«Bienaventurado el vientre que te trajo…» Lucas 11:27
Hay dos pueblos en el mundo. Solamente dos.
Los que entienden – para vida.
Los que no entienden – para muerte.
Una mujer de entre la multitud alzó la voz y pronunció las palabras de nuestro versículo.
En la Biblia la mujer representa la Iglesia,
o una parte de la iglesia, una parte del pueblo religioso. Esta mujer viene, ve, escucha a Jesús y expresa éste concepto: «Bienaventurado aquello que te trajo a este mundo.»
Dice en otras palabras: «Bienaventurado aquel lugar, aquella tradición que fue capaz de producir tal vida.»
«Bienaventurada aquella esfera de cosas, ritos y formas, que pudo traer y manifestar esta realidad como nosotros estamos escuchando y viviendo hoy día.»
«Bienaventurado,» dijo, «El vientre que te trajo.» Está hablando de algo físico, pero más allá está hablando de algo espiritual: «Bienaventurado aquello:» Los profetas, la ley, los símbolos, la esperanza de años.
«Bienaventurado todo aquello.» Como si Jesús, la vida de Jesús y el ministerio de Jesús fueran el resultado de una ley cumplida, el resultado de una tradición guardada, el resultado de una interpretación mental creída, aceptada y puesta por obra.
La mujer ve por ojos humanos.
Pero Jesús está viéndolo de otra manera.
En el Antiguo Testamento hay una religión.
En el Nuevo Testamento hay una relación.
Es totalmente diferente.
La religión es algo que el hombre trata de hacer. La relación es algo que brota desde el espíritu del hombre y responde a Dios.
¡La religión es para muerte! Pero
¡La relación es para vida!
Constan las palabras de Jesús a los fariseos, las palabras de Jesús a los Levitas y los sacerdotes. Palabras terribles de condenación, porque teniendo todo no entendieron nada.
Nicodemo, quizás el ejemplo más claro, viene a Jesús con una pregunta. Jesús dice, «¿Cómo tú, siendo maestro, enseñando a otros, no entiendes cómo es la realidad de las cosas? ¿Cómo tú, teniendo y entendiendo la ley, no entiendes el Espíritu?»
Dios es Espíritu y mueve en espíritu. Dios va más allá de la mente. Y necesariamente a veces hemos de dejar los limites de nuestra mente atrás si vamos a poseer lo espiritual.
Es un pasaje muy corto pero lo pone todo en una síntesis irreducible: Una iglesia, representada por una mujer, diciendo, «Bienaventurado todo esto que podemos ver, que podemos palpar. Bienaventurado este hermoso resultado de vida.»
Ella redujo todo aquello que había visto, todo lo que no podía explicar, todo este impacto al espíritu, lo pasó por su mente y lo redujo a una forma… ¡Una forma!
¡Lo redujo todo a un proceso natural!
Dijo, «Bienaventurado. ¿Cómo habrá sido tu madre?
Bienaventurada aquella.»
Jesús comienza a hablar. Y hablando El cierra la puerta a todo aquello y abre la puerta a una nueva esperanza. El dice, «No,» a lo dicho por la mujer y declara: «Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.»
¡Antes! ¡Antes!… Hay otra cosa.
No es aquello. Antes es esto. Esto es mucho más importante.
¿Qué es mucho más importante? Esto:
Bienaventurado son… los que en verdad oyen la Palabra de Dios.
Jesús dice en otro lugar que hay muchos que oyen cuando la Palabra es hablada.
Pero hay pocos que realmente la escuchan.
Hay pocos que realmente son capaces de entender.
Hay muchos menos que la atesoran y la guardan.
Leemos que cuando vino una voz del cielo la multitud alrededor pensó que tronaba. Ellos no entendían, no oyeron la voz. Oyeron el sonido. Oyeron el impacto en el ambiente que formaban las ondas sonoras.
Pero para ellos no significaba nada. Como quien oye hablar en otro idioma y se pregunta qué estarán diciendo.
Ahora Jesús dice, «Bienaventurados Aquellos a cuyos corazones la Palabra de Dios, la Palabra de Vida viene como un mensaje claro.
Aquellos cuyos espíritus pueden entender.
Aquellos cuyos almas encuentran un responder.
No bienaventurado el sistema. No bienaventurado lo exterior. No bienaventurada la iglesia y sus formas, sus ritos, sus tradiciones. No, no importa todo eso.
Bienaventurados aquellos que oyen.
Hay una voz que habla. Hay un Dios que desde los cielos da Palabra de esperanza al hombre.
Hay un Dios cuya Palabra trasmite Vida y Luz y Fe.
Hay un Dios cuya Palabra lleva de la muerte de las formas y estructuras de los hombres a la esfera de una nueva creación donde el alma entra en contacto con lo eterno.
Bienaventurados aquellos que pueden recibirla.
Bienaventurados aquellos que no tienen esperanza en las cosas terrenales. Que no se fijan en la forma.
Bienaventurados aquellos que quieren ir más allá de los limites de sus mentes y dejar que el corazón responda.
Bienaventurado el que puede distinguir entre la forma y la realidad. Entre lo que es y lo que no es. Ellos son los bienaventurados.
«Bienaventurado.» «Bendición.» Ojalá que pudiéramos entender esta palabra. Pensamos en bendición cuando se nos soluciona algún problema de salud, o de dinero, o de familia…Pero no- Bendición es cuando Dios llega a mi alma y toca allí con algo que vale infinitamente más que cualquier cosa terrenal. Cuando El llega adentro hay algo que se derrite, hay cadenas que se rompen. Hay una oscuridad que huye y luz que brilla en el interior.
Bienaventurado cuando mi ser empieza a llenarse con la luz de Dios. Bienaventurado cuando la vida y la fe empiezan a fluir libremente.
Bienaventurado cuando las cosas de la muerte y la desesperación son destruidas junto con esta frustración, que hunde la tierra, que hunde las iglesias, que hunde cada vida casi sin excepción.
Bienaventurado aquel que oye la Palabra que Dios habla, porque en esa Palabra de Dios esta todo. Es el único lugar.
Dios creó los cielos y la tierra a través de Su Palabra. Dios lleva y guía a Su iglesia a través de Su Palabra. Dios obra, opera y bendice por Su palabra.
Bienaventurado aquel que oye, aquel que entiende,
aquel que VIVE por esta Palabra.