Modo de Espiritualizar

Por Charles H. Spurgeon
Muchos que escriben sobre la Homilética, condenan en términos severos, aun el que accidentalmente se espiritualice un texto. Dice Adam Clarke: «La predicación alegórica vicia el gusto y encadena el entendimiento tanto del predicador como de los oyentes.» La regla de Wesley es mejor: «Haced uso raras veces de la espiritualización, y alegorizad muy poco.» «Escoged textos,» dicen estos maestros, «de cuyo sentido claro y literal podáis tratar; nunca os permitáis hacer uso de otro significado que no sea el más obvio de un pasaje; nunca os permitáis acomodaros o adaptaros un texto: esto es un artificio propio de los hombres poco instruidos; una treta de los charlatanes; una manifestación miserable de mal gusto y de imprudencia.

.» Quiero honrar a los que merecen la honra, pero no puedo menos de disentir de esta opinión tan ilustrada, creyendo que es más caprichosa que exacta, y más aparente que verdadera. Por ejemplo, ¿qué otra cosa si no es un mero capricho o algo peor, pudo haber inducido al Sr. Athanase Coquerel a que escribiese criticas tales como estas: «Para nosotros cristianos, el sacerdocio universal y supremo del Hijo de Dios, no se recomienda ni en lo más mínimo, cuando se asemeja al pontificado de Melchisedee; y nuestra peregrinación hacia el país celestial teniendo a Jesús de jefe, se parece muy poco a la de Israel hacia la tierra prometida, teniendo como tal a Josué, no obstante que los nombres se asemejan entre si. Muchos textos se prestan con una facilidad maravillosa a esta clase de interpretación que en realidad no lo es. ‘Señor, sálvanos, que perecemos,’ clamaron los apóstoles, cuando la tempestad en la mar de Galilea amenazaba la destrucción de su barca. ‘¿Quieres ser sano?’ dijo Cristo al paralítico de Betsaida. Conocemos que seria muy fácil alegorizar estas palabras. Se ha hecho eso mil veces, y tal vez ningún predicador, especialmente cuando se encuentre desprovisto de textos estudiados y de esqueletos formados, se rehúsa a emplear este recurso tanto más seductor, cuanto que es fácil en extremo. Compuse un sermón extenso sobre la invitación de Moisés a su suegro Hobab o Jethro, Núm. 10:29: ‘Nosotros nos dirigimos al lugar del cual Jehová ha dicho: yo os lo daré: ven con nosotros.’ La división era muy sencilla y fácil. Comencé con un exordio histórico: El lugar es el cielo; el Señor nos lo da como nuestro país. El verdadero creyente dice a cada uno de sus hermanos: ‘Ven con nosotros, etc., etc.’ Nunca me he perdonado a mí mismo el haber escrito y aprendido de memoria 30 páginas relativas a este tema.» Si el Sr. Coquerel no hubiera incurrido en mayor falta que esta, seria mucho mejor ministro de lo que es actualmente. Se puede hacer mucho bien eligiendo de vez en cuando textos olvidados, singulares, notables o raros; y estoy cierto de que si apeláramos a un jurado de predicadores prácticos que han tenido buen éxito en su vocación, y no han sido sólo teóricos, tendríamos la pluralidad de votos en nuestro favor. Tal vez los rabinos ilustrados de nuestra generación, sean demasiado sublimes y celestiales para condescender en bajarse hasta los hombres humildes; pero nosotros que no tenemos ningún cultivo, ni ilustración profunda, ni elocuencia arrebatadora de qué gloriarnos, hemos tenido por conveniente hacer uso del mismo método que los ilustres han reprobado, porque es para nosotros el modo más eficaz de evitar la rutina de una formalidad fastidiosa, y también nos da una especie de sal con qué sazonar la verdad que sería de otro modo desabrida. Muchos de los que han tenido el mejor éxito en ganar almas, han tenido a bien dar un papirote a su ministerio, y fijar la atención de su congregación haciendo uso de vez en cuando de algún método original y desconocido. La experiencia no les ha enseñado que estuvieran en error, sino lo contrario. Hermanos míos, no tengáis miedo de espiritualizar, ni de escoger textos singulares; hacedlo sólo prudentemente. Seguid buscando pasajes de la Biblia, no sólo dándoles su sentido más palpable, como es vuestro deber, sino también sacando de ellos lecciones que no se puedan encontrar en la superficie. Recibid el consejo en lo que pueda valer; pero os recomiendo seriamente que pongáis de manifiesto a los críticos sutiles, que hay algunos que no adoran la imagen de oro que han levantado. Os aconsejo, y que no os entreguéis a continuas e indiscretas «imaginaciones,» como Jorge Fox las llamaría. No os ahoguéis porque se os recomienda que os bañéis, ni os conviene que os ahorquéis porque se dice que el tannin es muy útil como astringente. Una cosa admisible, si llega a ser excesiva, es vicio, así como el fuego es buen amigo en el hogar, pero un tirano temible cuando se encuentra en una casa incendiada. El exceso, aun de una cosa buena, ahíta y fastidia, y en ningún caso es esto más cierto que en el que estamos tratando.

El primer canon que se debe observar es éste: «no forcéis un texto espiritualizándolo.» Esto seria un pecado contra el sentido común. ¡Cuán terriblemente se ha maltratado y despedazado la Palabra de Dios por cierta clase de predicadores que han dado tormento a ciertos textos para hacerlos revelar lo que de otro modo nunca habrían dicho! El Sr. Slopdash, de quien Rowland Hill nos habla en sus «Diálogos de una Aldea,» es tipo perfecto de una clase numerosa de predicadores. Lo describe como haciendo un discurso sobre las palabras del panadero de Faraón: «Tenía tres canastillos blancos sobre mi cabeza,» Gén. 40:16. Valiéndose de este texto, ese «necio, tres veces ungido,» como le llamaría cierto amigo mío, ¡discurrió sobre la doctrina de la Trinidad. Un ministro cristiano muy amado, hermano venerable y excelente, y uno de los mejores predicadores de su distrito, me dijo que un domingo echó de menos a un labrador y a su esposa, en el culto de su capilla. Continuó extrañándolos en la congregación por muchas semanas, hasta que un lunes, encontrando por casualidad al marido en la calle, le dijo: «-Qué milagro, Juan, no le he visto a usted por mucho tiempo.»- «No señor,» respondió aquél, «no nos hemos aprovechado del ministerio de usted tanto en estos últimos días como antes.» -«¿De veras, Juan? lo siento mucho.» -«Bien, hablando con toda franqueza, le diré a usted que nos gustan a mi y a mi mujer, las doctrinas de gracia, y por tanto, hemos asistido recientemente a los cultos del Sr. Bawler.»- «¡Ah! ¿usted se refiere al hermano que funciona en culto de los Altos Calvinistas?» -«Sí, señor, y estamos muy contentos: recibimos muy buen alimento allí, dieciséis onzas en cada libra. Nos estábamos muriendo de hambre bajo el ministerio de usted, aunque le respetaré a usted siempre, señor, como hombre.» -«Muy bien, amigo; por supuesto que usted debe asistir donde pueda conseguir el mayor bien verdadero; pero ¿qué recibió usted el domingo pasado?» -«¡Oh, señor! tuvimos un culto muy precioso: en la mañana tuvimos… tal vez no deba decírselo a usted, pero realmente disfrutamos un gran privilegio » -«Si, pero ¿en qué consistió, Juan?»-«Señor, el ministro nos explicó de un modo admirable y precioso, aquel pasaje que dice: ‘Si tienes grande apetito, pon cuchillo a tu garganta cuando te sentares a comer con algún señor.’-«Si, y ¿qué dijo el predicador sobre aquel texto?» -«Bien, señor’, le diré a usted lo que él dijo, pero quiero saber primero ¿qué hubiera usted dicho sobre este pasaje?» -«No sé, Juan, me parece ahora que no lo hubiera escogido; pero si hubiera tenido que predicar sobre él, habría dicho que una persona muy afecta a comer y beber, debe estar muy sobre si mientras se halle en presencia de los grandes, pues de lo contrario, se arruinará a si mismo, La glotonería, aun en esta vida, es ruinosa.» -«¡Ah!» dijo el hombre, «eso es la interpretación seca de usted. Como dije a mi mujer el otro día, desde que comenzamos a oír al Sr. Bawler, se nos ha abierto la Biblia de tal modo, que podemos ver mucho más en ella que antes.» -«Si y ¿qué les dijo a ustedes el Sr. Bawler concerniente a su texto?» -«Bien. Comenzó diciendo que un hombre que tenía grande apetito, era un joven converso, que siempre tenía muchas ganas de oir la predicación, y siempre quería alimento; pero que no estaba siempre bien informado en cuanto a la clase de comida que le convendría mejor.» -«Bien, y ¿enseguida, Juan?» -«Dijo que si el joven converso se sentara con un señor, es decir, con un predicador de la ley, las consecuencias serian para él muy tristes.» -«Pero, ¿qué hubo del ‘cuchillo, Juan?»

–«Señor, el Sr. Bawler nos dijo que era una cosa muy peligrosa la de oír a los predicadores de la ley, que, a no dudarlo, arruinarían al que lo hiciera; y que eso sería lo mismo que el que se cortaran la garganta. » Me supongo que el asunto fue llamar la atención sobre los efectos dañosos de permitir a los jóvenes cristianos que escuchen a otros ministros de los de la escuela hiper-Calvinista; y la lección sacada fue la de que este hermano bien podría poner un cuchillo a su garganta antes que asistir a un culto de su ministro anterior. Esto fue excederse en el modo de interpretar y aleccionar. Críticos, entregamos los caballos muertos tales como éstos, a vuestra voracidad. Por mucho que los laceréis o devoréis, no os reprenderemos.

Hemos oído hablar de otro sujeto que se ocupó de Proverbios 21:17, «Hombre necesitado será el que ama el deleite; y el que ama el vino y ungüentos no enriquecerá.» Los Proverbios son un campo favorito para los que espiritualizan. Aquí ejercen su aptitud para alegorizar con toda libertad. Nuestro hombre dispuso del pasaje del modo siguiente: «El que ama el deleite,» es decir, el cristiano que goza de los medios de la gracia «será hombre necesitado,» es a saber, será pobre en espíritu; y «el que ama el vino y ungüento,» es decir, el que disfruta de las provisiones de la alianza y goza del aceite y vino del Evangelio, no enriquecerá,» es a saber, no se estimará a si mismo como rico: enseñando así la excelencia de los que son pobres en espíritu, y como deseen regocijarse de los deleites del Evangelio. Este es un pensamiento muy bueno y propio, pero no lo encuentro en aquel texto. Todos habéis oído hablar de la interpretación famosa dada por el Sr. Guillermo Huntingdon, al pasaje de Isaías 11:8: «Y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco.» «El niño de teta,» es decir, el nene en la gracia, «se entretendrá sobre la cueva del áspid,» es a saber, sobre la boca del Arminiano. Entonces sigue una descripción de los juegos en que los cristianos sencillos sobrepujan en sabiduría a los Arminianos. Los profesores de la otra escuela de teología, ordinariamente han tenido a bien no responder a sus opositores en el mismo espíritu, de otro modo, los Antinomianos bien podrían haberse encontrado en el mismo rango que los basiliscos con sus opositores, desafiándolos jactanciosamente en la boca de sus cavernas. Esta clase de abuso sólo perjudica a los que lo emplean. Las diferencias teológicas se explican y se esfuerzan mucho mejor, por medios enteramente distintos de estas bufonadas. Los efectos producidos por la pura estupidez unida al amor propio, son a veces muy cómicos. Basta que se refiera un ejemplo. Un buen ministro me dijo el otro día, que había estado predicando recientemente a su congregación sobre los veintinueve cuchillos de Esdras. Estoy cierto de que él sabrá manejar estos utensilios prudentemente, pero no pude menos de decirle que esperaba que él no hubiera imitado a aquel sabio intérprete que vio en el número impar de cuchillos, una referencia a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Un pasaje de los Proverbios dice así: «Por tres cosas se alborota la tierra, y la cuarta no la puede sufrir; por el siervo cuando reinare, y por el necio cuando se hartare de pan; por la mujer aborrecida cuando se casare, y por la sierva cuando heredare a su señora.» (Prov. 30:21-23). Un ministro muy afecto a espiritualizar, dice que estas palabras son una representación figurada de la obra de la gracia en el alma, y que enseñan lo que perturba a los Arminianos y los hace pensativos. «Un siervo cuando reine,» es decir, pobres siervos tales como nosotros, cuando nos sea dado reinar juntamente con Cristo; «un necio cuando se harte de pan,» es a saber, pobres hombres necios tales como nosotros, cuando nos sea dado comer del mejor trigo de la verdad del Evangelio; «una mujer aborrecida cuando se case,» es decir, un pecador cuando se una a Cristo; «una sierva cuando herede a su señora,» es a saber, cuando nosotros, que éramos pobres siervos o esclavos bajo la ley, lleguemos a disfrutar los privilegios de Sara, y a hacernos herederos de nuestra señora. Estas son unas cuantas muestras de las curiosidades eclesiásticas, que son tan numerosas y apreciables como las reliquias que se recogen en gran número todos los días en el campo de batalla de Waterloo, y son recibidos por los pocos instruidos como tesoros inapreciables. Pero os he ahitado y no quiero malgastar más vuestro tiempo. Yo creo que no es necesario amonestaros que os apartéis de toda esta clase de extravagantes absurdos. Tales cosas deshonran la Biblia, insultan el sentido común de los oyentes, y humillan al ministro. No es esta la espiritualización que os recomendamos, así como el cardillo del Líbano no es el cedro de Líbano. Guardaos de aquella trivialidad pueril y tendencia atroz de torcer textos, que os hará sabios a vista de los necios, pero necios a vista de los sabios.

Nuestro segundo consejo es que nunca espiritualicéis sobre asuntos indecentes. Es necesario advertiros esto, porque la familia de predicadores poco juiciosos, son muy afectos a hablar de cosas que tiñen de sonrojos las mejillas de la modestia. Hay cierta clase de escarabajos que se crían en la inmundicia, y estos animalejos tienen su prototipo entre los hombres. Recuerdo en este momento a un teólogo raro que trataba con un gusto admirable y con una unción sensual, de la concubina hecha diez pedazos. Greenacre mismo no hubiera podido haberlo hecho mejor. ¡Cuántas cosas abominables no se han dicho sobre algunos de los símiles más severos y horripilantes de Jeremías y de Ezequiel! En donde el Espíritu Santo se ha expresado valiéndose de un estilo velado y casto, estos hombres han quitado el velo, y hablado como tan sólo las lenguas sueltas se atreverían a hacerlo. A la verdad yo no soy escrupuloso: lejos de ahí; pero explicaciones del renacimiento que se basan en las analogías sugeridas por una partera; exposiciones minuciosas de la vida de los casados, me encolerizarían y me inclinarían a mandar a imitación de Jehú, que los que tal descaro tienen, fuesen arrojados del puesto elevado que osaran deshonrar por su impudencia desvergonzada. Yo sé que se dice: «Honi soit qui mal y pensé;» pero afirmo que ningún espíritu puro debe estar sujeto al aliento más ligero de indecencia, ni mucho menos en el púlpito. La esposa de César debe estar fuera de toda sospecha, y los ministros de Jesucristo deben ser inmaculados en su vida y en sus palabras. Señores, los besos y abrazos en que se deleitan algunos predicadores, son detestables; seria mucho mejor no predicar sobre el Cantar de los Cantares de Salomón, que tratar de él así como lo han hecho muchos hermanos, con un estilo medio indecente. Los jóvenes deben tener empeño especial en ser escrupulosa y celosamente modestos y puros en sus palabras. A un anciano se le permite más libertad, quién sabe por qué; pero un joven no tendría pretexto alguno, si violara la más perfecta delicadeza.



En tercer lugar, nunca espiritualicéis a fin de llamar la atención sobre vuestro propio talento extraordinario. Tal objeto seria malo, y el método empleado seria necio. Sólo un egregio simplón buscará se le guarde consideración especial con motivo de haber hecho lo que casi todos los hombres hubieran podido hacer igualmente bien. Cierto aspirante predicó una vez sobre la palabra «pero,» esperando así ganarse el favor de la congregación que, según su modo de pensar, no podía menos de entusiasmarse por el talento de un hermano que podía extenderse tanto al tratar de una simple conjunción. Parece que su asunto era el hecho de que por mucho bueno que hubiera en el carácter de un hombre, o por admirable que fuera en sus circunstancias, siempre se encontraría alguna dificultad, alguna prueba en conexión con esto. Por ejemplo, «Naamán era un gran varón delante de su señor, pero leproso.» Cuando bajó del pulpito el orador, los diáconos le dijeron: «Bien, señor, usted acaba de darnos un sermón muy raro; pero nos consta con toda claridad, que no es usted a propósito para esta congregación.» ¡Ay de la agudeza, cuando llega a ser tan despreciable, y con todo, pone una arma en manos de sus propios enemigos! Recordad que el espiritualizar no es cosa muy admirable como manifestación de la destreza intelectual, aunque podáis hacerlo bien, y recordad también que sin discreción es el modo más fácil de revelar vuestra extrema necedad. Señores, si anheláis rivalizar con Orígenes, en sus interpretaciones tan extravagantes y originales, sería provechoso que leyerais su biografía y notareis atentamente las necedades en que cayó no obstante su ilustración, por permitir que una imaginación desenfrenada dominara absolutamente su juicio; y si lleváis por mira exceder a los declamadores vulgares de la generación pasada, dejadme que os recuerde que la gorra y las campanitas no influyen tanto ahora en la gente, como lo hicieron hace algunos años.

Nuestra cuarta advertencia, es que nunca pervirtáis la Escritura con pretexto de darle un significado original y espiritual, no sea que os hagáis reos de aquella maldición solemne con que se guarda y se cierra el rollo de la inspiración. El Sr. Cook, de Maidenhead, se vio obligado a separarse de Guillermo Huntingdon, a causa de que éste interpretaba el mandamiento séptimo como dirigido por Dios Padre a su Hijo, y teniendo este significado: «No codiciarás la mujer del diablo, es a saber, de los reprobados.» Uno no puede menos de exclamar al oírla: «¡horrible!» Quizá seria un insulto a vuestra razón y religión deciros: detestad el pensamiento de tal profanación. Por instinto, la aborrecéis.

Además, nunca permitáis que vuestra congregación se olvide de que las narraciones que espiritualizáis, son hechos y no meras fábulas o parábolas. Este significado palpable de un pasaje, nunca se debe anegar en la exhuberancia de vuestra Imaginación, sino debe ponerse de manifiesto con toda claridad, y ocupar el primer rango en la importancia. Vuestra interpretación acomodada, nunca debe hacer abstracción del sentido original y nativo del texto, ni aun menoscabarlo. La Biblia no es una compilación de alegorías interesantes, ni de tradiciones poéticas e instructivas, sino que enseña hechos literales, y revela realidades tremendas. Poned de manifiesto a todos los que os escuchen, vuestra persuasión plena de la verdad de esta declaración. Seria muy triste para la Iglesia, que el pulpito adoptara aun aparentemente, la teoría escéptica de que las Santas Escrituras no son sino una mitología pulida, consignada autoritativamente, en la cual glóbulos de verdad se encuentran en solución en un océano de detalles poéticos e imaginarios. Sin embargo el espiritualizar textos tiene un lugar legítimo, o más bien, lo tiene el don particular que induce a los hombres a hacerlo. Los hombres desprovistos de imaginación y de ingenio niegan esto, así como las águilas pueden poner en duda la legalidad de cazar moscas; sin embargo, así como las golondrinas fueron creadas con este último fin, así el fin principal de algunos hombres es el ejercicio de una imaginación piadosa. Por ejemplo, habéis visto frecuentemente que los tipos ofrecen un campo muy vasto para el ejercicio de una ingeniosidad santificada. ¿Qué necesidad tenéis de buscar una referencia en la Biblia a «mujeres detestables» de que tratar en vuestros sermones, mientras tengáis enfrente cl tabernáculo en el desierto, con todos sus utensilios sagrados, el holocausto, el sacrificio propiciatorio y todos los otros sacrificios que fueron ofrecidos a Dios? ¿Por qué buscáis novedades, cuando tenéis delante de vosotros el templo y todas sus glorias? El talento más capaz de interpretar los tipos, puede ocuparse casi sin limites, de los símbolos legítimos de la Palabra de Dios, y tendrá mayor satisfacción en este ejercicio, puesto que esta clase de símbolos se han instituido por Dios. Cuando hayáis tratado de todos los tipos del Antiguo Testamento, os restará todavía el tesoro de mil metáforas.

Una explicación discreta de las alusiones poéticas de las Santas Escrituras, será muy aceptable a vuestras congregaciones, y con la bendición divina, muy provechosa. Pero dando por sentado que habéis explicado todos los tipos, ordinariamente reconocidos como tales, y que habéis arrojado vuestra luz sobre los emblemas y las expresiones figuradas de la Biblia, ¿deberán dormir después vuestra imaginación y aptitud para interpretar los símiles? De ningún modo Cuando el apóstol San Pablo encuentra un misterio en Melquisedec, y hablando de Agar y Sara, dice: «-las cuales cosas son dichas por alegoría,» nos da un precedente para que descubramos alegorías Bíblicas en otros pasajes además de los referidos. A la verdad, los libros históricos nos ofrecen alegorías no sólo aquí y acullá, sino que parece que como un todo han sido escritas con el fin de darnos una enseñanza simbólica. Un pasaje del prefacio de la obra del Sr. Andreas Jukes sobre los tipos del Génesis, nos enseñará cómo sin forzar la interpretación, puede muy bien una teoría bien elaborada, formarse por una inteligencia piadosa. Ved lo que dice ese autor llevado en alas de su imaginación: como base o razón de lo que ha de seguir, se nos demuestra primero lo que se origina del hombre y de todas las distintas formas de vida que ya por naturaleza o ya por gracia, puede producir la raíz del Adán viejo. Esto se encuentra en el libro del Génesis. Enseguida vemos que no siendo bueno lo que ha procedido de Adán, es preciso que haya redención: por esto encontramos a un pueblo escogido, redimido por la sangre del Cordero y rescatado de Egipto. Esto es lo que se contiene en el Éxodo. Siendo conocida la redención, adquirimos la certeza de que los escogidos necesitan acceso a Dios, el Redentor, y que en el santuario aprenden el modo de conseguirlo. Esto se consigna en el Levítico. Después caminando como peregrinos por el desierto de este mundo, una vez salidos de Egipto, casa de esclavitud, país de maravillas y de la sabiduría humana para dirigirnos a la tierra prometida más allá del Jordán, tierra que fluye leche y miel, se aprenden las pruebas del camino. Esto se ve en el libro de los Números. A continuación viene el deseo de cambiar el desierto por la tierra prometida, en la cual los elegidos no quieren entrar por algún tiempo aun después de haber conocido la redención. Esto corresponde al deseo que tienen los escogidos de realizar su progreso, en cierto grado, de conocer la virtud de la resurrección, de vivir en suma, aun en este mundo, como si estuvieran en lugares celestiales. En este concepto siguen lógicamente las reglas y los preceptos que se deben obedecer para lograr el fin indicado. El Deuteronomio, segunda anunciación de la ley, segunda purificación, nos habla del camino de progreso. Después de todo esto, se llega a la tierra de Canaán. Atravesamos el Jordán; conocemos prácticamente la muerte de la carne, y lo que es ser circuncidado y quitar de nosotros el oprobio de Egipto. Ahora conocemos lo que significa ser resucitado con Cristo, y tener lucha no contra la sangre y la carne, sino contra los principados y las malicias espirituales que habitan en los aires. Esto lo vemos en Josué. Enseguida viene la derrota de los escogidos en lugares celestiales, derrota que resulta de haber hecho pactos con los cananeos en vez de haberlos vencido. Esto nos consta en los Jueces. Después de esto, las distintas formas de gobierno que la Iglesia ha de conocer, pasan sucesivamente en los libros de los Reyes. Estas se extienden desde el establecimiento de la monarquía en Israel, hasta su extinción, época en que los escogidos son a consecuencia de sus pecados, entregados en poder de Babilonia. Siendo conocido esto, con toda su vergüenza, vemos que el resto de los escogidos, cada una según su fuerza, hacen lo que les es posible para restaurar a Israel: Algunos como Esdras, regresan a Canaán para reedificar el templo, es decir para restaurar el verdadero culto; y otros como Nehemías, suben para reconstruir el muro, es decir, para restablecer con licencia de los Gentiles, una imitación débil de la política antigua, mientras que otro resto en Esther, se ve cautivo, pero fiel y providencialmente salvado, por más que el nombre de Dios no aparece ni una sola vez en todo ese relato. No os recomiendo que hagáis uso de la imaginación en un grado tan extravagante como el de este autor en algunos c’.e sus escritos, en los cuales vemos su tendencia hacia el misticismo; pero sin embargo, leeréis la Palabra de Dios con un interés aumentado en extremo, si notáis la relación mutua de los libros de la Biblia y el desarrollo de sus tipos, siguiendo un orden sistemático. Bien podemos agregar que la aptitud para espiritualizar, se empleará con provecho generalizando los grandes principios universales que se injieren de hechos minuciosos y distintos. Este empleo es ingenioso, instructivo y legitimo. Tal vez no queráis predicar sobre el texto ‘Tómala por la cola’, Ex. 4:4; pero la siguiente observación sugerida por este pasaje, es muy interesante: «hay un modo especial con que debemos recibirlo todo.» Moisés tomó la serpiente por la cola, y así podemos mirar nuestras aflicciones de tal modo, que se cambiarán en una vara que obre prodigios; así también debemos tener mucho cuidado con respecto a nuestro modo de creer en las doctrinas de la gracia, de hacer frente a los impíos, etc., etc. De ese modo podréis inferir de centenares de sucesos bíblicos, grandes principios generales que no se expresan en ninguna parte con toda claridad. Considerad, por ejemplo, las muestras siguientes sacadas de los escritos del Sr. Jay. Salmo 74:14: «Tú magullaste las cabezas del Leviathán: dístelo por comida al pueblo de los desiertos.» Esto enseña la doctrina de que han de ser muertos los mayores enemigos del pueblo peregrino de Dios, y de que el recuerdo de esta misericordia refrigerará a los santos. Génesis 35:8 dice así: «Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada a las raíces de Bethel debajo de una encina; y llamóse su nombre Allonbachuth.» Sirviéndose de este texto, el Sr. Jay trata de los buenos siervos del rey dijeron al rey: hé aquí, tus siervos están prestos a todo lo que nuestro Señor, el rey eligiere,» enseña que un lenguaje semejante a éste, puede ser dirigido por los cristianos a Cristo. SI acaso alguno no estuviera conforme con el modo de espiritualizar usado tan eficaz y juiciosamente por el Sr. Jay, tendrá que ser una persona cuya opinión bien podéis pasar inadvertida. Según mi aptitud, me he esforzado en hacer una cosa semejante, y los diseños de muchos sermones de esta clase pueden encontrarse en mi pequeña obra titulada «Tarde por Tarde,» incluyéndose otros pocos en el volumen que lleva por nombre, «Mañana por Mañana.»



Un ejemplo de un buen sermón basado en una interpretación extravagante e imperdonable es el de Everard que se halla en su «Tesoro Evangélico.» En el discurso sobre Josué 15.16-17, donde las palabras son: «Y dijo Caleb: al que hiriere a Chiriath-sepher y la tomare, yo le daré a mi hija Axa por mujer. Y tomóla Othniel, hijo de Cenez, hermano de Caleb; y él le dio por mujer a su hija Axa.» En este sermón las declaraciones del predicador se basan en la traducción de los nombres propios hebraicos, según la cual el pasaje dice así: «Un buen corazón dijo: ‘Al que hiriere y tomare la ciudad de la letra, daré el rompimiento del velo; y Othniel lo tuvo por el tiempo propio y oportuno de Dios, y se casó con Axa, es decir, gozó del rompimiento del velo, y de este modo, recibió la bendición tanto de las fuentes de arriba, como de las de abajo.'» ¿No habrá otro modo mejor de enseñar que debemos buscar el sentido interior de la Biblia, y no descansar en las meras palabras o en la letra del Libro? Las parábolas de nuestro Señor prestan una oportunidad muy buena para el ejercicio de una imaginación madura y disciplinada al que quiera explicar e interpretar; y acabadas éstas, quedan todavía los milagros que son muy fecundos en sus enseñanzas simbólicas. A no dudarlo, los milagros son los sermones en acción de nuestro Señor Jesucristo. En sus enseñanzas sin par, tenéis sus «sermones orales;» y en sus incomparables actos, se encuentran sus sermones puestos en práctica. El libro de Trench sobre los milagros, a pesar de contener algunas herejías, puede ser muy útil en este estudio. Todas las maravillas de nuestro Señor se hallan llenas de enseñanzas. Considerad, por ejemplo, la historia de la curación del hombre sordo y mudo. Sus enfermedades nos sugieren a lo vivo el estado caído del hombre; y el modo de proceder de nuestro Señor, comprueba de un modo muy instructivo, el plan de la salvación: «Jesús le tomó aparte de la gente..» así es preciso que el alma llegue a sentir su propia personalidad e individualidad, y que sea conducida a la soledad. «Metió sus dedos en las orejas de él,» es decir, en la fuente del mal indicado: de este modo se convencen los pecadores de su estado. «Y escupiendo, etc.,» el Evangelio es un medio sencillo y menospreciado de lograr la salvación, y el pecador, para recibir ésta, debe humillarse a sí mismo bajo las condiciones de aquel. «Tocó su lengua…» indicando así con mayor claridad, el centro de la dificultad. Así se nos aumenta el sentimiento de nuestra necesidad. «Y mirando el cielo Jesús recordó a su paciente la verdad de que toda la fuerza debía llegarle de arriba»: lección es ésta que todo investigador espiritual debe aprender. «Gimió,» enseñándonos así que los medios de nuestra salvación son los sufrimientos del Gran Médico. Y cuando él dijo «Ephphatha» que significa «se ha abierto. . .» vemos en estas palabras la expresión de la gracia eficaz que efectuó una curación inmediata, perfecta y permanente. Esta explicación puede serviros como ejemplo de muchas, y bien podéis creer que los milagros de Cristo son una galería de cuadros que comprueban su trabajo entre los hombres. Sin embargo, esta muestra que acabamos de estudiar, debe prevenimos de la necesidad de ser discretos al tratar de las parábolas o de las metáforas de la Biblia. El Dr. Gill es un teólogo cuyo nombre debe ser mencionado siempre respetuosa y honorablemente en esta casa donde se encuentra todavía su púlpito; pero su explicación de la parábola del hijo pródigo, me parece absurda en extremo en algunas partes. El comentador erudito nos dice que «el becerro grueso» ¡era el Señor Jesucristo! A la verdad, uno no puede menos de estremecerse al ver tal extravagancia en un modo de espiritualizar como aquí se ve. Después notamos su exposición de la parábola del Buen Samaritano. Se nos dice que la cabalgadura sobre la cual se puso el herido, es también nuestro Señor Jesucristo. y los dos denarios que el Buen Samaritano dio al huésped, son el Antiguo y Nuevo Testamento o las ordenanzas del Bautismo y de la Cena del Señor. Pero a pesar de esta advertencia, podéis conceder mucha libertad en espiritualizar a hombres de un genio poético raro, como por ejemplo, a Juan Bunyan. Señores. ¿han leído ustedes alguna vez la espiritualización del templo de Salomón por Juan Bunyan? Es, a no dudarlo, una obra muy notable, llena de un ingenio santificado. Por ejemplo, considerad como muestra, una de sus explicaciones extravagantes, y ved si se puede mejorar. Trata de «las hojas de la puerta del Templo.» ‘Las hojas de esta puerta, como os dije antes, se podían doblar, y así como os sugerí anteriormente, tienen un significado especial e interesante. Porque de esta manera, cualquier hombre, y especialmente un nuevo discípulo, bien podría equivocarse, creyendo que todo el pasaje se le había abierto, siendo así que no todo, sino sólo una cuarta parte de él se le había apenas descubierto. Porque, como dije antes, estas puertas nunca se han abierto hasta ahora enteramente, ni aun en el antitipo; pues nadie todavía ha llegado a ver en ningún tiempo todas las riquezas y toda la plenitud que se encuentran en Jesucristo. Por esto digo que un novicio, si juzgara por la vista actual, y especialmente si viera sólo un poco, bien podría equivocarse, por cuya razón esta clase de personas, por regla general, tienen mucho temor de no llegar nunca a entrar por las puertas preferidas. ¿Qué dices tú, oh discípulo nuevo, no se encuentra en este estado tu alma? ¿No te parece a ti que eres un pecador demasiado culpable para ser salvo? Pero tú, oh pecador, no temas, las puertas son de goznes, y de consiguiente pueden abrirse más y más si hubiere necesidad. Por tanto, cuando vengas a esta puerta y te figures que no hay lugar para que entres, ‘toca y te será abierta’ más ampliamente y serás recibido. (Lucas 11:9; Juan 6:37). Por esto, quien quiera que seas, vienes a la puerta cuyo tipo era la del templo: no fíes pues en tus primeras concepciones de las cosas, sino cree que hay gracia abundante. No sabes todavía lo que Cristo puede hacer; las puertas son de goznes. El ‘es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.’ (Efe. 3:20). Las bisagras que sostienen estas puertas, fueron hechas, así como os dije, de oro. Esto quiere decir por una parte, que giraba sobre motivos de amor y a impulsos del amor; y por otra, que sus aberturas eran ricas. La puerta que nos conduce a Dios, gira sobre bisagras de oro. Los postes de que pendían estas puertas eran de olivo, ese árbol grueso y aceitoso, para enseñarnos que nunca se abren de mala gana ni lentamente, así como lo hacen aquellas cuyas bisagras carecen de aceite. Siempre están aceitadas, y así se abren fácil y prontamente a los que las tocan. Por esto leéis que el que habita en esta casa, da espontáneamente, ama espontáneamente, y nos hace bien de todo corazón. ‘Y alegraréme con ellos haciéndoles bien; y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma.’ (Jer. 32:41; Rev. 21:6: 22:17). Por tanto, el aceite de gracia significado por ese árbol aceitoso, o esos postes de olivo de los cuales pendían estas puertas, las hacen abrir fácil y alegremente al alma.»

Cuando Bunyan explica el hecho de que fueron hechas las puertas de madera de haya, ¿quién, excepto él, hubiera dicho: «La haya es también la casa de la cigüeña, esa ave inmunda, así como Cristo es el asilo, y amparo de los pecadores?» Dice el texto: «en las hayas hace su casa la cigüeña;» y Cristo dice a los pecadores que notan su falta de abrigo: «Venid a mí y os haré descansar.» El sirve de refugio a los oprimidos, refugio en las tribulaciones. (Deut. 14:18; Lev. 11:19; Salmos 104: 17; 74:2-3; Mat. 11:27-28; Heb. 6:17-20). En su «Casa del bosque del Líbano,» encuentra más dificultad, pero sale del paso como ningún otro pudiera haberlo hecho. Las tres hileras de pilares, cada una compuesta de quince son para él un enigma muy difícil, y no puede descifrarlo, pero lo intenta valerosamente, y abandona la tarea sólo cuando todos sus esfuerzos fueron infructuosos. El Sr. Bunyan es jefe, cabeza y príncipe de todos los alegoristas, y no debemos seguirle en los profundos lugares de expresión típica y simbólica. El era nadador; nosotros no somos sino vadeadores, y no debemos salir de la esfera de nuestros alcances. Antes de concluir esta lectura quiero daros uno o dos ejemplos del modo de espiritualizar, que me fueron muy conocidos en mi juventud. Nunca podré olvidarme de un sermón predicado por un hombre poco instruido, pero notable, que era mi vecino en el campo. Recibí yo las notas del discurso de sus propios labios, y espero que queden como notas, y nunca sirvan otra vez de base para la predicación de un sermón. El texto fue éste: «El mochuelo, la lechuza y el cuclillo.» Os parecerá probablemente que estas palabras no son muy fecundas en pensamientos; así me parecieron a mí, y por tanto le pregunté inocentemente: «¿Y cuáles son las divisiones del sermón?» Me contestó ingeniosamente: «¿Divisiones? tuerce los pescuezos de las aves, y luego tendrás tres divisiones, es decir, el mochuelo, la lechuza y el cuclillo.» Se ocupó de enseñar que todas estas aves eran inmundas según la ley ceremonial, y que eran tipos evidentes de los pecadores inmundos. Los mochuelos eran las personas que robaban a hurtadillas, y aquellas que falsificaban sus mercaderías, y todas las que engañaban a sus semejantes clandestinamente, sin que se sospechase que eran pícaros. Las lechuzas eran tipos de los borrachos, los cuales están siempre despiertos en la noche, mientras en el día apenas pueden caminar sin lastimarse por tener tanto sueño. Agregó que había lechuzas también entre los cristianos profesos. La lechuza parece grande sólo por las muchas plumas que tiene, pero es muy chica sin ellas: así muchos de los que se llaman cristianos no son más que plumas, y si pudiera quitárseles sus pretensiones arrogantes, se reducirían a muy poco. El cuclillo representaba al Clero de la Iglesia Anglicana, cuyos miembros siempre al abrir la boca en el culto, proferían la misma nota, Y por decirlo así, vivían de los huevos de otras aves, exigiendo al pueblo los diezmos y otras contribuciones eclesiásticas. Los cuclillos eran también, si no estoy equivoco, los que insistían en el albedrío, diciendo siempre: «Haz, haz, haz, haz.» ¿No es verdad que este sermón era absurdo? Sin embargo, teniendo presente el carácter de su autor, no parecía ni excepcional, ni singular. El mismo venerable hermano pronunció otro sermón igualmente peculiar, y mucho más original y útil, y todos los que le escucharon le recordarán hasta el día de su muerte. El texto era este pasaje: «El indolente no chamuscará su caza.’ Prov. 12:27. El buen anciano reclinándose sobre el púlpito dijo: «Luego, hermanos míos, él era la verdad, un sujeto perezoso.» Este fue el exordio, y enseguida agregó: «El fue a cazar, y con mucho trabajo cogió una liebre; pero era tan desidioso, que no quiso asarla. ¡Por cierto que él era uno de los más perezosos!» El buen hombre nos hizo sentir cuán ridícula era tal pereza, y entonces dijo: «Pero probablemente sois tan culpables como aquel hombre, pues hacéis, en efecto, lo mismo oís decir que un ministro popular ha llegado de Londres, ‘ ensilláis el caballo y lo ponéis al carro, y camináis diez o veinte leguas para oírle; y después de haber escuchado el sermón, dejáis de aprovecharlo. Cogéis la liebre, pero no la asáis; vais a cazar la verdad, pero no la recibís.» Entonces seguía enseñando que así como es necesario cocer la carne para que el cuerpo la asimile, (pero él no empleó esta palabra), así es preciso que la verdad se prepare antes que se pueda recibir en el alma, de tal manera que nos alimentemos con ella y crezcamos. Agregó que iba a enseñarnos el modo de cocer un sermón, y lo hizo de una manera muy instructiva. Empezó, siguiendo el estilo de los libros que tratan del arte de cocina: «Primero, coged la liebre.» «Así,» dijo él, «primero, conseguid un sermón evangélico.» En seguida dijo que muchos sermones no valían la pena de ir a cazarlos, y que había muy pocos sermones buenos; y que valdría la pena irse a cualquiera distancia para escuchar un discurso sólido y Calvinista y hecho a la antigua. Encontrado el sermón, bien podría suceder que algunos distintivos de él, originándose de la flaqueza del predicador, no fuesen provechosos, y por esta razón, se deberían desechar. Enseguida se ocupó del deber de discernir y de juzgar lo que se oyera, y de no dar crédito a todas las palabras de nadie. Después nos puso de manifiesto el modo de asar un sermón, diciendo que era necesario meter el asador de la memoria en él de un extremo al otro, voltearlo sobre el eje de la meditación, ante el fuego de un corazón verdaderamente ardiente y atento, y que de este modo se cocerla y serviría de nutrimento realmente espiritual. Os doy sólo el bosquejo, y aunque parezca algo ridículo, no causó esta impresión en los que lo escucharon: Abundó en alegorías, y cautivó la atención de todos desde el principio al fin. «Señor mío, ¿cómo está usted?» fue el saludo que le dirigí un día por la mañana. «Me da gusto verle a usted en tan buena salud, considerando que ya es anciano.» «Si,» me contestó, «estoy en buen estado a pesar de mi edad, y apenas puedo percibir la menor disminución en mi fuerza natural.» «Espero,» respondí, «que su buena salud continúe por muchos años, y que como Moisés, descenderá al sepulcro, no oscureciéndose sus ojos ni perdiéndose su vigor.» «Todo esto suena muy bien,» dijo el anciano, «pero en primer lugar, Moisés nunca descendió al sepulcro, sino subió a él; y en segundo lugar, ¿qué das a entender por lo que acabas de decirme? ¿Por qué no se oscurecieron los ojos de Moisés?» «Me supongo,» respondí yo, avergonzado, «que su modo natural de vivir, y su espíritu tranquilo, le habían ayudado a conservar sus facultades, y a hacerle un anciano vigoroso.» «Es muy probable,» contestó él, «pero mi pregunta no se dirigía a esto: ¿qué quiere decir el pasaje citado?, ¿cuál es su enseñanza espiritual? ¿No es esto: Moisés es la ley, y ¡qué fin tan glorioso le puso Dios en el monte de su obra ya completa! ¡Cuán dulcemente se adormecieron sus terrores al recibir un beso de la boca Divina!, y fíjate en que la razón de por qué la ley ya no nos condena, no es porque sus ojos se oscurecen de tal manera que no puede ver nuestros pecados, ni porque se perdió su vigor para maldecir y castigar, sino porque Jesucristo lo llevó al monte, y allá le puso fin de un modo glorioso.» De esta naturaleza eran sus conversaciones usuales y su ministerio. Reposen en paz sus cenizas. Apacentó ovejas durante los años tiernos de su vida, y después se hizo pastor de hombres y solía decirme que «había encontrado a los hombres más ovejunos que las ovejas.» Los conversos que hallaron el camino celestial por él como instrumento, eran tan numerosos, que al recordarlos, nos parecemos a los que vieron al cojo saltando por la palabra de Pedro y de Juan: estaban dispuestos a criticar, pero «viendo al hombre que había sanado, que estaba con ellos, no podían decir nada en contra.» Con esto doy fin a esta lectura, repitiendo la opinión de que guiados por la discreción y un juicio sano, podemos a veces espiritualizar con el mayor provecho de nuestros oyentes: por lo menos excitaremos su interés y los mantendremos despiertos.

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