No escondas tus sentimientos

Por Gloria Q. de Morris.  Esconder los sentimientos en el matrimonio es un juego peligroso, pero tan común que muchas veces no se le concede la importancia debida. Quizás te sorprenda saber en cuántas diferentes formas el temor mantiene al marido y a la mujer alejados de esa relación íntima que ellos desearían tener. Todas hemos experimentado ese deseo de conservar nuestra individualidad y, al mismo tiempo, sentirnos unidas con nuestro esposo. En el mismo suspiro decimos: «abrázame, ¡pero no demasiado fuerte!»

Cuántas veces el esposo llega a casa y ya, al abrirle la puerta, nos damos cuenta de que algo le ocurre. Como consecuencia lógica le preguntamos qué le pasa, y nos contesta «no es nada». Pero su rostro y su cuerpo nos están diciendo lo contrario, que algo le está molestando. Si indagamos un poco más, quizás nos conteste que no es nada importante y que ya se le pasará. Aunque él no tenga la intención de engañar a su esposa, existe una evidente contradicción entre lo que dice y lo que se refleja en su rostro.

No importa lo que digamos verbalmente: no podemos esconder nuestros sentimientos, especialmente de alguien tan cercano como nuestro esposo. Quizás afirmemos que no estamos enojadas, pero nuestras palabras hirientes nos traicionan. Puede ser que no admitamos que nos sentimos defraudadas, pero la tristeza en nuestros ojos nos delata.

Probablemente digamos que la actitud de nuestro esposo no nos dolió, pero las líneas profundas de nuestro rostro manifiestan lo contrario. Podemos controlar lo que decimos, pero nunca podremos controlar completamente nuestras señales no verbales (o silenciosas). Quizás Dios nos hizo de esta manera en un esfuerzo por minimizar los posibles secretos en el matrimonio. Queriendo que fuéramos una sola carne, Él se aseguró de que, de alguna manera, algo de nuestros sentimientos más profundos salieran al exterior, aun cuando nuestras palabras estuviesen transmitiendo un mensaje diferente.

Si usted o su esposo tienen problemas en expresar los sentimientos, recuerden que compartir honestamente el uno con el otro es esencial para construir la intimidad en el matrimonio. Trabajen juntos para aprender a no ocultar sus sentimientos, sino a hablar con naturalidad de ellos, ya que son parte de la vida en común.

¿Qué pasa si fracaso?

El temor a fracasar en el intento es el obstáculo número uno. Los esposos son los que más vacilan en compartir con sus esposas, casi siempre porque no lo han hecho antes, y tratan de evitar todo aquello en lo que de alguna manera pudieran fracasar.

La mujer necesita intimidad y, quizás durante años, intenta conseguir que su esposo exteriorice sus sentimientos para evitar la frustración que, inexorablemente, va a producirse ante necesidades no saciadas, pero muchas veces se ve forzada a dejar de intentarlo. Eso conduce, precisamente, al segundo temor.

¿Y si me siento rechazada?

La barrera de un posible rechazo nos impide expresar cosas negativas o dolorosas a nuestra pareja. No olvidemos que el temor, en todas sus formas, es el más peligroso enemigo de la buena comunicación en el matrimonio. Pero la Palabra de Dios dice que el amor perfecto echa fuera el temor (1 Jn. 4:18). Al procurar, pues, buscar una mejor comunicación a pesar de nuestros miedos, el mayor grado de confianza logrado podrá desterrar los temores que se han estado interponiendo.

Cuando hay sinceridad y amor no se corre el riesgo del rechazo, pero si hay engaño es posible que la falta de honestidad en la pareja lo produzca.

¿Y si pierdo el control?

Éste es otro de los temores más comunes. Es natural desear mantener el control de nuestra vida, pero la intimidad en el matrimonio es un reto o desafío al mismo. Si no hay una total confianza en el otro, la persona puede temer que su pareja pueda usar la información confidencial en contra de él (ella) o explotar esa intimidad como una forma de control.

Joaquín confesaba no hace mucho: «Yo he procurado hacer que Inés pueda ver cuáles son mis necesidades. Le he dicho cuánto necesito oírla decirme ‘te amo’. Pero Inés rehusa hacerlo si yo no me avengo a hacer todo lo que ella quiere. Me siento manipulado y controlado. Ahora sé que es demasiado peligroso compartir mis más profundas necesidades con ella, así que he dejado de hacerlo».

La buena noticia es que la comunicación honesta y persistente puede romper esta barrera. Al crecer la confianza entre las dos personas, esos temores pueden ser desterrados.

¿Qué pasa si el compartir produce una pelea?

El conflicto es parte de la comunicación, ya que toda pareja tiene derecho a tener opiniones distintas. «Todo tiene su tiempo», dice Eclesiastés, y el compartir también. Hay cosas que demandan ser compartidas diariamente. En cambio existen otras, muy íntimas, que revelan la verdadera personalidad. En ese caso, tendrá que pedirle al Señor que le diga cuándo y cómo hablar de esos sentimientos con su esposo. Nunca producirá una pelea aquello que se dice en el tiempo oportuno con sinceridad, amor y sabiduría.

¿Y si nos unimos demasiado?

El temor de llegar a una intimidad donde se sienta que realmente somos una unidad se debe a que tenemos miedo a no guardar un equilibrio entre mantener la individualidad y desarrollar un mayor acercamiento al cónyuge. Siempre está el peligro de que la personalidad de uno de los dos domine la relación. Una pareja me dijo: «por supuesto que queremos llegar a ser uno, pero todavía no hemos decidido cuál de los dos».

Llegar a disfrutar de ese equilibrio lleva tiempo. Elsa y Pedro habían logrado ese equilibrio. Pero ahora, al llegar a los 50 años de casados, Pedro tuvo miedo de esa intimidad que siempre habían experimentado, porque en ese momento sintió que no podía compartir con Elsa sus sentimientos de preocupación, pues no quería que ella se inquietara. Sin embargo, fue imposible todo intento de ocultarlos. Estaban tan unidos que no necesitaban hablar.

Desenmascarando a la verdadera persona

Muy pocas personas están dispuestas a revelar la gama completa de sus debilidades, aun a su cónyuge. Sin embargo, puedo garantizar que el pretender defender una autoimagen ideal habrá de erosionar la intimidad de la pareja.

Para ayudarnos a evitar llegar a ser una contradicción viviente, todas necesitamos recordar que Dios no nos ha llamado a defender nuestra propia imagen, sino a proteger y desarrollar nuestro matrimonio. Cuanto más consistentes sean nuestras palabras, sentimientos y comportamiento, más estaremos favoreciendo nuestro matrimonio.

No importa cuánto tratemos de disimular, no podemos realmente ocultar nuestros sentimientos.

Conclusión

Debemos enseñar a la juventud que el matrimonio significa desear formar una sola carne con la persona amada. Así de simple. Querer compartir todo con esa persona, conforme hemos declarado al momento de contraer matrimonio. Debemos ir preparados y deseosos de cumplir los votos hechos ante la presencia del Señor; estar dispuestos a cumplir su mandamiento de ser los dos una sola carne, y poner en práctica 1 Corintios 13.

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