Por Chua Wee Hian. El liderazgo tiene que ver con personas. Dios ha dotado generosamente a su pueblo con talentos y capacidades para servirle en la iglesia y en el mundo. Los líderes deberían redescubrir y potenciar lo mejor de los miembros. Tendrían que facilitar el uso de los dones.
Este artículo explora la dinámica del liderazgo corporativo. ¿Cuáles son algunas de las directrices bíblicas para trabajar juntos? También adaptaremos algunas ideas útiles del mundo empresarial a nuestro proceso de toma de decisiones.
Servir juntos a Dios es algo estimulante. Para empezar, «somos colaboradores de Dios» (1 Co. 3:9). Nos llama a trabajar juntos con Él (2 Co. 6:1). Nuestra común lealtad hacia Él forma la base de nuestras relaciones de trabajo. ¡Esto es sensacional!
Como somos humanos, aportamos al liderazgo nuestros diferentes puntos de vista, prejuicios y debilidades. Por supuesto, también contribuimos compartiendo nuestras experiencias y nuestra visión. Vamos a examinar a un grupo de líderes mientras trabaja.
Digamos que hay dos o tres que provienen del mundo de los negocios. Serán partidarios de buenos procedimientos empresariales y estarán dispuestos a introducir un toque profesional en la organización cristiana. A su lado hay un par de visionarios. Son personas con ideas creativas. Tienen grandes sueños para la iglesia, pero en ocasiones no tienen los pies en la tierra. Después se encuentra el tipo pensador / filósofo, que pide una «razón de ser» para cada decisión. Finalmente, están los líderes afectuosos y solícitos, siempre pensando en las personas en vez de en lo que se hace.
Si hay un respeto mutuo y una aceptación de los dones y condiciones de los demás, este equipo de líderes puede enriquecer el ministerio de su iglesia. Pero si se tratan unos a otros como rivales e insisten en su propia forma de planificar, se producirá el caos y la división. La obra de Dios se paralizará.
FUNDAMENTOS BÍBLICOS
Es extremadamente útil buscar las palabras «unos y otros» en una concordancia, anotando el verbo o acción que las precede.
Empezamos con el mandato de Cristo de amarnos unos a otros (Jn. 13:34, 35). No es una opción; es el encargo que Él nos da. Esta declaración se repite en 1Juan 4:10, 11. Debemos amarnos unos a otros como Dios nos amó en Cristo. Ésta es la base para trabajar juntos.
Amar a nuestros compañeros líderes es desear lo mejor para ellos. Y esto tiene asombrosas implicaciones. Si los miembros del equipo están dispuestos a buscar lo mejor para los otros, ejercerán sus responsabilidades de liderazgo en una atmósfera de comprensión mutua y aceptación. En nuestra lista de textos con las palabras «unos a otros» también se nos advierte que no hagamos ciertas cosas. He aquí algunas: Si nos amamos unos a otros, NO debemos:
* Juzgarnos más los unos a los otros (Ro. 14:13).
* Mordemos (es decir, herimos) unos a otros (Gá. 5:15).
* Mentir los unos a los otros (Col. 3:9)
* Murmurar los unos de los otros (Stg. 4:11).
* Quejarnos unos contra otros (Stg. 5:9).
Positivamente, el amor intenta edificar a las personas. Esta meta se consigue por medio de:
* Recibirse los unos a los otros (Ro. 15:17).
* Servirse por amor los unos a los otros (Gá. 5:13).
* Someterse unos a otros (Ef. 5:21; ver 1 Pe.5:5).
* Soportarse y perdonarse unos a otros (Col. 3:13).
* Enseñarse o exhortarse unos a otros (Col. 3:16).
* Alentarse los unos a los otros (ITs. 4:18).
* Hospedarse los unos a los otros (1 Pe. 4:9).
* Orar unos por otros (Stg. 5:16).
Al estudiar estos textos y aplicar cada exhortación a nuestras relaciones con los compañeros, descubriremos mayor armonía en el equipo de líderes, lo que también repercutirá en nuestra comunidad cristiana. Al servir juntos a Dios también debemos tener en mente otro conmovedor llamamiento: «Y considerémonos unos a otros para estimulamos al amor y a las buenas obras… exhortándonos» (He. 10:24, 25).
Después de considerar estos principios bíblicos para trabajar juntos, vamos a fijamos en algunos aspectos prácticos del liderazgo corporativo.
CUESTIONES ORGANIZATIVAS
En una pequeña congregación o comunidad cristiana, la organización es relativamente sencilla. Como el grupo es pequeño, es bastante fácil impartir visión y compartir las responsabilidades entre los miembros. Si hay cuestiones o problemas, éstos pueden ser rápidamente resueltos.
En una comunidad de más de sesenta personas, necesitamos establecer estructuras mayores y mejorar los canales de comunicación. Las diversas actividades realizadas por los diferentes grupos de líderes o comités deben ser coordinadas e integradas en la planificación y en los objetivos globales de la iglesia. El equipo de líderes deberá presentar objetivos claros e indicar la dirección en la que debería marchar la iglesia. Entonces se creará una red de comunicaciones, pero no sin esfuerzo.
A menos que estemos dispuestos a permitir que un hombre -el pastor- lo organice y dirija todo, los líderes deberán orar y planificar juntos. Los miembros deben ser movilizados para que el servicio sea efectivo. El equipo, o comité está, por lo general, dotado de la autoridad para llevar la responsabilidad en nombre de toda la congregación. El equipo de líderes hace un seguimiento de los procesos y se enfrenta a los diferentes problemas que aparecen. Pero continuamente trata de desafiar a toda la congregación a mantener las prioridades de Dios.
Los líderes deben ser hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, de fe y sabiduría. Estas cualidades esenciales son vitales para el liderazgo espiritual pero, al mismo tiempo, para realizar su misión deben aprender a tomar decisiones juntos. Y esto requiere planificación y una cierta dosis de habilidad administrativa. Los líderes deben saber qué hay que hacer y considerar quién debe hacerlo y cuándo.
El equipo de líderes debería dedicar tiempo a estudiar los planes y a pensar en el futuro. No harán ellos todos los trabajos. Los trabajadores sabios siempre delegan para que más personas puedan participar en la obra de Dios.
Leyendo libros sobre dirección de empresas, inevitablemente encontramos una buena sección sobre el tema de la delegación. Ésta es un área del liderazgo con frecuencia poco considerada por algunos líderes cristianos bien intencionados. Trabajan hasta matarse y al final se desploman por puro agotamiento físico y nervioso. No se dan cuenta de que alcanzan este terrible estado porque no han delegado trabajo en otros.
DELEGAR
Moisés tuvo este problema. Tomó sobre sí la terrible tarea de juzgar las disputas entre los israelitas. Era un juez competente y su pueblo se dirigía a él buscando justicia. Durante todo el día el pueblo lo rodeaba, esperando que juzgara sus disputas (Ex. 18:13) ¡Y Moisés casi se desplomó por agotamiento nervioso!
Su suegro, Jetro, lo rescató. Este hombre sabio le hizo ver el pobre uso que estaba haciendo de su tiempo y energía. Si Moisés insistía en hacer todo el trabajo él mismo, los problemas de su pueblo lo aplastarían (vv. 17, 18). Jetro dijo a Moisés: «Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo por ti; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo» (vv. 21, 22).
Delegar daría buenos resultados y la carga de Moisés sería más ligera (v. 22). Compartir sus responsabilidades administrativas no iba a representar merma en su cargo como representante de Dios y líder. Moisés continuaría representando a su pueblo ante Dios y enseñándole las leyes y decretos de Dios (vv. 19, 20).
Ted Engstrom, en su libro The Making of a Christian Leader (Creando un líder cristiano) menciona los beneficios de delegar.
Varios son los derivados de una mejor comprensión y relación entre los líderes y sus seguidores. Las personas a las que se les da la oportunidad de desarrollar sus talentos y habilidades latentes trabajan más satisfechas, lo que a su vez mejora su estado de ánimo. Al mismo tiempo, delegar alivia las presiones sobre el líder, liberándolo para pensar y planificar la estrategia (Engstrom 1976:136-40). Engstrom continúa señalando seis principios básicos del arte de delegar.
1. Seleccionar los trabajos a delegar y organizados para poder hacerlo.
2. Elegir la persona adecuada para el trabajo.
3. Preparar y motivar a la persona delegada para realizar la tarea.
4. Dar la tarea asegurándose la plena comprensión de ésta.
5. Animar a actuar con independencia.
6. Mantener una supervisión: nunca soltar las riendas.
Concluye con estas palabras. «No olvides nunca que una delegación efectiva ayuda a progresar, da buenos ánimos e inspira la iniciativa. La prueba final de un líder es que deja tras de sí a otros hombres convencidos que continuarán la obra».
¿POR QUÉ NO DELEGAMOS?
¿Por qué algunos de nosotros tenemos tanto temor a delegar trabajo en otros?
En primer lugar, tememos que otros no puedan hacer el trabajo tan bien como nosotros mismos. Nos asusta pensar en la posibilidad de que nos fallen. Pero si concretamos lo que hay que hacer y asignamos responsabilidades específicas a otras personas, ellas harán el trabajo.
Cierto es que debemos explicarles la tarea a realizar con claridad y, en algunos casos, entrenarlas para ella. Pero esto produce un alto rendimiento. Más personas participarán en la obra. John R. Mott, el conocido misionero y hombre de estado solía decir: «Prefiero dejar que diez hombres hagan el trabajo que hacer el trabajo de diez hombres».
En segundo lugar, no delegamos porque tenemos miedo de perder el control. Algunos de nosotros nos volvemos bastante ansiosos e inseguros cuando otros deben tomar decisiones y dirigir. Creemos que nos han quitado la capacidad de tomar decisiones. En la obra cristiana necesitamos aprender a confiar en otros. Además, no perdemos el control puesto que, si somos sabios al delegar, todavía mantendremos nuestra supervisión. Los que han recibido una tarea específica deben responder ante nosotros.
¿PODEMOS APRENDER DEL MUNDO EMPRESARIAL?
¿Deben los líderes cristianos tomar modelos de liderazgo extraídos del mundo empresarial? Sí, siempre que éstos hayan sido cuidadosamente sopesados y santificados. Los autores de libros y manuales empresariales proponen sus principios y comparten su visión en base a su investigación y a las experiencias de los que dirigen grandes empresas. Si bien admiramos sus objetivos de excelencia y eficiencia, nunca debemos dejar que éstos se conviertan en fines.
Queremos hacer un buen trabajo porque así damos gloria a Dios. Por supuesto, podemos aprender mucho de planificación por objetivos, control presupuestario, eficiencia organizativa, cómo medir lo conseguido y motivar a los empleados. Sin embargo, hay diferencias fundamentales. Las grandes empresas cuentan con un ejército de empleados bien entrenados. Las iglesias, en general, con voluntarios a tiempo parcial. En el mundo empresarial hay, por lo general, una cadena de mando; los ejecutivos dan órdenes que deben ser obedecidas. Pero en el servicio cristiano debemos inspirar, influir y motivar a nuestros compañeros cristianos. No podemos ordenarles como si fueran subordinados. La mayoría de las iglesias y organizaciones cristianas tienen fondos y recursos limitados y no pueden permitirse el apoyo de procesadores de texto, computadoras y hábiles secretarias. Así que necesitamos adaptar los principios y procedimientos empresariales a nuestra situación particular. Como mayordomos de Dios debemos intentar hacer el mejor uso posible de los recursos humanos y materiales disponibles.
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TRABAJANDO JUNTOS: UN PROCESO DE DECISIÓN EN COMÚN (COOPERATIVA)
Personalmente he usado mucho un proceso que facilita tomar decisiones en común. Este proceso está compuesto por seis componentes básicos o pasos, que son los siguientes:
OBJETIVO: resumir en una frase, y claramente, la meta u objetivo principal.
RECURSOS: hacer una lista de los recursos humanos, financieros y materiales para realizar el objetivo.
PLANIFICACIÓN: planificar es decidir, por adelantado, qué se debe hacer, por qué, dónde, cuándo, quién debe hacerlo y cómo.
COMUNICACIÓN: comunicar la información a los otros líderes y a los miembros para que sean conscientes del objetivo. Compartir los planes propuestos. Informar a cada persona de sus responsabilidades específicas. Hacer descripciones (preferentemente por escrito) de las tareas a realizar, para que todos los implicados conozcan claramente sus deberes.
ACCIÓN: poner el plan en movimiento trabajando en las tareas asignadas. Esto sólo debe hacerse cuando ya todo el equipo ha seguido los pasos anteriores. Puede ser necesario que el presidente supervise los progresos y atienda los problemas de organización.
EVALUACIÓN: el equipo de líderes pasa revista a todo el programa de actividades. ¿Qué cosas fueron bien? ¿Cuáles no y por qué? Si fuera a repetirse un programa similar, ¿qué se repetiría y qué se omitiría? ¿Se han descubierto nuevas capacidades de liderazgo entre los que han participado en la actividad?
Este proceso es de gran valor en la toma de decisiones por parte de un grupo de líderes. Su efectividad descansa en la disposición de todos los miembros a someterse a su disciplina. En demasiadas ocasiones un grupo de líderes tiene sólo una vaga idea de lo que debe hacerse. Hacen planes apresurados, pasan a la acción y, antes de que sepan lo que ha pasado, ya se ha roto la comunicación. Participan en las actividades y no tienen claras sus responsabilidades ni saben ante quién tienen que rendir cuentas. Tampoco cómo encaja su tarea en todo el proyecto. Hay duplicaciones y traslapos en algunas áreas, mientras que otras tareas apenas reciben atención. Los ánimos comienzan a caldearse y existe frustración. Los líderes empiezan a echarse las culpas unos a otros y una negra nube cubre todo el proyecto.
Ahora bien, para que funcione este proceso, los líderes deben practicarlo constantemente. Deben seguir, meticulosamente, los seis pasos. En ocasiones, cuando dirijo seminarios sobre organización del liderazgo, divido a los participantes en pequeños equipos de seis o siete miembros. Deben familiarizarse por sí mismos con los seis pasos del proceso de decisión. Después les muestro ocho o nueve objetos y les pido que reúnan diez unidades de cada uno en el menor tiempo posible. Cada unidad debe ser etiquetada cuidadosamente. Si estas prácticas se hacen al aire libre, utilizo diferentes tipos de hojas y piedras. El equipo que sigue fielmente los seis pasos es, normalmente, el ganador. Después dejo que durante veinte minutos los diferentes equipos analicen su actuación y valoren su éxito o fracaso.
En el siguiente ejercicio, pido a los mismos equipos que reúnan el doble de unidades de los mismos objetos en la mitad de tiempo. Lo asombroso es que ahora la mayoría de los equipos logran alcanzar este nuevo objetivo. Han aprendido con la experiencia la importancia de la organización. También han aprendido la importancia de establecer objetivos claros, planificar cuidadosamente, hacer el mejor uso posible de sus recursos humanos y materiales, realizar buenas descripciones de las tareas a realizar y revisar sus esfuerzos.
Vamos a utilizar este proceso para planificar una campaña evangelística que va a realizar su iglesia local. El comité está formado por nueve personas y usted es una de ellas. Los únicos «obreros a tiempo completo» son el pastor y el secretario de la iglesia. La región considerada tiene seis mil habitantes y los miembros de la congregación son ciento cincuenta. ¿Cómo planificaría una acción evangelística que tuviera como resultado que algunos de sus vecinos se convirtieran y se integraran en su iglesia?
Puede cerrar ahora la revista y apuntar lo que usted haría, pero asegúrese de seguir los seis pasos: objetivos, recursos, planificación, comunicación, acción, evaluación.
He aquí un ejemplo de cómo una iglesia local planeó esta campaña de evangelización:
OBJETIVO: compartir las buenas nuevas de Jesucristo en la región considerada, de manera que la mayoría de las personas escuchen las pretensiones de Cristo y que al menos veinte de ellas le entreguen sus vidas. La campaña evangelística se concentrará en nueve días, incluyendo los fines de semana.
RECURSOS: lista de recursos humanos. ¿Cuántos cristianos pueden compartir su fe con otros? ¿De cuántos hogares cristianos disponemos para reuniones informales, por ejemplo, alrededor de una taza de café? ¿Qué lugares céntricos -por ejemplo, la iglesia- podrían ser usados para las reuniones evangelísticas masivas?
PRESUPUESTO: estimación de la cantidad necesaria para cubrir los gastos de publicidad, etcétera. ¿Hay cristianos en la iglesia que podrían capacitar a otros para la evangelización o hay que pensar en recursos externos?
PLANIFICACIÓN: preparar un bosquejo de programa para la campaña. Por ejemplo: dos cultos dominicales especiales; reuniones de evangelización los sábados por la tarde; reuniones especiales para hombres, mujeres y niños; reuniones informales; evangelización personal. Establecer las fechas adecuadas. Proponer posibles conferenciantes. Sugerir responsables de entrenar a otras personas para evangelizar y personas encargadas de la publicidad.
COMUNICACIÓN:
Primera etapa: asegurarse de que todos los líderes estén familiarizados y plenamente comprometidos con esta acción evangelística. Dar descripciones de las tareas a realizar a las personas correspondientes. Cada descripción debe ayudar a la persona a responder a dos preguntas básicas: ¿De qué soy responsable? y ¿Ante quién soy responsable?
Segunda etapa: los líderes deben compartir el objetivo y la visión de esta campaña evangelística con los miembros de la congregación. Solicitar oración, recursos financieros y apoyo de las personas. Dar una clara información del programa de entrenamiento y de cómo cada miembro podría participar.
ACCIÓN:
Antes de que lleguen los nueve días de evangelización intensiva, los miembros tendrían que invitar a sus vecinos, compartiendo su fe con ellos. Deben organizarse reuniones especiales de oración y hacer visitas casa por casa, entregando en cada hogar una porción de los evangelios o folletos evangelísticos.
Los responsables de la publicidad deben conseguir que los periódicos y emisoras locales den cuenta de las reuniones especiales.
El conferenciante invitado debe ser presentado.
El pastor, junto con los consejeros laicos, deben estar a la disposición de los que muestran interés. Los folletos y el material para hacer el seguimiento deben estar disponibles. Los responsables de los detalles prácticos (por ejemplo, preparativos de las reuniones, sistema de sonido) deben repasarlos para evitar problemas de última hora.
EVALUACIÓN:
Después del acontecimiento, el comité debe revisar todo el programa en una reunión especial.
¿Cuántos hogares se visitaron?
¿Cuál fue la respuesta espiritual de la congregación? ¿Cómo podría hacerse el seguimiento? ¿Podrían movilizarse dos o tres equipos para visitar a los «invitados»? ¿Y las conversiones? ¿Cuántos dieron testimonio de su fe? ¿Cómo van a ser pastoreados? ¿Cómo podría toda la iglesia aprovechar la situación creada tras los nueve días de reuniones especiales? ¿Qué dones y capacidades se han detectado y en qué miembros? ¿Cómo podrían desarrollarse más?
Por supuesto, sería de mucha utilidad que los resultados se recopilaran y pusieran a disposición del siguiente equipo que tuviera que planear una campaña de evangelización. Así, el nuevo comité podría usar lo que sus predecesores hayan descubierto. En su libro Managing Our Work (Administrando Nuestro Trabajo), el Dr. John Alexander hace este acertado comentario: «Si queremos que nuestros compañeros se sientan miembros de un mismo equipo, uno de los indicadores de que nuestras comunidades gozan de buena salud será nuestra tendencia a usar los pronombres nosotros y nuestros -en lugar de vosotros, vuestros, ellos y suyo al referirnos a la organización. Una señal de peligro se enciende cuando un compañero utiliza el plural vosotros y ellos en lugar de nosotros y nuestro» (Alexander 1975: 65, 66).
Trabajar juntos debe ser una demostración de que nos pertenecemos unos a otros y de nuestro mutuo compromiso de servir al mismo Señor. Esto producirá solidaridad y compañerismo.
Tomado de la revista andamio.
Usado con permiso.
Chua Wen Hian, Learning to lead, ínter- Varsity Press