Nosotros le amamos a El, porque El nos amó primero. 1 Juan 4:19
En los 105 versículos de 1 de Juan, el amor se menciona más de 40 veces. No cabe duda que es un tema muy importante en esa corta epístola. Pero el apóstol Juan condensa su enseñanza en 10 palabras: Nosotros le amamos a El, porque El nos amó primero. Y nosotros también amamos a los demás porque El nos amó primero.
El amor comienza y termina con Dios. El es su Autor; lo creó como expresión de su misma naturaleza y desea que compartamos y experimentemos ese don maravilloso con toda la humanidad.
Al pensar en esto descubrimos que como humanos tenemos poco en común con Dios. No somos omniscientes ni omnipotentes ni omnipresentes; pero Dios es amor y El desea que participemos de ese atributo con El y con los demás. ¡ Qué privilegio tan hermoso! Cuando amamos a otros es cuando más nos parecemos a Dios.
Es interesante comparar el versículo más conocido de la Biblia con otro versículo que escribió el mismo Juan. Casi todos saben de memoria Juan 3:16, pero conviene que veamos también 1 Juan 3:16, que dice: En esto hemos conocido el amor, en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Estos dos versículos tienen un mensaje que se complementa: el amor es sacrificado. El mundo sabe muy poco acerca de esta dimensión.
Si yo le preguntara por qué es que Dios lo creó a usted, ¿que contestaría? ¿Por qué nació usted? Usted y yo fuimos creados con el fin de que Dios pudiera expresar su amor hacia nosotros y que nosotros, a la vez, pudiéramos corresponder a ese amor. Debido a que El es amor y a que esa es su naturaleza en sí, El deseó tener un objeto para su amor. Por eso creo al ser humano, a usted y a mí. ¿Cómo expresa Dios su amor? De muchas maneras, pero veamos sólo unas cuantas.
En primer lugar Dios expresa su amor por medio de la creación. Los árboles, las flores hermosas y fragantes, las montañas majestuosas, las estrellas fulgurantes, la luna en todas sus fases, todo eso es expresión de su amor. Yo disfruto mucho de la naturaleza; me encanta salir a caminar por el campo para tomar fotografías de toda la belleza que Dios ha creado para nuestro deleite.
Es imposible viajar y ver la belleza que existe en la naturaleza y no sentir el amor que tiene el Creador por nosotros. Al contemplar el océano no puedo menos que reflexionar que el que hace que las mareas suban y bajen también se preocupa por mí. Escalo las montañas en toda su majestad y observo que Aquél que las creó también es omnipotente en mi vida. Dios expresa su amor por medio de su creación.
En segundo lugar, Dios expresa su amor dotándonos de libre albedrío, dándonos libertad de escoger. Eso nos parece algo raro, ¿no es así? Acaso sería mejor pensar que su amor es mayor si hubiera establecido límites más estrechos. No obstante, su amor es tan grande que nos ha dado libertad para decir que no.
A nadie le gustaría estar casado con un robot. La maravilla del amor es cuando una persona decide amarnos. Dios se deleita cuando nosotros decidimos amarlo gracias al libre albedrío con el cual El mismo nos dotó por su amor. Al dotar a Adán y Eva de libre albedrío para rechazar o elegir el pecado, El demostró una nueva dimensión de su amor: El ama a los pecadores testarudos.
En tercer lugar, Dios expresa su amor al permitirnos formar parte de una familia. Esta verdad me fascina. Yo crecí sin poder disfrutar de la compañía y dirección de un padre carnal por lo que pensar que tengo un Padre sobrenatural que se preocupa por mí es algo que no puedo comprender en su totalidad. Usted y yo somos parte de una gran familia: Dios es nuestro Padre, Jesucristo es nuestro Hermano mayor y el Espíritu Santo es el Consolador que mora en nosotros.
Más aún, el cuerpo de Cristo abarca a muchos hermanos y hermanas. Una señora que es hija única me dijo que se sentía muy feliz al darse cuenta de que tiene hermanos y hermanas que son, en realidad, hermanos de sangre. Pensemos en la sensación de seguridad, de protección, de comunión y compañerismo que se obtiene al formar parte de la familia de Dios.
Si ponemos poca atención a la iglesia y asistimos a sus actividades sólo esporádicamente demostramos ingratitud hacia el que nos hizo parte de esa familia espiritual. Es semejante a negarnos a participar en reuniones de familia debido a nuestras ocupaciones o a que debemos atender asuntos aparentemente más importantes.
En cuarto lugar, Dios expresó su amor al enviar al Espíritu Santo a morar en nosotros. Cristo dijo que enviaría a una persona que fuera como El para tomar su lugar y habitar dentro de nosotros. ¡El no sólo nos amó sino que nos invistió de poder para amarlo y amar a los demás!
En quinto lugar, Dios expresa su amor controlando las circunstancias para nuestro bien y para su gloria. Casi todos podemos repetir de memoria Romanos 8:28, pero pocos captamos en realidad el significado de que El nos ama tanto como para hacer que todas las cosas obren para nuestro bien. El está vivamente interesado e involucrado en todo lo que nos interesa y se relaciona con nosotros.
Dios expresa su amor hacia nosotros al estar involucrado a profundidad en todos los detalles de nuestra vida.
En sexto lugar, Dios expresa su amor hacia nosotros abriéndonos la puerta del cielo. Nosotros nada tuvimos que ver en el asunto, pero su Hijo continúa ocupado preparándonos un lugar en la casa de su Padre y nosotros podemos obtenerlo por la gracia de Dios.
En séptimo, Dios expresa su amor hacia nosotros por su presencia ininterrumpida en nuestra vida. Uno de los escritores sagrados lo expresa de esta manera: . . . porque El dijo: No te desampararé ni te dejaré (Hebreos 13:5). Esa Presencia nos acompaña durante la muerte de nuestros seres queridos, durante las noches de insomnio por un hijo descarriado, durante los momentos después de recibir malas noticias de parte del médico, durante las épocas de necesidad económica. Con mucha frecuencia el dolor tan intenso nos impide estar conscientes de la realidad, pero eso no impide que El esté presente.
Un domingo en la tarde yo me sentía triste y solitario. Me puse de rodillas delante del Señor y clamé: «Dios mío, todo indica que nos hay nadie a mi lado». En medio de esa nube oscura el Señor Jesús me susurró al oído: «Yo estoy aquí y siempre estaré, pase lo que pase». Yo no pude contener mi gozo al alabar su nombre por su amor y presencia confortante. Estoy seguro que usted también podría relatar incidentes en los que Dios le ha expresado su amor, pero lo más sobresaliente es que El expresa su amor. Ese amor no está dormido sino que El lo expresa día tras día.
Habiendo observado algunas de las manera en las que El expresa su amor, necesitamos ver cómo es ese amor ya que El anhela que nosotros expresemos esa misma calidad de amor hacia El y hacia los demás. ¿Cómo es el amor de Dios?
Para empezar, su amor es perfecto, es todo lo que puede ser. Un domingo en la mañana, antes de ir a la iglesia para predicar, me arrodillé junto a mi cama, luchando en espíritu, y Dios me dijo de manera inaudible, pero muy clara: «Charles, puedes confiar en el amor perfecto». Yo lloré de alegría y desde entonces he echado mano de esa verdad. Usted y yo podemos confiar en el amor perfecto. Y el amor de Dios es indiscutiblemente perfecto.
Su amor perfecto es un regalo, un obsequio. Nosotros no podemos ganárnoslo por nuestros méritos. Si alguien obsequia un regalo y el que lo recibe trata de pagarlo al que se lo obsequió, deja de ser un regalo. Pero Dios nos obsequia su amor y lo hace conforme a su naturaleza. El no puede hacer menos que amarnos.
El amor perfecto que El nos obsequia es eterno. Necesitamos memorizar este versículo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3). Nosotros no podemos hacer nada para impedir que Dios siga amándonos. ¡Magnífico! El amor de Dios jamás se extingue.
Más aún, su amor perfecto y eterno que El obsequia a todo creyente es incondicional. Algunas personas crecieron oyendo que les decían: «Yo te amo con una condición . . .»; o: «Te volveré a recibir cuando . . .» El amor de Dios no tiene un si condicional, ni un quizá, ni estipulaciones ocultas, ni notas explicativas; es totalmente incondicional.
El jamás nos dice: «Volveré a recibirte cuando . . .»
Pero va más allá. El amor perfecto y eterno que Dios nos obsequia incondicionalmente es sacrificado. Allí es donde interviene la cruz: De tal manera amó Dios al mundo que dio . . . El desea que nosotros tengamos ese mismo amor sacrificado hacia los demás. No importa si nos desprecian o no, debemos expresarles nuestro amor. Por supuesto que el origen sobrenatural de ese tipo de amor es el Espíritu Santo.
Si eso no fuera suficiente, el amor perfecto, eterno, sacrificado e incondicional que Dios nos obsequia es inconmensurable. El apóstol Pablo nos asegura que estamos arraigados y cimentados en amor, y que necesitamos ser plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de ese amor (Efesios 3:17-18).
Más adelante añade que ese amor excede a todo conocimiento (v. 19). Estoy convencido de que Pablo indica que aunque sea necesario captar todas las ramificaciones de ese amor perfecto en todos los órdenes, es inconmensurable; jamás podremos asimilar todas sus implicaciones.
Yo como abuelo que se deleita en desear que mis nietos sepan lo mucho que los amo, no creo que ellos podrán jamás medir toda la profundidad de mi amor. Hace tiempo escuché a un orador que dijo: «Si nuestros hijos supieran cuánto los amamos, no sabrían cómo manejar la situación».
No obstante, les expresamos nuestro amor de todas las maneras posibles a fin de que logren tener al menos una idea de lo que sentimos por ellos.
Y yo digo esto con toda reverencia: Dios ha expresado su amor en formas que no podríamos contar y aun así su amor es inconmensurable. Si lográramos captar cuánto nos ama, nos asombraríamos a más no poder.
Cuando me doy cuenta de todo lo que yo deseo que mis nietos comprendan mi amor por ellos y luego me doy cuenta de que Dios quiere que yo comprenda su amor por mí, que es superior a mi amor por mis nietos, simplemente me quedo anonadado. Su amor es inconmensurable. Pensemos en los adjetivos que describen su amor: perfecto, gratuito, eterno, incondicional, sacrificado, inconmensurable.
No es de extrañarse que su corazón se duela cuando yo no ando a la luz de su amor ni me solazo en él.
Hemos sido llamados a amar a Dios. Los varones judíos recitaban todas las mañanas y todas las noches el siguiente versículo: Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5). Hemos de amarlo de todo corazón, la sede de nuestras emociones; de toda nuestra alma, el centro de nuestra personalidad; con todas nuestras fuerzas, con lo que bulle dentro de nosotros, consumiéndonos en amor por El.
Y, ¿cómo logramos esas metas en la vida cotidiana?
Por la obediencia. En Juan 14 el Señor nos recuerda en tres ocasiones que el amor significa obediencia. En esencia dice: «No me digan que me aman si deciden tolerar el pecado». Nuestro amor debe ser evidente por medio de una confesión instantánea cuando alguien nos señale nuestro pecado o nosotros lo descubramos. Es entonces cuando El se convierte en el centro de mi atención y cuando toda mi energía emocional se dirige hacia El.
Pero hay más. No sólo debo amar a Dios, sino que debo amarme a mí mismo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Marcos 12:31). Algunos dicen: «Eso refleja un espíritu altivo y egoísta», pero el mundo ha corrompido el concepto del amor propio y lo ha convertido en un lema: «Si yo no me preocupo por mí mismo, ¿quién lo hará?» La Biblia no enseña eso, sino un amor sano y limpio debido a que somos la obra maestra del Creador y dignos de ser amados.
¿Sabe usted cómo puede decir alguien si en verdad se ama como Dios lo prescribe?
Por la forma en que se trata a sí mismo. Si abusa de su cuerpo con el alcohol, el tabaco u otras drogas, o comiendo demasiado, no se ama tanto como para cuidar de su cuerpo. Satanás le dice: «No vale la pena que nadie te ame». Pero Dios ha dicho: «Tú eres mi obra maestra. Te he hecho merecedor de que mi Hijo muriera por ti; eres increíblemente valioso».
Necesitamos vernos tal y como Dios nos ve. Nuestro concepto de cuánto valemos no debe proceder de lo que otros piensen de nosotros sino de lo que Dios dice. Y según El somos la niña de sus ojos.
No sólo hemos sido llamados a amar a Dios y amarnos a nosotros mismos, sino también a nuestro prójimo.
Quizá este sea el más difícil de los tres mandatos. En Juan 14, 15, 16 y 17 el Señor Jesús enfatizó que debemos amar a los demás pues así el mundo se convencerá de que somos cristianos. Cierto que algunos parecen ser más dignos de ser amados que otros, pero el amor no es una emoción, es una decisión.
Gracias a un acto de nuestra voluntad y con la ayuda del Espíritu Santo que mora en nosotros y nos capacita para decidirlo, podemos amar. Debemos preguntar a aquellos que no parecen muy dignos de nuestro amor: «¿Cómo puedo ayudarte para que logres ser todo lo que Dios quiere que seas?»
Algunos no pueden aceptar ser amados; se sienten incómodos con todo tipo de afecto.
A veces están tan heridos emocionalmente que tienen temor de ser amados; temen que demandemos amor de parte de ellos y están imposibilitados para amar debido a los daños emocionales que han sufrido. Pero el amor genuino no espera ser amado como respuesta, así que de todas maneras debemos amarlos.
El Señor no se limita a demandar que amemos a nuestros prójimos, sino también a nuestros enemigos. Este es un llamado sobrenatural y debemos depender de que el Espíritu Santo nos dé la capacidad para amarlos. Si creemos que el amor es un sentimiento, tenemos problemas ya que nuestros sentimientos son volubles y fluctúan.
Pero la decisión de hacer algo por los demás puede ser firme, a pesar de nuestros sentimientos. Cuando suena el despertador en una mañana fría y lluviosa, nos alistamos para ir a trabajar, nos guste o no nos guste. Por medio de un acto de nuestra voluntad hacemos a un lado las cobijas y ponemos los pies en el suelo. Con frecuencia amar a otros demanda el mismo tipo de disciplina y determinación.
Un individuo decidió demostrar su amor por su esposa llevándola de compras. Normalmente eso le molestaba tanto que siempre buscaba alguna excusa para evitarlo, pero sabiendo lo mucho que ella disfrutaba de su compañía, él la acompañó como un acto de amor. Estaba decidido a poner en primer lugar los sentimientos de ella. Al acercarse a la sección de damas en la tienda, su esposa le mencionó una prenda de vestir en particular, pero a él todas le parecían iguales por lo que siguió caminando.
De pronto su esposa le llamó una vez más a su lado pues necesitaba ayuda para escoger la prenda correcta. El corazón se le inundó de ideas desagradables y la cabeza se le llenó de todo tipo de palabras agresivas. Pero recordó que se había propuesto amar a su esposa y con un acto de su voluntad se dirigió a la sección de damas. Después de ver muchas prendas sus emociones se pusieron a tono con su voluntad y comenzó a disfrutar del proceso. Al relatar el incidente era evidente que había dado un paso gigante hacia su objetivo de aprender a amar a su esposa de una manera práctica y, para él, sacrificada.
Selecciones del capítulo acerca del amor, del libro:LA TRAVESIA GLORIOSA
por el Dr. Charles F. Stanley.
Original en inglés
traducción al español por el Dr. Pablo E. Pérez