Deléitate en Jehova

Sermón predicado el Domingo 15 de Junio, 1862
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington
«Deléitate en Jehova, y él te concederá los anhelos de tu corazón.» Salmo 37:4

Hay dos enseñanzas en este texto que seguramente son muy sorprendentes para quienes no están familiarizados con la vida de piedad. Para los creyentes sinceros estas maravillas son hechos reconocidos, pero para el mundo de fuera parecen asuntos muy extraños.

Tenemos aquí, primero, la vida de un creyente descrita como un deleite en Dios. Y así se nos confirma la gran verdad de Dios que la religión verdadera rebosa de gozo y felicidad. Las personas impías y los que simplemente profesan de labios para afuera nunca ven a la religión como algo lleno de gozo, para ellos es únicamente servicio, deber, o necesidad, nunca placer ni deleite.

¿Por qué tienen que ir a la Casa del Señor? ¿No es a causa de la costumbre-una costumbre que de buen grado evitarían si pudieran? ¿Por qué siguen las ordenanzas de la Iglesia? ¿No es, acaso, por una esperanza farisaica de acumular méritos, o por un temor supersticioso? ¿Cuántos no ven la religión como un amuleto para evitar enfermedades, o como un mal menor que ofrece una vía de escape al temible juicio? Para ellos el servicio es algo monótono y la adoración produce fatiga. Pregunta a los que pertenecen al mundo lo que piensan de la religión-y a pesar de que practican sus ritos externos consideran todo deprimente y aburrido. «¡Qué pesado es todo eso!»

Aman la religión tanto como el burro ama su trabajo, o el caballo el látigo, o el prisionero sus trabajos forzados. Exigen sermones cortos. Y si no se predicaran sermones, mejor. Con cuánta alegría no reducirían las horas del domingo. Ciertamente ellos preferirían que el Día de Señor se guardara una vez al mes. La gravosa necesidad de costumbres piadosas pesa sobre ellos igual que el tributo que paga una provincia conquistada. La práctica de la religión la desarrollan de la misma manera que pagan sus impuestos o las cuotas de una autopista. Lo hacen por costumbre.

No saben lo que es una ofrenda voluntaria ni tampoco pueden entender el amor lleno de gozo que produce la comunión de los santos. Sirven a Dios de la manera que Caín lo hizo, quien trajo su ofrenda, es cierto, pero la trajo tardíamente-la trajo porque era costumbre de familia y no iba a permitir que su hermano lo superara. La trajo del fruto común de la tierra y con un sombrío corazón sin amor. Los Caínes de hoy traen las ofrendas que se ven forzados a traer, y no mezclan la fe en la sangre de Jesús con lo que traen. Vienen como con pies de plomo a la Casa de Dios, y se van tan rápido como si tuvieran plumas en los pies. Sirven a Dios, pero lo hacen porque esperan obtener algún beneficio o porque no se atreven a no servirle. El pensamiento del deleite en la religión es tan extraño para la mayoría de los hombres, que en su vocabulario no existen dos palabras más distantes entre sí que «santidad» y «deleite.»

Ah, pero los creyentes que conocen a Cristo entienden que el deleite y la fe están casados de tan bendita manera que las puertas del infierno no pueden prevalecer para divorciarlos. Los que aman a Dios con todo su corazón, encuentran que Sus caminos son caminos agradables y sus vías son de paz. Tal gozo, tales desbordantes deleites, tal sobreabundante bendición descubren los santos en su Señor, que lejos de servirle por costumbre quieren seguirle aunque el mundo entero rechace Su nombre como algo pernicioso. El temor de Dios no es compulsión-nuestra fe no es una cadena-nuestra profesión no es una prisión. No somos arrastrados a la santidad, ni forzados a cumplir con el deber. No, señores, nuestra religión es nuestro recreo. Nuestra esperanza es nuestra felicidad, nuestro deber es nuestro deleite.

Sé que siempre circulará una calumnia contra la religión de Cristo que afirma que vuelve infelices a los hombres. Pero nunca ha habido un mayor malentendido, una falsedad más vil para maldición del mundo. ¡Debido a que no podemos actuar irresponsablemente, ni pecar descaradamente, ni presumir como siervos del pecado, ustedes piensan que somos infelices! Ah, señores, bien está escrito: «El extraño no se entremeterá en su alegría.» El secreto del Señor está con aquellos que Le temen y su gozo no puede ser arrebatado por nadie. Déjenme recordarles, sin embargo, que las agua mansas corren más profundas. El arroyo que murmura sobre las rocas se seca en el verano. Pero el río que corre profundo fluye rápidamente, venga sequía o calor, aunque en su superficie se desliza silenciosamente entre los prados.

Nosotros no proclamamos en voz alta nuestros gozos como ustedes lo hacen con sus diversiones, porque no necesitamos hacerlo. Nuestros gozos se conocen de igual manera en el silencio como en medio de estimulante compañía.

No necesitamos de sus relaciones para alegrarnos ni mucho menos de las variadas distracciones que les dan completa felicidad. No necesitamos la copa, ni la fiesta, ni violines ni danza para alegrarnos-ni el toro de engorde ni la bodega repleta de vinos para sentirnos ricos. Nuestra felicidad no está en la criaturas pasajeras sino en el eterno e inmutable Creador. Sé que a pesar de todo lo que digamos, esta calumnia va a sobrevivir generación tras generación-que el pueblo de Dios es un pueblo desdichado.

Pero al menos permitan que tranquilicemos nuestras conciencias por la preocupación que sentimos por ustedes y que ustedes queden sin excusa si no creen. Ciertamente tenemos gozo. Ciertamente nos deleitamos y no intercambiaríamos ni una onza de nuestros deleites por toneladas de los de ustedes. No cambiaríamos algunas gotas de nuestro gozo por todos los ríos de sus deleites.

Nuestros gozos ni son artificiales ni están pintados, son sólidas realidades. Los nuestros son gozos que podemos llevar con nosotros a nuestra cama en el polvo silencioso-gozos que dormirán con nosotros en la tumba y con nosotros despertarán en la eternidad-gozos a los que podemos mirar de nuevo y vivir en retrospectiva-gozos que podemos anticipar y conocer aquí y en la eternidad.

Nuestros gozos no son burbujas que sólo resplandecen y se revientan. No son manzanas de Sodoma que se convierten en cenizas en nuestra mano. ¡Nuestros deleites tienen sustancia, son reales, verdaderos, sólidos, duraderos, eternos! ¿Qué más diré? Saquen de sus mentes ese error. El deleite y la verdadera religión están tan unidos como la raíz y la flor, son tan indivisibles como la verdad y la eternidad. Son, de hecho, dos preciosas joyas engarzadas la una junto a la otra en la misma montura de oro.

Pero hay también algo muy sorprendente para los mundanos en nuestro texto, aunque esto es una maravilla que fácilmente entienden los cristianos. El texto dice: «Y él te concederá los anhelos de tu corazón.» El mundano dice: «Yo creía que la religión era solamente auto-negación, nunca me imaginé que al amar a Dios podíamos cumplir nuestros deseos.

Yo pensé que la piedad consistía en matar, destruir y suprimir nuestros deseos.» ¿Acaso la religión de la mayoría de los hombres no consiste en una visible abstinencia de pecados que son amados en secreto? La piedad negativa es muy común en esta época. La mayoría de los hombres suponen que nuestra religión está conformada por cosas que no debemos hacer, más que por placeres que podemos disfrutar.

No debemos ir al teatro. No debemos cantar canciones, ni trabajar los Domingos, ni decir groserías, etcétera. No debemos hacer esto, no debemos hacer eso. Y suponen que somos una categoría huraña y miserable de personas que, sin duda alguna, hacemos en privado lo que nos privamos de hacer en público.

Bien, es cierto que la religión es auto-negación. También es igualmente cierto que no es auto-negación. Los cristianos tienen dos identidades. Está el viejo yo y en él ciertamente hay que negar la carne con sus afectos y concupiscencias. Pero hay también un nuevo yo.

Hay un espíritu nacido de nuevo, el nuevo hombre en Cristo. Y, queridos hermanos, nuestra religión no exige ninguna auto-negación de ese nuevo yo. No, dejamos que tenga libre desarrollo en cuanto a sus anhelos y deseos. Puesto que todo lo que pueda desear, todo lo que pueda anhelar, todo lo que quiera gozar-lo puede obtener sin peligro alguno.

Cuando alguien dice: «Mi religión contiene algunas cosas que debo de hacer y otras que no debo de hacer,» yo le respondo: «la mía contiene cosas que amo hacer y también comprende cosas que odio y menosprecio.» Mi religión no tiene cadenas, yo soy libre como el hombre más libre. El que teme a Dios y es un verdadero siervo de Dios, no tiene cadenas que le aprisionan.

Puede vivir como quiera, pues quiere vivir como debe. Puede ver sus deseos colmados, pues sus deseos son santos, celestiales, divinos. Puede seguir sus anhelos y deseos hasta el máximo de su posible realización y obtener todo eso que anhela y desea-puesto que Dios le ha dado la promesa y Dios le dará el cumplimiento de ella.

Pero no se queden con la idea que no queremos mover un dedo porque hay avisos de Prohibido en nuestro camino. Y no piensen que no vamos por ahí, a la derecha, o por allá a la izquierda porque no nos atrevemos. Oh, señores, no lo haríamos si pudiéramos.

No querríamos aunque la Ley fuera cambiada-no compartiríamos sus placeres aunque pudiéramos. Aunque pudiéramos ir al cielo viviendo como viven los pecadores, no elegiríamos ni sus caminos ni su conversación. Sería un infierno para nosotros si fuéramos obligados a pecar, aun si el pecado no recibiera ningún castigo. Aunque pudiéramos participar en sus borracheras, si pudiéramos compartir sus concupiscencias-oh ustedes impíos-si pudiéramos disfrutar de su júbilo y de su gozo, no los queremos.

No nos estamos negando a nosotros mismos cuando renunciamos a estas cosas. Despreciamos el júbilo de ustedes. Sentimos abominación por él y lo pisoteamos. Un pájaro dijo a un pez una vez : «No puedo entender cómo es que tú vives todo el tiempo en el elemento frío. Yo no podría vivir allí. Debe de ser un sacrificio continuo para ti no volar hacia los árboles. Mira cómo yo me remonto a las alturas.» «Ah, dijo el pez, no es un sacrificio para mí vivir aquí, es mi elemento. Nunca he aspirado a volar, no es para mí. Si fuera sacado de mi elemento me moriría a menos que me regresaran de inmediato y cuanto antes mejor.»

Así el creyente siente que Dios es su elemento natural. Él no trata de escapar de su Dios, ni de la voluntad ni del servicio de su Señor. Y si por un algún tiempo fuese apartado, cuanto antes pudiera regresar sería mejor. Si es arrojado a mala compañía se siente miserable y desdichado hasta que se libra nuevamente de ella.

¿Acaso la paloma se niega a sí misma cuando no come carroña? No, ciertamente la paloma no se podría deleitar en la sangre, no querría alimentarse de ella aunque pudiera. Cuando un hombre ve a una piara de cerdos bajo un roble deleitándose con sus bellotas y emitiendo gruñidos de satisfacción–¿se niega a sí mismo cuando pasa de lejos y no comparte en la fiesta de los cerdos?

No, de ninguna manera, él tiene mejor pan para comer en su casa, y el alimento de los cerdos no es ningún bocado exquisito para él. Así pasa con el creyente-su religión es un asunto de deleite, algo que le da satisfacción-y no tiene que negarse a sí mismo cuando evita y se aleja. Sus gustos han cambiado, sus deseos son otros. Él se deleita en su Dios, y gozoso recibe el anhelo de su corazón.

Todo esto nos ha servido a modo de introducción. Ahora vamos al texto mismo. Hay dos cosas muy claras en el texto. La primera es un precepto escrito sobre brillantes joyas, «Deléitate en Jehová.» La segunda es una promesa mucho más preciosa que los rubíes, «y el te concederá los anhelos de tu corazón.»

I. La primera es un PRECEPTO ESCRITO SOBRE BRILLANTES JOYAS. He agregado esas últimas palabras, porque la Ley de los Diez Mandamientos fue escrita sobre piedra-tal vez duro granito-en el que los hombres no podían encontrar mayor gozo. Pero esta Ley del mandamiento, «Deléitate en Jehovah,» no es Ley de piedra para ser escrita sobre tablas de granito. Contiene un precepto de centelleante brillantez, digno de escribirse sobre amatistas y perlas. «Deléitate en Jehovah.» Mis queridos hermanos ¡cuando el deleite se convierte en deber, entonces ciertamente, el deber es deleite!

Cuando mi deber es ser feliz, cuando tengo el mandamiento expreso de ser feliz, entonces ciertamente, ¡debo ser un pecador si rechazo mis propios gozos y me aparto de mi propia bendición! ¡Oh, qué Dios tenemos, que hace que nuestro deber sea ser felices! Qué Dios tan bondadoso, que valora como la obediencia más digna de su aceptación, la obediencia alegre dada con un corazón lleno de gozo. «Deléitate en Jehovah.»

1. Ahora en primer lugar, ¿Qué es este deleite? He estado meditando en la palabra «deleite» y no puedo explicarla. Ustedes saben que es una palabra única. Una palabra deleitosa -no puedo usar nada excepto la propia palabra para describirla. Si la miras resplandece con luz, brilla como una estrella, más aún, como una constelación brillante, radiante con dulces influencias como las Pléyades. Es gozo, pero es más que eso, es gozo sobreabundante; es descanso, pero es un descanso tal que permite la máxima actividad de cada pasión del alma. ¡Deleite! Es júbilo sin frivolidad.

¡Deleite! Es paz, pero es más que eso: es paz celebrada con festividad, con banderitas colgando en todas las calles y toda la música tocando en el alma. ¡Deleite! ¿A qué podré compararlo? Es una palabra extraviada que pertenece al lenguaje del Paraíso, y cuando las palabras santas del Edén volaron al cielo después de la caída, ésta se enredó en las tramas plateadas de la red de la primera promesa y fue retenida en la tierra para cantar en los oídos de los creyentes.

¿Dónde podré encontrar metáforas para definirla? Puesto que lo humano me falla, déjenme buscar en medio de las criaturas sin pecado de Dios. Vamos junto al mar, a la hora de la marea baja, y en algunas partes de la costa verán un pequeño borde al extremo de las olas. Parece como una bruma, pero un examen más detenido revelará que son millones de pequeñísimos camaroncitos, saltando en todo tipo de posturas y formas en la ola que se retira, en una exhuberancia de júbilo y diversión.

O en una tarde de verano miren a los mosquitos cómo danzan sin cansarse, ¡casi sin saber cómo poder divertirse más! O miren a las ovejas en el campo, ¡cómo saltan y brincan! Escuchen la canción matutina de los pájaros del aire, y nuevamente oigan sus deliciosas notas vespertinas; miren a los peces saltar en los arroyos, y escuchen el zumbido de los insectos en el aire, todo esto puede dar débiles indicios de la luz del deleite. Dirígete al cielo si quieres saber lo que significa el deleite. ¡Mira allí a los espíritus que tocan las cuerdas doradas con sus dedos! ¡Escucha sus voces, cuando con repiques de gozo desconocido a los oídos humanos cantan Al que les amó y les libró de sus pecados con su sangre! Míralos cómo guardan el Día del Señor eternamente en el gran templo del Dios viviente, y mira al trono, y mira, y mira y mira de nuevo, absorto en la gloria, beatificado en Jesús, lleno del cielo, desbordando sumo gozo.

¡Esto es deleite! Sé que no he podido describir la palabra. Tienen que tomar esa palabra y deletrearla letra por letra; y luego deben pedir al Señor que ponga a sus corazones en un dulce marco mental, conformado por los siguientes ingredientes: un perfecto descanso de todo cuidado terrenal; una perfecta entrega de ustedes mismos en las manos de Dios; una intensa confianza en Su amor por ustedes; un amor divino hacia Él, de tal manera que estén dispuestos a ser cualquier cosa o a hacer cualquier cosa por Él; después, debe agregarse a todo esto, un gozo en Él; y cuando tengan todo esto, debe ponerse todo a hervir, y entonces tienen el deleite en el Señor su Dios. Matthew Henry dice: » el deseo es amor en acción, como un pájaro en pleno vuelo; el deleite es amor en descanso, como un pájaro en su nido.» Tal es el significado de la palabra, y tal el deber prescrito. «Deléitate en Jehová.»

2. En segundo lugar, ¿de dónde viene este deleite? El texto nos dice: «Deléitate en Jehová.» Deléitate en Jehovah, en su misma existencia. Que haya un Dios es motivo suficiente para hacer que el hombre más infeliz sea feliz si tiene fe. Las naciones se derrumban, las dinastías caen, los reinos se tambalean, qué importa,–puesto que hay un Dios.

El padre se ha ido a la tumba, la madre duerme en el polvo, la esposa se ha ido de nuestro lado, los hijos son arrebatados,–pero hay un Dios. Solo esto basta para que sea un manantial de gozo para los verdaderos creyentes para siempre. Deléitense también en su dominio. «¡Jehovah reina! ¡Regocíjese la tierra!.» ¡Jehovah es Rey! Venga lo que venga Él se sienta en el trono y gobierna bien todas las cosas. El Señor ha preparado su trono en los cielos y su reino gobierna sobre todo.

De pie en la carroza de la providencia, sostiene las riendas y guía a los veloces caballos de conformidad a su voluntad. Dios es exaltado por sobre los montes y por sobre las colinas: tiene influencia sobre todas las cosas, tanto sobre las cosas magníficas como sobre las minucias. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sión. Jehovah es Rey eternamente y para siempre, aleluya, aleluya! Cada atributo de Dios debe ser un rayo fresco en esta luz de sol llena de deleite. Para nosotros que conocemos nuestra insensatez, que Él es sabio debe ser motivo de gozo. Para los que temblamos a causa de nuestra debilidad, que Él es todopoderoso debe ser causa de regocijo.

Que Él es eterno debe ser siempre el tema de nuestra música, cuando nos damos cuenta que somos hierba y nos secamos como la hierba verde. Que Él es inmutable debe darnos una canción, pues nosotros cambiamos cada hora y no somos los mismos por mucho rato. Que Él está lleno de gracia, que desborda gracia y que en el pacto, Él nos ha dado esta gracia, que es nuestra, nuestra para limpiarnos, nuestra para guardarnos, nuestra para santificarnos, nuestra para perfeccionarnos, nuestra para llevarnos a la gloria-todo esto debería impulsarnos a deleitarnos en Él.

Oh creyentes, ustedes están hoy junto a un río muy profundo; a lo mejor ya se han metido en ese río hasta los tobillos y conocen un poco de sus corrientes claras, dulces, celestiales. Pero más adelante la profundidad es mayor y la corriente es más deleitosa aún. ¡Ven y lánzate en ese río! ¡Ahora sumérgete en el mar sin límites de la Divinidad! Piérdete en su inmensidad; deja que Sus atributos cubran toda tu debilidad y toda tu insensatez, y todas las otras cosas que te hacen gemir y que te deprimen. ¡Regocíjate en Él, aunque no te puedas regocijar en ti mismo! Triunfa en el Dios de Israel, aunque en ti mismo exista una razón para desesperar.

El cristiano también siente que puede deleitarse en todo lo que Dios ha hecho en el pasado. Esos Salmos que terminan con: ¡Porque para siempre es su misericordia!, donde encontramos divisiones tales como estas: Og, el Rey de Basán: ¡Porque para siempre es su misericordia! Sejón, el rey amorreo: ¡Porque para siempre es su misericordia! Todas estas repeticiones nos muestran que el pueblo de Dios en tiempos antiguos estaba habituado a pensar mucho en las acciones de Dios, de tal forma que no las amontonaba en el lomo de un solo versículo, sino que las dividía, con el objeto de tener un cántico para cada una de ellas. ¡Así que el pueblo de Dios debe recordar las obras del Señor! Deben contar sus hechos poderosos. Deben cantar: «Tu diestra, oh Jehovah, ha quebrantado al enemigo;» «Jehovah es un guerrero. ¡Jehovah es su nombre!;» «¡Cantaré a Jehovah, pues se ha enaltecido grandemente!»

Deben continuar recordando sus obras, hasta llegar a las obras de la gracia en sus propios corazones; y al llegar a este punto, deben cantar con mayor dulzura que antes. No deben de dejar de cantar, ya que puesto que nuevas misericordias fluyen hacia ellos cada día, cada día se debe de elevar una alabanza, y cada noche debe ser un testigo de Su gracia. «Deléitate en Jehovah.»

Si todo eso que ya he mencionado no fuera suficiente, podríamos deleitarnos en todo lo que Dios va a realizar: en todos los triunfos espléndidos que todavía tiene que lograr; en todas las glorias de los últimos días; en los esplendores de su trono, cuando todos los ejércitos de Dios se encuentren por fin; en su triunfo sobre la muerte y el infierno, y en su victoria final sobre el pecado, cuando haga que toda la tierra se llene con Su alabanza.

Oh, hermanos míos, el tiempo no nos alcanzaría, la eternidad podría no ser suficiente, ciertamente, para hacer una lista de todos los diferentes puntos del santo deleite que los creyentes pueden encontrar en el Señor su Dios, cuando se encuentran en un marco mental espiritual. Deben deleitarse en Dios Padre, en su eterno amor por ustedes cuando no había nada amable en ustedes; en la elección de sus almas, en la justificación de ustedes en Cristo, en dar a su unigénito Hijo para redimirlos del infierno. Deben deleitarse en Jesús, deben:

«Decir lo que Su brazo ha hecho,
Qué despojos de la muerte obtuvo;
Cantar únicamente a Su querido nombre,
¡Digno es el Cordero!

Deben deleitarse en Dios Espíritu Santo, en sus operaciones que dan vida, en sus iluminaciones, en sus consolaciones, en la fortaleza que les da, en la sabiduría que les imparte, en la fidelidad con que les cuida, y en la certidumbre que al final les va a perfeccionar, para ser dignos de participar de la herencia de los santos en la luz.

Y podríamos tomar aquí ramificaciones que llevan a miles de temas. Deléitense en Dios como su padre, como su amigo, como su ayudador. Deléitense ustedes en Jesucristo como su hermano, como su prometido, como su pastor, como su todo en todo. Deléitense en Cristo en todos sus oficios, como profeta, sacerdote, y rey. Triunfen en Él, porque mirra, áloe y casia exhalan todas sus vestiduras.

Deléitense en Cristo, en su gloria y en su humillación, en su cruz y en su corona, en su pesebre y en su triunfo eterno, en el que llevó cautiva a la cautividad. Deléitense en el Espíritu Santo, en todos sus varios tratos con las mentes de los hombres. Deléitense en Pentecostés y en los muchos Pentecostés que todavía vendrán. Y-pero mejor concluimos. ¿Qué más podemos decir? Seguramente podríamos hablar sin parar. Deléitate en Jehovah, ese grandioso tema lleno de gozo y sin fronteras, y deléitate en Él para siempre.

3. Ahora surge otra pregunta. ¿Cuándo debe practicarse este deleite? «Deléitate en Jehovah.» Los preceptos que no tienen límite de tiempo son para observancia perpetua. Mi texto no dice: «Deléitate en Jehovah ocasionalmente, o a veces,» sino siempre. Hay dos ocasiones en las que es difícil deleitarse en Dios, y por lo tanto voy a mencionarlas. Es difícil deleitarse en Dios cuando todo nos sale bien.

«Oh,» te oigo decir, «no puedo entender eso; ese es el tiempo cuando más me deleito en Dios.» Hermano, me temo que ese es el tiempo en que menos te deleitas en Dios. «Bueno, pero cuando estoy rodeado de comodidades, cuando la providencia me sonríe, entonces me puedo deleitar en Dios.» ¡Alto ahí! ¿Estás seguro de eso? ¿No es posible que a menudo estás deleitándote en sus misericordias más que en Él? ¿Deleitándote en la criatura más que en el Creador? Me temo, hermanos míos, que los tiempos de mayor tentación son los días en que el sol brilla para nosotros. Muy bien podemos orar: «En todo tiempo de riqueza, líbranos Señor.» Nos parecemos un poco a la esposa insensata que, cuando recibe de su esposo joyas y anillos, se inclina a amar las joyas más que a su esposo. Hemos conocido a muchos creyentes que han recibido gracias y misericordias, y han tenido grandes privilegios, y han venido a gloriarse más en las misericordias y en los privilegios que en su Dios.

Cuando la bodega de vinos se encuentra repleta, es difícil amar a Dios más que a los viñedos; cuando se tiene una cosecha abundante, es más difícil pensar más en Dios que en las gavillas; cuando te vas volviendo más rico es difícil decir aun: «este no es mi tesoro.» Los tesoros de la tierra ensucian nuestros vestidos a menos que cuidemos nuestros corazones: nuestra alma se pega al polvo y el polvo no es propicio para la devoción.

Oh, presta atención, creyente rico, y deléitate en Dios; no en tus ranchos ni en tus terrenos, en tus jardines ni en tus casas, tus departamentos ni tus bienes raíces; pues si te deleitas en estas cosas, tu oro y tu plata se corrompen y la polilla destruye tus vestidos, y la plaga pronto vendrá sobre tu herencia. Di: «Estas cosas no son mi porción.» «Jehovah es mi porción», ha dicho mi alma.

Otra circunstancia en la que es difícil deleitarse en Dios-no tan difícil como en la primera-es cuando todo nos sale mal. Entonces podemos tener la tendencia a decir con el viejo Jacob: «¡Contra mí son todas estas cosas!» Cuán noble oportunidad Job dejó escapar, cuando vino siervo tras siervo a decirle que todo se había perdido, cuando estaba sentado en medio de las cenizas y tomaba un pedazo de tiesto para rascarse con él. Si se hubiera puesto de pie y hubiera dicho: «Ciertamente me has alegrado, oh Jehovah, con tus hechos, grito de gozo por las obras de tus manos» qué triunfo de fe hubiera conseguido. Si hubiera podido ser ese tipo de hombre de fe para con Dios, Job habría sido el carácter más espléndido que tendríamos en todas las Santas Escrituras. En realidad, fue muy lejos cuando dijo: «He aquí, aunque él me mate, en él he de esperar.»

Vemos allí hablando a un hombre a quien Dios había hecho poderoso. Pero si hubiera podido deleitarse más en Dios cuando estaba cubierto de llagas y las ampollas se le reventaban, eso hubiera sido casi sobrehumano. Pienso que puedo decir que eso hubiera sido equivalente a todo lo que la gracia puede realizar en un hombre. Sin embargo, cuán a menudo he observado que los creyentes se gozan en Dios más prontamente en medio de las aflicciones que cuando gozan de prosperidad. He visto al hisopo crecer en el Líbano, y he visto al cedro crecer sobre la pared.

He visto a grandes santos donde había poca misericordia; y he visto a santos desperdiciados allí donde había grandes bendiciones providenciales. Los pájaros de Dios cantan mejor en jaulas, y la alabanza a Dios suena mejor en la boca del horno de la aflicción que en la cima del monte de la comunión. Me parece a mí que estamos constituidos de tal manera, que a menos que Dios no tense las cuerdas de nuestro corazón con dolor y aflicción, nunca emitiremos una dulce melodía para Él. Es difícil, es muy difícil, que un hombre diga, cuando todo sostén terrenal ya ha cedido, que aunque la higuera no florezca ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del olivo y los campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil y no haya vacas en los establos; con todo eso que diga: yo me alegraré en Jehovah y me gozaré en el Dios de mi salvación. Sin embargo, por gracia, en todo momento debemos deleitarnos en Dios.

Pero escucho una voz que dice: «¿Pero cuándo debe sentirse miserable el cristiano?» ¡Nunca, hermano, nunca! «¿Pero ni siquiera algunas veces?» No; si cumple con su deber. «¿Pero no debe un santo estar abatido algunas veces?» Los santos se abaten, pero no deberían estarlo. «Bueno, pero muchos de los santos de Dios están llenos de dudas y temores.» Sé que es así, y es lamentable que suceda. » Pero algunos de los hijos de Dios guardan luto toda su vida.» Por su propia culpa, pues el Señor no les ha pedido eso. Las Escrituras nos enseñan: «¡Regocijaos en el Señor siempre!» dice el Apóstol: «Otra vez os lo digo: ¡Regocijaos!» «Pero, ¿acaso no hay momentos en los que nos podemos entregar a nuestra vena melancólica y cultivar la tristeza?» Bueno si lo haces así, verás que pronto crece.

Dios a menudo trata a sus hijos como sé que algunos padres hacen con sus hijos; si sus hijos oran pidiendo aflicciones las tendrán hasta que comiencen a pedir con diez veces más ganas que los libre de ellas. Si el pueblo de Dios no clama por nada, pronto tendrán algo por lo cual clamar. Si quieren agregar miseria a su vida, pronto verán muchas miserias sumadas a las suyas. Pero en cuanto a la promesa y en cuanto al precepto, es la responsabilidad constante y el trabajo diario, cada hora, del verdadero creyente, deleitarse en el Señor su Dios.

Antes de dejar este punto, respondo otra pregunta. ¿Por qué es tan raro deleitarse en Dios? ¿Por qué se ve a tantos cristianos deprimidos? ¿A tantos cristianos que dudan? ¿Por qué vemos también a tantas personas cuya religión más bien parece un yugo, un yugo por cierto muy pesado? Me temo que se debe a que por un lado hay poca religión genuina y por el otro hay muy poca religión de tonos profundos, en lo poco que hay de genuino. ¡No me sorprende que sea infeliz el hombre que tiene una religión que no es del corazón! Habrán visto gente con perros de ciertas razas que no gustan del agua, y si los meten al agua-¡con qué prontitud salen de ella!

Pero hay perros de otras razas, que nadan horas y horas, y se deleitan en ello. Así, entonces, hay personas que profesan ser cristianos pero que son reconocidos hipócritas por el hecho que su religión está en contra de su voluntad. Han sido llevados a la religión, y desean salirse pronto. Pero el verdadero cristiano se entrega a su religión con ardor y deleite, por la Gracia Divina.

La ama, se deleita en ella. Una de las mejores pruebas para discernir entre un hipócrita y un verdadero cristiano, es esta. Job dice del hipócrita: «¿Se deleitará en el Todopoderoso?» No-el hipócrita estará a disgusto. El hipócrita se verá infeliz. El hipócrita se tornará tan miserable como lo puede ser alguien llegado su momento. Nunca pudo, y nunca puede, y nunca podrá deleitarse en Dios como regla.

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