(1 Pedro 2:11-25) v.21
Introducción: El mundo le ofrece al hombre sus caminos para que transite por ellos y siga sus pisadas. Por lo general son «puertas anchas» más fáciles para seguir y sus ofertas para una vida feliz y placentera, son atractivas y no requieren de demandas o sacrificios. La humanidad ha encontrado a través del «camino ancho» una vida «sin complicaciones», cuando tiene que compararla con las demandas que Dios le hace para que siga las pisadas de su Hijo.
Cuando hablamos de la vida cristiana nos referimos a un llamado para andar en un nuevo camino. En este caso el modelo a imitar y seguir no es de acuerdo al molde que el mundo nos ofrece. Nuestro modelo a seguir es Cristo. Hoy día la gente tiende a imitar a sus héroes representados por el deporte, el cine, la música, las letras o las artes. Sin embargo el cristiano tiene más que un héroe en Jesucristo. Su vida ejemplar, sin tacha alguna, es la mejor garantía para guiar y orientar la vida. La convocatoria de Pedro es para que sigamos sus pisadas. El experimentó el dolor de no hacer esto en una de las etapas más difíciles y oscuras de su vida. En el momento cuando el Maestro necesitó más que su discípulo le siguiera de cerca por los terribles sufrimientos que se le avecinaban, éste le negó tres veces. De modo que nadie tuvo más autoridad para presentarnos tal llamado como lo hizo este apóstol. El aprendió por experiencia los terribles efectos de seguir otras pisadas; a lo mejor las de la propia conveniencia y la de evitar los riesgos que implica seguir a Jesús de cerca. Pero también experimentó el gozo de seguir a Jesús renunciando a si mismo. El Pentecostés fue testigo de un hombre que siguió las pisadas de Jesucristo. El libro de los hechos nos habla de un hombre que estaba dispuesto a morir antes que renunciar a seguir a Señor. Fue el quien dijo a los que pretendían prohibir hablar en ese Nombre, estas palabras: «Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:19b). El cristiano no debiera poner sus pies en otras huellas que no sean las de su Salvador, Señor y Maestro. Es verdad que esto tiene una demanda muy grande, pero ninguna otra cosa traerá más satisfacción a la vida que el seguir sus huellas.
ORACION DE TRANSICION: ¿Cuáles son esas huellas que debemos seguir?
I. SIGAMOS A JESUS EN EL CAMINO DEL SACRIFICIO v. 21
El sufrimiento nos es común a todos. En este mundo sufren los que no tienen, y de igual manera sufren los que mucho tienen. Como alguien dijo, «los que no tienen sufren por falta de pan y los que tienen pan sufren por falta de salud para comer el pan». Sin embargo, los sufrimientos de Cristo que formaron parte de su sacrificio llegan a ser inenarrables, pues la muerte de Jesús fue más devastadora e intensa de lo que nosotros pudiéramos imaginarnos y sufrir. Nadie podrá culpar a Dios de estar indiferente ante el dolor humano, si primero no conoce aquel Dios del sufrimiento. Pedro nos dice que Jesús padeció por nosotros y con ello nos dejó su ejemplo. En Cristo tenemos el ejemplo de sacrificar su gloria eterna, aquella que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese, para hacerse como uno de nosotros. El apóstol Pablo llegó a calificar la magnitud de tal sacrificio cuando se hizo tan pobre por amor a nosotros, siendo de igual manera tan rico al ser dueño de todo. Cuando medita en el misterio de su encarnación pareciera absorberse en una profundidad teológica donde se hace difícil seguirle la pista. El dice que Jesús siendo la «sustancia» misma de Dios no le importó eso como justificación para no hacer lo que hizo. Mas bien se humilló en un proceso que comenzó en su propio nacimiento, llegando a su expresión más vergonzosa cuando eligió morir por nosotros en una cruz, emblema de vergüenza y maldición para quienes conocían semejante muerte. Este ejemplo que tenemos en él para seguir sus pisadas nos introduce en un desafío cotidiano. Se nos ha dibujado un cielo lleno de oro y de flores que nos olvidamos con frecuencia «tomar la cruz cada día» para seguirle.
II. SIGAMOS A JESUS EN EL CAMINO DE LA RENUNCIA v. 11
Seguir a Jesús en sus pisadas nos muestra que su vida estuvo caracterizada por una renuncia a complacerse a si mismo por el bien de otros. No encontramos ninguna tendencia en él que nos indique lo contrario. Renunció a su gloria que la tenía antes que el mundo fuese. Una vez en la tierra, renunció a todo intento de grandeza. En el desierto de la tentación, Satanás le ofreció todos los reinos del mundo pero esa oferta la rechazó desde el principio. El sabía que fue precisamente esto lo que había llevado a Satanás a convertirse en lo que es. El quiso sentarse en el trono de Dios no tanto para amar y ayudar, pero si para que se le reconociera y poder controlar el universo. Contrario a esto, cada milagro que Jesús efectuaba le daba la oportunidad de llegar a ser muy famoso y levantarse sobre todos los hombres, sin embargo le vemos en varias ocasiones prohibiéndoles a los beneficiados de su poder, divulgar lo que les había pasado para que no vinieran a hacerle rey. El fue un hombre tentado como todos nosotros, pero en todas las atracciones de la tentación presentó su renuncia, pues él «no vino para ser servido sino para servir, y dar su vida por los demás». Pedro nos dice que nos abstengamos de los deseos carnales que batallan contra el alma v.11b. Al hacer esto andaremos caminando sobre las mismas pisadas de Jesús. Pero es en esta parte donde debemos detenernos para analizar cuidadosamente lo que representa en nuestra vida cotidiana. Pedro no pudo definir mejor la situación que se libra en cada corazón humano. Seguramente habló por su propia experiencia y diagnosticó un campo de batalla donde luchan enormes fuerzas, la carne y el Espíritu por el control de la voluntad del hombre. Los deseos no controlados de la carne son los causantes de las grandes derrotas espirituales. Cuando no se camina sobre las huellas de Jesús seguramente se estará caminando sobre las «huellas del deseo». Pedro usó la palabra «abstenernos» para referirse a aquella vida que debe alejarse de la indulgencia y la seducción que terminarán por destruirnos. Ese mundo de deseo que proviene de la naturaleza adámica corrompida debe morir en nosotros. Hay placeres que le hacen la guerra a la naturaleza redimida del hombre. Solo siguiendo las pisadas del Maestro en el camino de la renuncia nos pondrá en victoria sobre «los deseos que batallan contra el alma».
III. SIGAMOS A JESUS EN EL CAMINO DE LA OBEDIENCIA v.12
Los discípulos oyeron desde el cielo por lo menos unas dos veces aquella contundente voz que dijo: «Este es mi Hijo amado en quien tengo contentamiento». Tales palabras fueron el reconocimiento al sometimiento de la voluntad divina, puesta de manifiesta aun en las horas de la más terrible decisión Getsemaní, antes de ir a la cruz. Pedro, quien fue un testigo muy cercano de la más grande obediencia que se haya conocido, nos exhorta a «someternos a toda institución humana». Entendiéndose que nuestra obediencia en todos los renglones de la vida se hace «por causa del Señor». La obediencia no siempre es un camino que nos agrada. La mayoría de las veces es como «copa amarga» que hay que tomar porque no hay otra alternativa. Pero la obediencia se constituye en el mejor instrumento para el crecimiento y la consagración del creyente. En los versículos 13 al 18, Pedro nos presenta el escenario donde el creyente debe seguir ese camino de la obediencia. Debemos someternos a los que nos gobiernan independientemente que nos agrade o no tales autoridades. Al cristiano no le está permitido revelarse contra las autoridades establecidas, salvo en aquellos casos donde se pone de manifiesto una conspiración contra lo que creemos y lo que somos. Tal obediencia se traducirá en hacer todas las cosas bien hechas, adornando nuestro testimonio con todos aquellos actos de bondad, de modo que sean capaces de «hacer callar la ignorancia de los hombres insensatos» v.15. El trabajo donde nos desenvolvemos puede ser otro buen escenario para poner en práctica nuestra obediencia. Es verdad que hay algunos «amos» o jefes que no resultan ser tan «buenos y afables» sino más bien «difíciles de soportar» y es allí, por causa del Señor, que debemos presentar un buen testimonio de nuestra obediencia. Es posible que algunos sufran injustamente por obedecer a Dios en su diario vivir. Oímos testimonios de padecimientos por causa del evangelio en diferentes formas que hasta suele preguntarse, ¿dónde está Dios en todo esto? No obstante creo que Pedro nos ha ayudado a entender, que mientras obedecemos haciendo el bien y sufrimos, el resultado será la aprobación divina v. 20b. La obediencia de Jesús nunca estuvo separa del sufrimiento, y recordemos que nosotros estamos siguiendo sus pisadas. La obediencia se hace real, al: «Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey» v.17.
IV. SIGAMOS A JESUS EN EL CAMINO HACIA LA GLORIA v. 11b
Una de las cosas muy ciertas en la vida cristiana, comparadas con otras religiones , es que nosotros no seguimos las pisadas de un líder que nos conduce hacia una muerte heroica o hacia un final fatídico. Más bien seguimos a alguien que nos conduce hacia la gloria eterna, el hogar que ha sido preparado por el Arquitecto divino. La patria del cristiano no es ésta sino la celestial. Pedro sabía que los auténticos cristianos son «extranjeros y peregrinos» que caminan siguiendo las pisadas de su Señor y que las mismas les conducen hacia donde está él, sentado a la diestra del Padre hasta que descienda de allá para la consumación de todas las cosas. Ningún otro camino reviste tanta seguridad y esperanza que aquel que nos ha dejado Jesucristo. Ciertamente en ese camino hay sufrimiento caracterizado por una cruz que tomamos diariamente, hay una renuncia cotidiana y hay una obediencia algunas veces dolorosas, pero estamos persuadios que todo esto no es si el preludio que dará lugar a la más indescriptible melodía que se escuchará por toda la eternidad. El cristiano cual extranjero y peregrino que vive en otra cultura, espera habitar la patria que le pertenece. Sigamos a Jesús como «extranjeros y peregrinos». Sigamos sus huellas que descendieron del cielo, caminaron en la tierra pero que ahora se mueven majestuosa y victoriosamente en la gloria celestial. La tumba de nuestro líder está vacía como un claro testimonio que el no está allí. Después que resucitó caminó con su cuerpo glorificado capaz de entrar en una casa sin abrir la puerta y después de eso caminó sobre las nubes hasta regresar al seno de su Padre de donde era y hacia donde regresaba. Sigamos, pues, sus huellas. Ningún final será más glorioso y eterno que el que nos espera más allá del sol. Vale la pena para el tiempo y la eternidad seguir sus pisadas. Amén.
CONCLUSION: Otro apóstol que conoció muy bien a Jesús, fue Juan, a quien se conoce «como el discípulo amado». Al referirse a Cristo como modelo a seguir, dijo: «Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Jn. 13:15). Seguir el ejemplo de Jesús es una garantía que toda la influencia que recibamos de él afectará nuestra vida positivamente con las más grandes virtudes y con los más grandes dones jamás superados por líder alguno. Seguir sus pisadas es enrolarse en la demanda de su discipulado. Un auténtico discípulo aprenderá la verdad de Cristo en el camino de la obediencia. Tal obediencia exige el sometimiento de las ambiciones y propósitos egoístas. Fue el mismo Jesús quien estableció las condiciones para todos aquellos que nos dispones seguir sus huellas, cuando dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, y tome su cruz cada día, y sígame». (Mt.16:24). No podía ser de otra manera. La vida de Jesús como ejemplo a seguir está enmarcada dentro de estas demandas, solo que «su yugo es fácil y ligera su carga». ¿Lo seguimos de esta manera?