Perfeccionando a los Santos

«a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:12,13)

El propósito de la tarea de los ministros de Dios es la edificación de un Cuerpo. La palabra «edificación» nos habla de un edificio, un templo, una casa, y todos los elementos que esa construcción implica: las bases o fundamentos, las columnas, las paredes, puertas y ventanas, techo y cada piedra o ladrillo utilizado.

Podríamos asignar un significado a cada elemento, como decir que el fundamento o cimiento corresponde a Cristo, que cada piedra es un cristiano, que la mezcla utilizada es la fe, la obediencia y el amor, etc.

Pero lo que ahora nos interesa destacar es que es tarea de los ministros de la Iglesia edificar un Cuerpo. Nótese que más que la tarea de un constructor de casas o arquitecto, es la de un biólogo, una especie de ingeniero genético que trabaja con la vida. Lo que deseamos subrayar con esta imagen es que la Palabra de Dios no habla de un edificio inerte sino de una estructura viva.

El Cuerpo de Cristo, la Iglesia, es un organismo que nace, crece, se alimenta, respira, camina, piensa, siente, se multiplica, se desarrolla, elimina elementos nocivos y células muertas, pero jamás muere, puesto que forma parte de su Cabeza que es Jesucristo. El Cuerpo y la Cabeza son un solo organismo, una unidad indestructible (1 Corintios 12:12,13).

El trabajo de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros es velar por la vida del Cuerpo. Esa labor la desarrollan gobernados, dirigidos y orientados por el Espíritu Santo. Éste sabe lo que el Cuerpo Iglesia necesita en cada una de sus partes.

El Cuerpo tiene órganos, huesos, sistemas de alimentación, respiración, locomoción, defensa, etc. Una comunidad cristiana cualquiera, sea grande o pequeña, es parte de ese Cuerpo y como tal refleja la identidad del Cuerpo entero.

Podemos ver en pequeño, en cada comunidad cristiana, todos los elementos –ministerios, servicios, pastoreo, liderazgo, evangelismo, discipulado, etc- que se dan a nivel macro en toda la Iglesia. Toda comunidad cristiana asumirá en su momento el carácter de iglesia, si es una entidad dedicada a la evangelización y formación, o de ministerio, si se trata de un apostolado puesto al servicio de todo el Cuerpo. Es algo que los ministros de esas comunidades tendrán que discernir y transmitir a sus miembros.

«Perfeccionar a los santos para la obra del ministerio» no es otra cosa que promover el desarrollo de los cristianos desde una condición de recién convertidos hasta el nivel de ministros, si es posible, pasando por todas las etapas intermedias propias de un proceso de crecimiento.

Como lo hizo Jesús con sus discípulos a través de un largo y difícil proceso de autoconocimiento, disciplina y autodisciplina, identificación de las motivaciones, sanidad interior, instrucción, clarificación de las profecías, visión de la misión, tratamiento personal de aquellas áreas débiles y superación del pecado, etc., igualmente tendremos que hacerlo hoy día con los actuales discípulos de Jesucristo.

La perfección de los que ya son santos, es decir «apartados para Dios», santificados por posición ante Dios, puesto que Jesucristo nos santificó –limpió y perdonó los pecados-, es la comisión de los ministros. La perfección es la santificación de los ya santos. ¿Cómo puede ser esto? Sencillamente porque la santificación es también un proceso que debe realizarse en cada cristiano.

Ya somos santos en posición, objetivamente, mas necesitamos ser santificados, que seamos transformados paulatinamente, día a día, por medio de un tratamiento del Espíritu Santo, el cual dura todo el resto de nuestras vidas aquí en la tierra (Hebreos 12:10).

Si santidad significa «perfección» ¿por qué la Biblia habla de «perfeccionar a los santos»? ¿no es como decir «perfeccionar a los perfectos»? Parece una contradicción pero no lo es. Somos santos desde el punto de vista de Dios porque Él nos ve como obra terminada, somos pecadores desde el punto de vista humano.

Estamos en un proceso de santificación, pero lo que aquí le interesa recalcar a Pablo es la capacitación o perfeccionamiento para la obra del ministerio, para hacer lo que corresponde a cada cristiano en el Cuerpo de Cristo, para cumplir la misión, el llamado de Dios.

PROPÓSITOS DE LA PERFECCIÓN DE LOS SANTOS

Varios aspectos referidos a esa capacitación para el ministerio y edificación del Cuerpo vivo, señala San Pablo; a saber: a) que todos lleguemos a la unidad de la fe; b) que todos lleguemos al conocimiento del Hijo de Dios; c) que todos lleguemos a ser un varón perfecto; y d) que seamos hechos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. A continuación analizaremos cada uno de estos puntos.

Alcanzar la unidad de la fe

Según estas palabras del Apóstol, es labor de los ministros llevar a los discípulos a alcanzar la unidad de la fe. Esta no consiste solamente en el acuerdo doctrinal que podamos hacer acerca de cuestiones teológicas fundamentales, sino en la profunda convicción del llamado de Jesucristo (Efesios 4:1-6).

Los apóstoles se reunieron en torno a su Maestro, vivenciaron con Él Su amor, Su paz, Su fe y Su esperanza, estuvieron siempre junto a una Persona viva; su fe consistió, más que en una declaración de verdades filosóficas, en una vivencia y conocimiento directo de Jesús.

No estaban tan interesados en redactar una perfecta declaración de fe, sino que comunicar la vida de ese Maestro que vivió con ellos y ahora vivía en ellos. Hoy día es lo mismo: los discípulos de Jesucristo llegarán a la unidad de la fe si se centran en el Autor de la fe.

El primer propósito en la capacitación para el ministerio y edificación del Cuerpo vivo de Cristo, es lograr la unidad de fe en Cristo.

Lograr el conocimiento del Hijo de Dios

Conocer es posible si tenemos intimidad (Génesis 4:1). Conocer no es leer, saber o memorizar una idea. A veces pensamos equivocadamente que alguien tiene conocimiento porque repite de memoria ciertos datos, porque puede recitar muchos textos bíblicos.

A Jesucristo no se le conoce así. Ciertamente la lectura de la Palabra de Dios es un medio de saber acerca de él, pero el conocimiento del Hijo de Dios se logra por una relación íntima, permanente y profunda con Él.

Los apóstoles le conocieron en cuerpo primeramente y luego en espíritu, cuando resucitó, pero su conocimiento del Hijo fue completo cuando superaron todos aquellos obstáculos internos que impedían que vieran al Cristo.

Podemos asegurar que recién después de Pentecostés tuvieron un conocimiento más real de Él.

El segundo propósito en la capacitación para el ministerio y edificación del Cuerpo vivo de Cristo, es lograr en cada miembro y en la totalidad de la comunidad cristiana ese conocimiento experiencial de Jesucristo.

Llegar a ser un varón perfecto

Los seres humanos estamos muy lejos de la perfección física, intelectual, moral o espiritual. El ideal de una perfección externa es de deportistas, actores, modelos y personajes que siguen otros paradigmas, muy alejados del cristianismo, salvo que sea un requerimiento profesional.

La perfección del pensamiento es perseguida por una gran cantidad de profesiones que propician el desarrollo del hombre; campo en que se mueven muchos cristianos. La perfección moral está más cercana a la búsqueda del hombre y la mujer de fe y se basa en los principios éticos judeo-cristianos expuestos en la Biblia.

La perfección espiritual sólo puede alcanzarse en una relación íntima con el Espíritu de Cristo. La perfección de la cual habla el Texto Sagrado es la santidad. Un varón perfecto es un hombre o una mujer santos, es decir apartados de los falsos valores del mundo para Dios, o exponentes de las virtudes de Cristo, cosa que han logrado a través de un proceso de santificación personal por medio de un tratamiento del Espíritu Santo (San Mateo 5:48).

El tercer propósito en la capacitación para el ministerio y edificación del Cuerpo vivo de Cristo, es llegar a la completa santificación del hombre de Dios.

Ser hechos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo

Jesucristo es nuestro Modelo, Arquetipo, Maestro a imitar. El Espíritu Santo, como el escultor que plasma en la arcilla o la piedra la imagen idéntica o similar de su modelo, retrata en el discípulo la Persona de Jesús.

«Hechos a la medida» nos recuerda la confección de un traje, que es algo externo y que cubre nuestro cuerpo. Como habla en otro lugar San Pablo, somos revestidos de Cristo; pero aquí se trata de ser hecho de la misma forma y altura que el Señor. no podemos ser mayores que nuestro Maestro pero sí nos desviviremos por alcanzarle.

La medida que nos proponemos es la de su estatura, espiritual y moral por cierto; pero ¿de cual Cristo? ¿del que vivió en Nazareth y Tierra Santa? ¿del hombre o del Dios? ¿de Cristo humano o de Cristo resucitado? Nos pide ser «hechos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». No se trata de tomar el modelo de un momento o forma específica de Cristo, pues Él es siempre el mismo, inmutable aunque cambie su forma externa.

En el Antiguo Testamento puede ser el Ángel de Jehová, en el Evangelio ser Jesús de Nazareth y luego el Cristo Resucitado, en el Apocalipsis el Hijo del Hombre glorificado, pero siempre en esencia es el mismo. A ese, que es la imagen del Dios invisible, es al que tenemos que imitar, es decir vivir. Su plenitud es el amor. Necesitamos alcanzar la estatura de la plena vida de Cristo (Romanos 8:29).

El cuarto propósito en la capacitación para el ministerio y edificación del Cuerpo vivo de Cristo, es alcanzar la plenitud de Cristo.

Esta tarea de los ministros de Dios es extensiva a todos los tutores que discipulan vidas, ya que el discipulado es también una capacitación y perfeccionamiento de los santos para la obra del ministerio; es un método para la edificación del Cuerpo de Cristo.

El empeño de cada tutor de vidas ha de ser la formación de vidas para el Reino, de tal modo que en discípulo alcance la unidad de la fe; tenga un conocimiento vivencial del Hijo de Dios; llegue a ser un varón perfecto y crezca hasta alcanzar la plenitud de Cristo. ¿Acepta usted el desafío?

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