Cómo orar en la tormenta

Me di cuenta de que tenía mucho en común con el rey Josafat y la nación de Judá. Ellos, también, se encontraban en la ruta de la tormenta. La respuesta de Dios a la desesperada oración de Josafat fue misericordiosa y poderosa. Al observar los momentos angustiosos a través de los lentes del ejemplo del rey, empecé a descubrir algunos principios de oración para las tormentas que se avecinan.

Alcanzar a Dios en los tiempos turbulentos

 

¿Qué haría usted si de repente se encontrará en la ruta de un tornado?

 

Pues bien yo lo descubrí el 29 de junio de 1998, mientras me refugiaba en la oscuridad del sótano y nuestra casa era sacudida por la fuerza del viento que dejaba su huella. En tan solo unos minutos, el color del cielo cambió de un sereno celeste a un gris oscuro. La lluvia, azotada por vientos de hasta 160 kilómetros por hora, bombardeaba de hojas hechas trizas los lados de nuestra casa y las empujaba por una ventana abierta. Los vidrios rotos salían volando a través de mi oficina a medida que el marco de la ventana era arrancado. Los árboles salían volando a cuatro metros del suelo o eran arrancados de raíz. El remolque de mi vecino yacía con las llantas hacia arriba en el patio de otro vecino. Las tejas de los techos volaban como si fueran platillos voladores.

 

Conforme los truenos y los rayos se intensificaban, la electricidad dejó de funcionar, y toda la casa empezó a temblar. Las sirenas empezaron a sonar. Me dirigí al sótano y una escena de la película Twister [Tornado] me pasó por la mente —la escena en la que un hombre es «arrancado» de un refugio de tormentas y succionado por la boca del monstruoso viento.

 

¿Qué hace uno si su casa es arrasada por una tormenta, si estuviera a punto de morir? Ora. Y no una de esas oraciones ordenadas que aparecen en los libros de devocionales. Oraría desesperadamente y le rogaría a Dios que lo salvara a usted y a su familia. Le suplicaría que preservara su hogar y detuviera la fuerza de la tormenta. Clamaría: «¡Ten misericordia de mí! ¡Ten misericordia!»

 

Cuando las tormentas acechan

 

Las tormentas aparecen en nuestra vida de muchas maneras: el diagnóstico desalentador de un doctor, un desastre financiero, un camino resbaladizo en una calle oscura, una trágica elección de un adolescente. Las tormentas nos ponen de rodillas, encogidos en el oscuro sótano de nuestros miedos. Y por eso oramos.

 

Cuando el tornado empezó, estaba estudiando 2 Crónicas 20. Ahora las páginas de mi Biblia están permanentemente arrugadas debido a la lluvia intensa que azotó mi oficina ese día. Me di cuenta de que tenía mucho en común con el rey Josafat y la nación de Judá. Ellos, también, se encontraban en la ruta de la tormenta.

 

Una alianza amenazadora de los enemigos de Judá marchaban inexorablemente hacia Jerusalén, determinados a destruir la nación. El aviso llegó a Josafat: «Viene contra ti una gran multitud de más allá del mar, de Aram» (v. 2). La multitud enemiga ya estaba al oeste del Jordán ¡a tan solo sesenta kilómetros de Jerusalén!

 

Curiosamente, Josafat no consultó a sus generales. Él sabía que Judá no poseía una defensa militar para luchar contra tal enemigo. No, «Josafat… se dispuso a buscar al Señor, y proclamó ayuno en todo Judá» (v. 3).

 

La respuesta de Dios a la desesperada oración de Josafat fue misericordiosa y poderosa. Al observar los momentos angustiosos por medio de los lentes del ejemplo del rey, empecé a descubrir algunos principios de oración para las tormentas que se avecinan.

 

Medir la tormenta por el carácter y las promesas de Dios

 

Josafat reunió a su pueblo en un solemne reconocimiento del peligro de la nación. Pero luego los guió a enfocarse en el Dios Todopoderoso, y a clamar su poder y promesas.

 

Primero se concentró en los atributos de Dios: «Oh Señor, Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos? ¿Y no gobiernas tú sobre todos los reinos de las naciones? En tu mano hay poder y fortaleza y no hay quien pueda resistirte.» (2 Cr 20.6)

 

Cuando determinamos la furia de la tormenta por el poder del Dios Poderoso, ¡la tormenta absolutamente se achica!

 

Después, Josafat le recordó a Dios Sus promesas para con su pueblo.

 

«¿No fuiste tú, oh Dios nuestro el que echaste a los habitantes de esta tierra delante de tu pueblo Israel , y la diste para siempre a la descendencia de tu amigo Abraham? Y han habitado en ella, y allí te han edificado un santuario a tu nombre, diciendo: "Si viene mal sobre nosotros, espada, juicio, pestilencia o hambre, nos presentaremos delante de esta casa y delante de ti (porque tu nombre está en esta casa), y clamaremos a ti en nuestra angustia, y tú oirás y nos salvarás."» vv. 7–9.

 

Josafat hizo eco de las palabras del rey Salomón, quien oró para dedicar el tempo un siglo antes. La noche después de la ceremonia, el Señor se le apareció a Salomón he hizo una promesa que Su pueblo ha esta clamando desde entonces. Dicha oración seguramente estuvo en el corazón de Josafat en medio de la tormenta:

 

«Y se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra.» 2 Crónicas 7.14

 

Centrar nuestros pensamientos y emociones en las Escrituras nos ayudará a orar a través de la tormenta. Por años, he impreso tarjetas de 10×15 centímetros con pasajes acerca de la sabiduría, soberanía, misericordia, fidelidad y bondad de Dios. Su Palabra, guardada en mi corazón, me ayuda a enfrentar las tormentas con seguridad.

 

Nuestro hijo Zacarías se unió al ejército (justo antes del tornado) para financiar su educación universitaria. En esa época, el mundo parecía estar en paz. Pero pocos meses después, el ejército estadounidense se ha involucrado en una crisis tras otra.

 

En momentos en que me abrumo por mi hijo. A menudo el Señor trae a mi memoria el Salmo 91, un cántico sobre la protección de Dios. Las palabras familiares tranquilizan mi corazón: «El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente…Pues dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos.» (vv. 91.1, 11).

 

Luego puedo orar usando ese salmo, lo personalizo para Zacarías, y una vez más le confió mi hijo a mi Padre celestial y fiel.

 

Demuestre dependencia completa en Dios

 

La reunión de Judá fue un testimonio elocuente sobre su dependencia en el Señor. Familias enteras se reunieron, incluso niños, para orar y ayunar (v. 13). Ellos sabían que Dios era su única esperanza. Si Él no intervenía, los destruirían.

 

Josafat terminó su oración con esta humilde declaración: «No tenemos fuerza alguna delante de esta gran multitud que viene contra nosotros, y no sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti.» (v. 12)

 

La tormenta nos fuerza a esta posición de dependencia, a confesar que no hay nada más que nos pueda salvar —ni nuestras posiciones o conexiones, ni nuestra personalidad o educación. Ni siquiera nuestra religión o suerte. Es bueno que permitamos que Dios sepa que sabemos que Él es nuestra primera, última y única opción.

 

Si bien es cierto que podemos orar en cualquier posición, nuestra postura puede reflejar la actitud de nuestros corazones. Algunas veces siento la necesidad de orar postrado sobre mi rostro. Otras veces oro con mis manos levantadas hacia el cielo. De igual forma, cuando decidimos no comer o dormir por un tiempo, nos estamos recordando —a nosotros mismos y a Dios— que contamos con Él y tan solo en Él.

 

La oración colectiva, el ayuno, y la confesión nos permite decir, mientras la tormenta azota a nuestro alrededor, que nuestra esperanza está en Ti. Solamente en Ti.

 

Espere a que Dios se comunique

 

Cuando Josafat terminó su oración, no había más que decir. Mientras el enemigo se acercaba, «todo Judá estaba de pie delante del Señor, con sus niños, sus mujeres y sus hijos» (v. 13). Ellos simplemente esperaron. Y Dios habló a través de un hombre llamado Jahaziel (v. 14). El comunicado de Dios calzaba perfectamente con su situación. Ellos estaban atemorizados así que Dios los reconfortó.

 

«No temáis ni os acobardéis delante de esta gran multitud, porque la batalla no es vuestra sino del Señor… salid mañana al encuentro de ellos porque el Señor está con vosotros» v. 15, 17.

 

Ellos no sabían qué hacer, así que Él les dio instrucciones explícitas.

 

«Descended mañana contra ellos. He aquí ellos subirán por la cuesta de Sis, y los hallaréis en el extremo del valle, frente al desierto de Jeruel. No necesitáis pelear en esta batalla; apostaos y estad quietos, y ved la salvación del Señor con vosotros, oh Judá y Jerusalén.» vv. 16–17

 

No se supone que la oración sea un monólogo. Aprender a practicar «la oración que escucha» ha transformado la vida de muchos de los hijos de Dios y los ha preparado para las tormentas que se ven en el horizonte.

 

Entonces, ¿cómo habla Dios? Bueno, ciertamente a través de su Palabra. Él puede comunicarse a través del consejo de un amigo o a través de las circunstancias. Algunas veces incluso habla a través de nuestros sueños o nos hace recordar algo. Por años he dependido de retiros de oraciones semi anuales para alejarme por uno o dos días para orar y escuchar.

 

La noche después del tornado, el Señor se comunicó con mi esposa, Dionne. Si bien estábamos agradecidos de que Dios había preservado nuestras vidas y nuestro hogar, seguíamos sintiéndonos desanimados. Habíamos intentado vender nuestra casa por meses, y un desastre tras otro lo habían impedido.

 

Debido a las secuelas de la tormenta, nuestra propiedad parecía como si la hubieran bombardeado. Una docena de nuestros enormes árboles habían sido destruidos, los que quedaban estaban esparcidos por todas partes y atascados en la cerca de nuestro vecino. Nuestro techo se dañó, y el muro de la parte trasera de nuestro garaje colgaba de tan solo unos cuantos clavos. ¿Quién querría construir una nueva casa ahora? Nos fuimos a la cama bastante deprimidos.

 

Esa noche Dionne no pudo dormir. Se levantó, tomó su Biblia, y se dirigió a la sala de estar. Desesperada por una palabra que proviniera de Dios, le pidió que le hablara. El Señor la guió a Isaías 43.1–3:

 

«No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre; mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará. Porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador.»

 

La noche siguiente, veinticuatro horas después del tornado, ¡vendimos nuestra casa!

 

Responder con una obediencia valiente

 

La obediencia no siempre requiere valentía, pero en este caso sí.

«Se levantaron muy de mañana y salieron al desierto de Tecoa» (v. 20).

 

Tan solo unas horas antes, los israelitas habían estado paralizados por el temor. Ahora, en obediencia al Señor, se levantaron temprano para encontrarse con un enemigo destinado a ser destruido. Pero en lugar de salir con sus mejores soldados, Josafat «designó a algunos que cantaran al Señor y a algunos que le alabaran en vestiduras santas» (v. 21). Marcharon hacia delante, alabando a Dios con palabras de triunfo del Salmo 136: «Dad gracias a Dios porque para siempre es su misericordia.»

 

¿Alguna vez consideró la adoración como un acto de valentía? En mi primer año en el seminario, a un estudiante se le diagnosticó un tumor cerebral maligno. Uno de nuestros profesores nos comunicó las malas noticias y antes de guiarnos en una oración, dijo: «En tiempos como estos, lo único que sé hacer es adorar.»

 

La adoración va acompañada de valentía porque es la expresión extrema de confianza. Cuando usted se encuentra en la ruta de la tormenta, cuando las circunstancias casi lo destruyen, cuando mira a su alrededor y no ve nada más que caos, adorar es decir: «Mi Dios es más grande que esto. Confió en él y en sus promesas más que en lo que observo en este momento, más que mi percepción de la realidad.»

 

Así que adoramos y oramos. Semanas más tardes, nos regocijamos de que Dios había decidido sanar a nuestro amigo.

 

El verano de nuestro tornado de Iowa, Pablo y Julia Becker estaban en medio de su propia tormenta. Julia lidiaba una batalla contra el cáncer en ese momento desde hacía siete años.

 

Mientras oraba con un amigo por Julia, sentimos que Dios nos dirigía a organizar un intenso periodo de oración y de ayuno por ella. Su equipo de intercesores ya iba por los cien. En obediencia a la guía de Dios, todas las personas se comprometieron a orar y ayunar, a adorar y esperar. Dios preservó la vida de Julia por un año más. Pero al final, con gran gracia y dignidad, Julia se fue a la presencia del Señor.

 

El sonido del viento y el estallido del trueno amenazan con alejarnos de los hábitos de obediencia que normalmente practicamos: adorar, testificar, administrar. Para mantenernos firmes debemos ser valientes —valientes para obedecer incluso en la hora más oscura de la tormenta.

 

Espere lo mejor de Dios

 

El Señor hizo explotar los diversos conflictos de este ejército que se había conglomerado. Algunos creen que Dios también intervino con huestes angelicales.

 

«Y cuando comenzaron a entonar cánticos y alabanzas, el Señor puso emboscadas contra los hijos de Amón, de Moab y del monte Seir, que habían venido contra Judá, y fueron derrotados. Porque los hijos de Amón y de Moab se levantaron contra los habitantes del monte Seir destruyéndolos completamente, y cuando habían acabado con los habitantes de Seir, cada uno ayudó a destruir a su compañero.» vv. 22–23

 

Los invasores fueron vencidos. Las muchas provisiones que trajeron se convirtieron en un abundante río de bendiciones de Dios. «Estuvieron tres días recogiendo el botín pues había mucho» (v. 25).

 

¡Y todo ocurrió sin que se levantara un arma en Judá! El pueblo de Dios dijo una oración desesperada, y él los liberó de la tormenta.

 

Algunas veces lo mejor de Dios es la victoria sobre el enemigo. Para Julia, lo mejor de Dios no era sanidad física sino regresar a casa. De cualquier forma, Dios nos acompaña a través de la tormenta, conectados a su amor y sostenidos por su fidelidad.

 

Cuando mi esposa era apenas una niña, sus padres eran misioneros en Jordania. La violencia impregnaba esa parte del mundo, igual como ocurre en la actualidad.

 

Un día aterrador el ambiente político se convirtió en una tormenta inusual, y una muchedumbre de hombres enojados se agrupó en la ciudad. Hombro a hombre, empezaron a marchar con una expresión asesina hacia el complejo misionero donde vivía la familia de Dionne.

 

El complejo estaba rodeado por muros pero ese día el portón principal estaba abierto, y Dionne y su hermano menor jugaban en el patio.

 

A medida que la muchedumbre se aproximaba, los niños corrieron hacia el pórtico. La familia observaba con horror como los hombres marchaban en fila hacia la puerta abierta, al otro lado del patio y que daba directamente a la puerta del frente.

 

Justo cuando el primer grupo de hombres llegaron a la puerta principal, Dionne recuerda haber visto una mirada aturdida en sus rostros. De repente, los hombres que dirigían a la muchedumbre cambiaron de dirección, hacia su izquierda y se marcharon rumbo a la calle. Todos los hombres que los seguían hicieron lo mismo, parecían como hormigas que marchan juntas.

 

Semanas después recibieron una carta de la abuela de mi esposa que vivía en Chicago. El Señor la había despertado en medio de la noche y le dijo que orara por su familia en Jordania. Angustiada por un sentimiento de peligro inminente, se puso de rodillas para interceder por ellos. Finalmente su carga desapareció y escribía para saber cuál era crisis la familia que la familia enfrentaba.

 

El día y la hora de su oración coincidía precisamente con el día y la hora de la muchedumbre amenazadora y de su repentino cambio de dirección lejos de la casa de la familia.

 

Habrá tormentas en el horizonte —eso puede asegurarlo. Los cristianos no poseen una inmunidad especial hacia la furia de un tornado. Pero sea que la tormenta pase de lado o nos visite con su fuerza arrebatadora, la oración es nuestro refugio bajo el cielo gris. En los momentos de desesperación, la oración nos conecta con el Dios de la tormenta. El mismo Jesús que trajo paz a un bote lleno de discípulos asustados todavía reina hoy. Y el viento y las aguas todavía obedecen sus órdenes.

 

 

Jim Carpenter ha trabajado como guía y mentor en la fundación de iglesias. Además ha escrito material para capacitar a líderes que desean fundar una iglesia. Jim escribió la mayor parte de este artículo en las primeras horas de la mañana siguiente después del tornado.

 

Por su propia cuenta

 

Constructores del carácter

1. En este artículo, Jim Carpenter trata la importancia de enfocarse en cinco aspectos del carácter de Dios. Lea los siguientes versículos y responda las preguntas.

Sabiduría: Job 12.13, 1 Corintios 1.30–31

Soberanía: Deuteronomio 3.24, Salmo 68.20

Misericordia: Deuteronomio 4.31, Hebreos 4.16

Fidelidad: Salmo 57.10, 2 Tesalonicenses 3.3

Bondad: Nehemías 9.25, 2 Pedro 1.2–4

2. ¿Qué tienen que decir estos pasajes acerca del carácter de Dios?

3. ¿Cuál pasaje lo anima más en alguna lucha que esté enfrentando actualmente?

4. Piense en tres formas que lo ayuden a recordar este pasaje durante los próximos 30 días. Por ejemplo, pegar el versículo en su espejo u orar el pasaje cada mañana.

5. Al final del mes, piense: ¿Cómo ha afectado el meditar en este elemento del carácter de Dios? ¿Cómo lo ha ayudado a cambiar su perspectiva en los tiempos difíciles?

 

Fuente: Discipleship Journal. How to Pray in the Storm.   

Copyright por Jim Carpenter. Todos los derechos reservados.

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