Apatía espiritual

Dos amigos que estaban caminando cerca de un circo se detuvieron al ver un corpulento elefante atado con una ligera cuerda. Uno de ellos, al ver la débil cuerda que retenía al animal, comentó: “¿Por qué no se escapa, si es lo suficientemente fuerte como para huir?” Después de intercambiar algunas ideas, concluyeron que seguramente el elefante estaba atado desde que era una cría. Siendo pequeño, el elefantito habría tratado de liberarse sin éxito alguno y, así fue pasando el tiempo hasta que el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino .

La historia del elefante me ha llevado a la denuncia que el autor de la epístola a los Hebreos plantea contra miembros de la Iglesia primitiva . En la nueva versión de la Biblia se lee así: “Después de tanto tiempo, deberíais ser ya maestros consumados. Pero no, aún tenéis necesidad de que se os enseñe cuáles son los rudimentos del mensaje divino” (Hebreos 5:12).


Como el elefante de la historia, que se quedó en situación infantil, sin hacer nada por romper la cuerda que lo ataba a un destino de impotencia y resignación, muchos cristianos permanecen en la infancia espiritual, sumidos en la apatía, sin crecimiento en el Señor, sin deseo alguno de profundizar en las enseñanzas de la Palabra ni de mejorar su vida cristiana .

Conviene tener muy en cuenta, por su tremenda importancia, que el bautismo no es otra cosa que los primeros pasos en la vida cristiana. Luego hay diversas etapas y diversos grados que escalar.

Quedarse en el infantilismo espiritual por años, cuando ya se debería estar en situación de enseñar a otros, es cosa mala. Es permanecer atado, como el elefante, a la cuerda de la impotencia.

¿No ves que también nuestro cuerpo sólo llega a similar una comida sólida y sustanciosa después que en la infancia se nutrió solamente de leche? Así también cuando te incorporas a la Iglesia después del bautismo empiezas a degustar la leche espiritual como recién nacido en Cristo. Pero en este estado no puedes quedarte. Un niño que no crece es un niño enfermo . La fuente de donde proviene el crecimiento espiritual es el estudio de la Palabra santa, la unión con Cristo, el conocimiento progresivo de los misterios divinos.

Considero que a muchos cristianos les puede estar ocurriendo lo mismo que al corpulento elefante. Se consideran bien como están, nada hacen por mejorar su condición, con apatía en el alma y en el cuerpo . Incluso esto es más patente cuando llegan las vacaciones.

Esto no es bueno para ti ni para quienes te rodean. Concéntrate en las posibilidades que tienes al alcance. Sacude cualquier complejo de inferioridad que te paralice. No te limites. No seas vagón de cola. Procura ser locomotora que arrastra a otros. Para lograrlo tienes que romper la cuerda que te ata a la infancia, tienes que salir de la rutina en la que has caído, tienes que sobreponerte a la apatía y la desgana .

Caer en la rutina de la vida cristiana, el culto, la ofrenda, oro, canto y adiós, un mes y otro, un año y otro año, habituado, como el elefante, a un destino conformista, es llevar dentro un enemigo invisible.

La rutina es la fuerza más desestabilizadora en las iglesias . Por efecto de la rutina los cristianos caen en la monotonía, el aburrimiento, la apatía. Cuando ésta, la apatía, aparece, la ilusión desaparece y entramos en ese estado intermedio que denuncia el Apocalipsis, ni frío ni caliente, si bien más frío que caliente.

Cuando se vive rutinariamente, cuando la apatía apaga el entusiasmo, la vida cristiana pierde sazón, pierde sentido, pierde belleza y novedad. Se experimenta lo que los antiguos llamaban “tedio de la vida” , es decir, el cansancio del cuerpo, de la mente y del espíritu.

¡Pobre elefante! ¡Tan grande, con tanta fuerza, con tanto camino abierto, sujeto por una débil cuerda! Se la pusieron cuando chico, y allí quedó, así quedó.

Nos lo advierte la Palabra: No podemos ser eternamente niños espirituales, como en la primera mañana de la creación, como el primer día del bautismo. Seamos adultos en Dios, para Dios, pongamos nombre nuevo al día que el Señor nos da y jamás permitamos que nuestra lámpara se apague. Somos hijos de la luz y del día, no de la noche ni de las tinieblas.

Autores: Juan Antonio Monroy

Fuente: Protestante Digital