Permita que Dios traiga la unidad que tanto anhela para su familia
No podía conciliar el sueño. Eran las tres de la madrugada, y no hacía otra cosa que dar vueltas en la cama. Lo intentó una vez más, miró el reloj y se dio por vencido. Sobre la ciudad, tachonada de luces como un cielo poblado de estrellas, soplaba una suave brisa. Darío se asomó a la ventana y dejó que lo bañara el fresco del amanecer. ¿Encontraría solución para sus problemas? Probablemente, pero si había alguna, no sabía dónde encontrarla.
Su esposa Laura llevaba una semana en casa de sus padres. De paso, se había llevado los dos hijos pequeños. No quería saber más de él. “Además de que andas coqueteando con todas las mujeres, mira: Ni siquiera llegas temprano a casa. Todo tu tipo lo inviertes en trabajar”, le gritó en medio de lágrimas mientras subía al auto con los pequeños.
Las cosas no iban bien en lo personal. Tenía problemas con su jefe inmediato. Incluso, ese día tuvieron un cruce de palabras. ¿De dinero? Mal. Compromisos con los amigos, beber los fines de semana y hasta apostar en el fútbol le tenían al borde de la ruina.
¿Había alguna salida al laberinto? Miró la Biblia que su esposa leía con regularidad. Estaba en la mesita de noche. Decidió curiosear. Y abrió un pasaje que impactó su vida: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones.”(Salmo 37:7. NTV)
Una y otra vez miró las líneas. En pocos minutos las memorizó. Las repetía despacio. ¿Podría Dios ayudarle? En sus palabras, con algo de incoherencia, habló con el Señor. Lo hizo con sinceridad. Y sintió descanso.
Dos días después decidió llamar a Laura. Había orado una y otra vez y sintió que ella le daría la oportunidad de regresar. Al comienzo ella estaba muy seca, es más, un poco reacia. Lo revelaba el tono de su voz. Finalmente le dejó una luz de esperanza: “Si veo que realmente has cambiado, hablamos. Quiero ver tus cambios”, insistió.
El cambio fue progresivo. En ese momento, cuando estaba en medio del laberinto, fue que decidió buscar a Dios. ¡Y lo encontró! Su vida experimentó progresivos cambios. Esperó en el Señor. Aprendió a hacerlo, porque reconoció que en sus fuerzas no cambiaría ni recuperaría a su familia. Dejó que Su Hacedor obrara. Y Él sí sabe cómo hacerlo.
Darío y Laura regresaron al mismo techo. Él reconoció que su familia valía la pena. Hoy tiene un gran compromiso con ellos. No desperdicia tiempo para reunirse con su cónyuge y sus hijos. “Todo comenzó a cambiar, hasta en el trabajo”, reconoce este abogado que vive de manera diferente hoy.
Todas las personas podemos cambiar. Basta que nos sometamos en manos de Dios. Él nos ayuda. No estamos solos en el proceso. Hoy es el día para que tome la decisión. Usted mismo experimentará una vida plena y en su hogar, todos se lo agradecerán. Decídase por Cristo. Le aseguro que no se arrepentirá.
Si no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Le aseguro que no se arrepentirá.
© Fernando Alexis Jiménez