Quien persevera, toca el corazón de Dios

 


Por Fernando Alexis Jimenez.


El consultorio le pareció demasiado frío. No era propiamente por el aire acondicionado. Había algo más. Tal vez el hecho de que fue en ese reducido espacio de seis metros que recibió la noticia sobre la aparición de varios quistes en cavidad estomacal. Las radiografías que tenía enfrente, proyectadas sobre una lámpara, mostraban varios puntos blancos. Unos eran pequeños, otros más grandes.



No queda otro remedio que operar, Sara. Le sugiero que arregle todos sus asuntos y se disponga para una intervención quirúrgica…—le dijo el cirujano lacónicamente. Apagó la lámpara, tomó las placas y se dirigió de nuevo al escritorio. Comenzó a escribir las órdenes autorizando la operación.


 


Doctor, usted sabe que soy cristiana….—


 


Sí…—le interrumpió el médico—pero también los cristianos se mueren si no se someten a tratamientos y todo lo que prescribe la ciencia en estos casos–. Siguió escribiendo.


 


Sara no se quedó callada. Por el contrario, le interrumpió aun cuando sabía las consecuencias que podrían desprenderse de su decisión:


 


Le voy a pedir quince días más antes de que me operen. En la iglesia seguiremos orando. Transcurridas las dos semanas que le pido, me tomarán nuevas placas y entonces sí me dejaré intervenir—le explicó.


 


Estaba decidida. El facultativo lo leyó no solo en sus ojos sino en sus gestos. “Vaya con esta fanática religiosa”, pensó. Sabía que no tenía sentido insistir, así es que le advirtió que aceptaba lo que decía siempre y cuando firmara una declaración explicando por qué la dilación en proceder al procedimiento quirúrgico. “Todo queda bajo su responsabilidad, Sara”, enfatizó.


 


No cesaron de orar. Por el contrario, redoblaron su clamor. Los hechos apuntaban a que no tenía sentido porque las radiografías mostraban la necesidad de operar inmediatamente. Pero seguían en cadena de oración. Tenían la firme convicción de que Dios obraría un milagro.


 


La nueva cita llegó. También los nuevos exámenes y muestras con rayos x.  El día estudiar los resultados el médico no salía de su asombro.


 


La miró, echó de nuevo una mirada a las placas y dijo:–No se qué ocurrió aquí, pero no aparecen quistes. Es extraño. Generalmente no ocurre–. Minutos después ordenó nuevas pruebas. Todas salían limpias.


 


Sara fue sanada. Dios respondió al clamor de los creyentes de una pequeña iglesia bautista en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.


 


¿Recuerda que le hablé sobre mi condición de cristiana?—le dijo sonriente al dirigirse a la puerta, al salir del escritorio. El especialista se limitaba a menear la cabeza, sin saber qué decir.


 


Los milagros siguen ocurriendo


 


El Dios de poder en quien hemos creído, es el mismo que creó el mundo, hizo al hombre y ha obrado maravillas a lo largo de la historia. Su poder no cambia. Fue El quien dijo a Moisés, cierta vez que dudó de su obrar prodigioso: “–¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová?..”(Números 11:23).


 


            Nada impide que El responda a nuestras oraciones. La Biblia dice: “Jehová, Dios mío, a ti clamé y me sanaste, Jehová, hiciste subir mi alma del seol. Me diste vida, para que no descendiera a la sepultura”(Salmo 30: 2, 3).


 


            De acuerdo con el texto, el primer paso del salmita para obtener la sanidad fue clamar. Igual que Sara. Tal como debemos hacer usted y hoy en nuestro tiempo. Nada debe llevarnos a desistir.


 


No importa que las pruebas médicas digan que es imposible. Respetamos la ciencia, por supuesto, pero usted y yo no nos regimos por los postulados científicos sino por un Dios de poder en quien hemos depositado nuestra confianza.


 


El segundo paso fue reconocer la misericordia de Dios. El no permitirá que nada malo nos ocurra, tal como expresa el autor sagrado: “Me diste vida, para que no descendiera a la sepultura”. Es el Señor quien responde. Nosotros esperamos en Su obrar infinito e ilimitado.


 


                ¿Cuál es su caso?


 


            Quizá está atravesando por una situación desesperada. Científicamente es imposible que ocurra un milagro en su vida o tal vez en la de alguien cercano. Pero es hora de cambiar su actitud frente a lo que se considera irremediable. La historia de Sara se repite en diferentes lugares del mundo todos los días.


 


Es necesario que volvamos nuestra mirada al Señor, creamos en Su poder ilimitado y clamemos por aquello que tanto requerimos: sanidad, provisión financiera, el cambio en la forma de ser de alguien y tantas  necesidades que asisten a todo ser humano.


 


La clave está en orar y esperar, sin dudar, en el tiempo y en la voluntad de Dios. Sin lugar a dudas los milagros ocurrirán. No se desanime. Adelante. Hechos prodigiosos ocurrirán. Usted podrá verlos.


 


Por Fernando Alexis Jiménez

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