Por Fernando Alexis Jiménez
Pablo renunció al empleo. Después de una discusión trivial con el Jefe. Si mal no recuerda, porque e llamaron la atención sobre una factura. Estaba mal elaborada. Pablo lo reconocía. No obstante una frase desencadenó su dimisión al empleo. El superior jerárquico le dijo: “Quizá no sirves para esto”. Y pablo decidió no seguir adelante.
No fue la primera vez. En otras ocasiones tiró todo por la ventana. Su familia era la que llevaba la peor parte. Por espacio de varias semanas recorría empresas llevando su hoja de vida. Rayaba los 46 años y emplearse no era fácil.
Cuando analizamos su caso, descubrimos que “No sirves para nada” o algo que se le pareciera, era el catalizador que iniciaba el proceso de renuncia. Se daba por vencido fácilmente. Esas pocas palabras, cuatro nada más, fueron las que escuchó de labios de su padre cuando él era niño. Ante cualquier error, su progenitor lo criticaba e invariablemente le decía: “No sirves para nada”. Hoy, como adulto, esa frase lo seguía hiriendo y lo llevaba a huir…
Quizá su pasado–desde la misma niñez– estuvo signado por el fracaso. ¿Debería ser así por siempre? Sin duda que no. Dios nos lleva a un nivel de crecimiento que ni la sicología puede lograr. ¿La razón? Si se lo permitimos, el Señor sana nuestro mundo interior, nos lleva a superar traumas y permite que experimentemos una vida distinta, llena de oportunidades.
El proceso de transformación inicia cuando le permitimos a Dios que entre a nuestra vida y nos cambie. Es entonces que ocurre lo que describe el profeta Isaías: “Ya no necesitarás que el sol brille durante el día, ni que la luna alumbre durante la noche, porque el Señor tu Dios será tu luz perpetua, y tu Dios será tu gloria. Tu sol nunca se pondrá; tu luna nunca descenderá. Pues el Señor será tu luz perpetua. Tus días de duelo llegarán a su fin. La familia más pequeña se convertirá en mil personas y el grupo más diminuto se convertirá en una nación poderosa. A su debido tiempo, yo, el Señor, haré que esto suceda.”(Isaías 60:19, 20, 22. NTV)
Nuestro poderoso Dios nos lleva a nuevos niveles de crecimiento, siempre. Si Él toma control de nuestra existencia, todo será diferente.
De la mano de este hecho maravilloso, va otro elemento: No podemos replicar en nuestra familia, los mismos errores que experimentamos en la niñez. Tratar a nuestros hijos y a nuestro cónyuge de la mala manera que nos trataron, es un craso error.
El afamado conferencista y autor, Chris Gardner, quien fue traumado por el maltrato de su padrastro y logró salir victorioso, escribe: “Como niños, muy pocos de nosotros tenemos la capacidad de rechazar los comentarios demeritorios y negativos, inclusive si no se hacen con malicia. Nuestro trabajo una vez llegamos a la edad adulta consiste en no repetir esas mismas expresiones y palabras dañinas a nuestros hijos, y rechazar todo comentario impensable y cruel acerca de nosotros…”(Chris Gardner. “Comienza donde estas”. Editorial Taller del Éxito. Colombia. 2013. Pg. 70)
Usted y yo podemos cortar la cadena que destruye, por palabras destructivas a nuestro cónyuge y a los hijos. Y en nuestro mundo interior, no podemos vivir atados al pasado por las palabras ofensivas y maltrato que hayamos recibido. No podemos tampoco, replicar ese comportamiento en familia. Es una forma de no dañar la identidad presente y futura de aquellos a quienes amamos. Y es necesario recordar siempre que tanto su familia como usted mismo, existen en esta tierra con un propósito, el propósito maravilloso que Dios les marcó desde la eternidad.
Si aún no ha recibido a Jesucristo como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Puedo asegurarle que no se arrepentirá porque de Su mano poderosa, avanzamos hacia el crecimiento personal y espiritual.
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