Por José Belaunde M. Génesis 24 es un rico capítulo bíblico en donde podemos apreciar las cualidades que adornan el carácter discreto de Rebeca, la ayuda idónea que Dios preparó para Isaac, el hijo de su amigo Abraham. Aunque los seres humanos somos imperfectos, dentro de sus inevitables limitaciones, Rebeca era la mujer más adecuada para ser madre del padre de las doce tribus, esto es, de Jacob, y madre de dos pueblos que serían rivales.
(Génesis 25.20–34, 27, 28.5)
25. 20–21. «Y era Isaac de cuarenta años cuando tomó por mujer a Rebeca, hija de Betuel arameo de Padan-aram, hermana de Labán arameo. Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová y concibió Rebeca su mujer.» En Isaac se repite lo ocurrido con su padre Abraham que toma por esposa a una mujer que era estéril. En la antigüedad la esterilidad era una deshonra para una mujer, mientras que su mayor honor era engendrar hijos. Para el marido la esterilidad de la mujer era peor que deshonra, pues significaba que su memoria y el de su linaje morirían con él ya que no dejaría hijos que los perpetúen. Isaac y Rebeca deben haberse dicho: ¿cómo se cumplirá la promesa de Dios a nuestro padre Abraham si nosotros no tenemos hijos? Pero confiados en que si Dios había dado a Sara un hijo a pesar de que ella era estéril, y eso a una edad muy avanzada, pensaron que bien podría Él dárselo también a Rebeca si clamaban. La oración de Isaac por su mujer debe haber sido una oración de fe basada en la experiencia de su propio nacimiento tardío. (Nota 1)
22–24. «Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre.» Por el favor de Dios Rebeca concibió, y no sólo uno sino dos hijos mellizos que luchaban en su seno, algo ciertamente inusual. La pelea le causaba un malestar tan grande que la vida se le hizo ingrata y deseó morir. ¡Cuánto había ella deseado durante los primeros veinte años de su matrimonio tener hijos para que ahora, cuando finalmente los tiene, y por partida doble, esos hijos tan deseados le sean motivo de sufrimiento! ¡Cuántas veces nos sucede lo mismo: deseamos algo ardientemente pero cuando lo poseemos nos decepciona y nos arrepentimos de haberlo deseado! Viéndose atribulada por su embarazo ella sale a buscar la voz de Dios. En respuesta Dios le habla bien claro y le predice el futuro de sus hijos. Ella sabe en adelante lo que debe esperar de ellos (2)
La maternidad de Rebeca era penosa porque, de una manera misteriosa para ella y para nosotros, Dios estaba realizando sus propósitos a través de ella. Dos hijos llevaba en su vientre pero sólo uno sería el portador de la promesa de Dios a Abraham. La lucha que se llevaba a cabo en su vientre era un anuncio de la rivalidad que habría más tarde entre los dos hermanos y entre los descendientes de ambos, es decir, entre dos pueblos. Pero era también una profecía velada de acontecimientos futuros. El conflicto que aflige a Rebeca no es una contienda cualquiera: Es un conflicto de alcance cósmico de profunda significación. Dos principios convivían en su seno y eran contrarios: el de la salvación y el de la perdición del mundo representados por Jacob y Esaú (3).
25–26. «Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob. Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz.» Y he aquí que Esaú sale primero, como si la causa de Satanás llevara la ventaja. Pero la causa de Dios no deja triunfar a la del diablo y a la larga vencerá. Eso es un símbolo de lo que con frecuencia ocurre en la tierra: la causa de Dios parece vencida de antemano, pero al final triunfa. La mano de Jacob en el calcañar de Esaú es señal de la lucha entre ambos por nacer primero (4).
27–28. «Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob.» Los mellizos suelen ser, por lo general, muy cercanos el uno al otro y muy amigos porque tienen gustos y aficiones comunes. Este es un caso extremo de diferencia de temperamento y de enemistad. Esaú era cazador, amaba la acción violenta, mientras Jacob era tranquilo. Esaú era impulsivo, extrovertido; Jacob era calculador, introvertido. Uno era velludo, el otro, lampiño, y eso sólo es ya un signo elocuente de diferencia de temperamento. Esaú era del tipo de personas que suelen ser muy populares, simpáticos, atléticos, deportivos, amantes del aire libre, fuertes, sensuales, pero nada espirituales ni intelectuales. Esaú era de la tierra. Si en esa época hubiera habido encuestas de popularidad sin duda Esaú habría salido ganando. Isaac, que era posiblemente también tranquilo, apreciaba en Esaú las cualidades expansivas que a él le faltaban. (Nota 5)
En cambio Rebeca prefería a Jacob. Las madres suelen preferir a los hijos dóciles, sobre todo cuando ellas tienen carácter fuerte; los padres prefieren a los aguerridos. Por contraste de carácter Jacob estaba más apegado a su madre mientras que Esaú lo estaba a su padre. Pero hay una razón especial por la cual Rebeca amaba a Jacob. Dice que Jacob habitaba en tiendas, esto es, permanecía en la casa paterna junto a su madre (6). Había entre ella y su hijo una relación estrecha que no existía con el otro, que era amante del campo abierto y de la aventura, y seguramente era de carácter brusco, independiente y poco afectuoso, mientras que Jacob sí era lo último(7). Lo cierto es que las miras de Esaú eran muy diferentes a las de Jacob. Él tenía sus ojos puestos en lo material, en las satisfacciones sensuales; era un vividor, amante de la buena mesa, del deporte. ¿Sería Jacob más espiritual? Su nombre quiere decir suplantador y los capítulos siguientes lo muestran como tramposo y calculador. Era astuto donde su hermano prefería el uso de la fuerza. A la larga la astucia triunfa sobre la fuerza ciega.
Pero si su madre prefería a Jacob era sin duda también porque era más sensible, más dado a lo espiritual y, ¿por qué no?, a causa de la profecía que había recibido. Él debe haber escuchado narrar a su padre la promesa que Dios le había hecho a su abuelo, y también a su madre la palabra del Señor que ella había recibido cuando él estaba en su seno. ¿Por qué no pensar que él haya deseado fervientemente que la promesa a Abraham se cumpliera a través de él y no de su tosco hermano, tanto más si su madre había recibido de Dios una palabra que lo respaldaba y que, como consecuencia, entre madre e hijo se hubiera establecido una complicidad secreta para lograr ese objetivo? En todo caso pronto tendría oportunidad, que no desaprovechó, para obtener que Esaú le cediera el derecho a la primogenitura.
29–34. «Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juro, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura:» Jacob ve en el hambre de Esaú una ocasión favorable para sus propósitos y no la desperdicia. Pero si él sabía que él estaría algún día sobre su hermano y que eso implicaba la primogenitura ¿por qué no esperó que Dios se la diera y se tomó en cambio la libertad de cogerla por propia iniciativa? Simplemente porque no sabía cómo Dios actúa y por falta de confianza en él. Pagará muy caro su error. Pero no seamos demasiado severos con él. ¿Quién había ahí para enseñarle cómo Dios obra? Durante los años y las peripecias que vendrían después él iba a aprenderlo y —he ahí lo importante— nosotros lo aprendemos a través de él. Esas cosas sucedieron y fueron escritas como ejemplo para nosotros, recalca Pablo (Ro 15.4; 1Co 10.6).
Nótese que Esaú seguramente no ignoraba lo que encerraba la promesa dada a Abraham y que se transmitiría a los primogénitos: ser padre de multitudes y ser bendición para todos los habitantes de la tierra. Pero eso a Esaú no le interesa porque él —en sus propias palabras— algún día va a morir y ¿de qué le sirve lo que él no va a ver? Es decir ¿de qué le sirve lo que él no va a gozar personalmente? Él no tiene reparos en desprenderse de lo que no le atraía y en sellar su renuncia con un juramento. Le importaba tan poco que la Escritura dice que después de comer y beber «se levantó y se fue». No sabía lo que dejaba detrás. A Esaú sólo le interesa lo material, concreto, lo que se puede ver y tocar. Para ver en el futuro se requieren los ojos de la fe y él no los tenía. Pero Rebeca sí.
Aunque en su preferencia por el hijo menor hubiera un elemento de puro afecto humano, como es tan común cuando hay afinidades de temperamento, ella debe haber sido consciente de que había un propósito de Dios en la irreflexiva cesión de sus derechos, hecha por Esaú, coincidiendo con lo que a ella le había sido anunciado.
Capítulo 27.1–29. (El lector haría bien en leer este pasaje, que por falta de espacio no puedo reproducir y en el que se cuenta con lujo de detalles cómo Isaac fue engañado). Por el motivo señalado arriba, lo ocurrido con el plato de lentejas contó sin duda con la aprobación de Rebeca, porque cuando ella se enteró de que su esposo Isaac se preparaba para transferir su herencia de la bendición de Abraham a Esaú, concibió rápidamente un plan para que la cesión que Esaú había hecho a Jacob de su primogenitura le fuera confirmada por su padre, de ser necesario mediante un engaño.
Aquí vemos el lado humano de Rebeca. Ella en ese momento de la vida —ya debía haber pasado los sesenta años— se siente más ligada a su hijo preferido que a su marido, porque con tal de favorecer a ese hijo no teme engañar a su esposo. A lo largo de la vida el amor entre los esposos se enfría si el marido no cultiva el cariño de su mujer, y los hijos ocupan su lugar en el corazón de ella. Llega un momento en que la mujer es más madre que esposa; el hijo de sus entrañas pesa en su afecto más que el marido que lo engendró. ¿Tiene que ser siempre así? En muchas sociedades y culturas antiguas el fuerte patriarcado está compensado por el influjo de la madre en el hogar, por un matriarcado más sutil pero de influencia más penetrante. La madre tiene a veces más influencia en los hijos que el padre. Cuando eso sucede dice mucho acerca del carácter de la madre.
Rebeca, astuta como suele serlo toda mujer instintiva —que las mujeres me perdonen— concibe un plan audaz para que Jacob suplante a Esaú ante su marido y trama una estratagema que Jacob temeroso por sí solo nunca se habría atrevido a llevar a cabo (v.11–12). Ella tiene autoridad sobre su hijo: «Obedéceme, yo sé lo que hago». En su arrojo ella está dispuesta a asumir la maldición que pudiera recaer sobre su hijo si Isaac descubre el engaño. (8) Ella no sólo prepara el guiso de la manera cómo le gusta a Isaac, sino que toma los vestidos de Esaú y se los pone a Jacob, y cubre sus manos, brazos y cuello lampiños con la piel del cabrito. Pese a sus insistentes sospechas Isaac se deja engañar por su hijo.
¿Puede Dios aprobar el engaño? ¿Refrendará Dios la bendición conferida por Isaac a pesar de que se obtuvo mediante un fraude? La frase de Jesús: «lo que atares en la tierra será atado en el cielo» ¿se aplicaría a este caso? Sea como fuese Dios se vale de los actos humanos, aun de los injustos para sus propósitos, y refrenda a veces sus consecuencias, porque en su conocimiento previo de todas las cosas, él ha previsto lo que haría el hombre. Y se vale de ello. Así es como muchas injusticias y crímenes han hecho adelantar el plan de Dios. De hecho, como bien sabemos, el más grande de los crímenes fue utilizado por Dios para llevar a cabo el mayor de sus propósitos, la salvación del género humano. Y así como la traición de Judas fue parte de su plan, el engaño concebido por Rebeca formó parte del proyecto de largo alcance de Dios, de forjar un pueblo que sería la cuna humana de su Hijo (9).
Rebeca ama al hijo de la promesa. ¿Cuántos hijos de la promesa hay en Génesis? Dos: Isaac y Jacob. Pero Jacob es hijo de una promesa de otro orden, dada a ella personalmente, no a Isaac. Isaac no parece haber hecho mucho caso de la promesa hecha a su mujer porque estuvo dispuesto a traspasar los derechos a la bendición de Abraham a Esaú sin recordar las palabras dichas a Rebeca. Quizá no creía mucho en ellas. y prefirió seguir la costumbre —el heredero es el mayor— y los dictados de su corazón. Curiosa ironía: el hijo de la promesa que fue Isaac no se cuida del hijo, también de promesa, que él tuvo.
27.41–28.5. Pero Rebeca tuvo que pagar caro por el engaño. Cuando ella se enteró de que Esaú quería vengarse de Jacob y se proponía matarlo cuando su padre muriera, no le quedó otro remedio que convencer a Jacob que huyera donde los parientes de ella que estaban en Harán y se quedara ahí hasta que el enojo de Esaú pase (v.41–44). (Nota 10). En esta ocasión ella le dice nuevamente a Jacob: «Obedece a mi voz». Pero ella sola no puede enviar a su hijo donde sus parientes sin la autorización de su marido. Bajo el régimen patriarcal que prevalece entonces, en que el padre domina la vida familiar, sólo él padre puede autorizar al hijo a irse.
46. Entonces ella recurre una vez más a la astucia. Finge estar muy molesta (aunque quizá no finge, sólo exagera su fastidio) por el hecho de que Esaú haya tomado como esposas a dos hijas de Het, y le sugiere a su marido enviar a Jacob donde sus parientes para conseguir mujer, tal como él, Isaac, había recibido de allá a Rebeca. Isaac accedió al consejo de su esposa y mandó a Jacob donde sus parientes con el consejo expreso de no tomar mujer de los hijos de Canaán (28.1). Isaac despide a su hijo consciente de que es la bendición de Abraham la que él le transfiere (28. 3–4). Sin embargo, para Rebeca tener que enviar al hijo amado tan lejos era privarse de su compañía por mucho tiempo. En verdad ella pierde de un golpe a sus dos hijos: A uno porque se va, y al otro, porque seguramente nunca le perdonaría lo que ella le había hecho. Notemos que ella amaba también a Esaú, que también era su hijo, pues dice: «¿Por qué seré privada de ambos en un mismo día?» (27.45). En verdad ella nunca volvió a ver Jacob porque cuando él regresa finalmente después de más de catorce años de ausencia, a ella no se le menciona, signo seguro de que ya no vivía.
Concluyamos estas reflexiones diciendo que Rebeca, novia, esposa y madre, con sus virtudes y defectos tan humanos, fue un eslabón precioso y no pequeño en los planes de Dios para su pueblo y para la salvación del mundo. (16.05.04)
Notas
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(1) Este es el segundo caso en la Biblia en que se ore por una deficiencia o dolencia física y hay sanidad. El primero está en Gn 20.17.
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(2) No se nos dice cómo consultó Rebeca al Señor. Se han tejido muchas conjeturas al respecto. Es posible que ella fuera donde un vidente o profeta, como había entonces incluso entre los pueblos paganos, a los que la gente acudía en busca de orientación sobre el presente o sobre el porvenir, tal como la gente hace ahora. No es imposible tampoco que hubiera entonces siervos del Dios verdadero a quienes Dios transmitía su palabra («Vino palabra de Dios a….»), al lado de otros con el mismo género de dones, pero que no estaban en contacto con Dios, sino con el demonio, y que éste los utilizara, igual que hace hoy, para engañar y desviar a la gente. Algunos han especulado que pudo haber ido donde Melquisedec, pero eso es muy aventurado.
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(3) En Isaac se reproduce lo ocurrido a su padre, que tuvo también dos hijos —aunque de madres diferentes— que serían enemigos, ellos y su descendencia (Gn 16.11,12; 21.8–10).
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(4) Isaac tiene a su primogénito también a edad avanzada, aunque no tanta como su padre Abraham (Gn 21.5).
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(5) Pero es interesante observar que los tipos simpáticos y extrovertidos como Esaú no son lo que suelen jugar un papel preponderante en la historia sino los menos populares porque son más profundos. En este caso, en efecto, él pronto desaparece del libro del Génesis, mientras que Jacob ocupa muchas de sus páginas.
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(6) Siendo pastores Isaac y su familia no tenían casa fija. Eran nómadas que plantaban sus tiendas donde encontraban pasto.
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(7) En el siguiente capítulo nos enteramos de que las esposas que tomó Esaú entre las mujeres de los habitantes de Canaán eran causa de amargura para sus padres (Gn 26.35). ¿Por qué motivo? No se dice ni explica, pero podría ser a causa de su carácter, o porque fueran idólatras o, por lo menos, de hábitos de vida distintos. Es un hecho que las esposas de los hijos o viceversa, los maridos de las hijas, pueden ser causa de satisfacción y alegría para los padres, como también de sufrimiento y preocupación.
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(8) Nótese que aunque Isaac descubre el engaño él no maldice a su hijo. Quizá piense que había algo de justicia en el hecho de que fuera él y no Esaú el que recibiera la bendición de Abraham. De hecho Esaú al haber tomado esposas cananeas e idólatras se descalificaba automáticamente. Quizá tardíamente recordó también que la primogenitura había sido prometida a Jacob antes de que naciera. También es cierto que no podía maldecir a quien ya había bendecido: «Yo le bendije y será bendito» (27.33). Pero el engaño cometido por Jacob y su madre no deja por eso de tener malas consecuencias para ambos.
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(9) El fraude perpetrado por Jacob con el apoyo de Rebeca es muy censurable en términos de la ética cristiana. Pero nosotros no podemos trasladar sin más la moral de tiempos posteriores a esos tiempos en que la moral no estaba muy avanzada. No podemos juzgar los actos y personajes del pasado con los ojos del presente porque la revelación de que ellos disponían estaba recién en sus comienzos.
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(10) Esaú pospone sus deseos de venganza hasta la muerte de su padre, respetando sus canas, algo que los hermanos de José no hicieron.
Acerca del autor:
José Belaunde M. nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país. Para más información puede escribir al hno. José a jbelaun@terra.com.pe