¿POR QUÉ NO DEJAR LOS BIENES? v.11

La última negociación del Faraón resulta patética. En su desesperación, sabiendo que ya estaba destruido, llama a Moisés y Aarón y les dice que está bien que se vayan a adorar a su Dios en el desierto; que se vayan todos, incluyendo también a la familia, pero que dejen atrás sus ganados. Este detalle es muy curioso en esta parte. Si se considera que el pueblo de Israel podía llegar a ser de unos dos millones de personas, para el tiempo cuando partió de Egipto, la cantidad de ganado, sumado por cada familia, tuvo que ser enorme. A esto hay que añadir que mientras las plagas destruyeron casi todo el ganado de los egipcios, el de los israelitas permaneció intacto. Así pues, la desesperación del rey llegaba a dimensiones imponderables. Él sabía que su pueblo estaba en ruinas. La plaga del granizo destruyó muchos productos agrícolas y gran parte del ganado que requerían para su sustento. De allí que le plantea a Moisés la oferta final para dejarlos ir v. 24. Pero Moisés jamás vaciló ante estas pretensiones, de allí que respondió: “¡También nuestro ganado irá con nosotros! No quedará ni una pezuña de ellos, porque de ellos hemos de tomar para servir a Jehová nuestro Dios. No sabemos con qué hemos de servir a Jehová, hasta que lleguemos allá” v. 26. La oferta del “faraón” parece encontrar cierto eco en la vida de algunas personas. Hay los que piensan que si se puede servir al Señor “dejando los bienes en Egipto”. Los bienes materiales, representado aquí por el ganado, forman parte de nuestra adoración al Señor. Esta negociación es la que sugiere que el creyente no debe preocuparse de la mayordomía cristiana. Es la mentalidad que cree que puesto que Dios es rico, no tiene necesidad de lo poco que yo pueda dar. A la hora de entregar nuestros diezmos y ofrendas, la tentación es la misma. Una y otra vez vendrá a la mente todas las cosas que se necesitan y que se pudiera comprar con lo que debo a mi Dios. Y es que una adoración sin rendir mis bienes al Señor está incompleta. Moisés sabía que el pueblo no podía venir con las manos vacías al momento de presentar sus sacrificios. Así también nuestra adoración involucra los diezmos y las ofrendas. Quedarnos con ello es robar a Dios y cerrar las puertas de las bendiciones del cielo. Por cuanto Dios dio lo mejor de lo que tenía para salvarnos, debemos dar a Él, o todo o nada. De Dios recibimos el 100% de todo, ¿es mucho si le rendimos en adoración a Él y a su obra parte de los bienes recibidos?



CONCLUSIÓN. La resolución de Moisés debe ser la nuestra también. “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros ancianos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; hemos de ir con nuestras ovejas y con nuestras vacas, porque tendremos una fiesta de Jehová” (10:9) No hay tal cosa como términos medios en la vida espiritual. La vida media cristiana es una vida sin retos ni compromisos. El “faraón” moderno nos dice que se puede adorar a Dios pero seguir con hábitos y actitudes de la vida en el mundo. Que se puede adorar a Dios pero que no es necesario tomar las cosas de Dios tan en serio. También dice que está bien adorar al Señor sin que esté toda la familia involucrada, y que se puede adorar a Dios sin necesidad de ofrecer mis bienes. Esta es la oferta del “faraón”, pero la propuesta de Dios no tiene términos medios. O todo o nada.


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