Se cuenta la historia de una mujer bella que se casó con un hombre rico mucho mayor que ella. Con el tiempo, su esposo murió y fue sepultado. Una de sus amigas le preguntó: «¿No te pidió nada especial tu esposo antes de morir?» La viuda respondió: «Sí, él me pidió que lo enterrara con la mitad de su fortuna – varios cientos de miles de dólares.»
Su amiga mostró cara de asombro. «Pero ¡no lo hiciste! ¿verdad?» La mujer le respondió: «¡Claro que lo hice! Fue el último deseo de mi querido esposo.» Totalmente estupefacta, su amiga le dijo: «¿De veras pusiste cientos de miles de dólares en el ataúd de tu esposo?» La viuda le contestó: «Sí, le escribí un cheque y se lo puse en el ataúd. Si quiere gastar el dinero, ¡le queda un año para cambiar el cheque!»
¿Cuántos de ustedes creen que ese cheque se llegó a cambiar? ¡Claro que no se cambió! ¡Muy lista la viuda! ¿no es cierto? No sé si sea cierta esta historia, pero ilustra una verdad muy importante. Cuando nos vayamos de este mundo, habrá muy pocas cosas que nos podamos llevar. Como observó alguien una vez, los carros fúnebres no llevan atrás un remolque con las pertenencias del difunto.
¿Qué te llevarás al cielo? ¿Te lo has preguntado alguna vez? En realidad, es una pregunta muy importante. Determina la manera en que vives tu vida ahora. Si no acumulas bienes en el cielo ahora, te sentirás triste cuando llegues allá y no tengas nada. En cambio, si te preparas ahora para tu llegada al cielo, podrás vivir bien tanto ahora como en el futuro.
Por supuesto, la cosa más importante que te puedes llevar al cielo es tu vida misma, tu alma. La Biblia nos dice que hay dos destinos posibles para la eternidad de todo ser humano. Puedes vivir para siempre en el reino de Dios, o puedes vivir para siempre alejado de El en un lugar de castigo y de sufrimiento. La decisión más importante que puedes tomar en esta vida es la decisión de pasar la eternidad en la presencia de Dios.
¿Cómo puedes asegurarte de pasar la eternidad en la presencia de Dios? La respuesta es muy sencilla. Jesucristo te ofrece la vida eterna, si te arrepientes de corazón del pecado y confías en El. El vino a este mundo para salvarte. Vivió una vida perfecta, sin pecado. Murió en la cruz en tu lugar, para pagar tu deuda de pecado. Resucitó al tercer día, venciendo la muerte. Un día volverá para resucitar a todos los que han creído en El, y para juzgar a todos los que no lo han buscado.
Si tú no estás preparado para ese día, no esperes más. Haz hoy tu compromiso con Cristo. Al final del culto habrá un momento en el que podrás pasar adelante para recibir oración. Es un buen momento para tomar esa decisión, si no lo has hecho ya.
Ahora bien, si ya te has entregado a Cristo, si El ya es tu Señor y Salvador, sabes que vas al cielo. Pero ¿qué te llevarás? Déjame decirte primero cuáles cosas no puedes llevarte. No podrás llevarte el dinero. Jesús dijo lo siguiente en Mateo 6:19-20: «No acumulen para sí tesoros en la tierra donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar.»
Todo el dinero que hayas ganado aquí en la tierra se quedará atrás cuando te mueras. Todos tus bienes, desde lo más pequeño hasta lo más grande, se destruirá con el tiempo. Por lo tanto, si lo que más atesoras es el dinero, vas detrás de un espejismo. Ese dinero no durará.
¿Quiero decir que no debes trabajar para tener una vida mejor, o ahorrar para tu futuro? Claro que no. Las posesiones son una bendición que Dios nos da. Pero esa bendición se convierte en maldición si la meta de nuestra vida se convierte en tener siempre más posesiones. Si pensamos que alguna cosa en este mundo nos hará felices, nos espera una gran decepción.
No nos vamos a llevar el dinero al cielo. Tampoco nos llevaremos al cielo el reconocimiento de los demás. Jesús dijo, en Mateo 10:32-33: «A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que está en el cielo.»