Salmos 121 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Jehová es tu guardador
Cántico gradual.
121 Alzaré mis ojos a los montes;
¿De dónde vendrá mi socorro?
Salmos 121 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
121 Alzaré mis ojos a los montes;
¿De dónde vendrá mi socorro?
2 Mi socorro viene de Jehová,
Que hizo los cielos y la tierra.
3 No dará tu pie al resbaladero,
Ni se dormirá el que te guarda.
4 He aquí, no se adormecerá ni dormirá
El que guarda a Israel.
5 Jehová es tu guardador;
Jehová es tu sombra a tu mano derecha.
6 El sol no te fatigará de día,
Ni la luna de noche.
7 Jehová te guardará de todo mal;
El guardará tu alma.
8 Jehová guardará tu salida y tu entrada
Desde ahora y para siempre.
[Es uno de los «cánticos graduales» o «canciones de las subidas», que entonaban los peregrinos israelitas cuando llegaban a Jerusalén y a su Templo. La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Saludo a Jerusalén. Deteniéndose ante las puertas de la ciudad santa, los peregrinos le dirigen un saludo: salôm(«paz»), jugando con la etimología popular de Jerusalén: «ciudad de paz». La paz deseada formaba parte de las esperanzas mesiánicas. El amor a la santa Sión es uno de los rasgos característicos de la piedad judía. Jerusalén, sólidamente restaurada (Ne 2,17), es el símbolo de la unidad del pueblo elegido y figura de la unidad de la Iglesia. La ciudad santa es signo visible de los beneficios divinos y prenda de las promesas mesiánicas.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Salutación a Jerusalén. El poeta, lleno de entusiasmo al contemplar la Jerusalén restaurada, pide para ella toda suerte de bendiciones. En nombre de los peregrinos entona un himno de alabanza a la ciudad santa, cuyo mayor timbre de gloria es la presencia de Yahvé en su santuario.- «Alegría por llegar a la ciudad santa, Jerusalén, después de una larga peregrinación, para pedir por su paz. Ahora Jerusalén es la Iglesia, pero es Iglesia peregrina, de camino hacia la «ciudad de Dios viviente, la Jerusalén celestial» (Hb 12,22)» (J. Esquerda Bifet).]
* * *
La alegría del peregrino
ante la ciudad santa de Jerusalén
El salmista entona en nombre de los peregrinos un himno de alabanza a la ciudad santa, adonde convergen todas las tribus de Israel. Es la ciudad de la paz y del juicio equitativo, porque es la sede de David. En ella reina la tranquilidad y la seguridad; pero su mayor timbre de gloria es la presencia de la casa de Yahvé. El autor parece ser un forastero que pisa por primera vez el sagrado suelo de Sión, y por eso su alma se esponja y prorrumpe en lirismos religiosos, idealizando la capital de la teocracia. Se siente dichoso por haber aceptado el participar en la caravana de los peregrinos hacia la ciudad de Yahvé. La vista de la capital del pueblo elegido le impresiona poderosamente, y así pondera la excelente construcción de la ciudad, sus muros y sus puertas. «El salmo puede entenderse mejor como si fuera una meditación de un peregrino que, después de volver a su hogar, repasa sus dichosas memorias de la peregrinación» (A. F. Kirkpatrick).
Por su estructura literaria puede compararse este salmo a los salmos 47 y 83. «No tiene el acento triunfal del primero ni la ternura exquisita del segundo. Pero, aunque más corto y popular, resume bien los sentimientos de alegría, de admiración y de buenos deseos que el fiel israelita sentía en sus peregrinaciones a la ciudad santa y al templo» (J. Caès). Abundan las aliteraciones, jugando con la etimología popular de Jerusalén como ciudad de paz. Todo ello hace pensar que el salmo es de los tiempos posteriores al destierro babilónico.
El salmista peregrino, vuelto a su hogar, recapacita sobre su visita a la ciudad santa, y siente una profunda alegría por haber visitado la casa de Yahvé, el templo de Jerusalén, la capital de la teocracia, símbolo de las promesas de Dios a su pueblo. El momento de poner los pies en las puertas de la ciudad, santificada con la presencia de Yahvé y llena de recuerdos del gran rey David, fue de particular emoción para su sensibilidad religiosa. Al entrar en la ciudad, el salmista se extasió ante la magnificencia de Jerusalén, perfectamente edificada y grandiosa con sus monumentos: los muros, los palacios, los torreones y el templo impresionaban particularmente a las gentes sencillas provincianas que por primera vez entraban en la ciudad de David. Era el punto de convergencia de todas las tribus, donde Israel como colectividad siente su conciencia de pertenencia a Yahvé, que los ha elegido como «heredad» particular entre todos los pueblos. El poeta idealiza la situación y pasa por alto la división del reino de David para considerar sólo la capital de la teocracia hebrea. Existía una ley normativa que pedía que todos los componentes del pueblo elegido que se reunieran periódicamente en el lugar donde Yahvé estableciera su morada (Ex 23,17; 34,23; Dt 16,16). El poeta recuerda este mandato y se siente gozoso al ver a los representantes de todas las tribus tomando parte en el culto del santuario nacional.
Pero, además, en Jerusalén está el tribunal de justicia y el gobierno de la nación según la antigua tradición de la gloriosa monarquía davídica. Justamente, el fruto de una administración equitativa de la vida pública trae la paz entre los ciudadanos; y el salmista pide para la ciudad santa una tranquilidad y seguridad permanentes dentro de los muros de la misma. El poeta juega con la palabra hebrea que significa paz(shalôm) y el nombre de Jerusalén (Yerûshalâyim). La prosperidad de la ciudad de David será el símbolo de la prosperidad de toda la nación; por eso, los israelitas deben desear la paz para la capital de la teocracia, donde está la casa del Señor.