El Abrazo Del Padre

Si yo amo a mi hijo a tal grado de estar dispuesto a hacer todo para que él sea feliz, ¿cuánto más crees que el Padre te ama a ti? El es un buen Dios. Muchos de ustedes tal vez no conocieron a sus padres, y otros han deseado nunca haberlos conocido; algunos viven con ellos, pero no existe ninguna relación.

Recuerdo cuando era adolescente, ya hace varios años, tuve muchos problemas en la relación con mis padres. En ese tiempo, mi madre enfermó de cáncer. En medio de una operación en donde le iban a quitar la matriz, le descubrieron cáncer en el pecho y la operaron de nuevo. Ella quedó en cama por la quimioterapia; todo el que ha pasado algo así, sabe a lo que me refiero, es una enfermedad muy fuerte. Mi madre estaba muy enferma y me tocaba verla salir con náuseas, sin cabello y adelgazó tanto, que la piel se le veía pegada a los huesos, es una enfermedad muchas veces mortal.

Aun así, fui rebelde a mis padres y endurecí mi corazón, llegué a decir que la vida era injusta conmigo, y me alejé tanto de ellos, que aun viendo a mi madre en cama con esa enfermedad, yo no la saludaba. Yo entraba y ella trataba de hablarme, pero yo le daba la espalda.

Mis padres fueron sólidos conmigo, era un hogar muy estable, pero nunca tuve de parte de ellos la ternura de un abrazo. Mi padre se entregó de lleno a la labor que él tenía. Mi madre lo apoyó en todo momento, y nosotros pasamos mucho tiempo solos. La mayor parte del tiempo estaba a solas en mi cuarto, y mi mejor amigo se llamaba Chispa, era mi mascota. Siempre pregunté por qué la vida había sido así conmigo, hasta el día que me convertí al Señor Jesús. Dios tocó mi corazón y me enseñó algo: Todo es para bien. También que todo el tiempo que pasé a solas en mi cuarto, me estaba entrenando para que el día en que lo conociera, pasara tiempo a solas con El.

Ese día alcé mis manos al cielo, y le dije: “Señor, nunca más volveré a decir que algo es injusto, porque Tú eres tan bueno, que aun lo peor que me ha pasado, lo puedes convertir para bien”. Entonces me arrepentí de corazón de lo que había hecho con mis padres, de mi rebeldía y mi dureza, y fui a buscarlos. Dejé de demandar que ellos fueran perfectos, de demandar el abrazo que me debían a mí, y los fui a buscar para darles un abrazo.

Recuerdo muy bien que yo no estaba acostumbrado a saludar a mi padre de beso y abrazo, lo hacíamos tal vez en algún evento que lo ameritaba. Lo fui a buscar, entré al cuarto en donde él estaba y cuando lo vi recostado, sentí una barrera dentro de mí, y era el orgullo de tantos años acumulados, tantos argumentos que yo había creído, y dije: “Ahora voy a romper con eso”. Me acerqué y le di el mejor abrazo que le había dado en mi vida. Me le tiré al cuello, él se sintió extrañado en un principio porque nunca lo había abrazado tan fuerte como ese día. Le dije: “Papá, es el mejor papá del mundo y lo amo. Le pido perdón por todo lo malo que he dicho y he sido”. Ese día algo pasó dentro de mi corazón, fue transformado. Lo que por años había querido encontrar por medio de la rebelión, ahora lo estaba encontrando por medio de la honra a mis padres. Desde entonces, comencé a tener la relación más linda y bella que podía con mi madre, comencé a honrarla, a decirle que era la mujer más hermosa que había en la tierra.

Yo abrazo a mi mamá ahora, me la como a besos y le digo: “Mamá, la quiero”. No hay nada que me guarde para ellos, y eso me permite ahora tener una mejor relación con mis hijos. Hace sólo una semana, nació mi segundo hijo, se llama Rodolfito, igual que su papá. Meses atrás, Dios me había prometido que él iba a nacer. Nació como resultado de una promesa, después de la pérdida de nuestro segundo hijo. Dios nos lo prometió. Fue una cesárea, eso es algo muy duro para las mujeres, quienes lo han pasado saben muy bien de qué se trata. La epidural, que es la anestesia, no le agarró a mi esposa; ella sentía cuando le estaban cortando la piel, y dijo: “No importa, ya quiero que nazca mi hijo, quiero verlo”.

Cuando nació, el pediatra me llamó, entré y lo tomé en mis brazos. Cuando te dan a tu hijo por primera vez, aún está sucio, pero ves a esa criatura y para ti es el hijo más lindo y hermoso que ha podido nacer, algo conmueve tu corazón. Hay una frase que muchos decimos: “lo más profundo del corazón” y eso es lo que se te conmueve, y ese es el sentimiento que nunca había experimentado, el tener a mi hijo en mis brazos. Y lo único que le podía decir es: “te amo”. El aún no te reconoce, no te puede decir nada y lo que tú haces es dar amor, sin esperar recibirlo a cambio.

Pero estás tan complacido, que das amor y lo das y estás dispuesto a no recibirlo a cambio y no te cansas. Al ver a mis dos hijos, le digo a Dios: “Señor, quisiera ser el mejor padre que hay en la tierra para ellos, porque los amo tanto que no quiero que ni una sola vez sufran. Quiero hacer todo lo posible para que no lo hagan”. Y Dios me recordó una vez más que si nosotros amamos así a nuestros hijos, ¡cuánto no nos ama El a nosotros!

Si yo amo a mi hijo a tal grado de estar dispuesto a hacer todo para que él sea feliz, ¿cuánto más crees que el Padre te ama a ti? El es un buen Dios.

Yo quiero poder consolar y ser un refugio para él, como Dios es conmigo, y contigo. Hay muchas personas que saben y conocen de Dios, pero no han experimentado el amor de Dios, están esperando el abrazo de un padre. Y han buscado ese abrazo en muchos lugares, en las maras, se han dejado tatuar y están dispuestos a cometer crímenes con tal de ser aceptados. Pero Dios quiere sellarte con su Espíritu Santo, El no te va hacer cometer crímenes, quiere perdonar tus pecados. Sé que tú necesitas el abrazo de un padre. Hay muchos de ustedes que nunca han escuchado decir de parte de sus padres que están orgullosos de ustedes, y lo has anhelado tanto, pero hoy es el día, tú no necesitas acudir al sexo, a las mujeres o a los hombres para que alguien te abrace, Dios Padre lo quiere hacer.

Pero la Biblia dice que Dios es padre para aquellos que no lo tienen. “Si padre o madre te abandonare, aun así con todo yo te recogeré,” dice Dios. El es bueno y está aquí para amarte.

Dios te ama tanto que quiere darte ese abrazo, está orgulloso de ti. Acércate a El, pues anhela llenarte de ese amor de Padre que te ha faltado.

Por: Pastor Rodolfo Mendoza

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