Derribados, pero no destruidos

Jesús, quien nos amó, ha vencido al pecado y a la muerte. Y somos más que vencedores porque Él peleó la batalla y nosotros recibimos el beneficio, sin haber muerto en la cruz. Es como un boxeador que gana el título y le entrega el cheque del premio a su esposa. Él es vencedor porque derribó al contrincante y recibió los golpes, pero su esposa es más que vencedora porque obtuvo la recompensa sin pelear.

Lo que nos hace más que vencedores es el amor de Cristo, así que nada debe separarnos de Él1. ¿Cómo podemos identificar a alguien más que vencedor? Pues al ver que se toma de la mano del Señor sin importar por lo que esté pasando, sea bueno o malo. El Señor nos lo asegura, ¡ya vencimos al maligno! Es fácil vencerlo porque, de hecho, desde antes de enfrentarlo, ya había sido derrotado por Jesús2. Entonces, ¿por qué a veces permites que te derrote lo negativo? Porque realmente no crees que Jesús ya venció la angustia y el pecado. Cuando confiamos en Él, las victorias se manifiestan en todas las áreas de nuestra vida, pero si confiamos solo en nuestra fuerza, no logramos vencer.


Debemos recordar que Dios creó a Adán con dominio, autoridad y victoria3. Pero al pecar, perdió lo que había recibido. Sin embargo, nosotros ya fuimos redimidos por la sangre de Cristo y gracias a Él recuperamos la autoridad. El problema es que cuando pecamos, sufrimos el daño colateral de la pérdida de confianza en nuestra identidad y capacidad de superar los errores. Así que confía en el Señor y acepta la redención que te ofrece y que te devuelve el dominio sobre el enemigo. Jesús, el segundo Adán, vino a salvarnos y nos hizo nacer de nuevo en Su Espíritu4. En esa nueva vida, recuperamos la autoridad perdida porque Él tiene toda potestad sobre el cielo y sobre la tierra. Entonces, ahora puedes vencer porque ¡tienes autoridad de nuevo! Date por vencedor, recupera tu confianza en Jesús y Su victoria será la tuya.

Un claro ejemplo de la autoridad que nos da la fe es lo que La Palabra nos cuenta sobre la conquista de Jericó, una ciudad que estaba bien cerrada. Pero Dios le dijo a Josué que ya la había entregado en manos de Su pueblo. Y le dio instrucciones sobre lo que debían hacer5. Actualmente hay puertas en tu vida que estaban cerradas, pero el Señor te dice que ¡están por caerse las paredes y entrarás donde no era posible! Confía y obedece las instrucciones de Dios, porque Él ya arregló tu victoria, así como dispuso todo para que Su pueblo conquistara Jericó.

La instrucción que Josué recibió era un poco extraña para alguien que esperaba luchar por la Tierra Prometida, ya que rodear la ciudad y tocar las trompetas durante siete días no era precisamente la idea de una lucha. Sin embargo, obedecieron, demostrando que nada los separaba de la fe y el amor que le rendían a Dios. Lo mismo debes hacer tú ahora. A veces te cansas de esforzarte por lograr el bien, piensas que perdonar, amar y bendecir no dan resultado, pero no desmayes, ¡confía un día más! A veces debes hacer siete veces más de lo que piensas que es suficiente para recibir lo que Dios quiere darte. Él está convencido de tu victoria, pero tú también debes estar convencido.

Cuando nada nos separa de Su amor, sabemos que somos más que vencedores y estamos dispuestos a seguir Sus instrucciones por extrañas que parezcan. Esa fe y obediencia es la que nos da la victoria. Seremos más que vencedores si estamos plenamente convencidos de que ni la vida, ni la muerte, ni el enemigo ni las puertas cerradas nos separarán del amor de Dios y de la fe en nuestra victoria.

En medio de las dificultades, aprendamos a diferenciar lo externo de lo interno. Claro que podríamos estar atribulados, en apuros, perseguidos y derribados, todo eso es externo, es lo que el mundo podría hacernos sentir. Sin embargo, nuestra fe en la victoria que ya tenemos provoca que, a pesar de todo eso negativo, no estemos angustiados, desesperados, desamparados ni destruidos6. Lo que vence al mundo es nuestra fe. Si las circunstancias te han derribado, levántate victorioso porque en el Señor, nada puede destruirte. Esfuérzate en obedecerlo, en rodear los muros las veces que sea necesario para que Él haga Su parte y los milagros sucedan en tu vida. Solo la fe puede darte el valor para hacer lo que Dios te mandará, porque los muros cayeron por el poder del Señor, no por la vueltas que el pueblo dio. Fue la plena confianza en Dios lo que les dio la victoria. Haz lo que Su Palabra dice y deja que Él mueva Su mano. Entrégale tu vida a Jesús, quien por Su gracia te ha dado la vida eterna y la victoria sobre el mundo.

Por: Pastor Cash Luna

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