Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. (Hch. 16:14)
Este texto me ha hecho reflexionar. El texto griego usa la palabra διανοίγω que significa «abrir». En Lc. 24:31 se les abre los ojos a los discípulos, es decir, entienden y comprenden que se trata de Jesucristo. En este texto lo que es abierto es el corazón de Lidia. El corazón era visto como el centro de la afectividad, la volición, los valores y los pensamientos. Esta apertura a la palabra es un acto Divino, qué duda cabe.
El significado de esta apertura interior no es solo la recepción de la palabra de Dios, sino la asimilación del evangelio. La palabra de Cristo viene al ser humano, es recibida, es encarnada en el ser humano. En la primera parte se dice que ella estaba oyendo, pero para que se reciba la palabra Dios tiene que intervenir. Es un acto inmediato de Dios, no hay mediación, no hay intermediarios. Pablo, su voz, los textos citados, el argumento, el tono, la elocuencia, el tiempo, la motivación, capturan los oídos de Lidia, pero solo Dios abre el corazón.
¡Agradezco a Dios por abrir mi corazón!