Dejad que los niños vengan a mi Versiculo Predica

Dejad que los niños vengan a mi.

Mateo 19:13-15

Jesús y los niños

13 Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban.

14 Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos». 15 Después de poner las manos sobre ellos, se fue de allí.

Introducción

Podría parecer que este incidente no guarda relación con el contexto, pero no es así.
 
Por un lado, el Señor acababa de hablar acerca del matrimonio y el divorcio, y sin duda, en estas decisiones de los adultos, los niños no siempre son tenidos en consideración y suelen ser los grandes perjudicados, por lo tanto, no es de extrañar que el Señor dirigiera la atención de los discípulos hacia ellos.
 
Pero por otro lado, el Señor también había estado hablado de los niños en los pasajes anteriores (Mr 9:33-37) (Mr 9:42). Allí se había referido a ellos para ilustrar la forma en la que se debía recibir a un sencillo discípulo, y más tarde hizo una seria advertencia sobre la posibilidad de hacerlos tropezar.

«Y le presentaban niños a Jesús para que los tocase»

En principio, esta escena nos dice mucho acerca de la clase de persona que era Jesús y del cariño que sentía por los niños. No cabe duda de que los padres le conocían bien y se sintieron con toda la libertad de traerle sus niños. Leyendo los Evangelios, percibimos constantemente que Jesús no era alguien distante que marcaba las diferencias con las personas sencillas o humildes. Por el contrario, su forma de ser y comportarse invitaba a todos a ir a él. Y por supuesto, podemos estar seguros de que él no era como esos políticos o líderes religiosos a quienes sus asesores de imagen les han dicho que es muy conveniente que de vez en cuando se dejen fotografiar con un niño en brazos, o acercándose a alguna persona necesitada o desvalida. En el Señor Jesucristo todo esto era completamente natural. Ya hemos dicho que Jesús era alguien cercano, pero ahora debemos preguntarnos por qué le traían aquellos niños.
 
No parece que tuvieran ninguna enfermedad por la que necesitaran de sus cuidados especiales.
 
Tampoco se los presentaban para que les enseñara.
 
Parece que su deseo era que pusiera sobre ellos sus manos mientras rogaba la bendición del Padre (Mt 19:13).
¡Qué importante es presentar a los niños a Jesús! No podemos olvidar las terribles prácticas paganas en las que los padres entregaban sus hijos a Moloc en sacrificio (Jer 32:35). Por supuesto, en nuestro mundo sofisticado ya no se hacen ese tipo de barbaridades, pero desgraciadamente se hacen otras muy parecidas, y es muy doloroso ver cómo para dar culto a las nuevas divinidades (dinero, sexo, diversión, bienestar) se siguen sacrificando cada año millones de niños por medio del aborto. Y en una sociedad tan permisiva como la nuestra, ¿a quién entregaremos nuestros hijos? Lo cierto es que como padres nos da miedo que puedan ser llevados por este mundo perdido. ¿A quién podemos llevárselos sino a Jesús? Sólo él puede solucionar sus necesidades espirituales y también todas las demás.

«Los discípulos reprendían a los que los presentaban»

Pero tristemente, una vez más los discípulos volvieron a intervenir marcando distancias y alejando a las personas sencillas. Parecía que nunca iban a aprender, y esto a pesar de las claras enseñanzas del Señor en relación a este asunto:
(Mr 9:36-37) «Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió.»
¿Por qué razón adoptaron los discípulos esta actitud?
 
Evidentemente, tenían una impresión equivocada de la dignidad del Señor, y tal vez pensaban que se vería perjudicada si se trataba con los niños. Así que decidieron actuar como si fueran una especie de «guardaespaldas» que le protegían de visitas inadecuadas.
 
Probablemente también creyeron que el Maestro no tenía tiempo para estos pequeños, puesto que tenía cosas mucho más importantes que hacer. No olvidemos que ellos estaban pensando en llegar a Jerusalén para que Jesús estableciera su reino allí inmediatamente (Lc 19:11), y en tales circunstancias, no debía entretenerse con este tipo de personas sin relevancia social y que nada podían aportar a su causa.
 
En cualquier caso, lo que queda claro es que para ellos los niños no eran demasiado importantes. Tal vez pensaban que ese tipo de «criaturas» siempre hacen mucho alboroto con sus llantos, gritos y risas, y que eso sólo sirve para distraer a las personas que tienen interés por escuchar. Es decir, para los discípulos, los niños eran una molestia innecesaria que querían evitar. Al fin y al cabo, pensaban ellos, el reino de Dios es una cosa de adultos.
En la actitud de los discípulos que Jesús reprendió, tenemos también una clara advertencia para todos nosotros. Porque es fácil caer en la tentación de pensar que en la «obra cristiana» debemos dirigir nuestra atención hacia las «personas importantes» de este mundo, que son las que realmente nos pueden ayudar. Pero esto es una terrible equivocación. En ninguna otra parte hay más futuro que en un niño, primeramente porque tienen toda la vida por delante, y también porque son fácilmente moldeables, a diferencia de las personas adultas en las que se han arraigado muchos hábitos que sólo con muchas dificultades lograrán dejar. Además, como cristianos, somos exhortados a no hacer diferencias de personas dentro de la iglesia cristiana, porque para Dios no hay ninguna persona más importante que otra, puesto que él ha pagado el mismo precio para salvarnos a todos.
(Stg 2:15) «Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?»

«Viéndolo Jesús, se indigno»

Inmediatamente el Señor dejó claro que su postura era completamente diferente a la de sus discípulos.
En el Señor podemos ver constantemente juntos su amor y su indignación. No podía ser de otra manera: si amaba profunda y tiernamente a esos niños y a sus padres, necesariamente tendría que mostrar su profundo desacuerdo con la actitud de los discípulos que querían alejar a esos niños de él.
Esto nos recuerda que ambas emociones pueden ser completamente santas. Nuestro problema como seres humanos caídos es que difícilmente llegamos a amar lo que Dios ama y a odiar lo que él odia, ni tampoco a hacerlo con la intensidad que él lo hace. Pero no debemos olvidar que en la santidad tienen que estar presentes ambas reacciones.
(Stg 4:4) «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.»

«Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis»

Aunque el Señor se dirigía hacia Jerusalén en donde le esperaba la Cruz, y a pesar de toda la tensión que esto generaba en él, esto no le impidió detenerse para tomar a esos niños en sus brazos y sonreírles de corazón mientras oraba por ellos y los bendecía.
Por lo tanto, con su indignación puso de relieve que en el Reino de Dios es una obra de la mayor importancia el llevar a los niños a los pies de Jesús. Algunos pueden pensar como los discípulos, que los niños no se enteran de nada y que lo único que hacen es dar guerra y molestar, pero nunca debemos olvidar que todo aquello que oyen y ven en los primeros años de sus vidas, les ayudará a formar su carácter y difícilmente lo olvidarán.
(Pr 22:6) «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.»
Por otro lado, no debemos olvidar tampoco que los niños tienen necesidades espirituales y que nunca es pronto para empezar a guiarlos a Cristo. Todos hemos conocido a niños pequeños que han tomado la decisión de entregar sus vidas al Señor y muchos años después todavía le seguían con fidelidad en sus caminos.
Tal vez nos tengamos que preguntar cómo es posible impedir a un niño ir a Jesús.
 
Evidentemente, los discípulos no querían que se acercaran al lugar donde Jesús estaba enseñando. Así que podríamos decir que de la misma manera, todos aquellos padres que no llevan a sus hijos a la iglesia para escuchar la Palabra de Dios, están incurriendo en un pecado similar.
 
Pero no debemos olvidar que no es sólo en la iglesia donde el niño debe aprender del Señor, esto debe ser complementado constantemente por la enseñanza en el hogar. Desgraciadamente, en algunas ocasiones hemos oído de jóvenes que se niegan a ir a la iglesia porque no han visto una actitud coherente en sus propios padres, y les acusan de hipocresía, de tener un comportamiento completamente diferente en la casa y en la iglesia. Este tipo de actitudes es una forma grave de alejar a los niños del Señor.

«Porque de los tales es el reino de Dios»

En el mundo antiguo, ni los filósofos griegos, ni los rabinos judíos concedían importancia a los niños, pero el Señor los trató de una forma totalmente diferente. Él veía en los niños manifestaciones de sencillez, humildad y fe que echaba de menos en los mayores.
Por supuesto, esta frase del Señor no quiere decir que los niños no tengan pecado, pero dado que no han llegado al uso de razón y no han sido rebeldes a la Palabra, son cobijados bajo la sangre de Cristo.

«El que no reciba el reino de Dios como un niño»

El Señor no precisó cuáles eran las cualidades de los niños en las que estaba pensando cuando hizo esta afirmación. En cualquier caso, como hemos señalado más arriba, no estaba apuntando a que los niños no tengan pecado y sean puros, ni se trata tampoco de cualidades como la sinceridad, honestidad o generosidad, puesto que no es difícil ver en los niños actitudes muy egoístas o envidiosas.
Pero hay otras otras características que son propias de los niños y que los adultos hemos perdido. Por ejemplo, su confianza, dependencia, el hecho de que se dejan guiar y son moldeables. Podríamos resumirlo diciendo que un niño normalmente cree lo que se le dice y se entrega a ello.
Precisamente estas son las características imprescindibles para entrar en el Reino de Dios: darnos cuenta de nuestra necesidad, de que no somos autosuficientes, que necesitamos ayuda, y por lo tanto, confiar en la Palabra de Dios y entregarle nuestras vidas a Cristo para que a partir de ahí seamos guiados por él.
Los niños siempre esperan que sus padres les van a dar lo que necesitan, nunca piensan que tienen que pagarlo. Por el contrario, un adulto razona de otra manera, creyendo que todo lo tiene que pagar, que se lo debe ganar. Pero cuando acudimos a Cristo debemos tener la mentalidad de un niño, porque el Evangelio se recibe por gracia, no se gana por méritos. Las actitudes orgullosas de los fariseos y sus exigencias eran un impedimento para entrar en el Reino de Dios.

«Y tomándolos en los brazos, los bendecía»

¿En qué consistió esta bendición del Señor a los niños?
Según Mateo, los padres que presentaban los niños esperaban que Jesús orase por ellos y Marcos nos dice que los bendecía. Suponemos que el Señor estaba pidiendo la bendición del Padre para estos niños.
Sin duda, con el tiempo, aquellos padres contarían a sus niños, o tal vez ellos mismos se acordarían, que cuando aun eran pequeños el Señor Jesucristo ya los amaba y oró por ellos. Esto sería muy alentador para ellos cuando tuvieran que enfrentar las dificultades de la vida.

Circuncisión, bautismo y presentación de niños

Debemos ser cuidadosos para no confundir lo que Jesús hizo con estos niños con la práctica de la circuncisión que los judíos debían llevar a cabo con los niños recién nacidos (Lv 12:1-8) (Lc 2:21-22).
Tampoco se refiere al bautismo de niños que practica la iglesia católica. Evidentemente, tal práctica no tiene nada que ver con lo que Jesús hizo en ese pasaje con estos niños. Por otro lado, en los pasajes donde sí se habla del bautismo cristiano, nunca encontramos tal práctica aplicada a niños, puesto que el requisito fundamental para ser bautizados era la fe, y un niño de pocos días no puede entender el Evangelio para así poderlo aceptar.
Por otro lado, dentro de algunas iglesia evangélicas se realiza lo que se conoce como la «presentación de niños». Esto es algo muy sencillo que carece de carácter sacramental. Los padres llevan a su recién nacido al templo para que el pastor y la congregación oren por él, dando gracias al Señor por el hijo que él les ha dado, y pidiendo su bendición y cuidado. Al mismo tiempo, también se ora por los padres para que lo sepan guiar sabiamente en los caminos del Señor. Luego se le pide a la congregación que asuman también su responsabilidad en ayudar a ese niño a conocer al Señor. Creemos que tal práctica no está lejos de lo que el Señor hizo en esta ocasión. En cualquier caso, aquí no encontramos ningún mandamiento concreto que la iglesia tenga que practicar con los niños, por lo tanto, tendremos que tener mucho cuidado en no hacer de esto un «sacramento» o un acto religioso con regalos y fiesta incluida. Fundamentalmente, lo que nos enseña es cuál debe ser nuestra actitud hacia los niños, y tal vez, cómo podemos canalizarla.

Preguntas

1. Explique con sus propias palabras por qué piensa que aquellos padres llevaron sus niños a Jesús.
2. Razone por qué los discípulos no querían que los padres llevaran sus niños a Jesús.
3. Desde su punto de vista, ¿cómo se le puede impedir a un niño ir a Jesús?
4. ¿A qué se refería el Señor cuando dijo: «el que no reciba el reino de Dios como un niño no puede entrar en él»?
5. ¿Qué relación tiene este pasaje con el rito de la circuncisión, con el bautismo católico de infantes y con la presentación de niños que se practica en algunas iglesias evangélicas? Razone su respuesta.

 

Autor: Luis de Miguel