El Buen Pastor

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas; pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja los ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas.
Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy la vida por las ovejas.»
(Juan 10: 11-15)





Ya no es para nosotros una imagen familiar, ver un rebaño de ovejas con un pastor. Debe haber pocos lugares en el mundo donde se juntan las ovejas del pueblo y se las entrega a un pastor para que las lleve durante todo el verano a veces a zonas alejadas. Sí conocemos muchas pinturas con este tema, que por lo general representan a un señor con una oveja a upa. El arte religioso se ha inspirado siempre en esta escena. Y eso es todo un problema. Porque son casi siempre pinturas idílicas, románticas, dulces, tiernas. Yo he visto una vez una pintura del pintor español Bartolomé Esteban Murillo del siglo XVII con el título “El buen pastor” y muestra un joven, casi un pibe, con una ovejita que parece recién salida del lavarropas con suavizante y todo y que luego pasó por la peluquería. Si vos tenés en tu casa un cuadro que representa al “buen pastor” y lo amás, seguí amándolo pero no porque es dulce, ingenua y tierna, sino por Él, que dice de sí que es el buen pastor.

Otra dificultad que podemos llegar a tener con esto del buen pastor y sus ovejas es que a muchos no les gusta que Jesús los compare con una oveja. A mí personalmente siempre me desagrada cuando alguien me pregunta cómo están mis ovejitas…

La oveja es un animal tonto y encima terco y nosotros somos bastante independientes e inteligentes para ser comparados con un animal así, ¿no es cierto? A la oveja se la tiene con un fin: para esquilarle la lana. A nadie le gusta servir sólo para provecho de otros.

Pero la imagen del buen pastor por otro lado la tenemos muy guardada en nuestro interior (inconsciente colectivo) como una imagen de cuidado y dedicación desinteresada. En la antigüedad se la atribuía a los reyes y gobernantes. El cetro del rey es un símbolo del bastón del pastor. Nuestras autoridades deberían ser eso, pastores de las personas que le fueron confiadas. Claro, no es fácil trasladar la imagen del “rey buen pastor” a nuestros tiempos, donde el pueblo elige sus gobernantes. Porque hoy podríamos decir que si las ovejas son guiadas por malos pastores, son los que ellos mismos han elegido. Todos los que están a cargo de personas en situaciones de indefensión deberían, médicos, sicólogos, pastores, directores de geriátricos, etc. deberían orientarse en la figura del buen pastor. Pero eso es tema de otra predicación.

Israel ha trasladado la imagen del “rey buen pastor” a Dios. Recordemos el Salmo 23: “El Señor es mi pastor”, un salmo que aprendimos de niños y que nuevamente volvemos a orar en situaciones de crisis o en el momento de la muerte.

Y aquí en nuestro texto de predicación, Jesús dice de sí mismo “YO soy el buen pastor”. Con eso nos quiere dejar muy en claro que todos necesitamos de guía y orientación y que él es el único que nos puede ofrecer una orientación valedera. Que todos necesitamos guía y orientación y que si no, somos como una nave sin timón en una tormenta, eso también admitirán quienes no quieren ser comparados con una oveja.

En estos meses somos testigos de una profunda falta de orientación en nuestra sociedad.
Ante esto, hay un montón de cosas que nos ofrecen guía y orientación. Muchos se vuelcan hacia cosas sobrenaturales. Uno ha instalado en su living una enorme pirámide de cristal diciendo que eso atrae las ondas cósmicas y que llenaría la casa de ondas positivas. Miles compran amuletos para que los protejan de peligro. Talismanes deben atraer la suerte y más de uno tiene alguna cábala. La superstición parece que ha triunfado en nuestro mundo. Y a veces no importa que las cosas sean bastante irracionales. En el noticiero todas las noches la astróloga tiene un lugar fijo, y da consejos desde los astros impersonales diciendo a las personas si el día es propicio para una reconciliación o para los negocios o lo que sea. Si eso no es negarle la madurez y la capacidad de razonar y decidir responsablemente, no sé qué es.

Teníamos un conocido que tuvo mucha mala suerte en su vida, no terminó sus estudios secundarios, no le fue bien en su primer matrimonio, perdió el trabajo, cuando trabajó en una remisería chocó el auto, etc. Un día alguien le aconseja ir a un parasicólogo. Después de pagar caro la consulta, el parasicólogo le dice que alguien cercano le está haciendo un maleficio y que tenía que descubrir quién es para poder poner en funcionamiento un antídoto. Cuando un día me lo encuentro, noto que apenas me saluda y que me mira con desconfianza. Después me enteré que rompió con todas sus amistades porque alguien de nosotros le estaba haciendo un mal… Fue para mí un ejemplo muy claro de lo destructivo que es caer en manos de un “mal pastor” o como dice nuestro texto: alguien que solo trabaja por la paga. Porque todo eso tiene su precio y les aseguro que es saladito.

Más que el daño económico que significa la dependencia de estas cosas, pesa el daño espiritual. Jesús ha sido muy claro: “el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja los ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones”.

La superstición, las técnicas sobrenaturales parecen ofrecer orientación pero lo que hacen es incapacitar a la gente, haciéndolos dependientes de una voluntad ajena. El otro día escuché en la radio cómo se concluía el horóscopo del día con la promesa: Y mañana, viernes, le vamos a dar todos los consejos qué deben hacer el fin de semana.

“El que trabaja solamente por la paga” se parece a un pastor de ovejas, pero eso es un engaño. Porque a la hora de la crisis, en el momento del peligro deja plantadas a las ovejas y salva su propio pellejo. Cuando andamos en auto de noche, estamos contentos de ver las rayas que marcan el borde de la calzada. Sin esa orientación, una y otra vez estaríamos en peligro de perder el camino.

¿En qué nos orientamos para no perder el camino en nuestra vida? Jesús no deja lugar a duda alguna que el aquel que no busca orientarse en él, infaliblemente perderá el camino. Tal vez no nos demos cuenta de estar perdidos sin Jesús. Tal vez ni nos molesta demasiado. ¿Pero cuando nuestra vida llega a una situación límite, cuando se hacen pedazos nuestras esperanzas, cuando se nos viene el mundo abajo, cuando cometimos un daño irreparable?

El buen pastor le sigue el rastro a las ovejas. El buen pastor es un buscador. En Jesucristo, Dios busca a sus seres humanos perdidos. Y Dios es un buscador incansable. Nos busca y nos encuentra en los lugares más insólitos. Nos busca porque sabe que nosotros mismos no vamos a encontrar el camino de regreso a Dios. Nuestros esfuerzos para volver a Dios nos pueden llevar, por el contrario, a alejarnos cada vez más de él. Cuando una oveja se da cuenta que está perdida, es tal su angustia que allí no más se acuesta y nada en el mundo la puede motivar a seguir adelante. Así el pastor, cuando la encuentra, tiene que levantarla y llevarla sobre sus hombros al lugar donde está el rebaño. Por lo menos esa era la actitud de las ovejas en Israel en el tiempo de Jesús. Pero creo que las ovejas en la Patagonia hacen lo mismo. Lo que sí vale para nosotros hoy en la Argentina tal como valió para los judíos en tiempos de Jesús, es que de nuestra perdición no encontramos retorno.

El buen pastor es un buscador incansable. Y aquí quiero aclarar porqué me parece que las pinturas idílicas y románticas del “Buen pastor” de las que hablé al principio me parecen que no reflejan la realidad de este buen pastor Jesús. Ser pastor, estar a cargo de un rebaño era un trabajo duro y peligroso. Había que afrontar a los animales salvajes, las inclemencias del tiempo, la soledad, el terreno escabroso.

En estas últimas semanas leyendo en la Biblia me di cuenta, cuántas veces Dios aparece preguntando. Eso ya lo vemos en las primeras páginas de Génesis: “Dios, el Señor llamó al hombre y le preguntó: ¿Dónde estás?” ó: “El Señor le preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel?” o el domingo pasado en el texto de predicación: “ “¿Por qué te quejas? ¿Por qué dices: El Señor no se da cuenta de mi situación?” Estamos tan acostumbrados a leer estas preguntas como si fueran retóricas. Pero no es así. Habría que leerlas gritando: Adán, ¿dónde estás? Caín: ¿Dónde está tu hermano?

Debemos oír en estas preguntas la búsqueda desesperada del Padre, que siente que sus hijos se han perdido: José, Tomás, Santiago, Romina, Laura: ¿dónde estás? Podemos poner aquí nuestros nombres: ¿Karin…dónde estás? ¿En qué andás? ¿Dónde te metiste? Y debemos imaginarnos una multitud de gente, y un padre o una madre pierde a su hijo o hija y no la ve más. La desesperación de esos padres gritando el nombre de su hijo es la desesperación de Dios buscando a sus hijos perdidos.

El buen pastor es un buscador incansable. Para hallarnos pone en juego su vida. Ahí vemos que Jesús no está bromeando, que toma en serio su búsqueda. No se borra cuando las cosas se ponen difíciles.
Ahora, hermanas y hermanos, es importante que nos dejemos encontrar. Precisamente él es feliz si nos encuentra, si nos espía en nuestros escondites. Y cuando nos encuentra, empieza un camino de la mano de Jesús, paso a paso hacia delante. Caminar de la mano de Jesús no significa que todos los problemas estén solucionados. Pero significa tener al lado a Él que ayuda a sobrellevar esos problemas. Amén.

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