EL ENGAÑO DE LA SOBERBIA

Por Rev. Julio Ruiz. Texto: Abdias 1. Introduccion: El libro de Abdías es el segundo más corto de la Biblia, después de la Segunda Carta de Juan. La fecha de esta profecía se ubica por el año 586 A. de C. Es una profecía corta y directa contra la tierra de Edom, un pequeño país situado al sur de Judá.


El mensaje profético vino como una verdadera descarga indignada contra esta nación porque ellos manifestaron una actitud de burla y falta de conmiseración por los judíos, a causa de la destrucción que les vino. Cuando el pueblo de Judá estaba experimentando su hora más trágica de derrota, enorme saqueo y pillaje a causa de la invasión que los llevaría al  cautiverio, esta gente de Idumea expandieron un espíritu desalmado contra ellos. La profecía de Abdías revelaba que nadie podía salvar a esa nación de una destrucción inminente. Aunque su soberbia les hacía pensar en la imposibilidad de alguna destrucción por la posición geográfica en la que se construyó la ciudad, hasta allí llegaría el juicio divino. Habían hecho de sus recias rocas, de las ciudades inexpugnables, los desfiladeros acantilados y de sus orgullosos guerreros, una guarida  que suponía que allí no llegaría el castigo decretado por Dios, pero llegó. Este breve libro nos muestra que la soberbia pudiera ser uno de los más grandes engaños que vive en el corazón de la raza humana. La pretensión que nada puede pasar mientras se mantiene una obstinada posición o resistencia, sea esta por una opinión personal o por prejuicio religioso, es una quimera porque el orgullo tarde o temprano es confrontado. El pueblo de Edom representa el riesgo de vivir en su propio mundo sin pensar que Dios visita también las alturas donde los hombres construyen sus propias seguridades. En Proverbios 16:18 encontramos una palabra dicha contra la  soberbia que debiera ser considerada con detenimiento: "Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caía la altivez de espíritu". Tomemos el ejemplo de esta corta profecía para hablar del engaño de la soberbia. ¿Por qué engaña la soberbia?

 

 

I.  PORQUE SE CONSIDERA INQUEBRANTABLE

 

La persona soberbia trata de sobreponerse a los demás. Se considera superior en brillantez, poder y honores que otros. Cierto es decir que la soberbia es la raíz de los demás pecados. La soberbia y la arrogancia parecieran construirse sobre un poder inquebrantable; eso es el corazón de esta profecía. El profeta Abdías  y también Jeremías descubrieron este pecado en los habitantes de Edom. La ubicación geográfica, colocados sobre las alturas de las montañas, alimentó su soberbia y arrogancia y viviendo allí se consideraban invulnerables. Jeremías dice: "Tu arrogancia te engañó, y la soberbia de tu corazón. Tú que habitas en cavernas de peñas, que tienes la altura del monte, aunque alces como águila tu nido, de allí te haré descender, dice Jehová" (Jr. 49:16) Y luego Abdías refiere la misma profecía, pero esta vez acompaña  por una pregunta arrogante, así dice: "La soberbia de tu corazón te ha engañado, tú que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada; que dices en tu corazón: ¿Quién me derribará a tierra?" (Abdías 3) Ambos  profetas, quienes fueron testigos de las inclemencias del cauterio y escucharon  la forma cómo esta nación trató a Israel mientras ellos sufrían,  presentan a una nación engañada por su propia soberbia. La soberbia y la arrogancia de Edom hacia Israel venían desde mucho atrás. Ellos tenían un fuerte  parentesco  con Israel pues los mismos son descendiente de Esaú, el gemelo con Jacob. Esaú asomó su soberbia y arrogancia cuando no le importó vender su primogenitura por un plato de lentejas. Desde allí venía la pugna con Israel.  Así, pues, la pregunta, "¿quién me derribará a tierra?" pudiera, desde el punto de vista humano, decir ¡nadie! Por supuesto que ellos hablaban basados en su propia fuerza y en desprecio del juicio divino. Sencillamente creían que no existía poder en la tierra que podía dominarlos. Ellos mantenían la misma arrogancia frente al pueblo de Dios y frente a Dios mismo. Pero ya Dios había dado su respuesta. Él había determinado la destrucción de esta nación. Llega a ser muy puntual la forma cómo Dios revela el castigo de su arrogancia; note los comentarios en los versículos 1b, 2, 4b, 9. La arrogancia no permanece para siempre. Los hombres que hoy se consideran fortalezas inquebrantables, quienes manifiestan que por arriba de ellos “sólo su sombrero”, llegan  a ser reducidos a "escombros" cuando las circunstancias vienen con el propósito de doblegar su altivez. Nadie puede permanecer de pie por mucho tiempo delante de Dios sin que tenga que postrarse, aunque sea demasiado tarde.

 

 

II. PORQUE PONE SU CONFIANZA EN ESCUDOS MATERIALES

 

El gran engaño de la soberbia es que pone toda su confianza alrededor de sí misma, las capacidades que se poseen o las cosas materiales sobre las que se ha venido construyendo tal vida. La persona soberbia tiene más alto concepto de sí que el que debiera tener. No piensa de sí con cordura, sino que ve a los demás como inferiores a él mismo. La soberbia menosprecia, hiere, ignora, humilla, y se cree única para estar sobre los demás. Esta fue la actitud de aquel "querubín protector" de donde se cree vino Satanás. Su arrogancia lo llevó primero a exaltar su propio yo y luego sobre esa base construir su propio imperio. De esto dijo el profeta Isaías: "Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi  trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:13, 14) Lo demás forma parte de la historia de su caída. El que llegó a ser considerado como una obra de perfección divina, cayó tan bajo que ahora es la peor representación del mal que se conozca. La soberbia no prevalecerá por siempre. El profeta Abdías denunció la actitud prepotente y confiada de los habitantes de Edom. Basaban su confianza en escudos materiales. Vivían en "altísima morada". Allí sólo podían llegar las águilas, de acuerdo a lo que ellos creían. Edom estimaba que con semejantes escudos materiales vivirían protegidos por siempre. Nada ni nadie podía atacarles. Este es otro de los grandes engaños del pecado de la soberbia. Conocí a un hombre que había hecho de su profesión, familia y su cuerpo, su propio dios. El estilo de vida que había concebido, producto de sus  inclinaciones comunistas, lo había llevado a ser un agnóstico y arrogante. Su madre, que era la pianista de la iglesia, no cesaba en orar por él. Un día este caballero orgulloso y soberbio cayó enfermo. Al principio los médicos le diagnosticaron un  tumor canceroso que no era tan severo. Pero semanas después la metástasis se había prolongado por todo su estomago. Aquel hombre que se jactaba de tener un cuerpo de atleta, quedó reducido a un montón de huesos. Luchó terriblemente con esa enfermedad, pero también luchó con sus pensamientos porque en su mente no cabía la idea que Jesucristo fuera el mismo Dios. Sin embargo, tan grande fue su deterioro y su humillación que una tarde en medio de lágrimas y dolor aquel hombre recibió al Señor. Dios me  concedió el privilegio de oír su confesión, cuando dijo: "yo confieso mis pecados a Dios y acepto a Jesús como el Salvador y Señor de mi alma". Aquel hombre finalmente murió, pero se fue con Cristo. El que había hecho su "altísima morada", alrededor de sí mismo, fue quebrantado y reducido a muy poca cosa. Por supuesto que nadie espera que todos los hombres lleguen a esta condición para reconocer su salvación, pero lo cierto es que la soberbia no permanecerá para siempre. Los escudos humanos son inconsistentes al momento de una crisis que tiene el propósito de quebrantar el alma y la razón. Fue por eso que Dios exaltó a su Hijo “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda la lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre” (Filipenses 2:10, 11)

 

 

III. PORQUE AL FINAL VENDRÁ SU CAÍDA

 

La soberbia engaña al pretender que no será castigada. Los hombres que viven en esta actitud lo menos que piensan es que pueden ser derribados. El énfasis de la profecía de Abdías se concentra en la actitud satírica que los habitantes de Edom habían asumido frente al dolor del cautiverio judío. La descripción  hecha en los vv.10-14 es, por demás, elocuente. De esta manera fueron increpados: "Pues no debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano, en el día de tu infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día  en que se perdieron, ni debiste haberte jactado en el día de la angustia" v. 12. Pero ahora el final catastrófico se aproxima. La profecía de Abdías fue cumplida en la misma forma como fue anunciada. El lugar imposible de llegar a su morada fue penetrado. El escudo material que habían hecho quedó vulnerable. De la manera más inimaginable el enemigo penetró su propio cerco y fueron destruidos según se les fue anunciado. La burla descarada se convirtió en  llanto y lamento. El profeta dijo que los idumeos serían "talados para siempre" "como si no hubiera sido (10, 16, 18); que un remante de Judá, y que el reino del Dios de Judá aún prevalecería" (17, 19, 21) Se estima que durante los cuatro años que Jerusalén fue incendiada, Edom fue invadido y asolada por el año 582 AC. El dato curioso fue que los mismos babilónicos a quienes ellos habían ayudado en contra de Jerusalén, le destruyeron; de esta manera se cumplió lo que él dijo: "Todo tus aliados te han engañado; hasta los confines te hicieron llegar; los que estaban en paz contigo prevalecieron contra ti; los que comían tu pan pusieron  lazo debajo de ti…" v. 7 Un grupo llamado "nabateos" se apoderaron de la nación. No quedó un lugar que no hubiese sido alcanzado. Lo que dijo el profeta si cumplió: "¡Cómo fueron escudriñadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados" v. 6. Así, pues, los que habían confiado en su soberbia fueron engañados y al final cayeron. Desde esa caída lo que se conocerá después es que Edom desaparecería de la historia. El último bastión que había quedado fue destruido en el año 70 D.C, cuando Jerusalén fue reducido a escombros y a mortandad. Con esto recordamos que el engaño de la soberbia tiene como fin mantener a la persona en una condición a la que se considera invulnerable; viviendo en las “alturas” donde cree que nadie más llega. Pero una actitud soberbia, arrogante y presuntuosa no permanece por siempre. La humildad es la antítesis de la soberbia. Esta es la virtud más necesaria para todas las relaciones. El pueblo de Dios fue llamado para transitar sobre el camino de la humildad. Nuestro modelo a seguir en esto  es Jesucristo. No hubo en él vestigios de arrogancia. Toda su vida fue vista de la perspectiva de la humildad. A sus discípulos les dijo: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. De modo, pues, que frente al engaño de la soberbia lo mejor es la una vida de humildad. Frente a la mentira de una vida cercada por nuestro propio orgullo nada mejor que dejar a Dios que la quebrante para mejores cosas.

 

 

CONCLUSIÓN:  Nabucodonosor fue uno de los más  grandes y poderosos reyes que ha tenido el mundo. El profeta Daniel lo calificó así: “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y donde quiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro” (Dn. 2:37, 38)  Pero este hombre fue engañado por su soberbia y arrogancia y Dios lo quebrantó hasta el punto de haber llegado a ser el único hombre en el mundo que fue convertido en un animal, hasta el punto de comer y vivir como una bestia. Un día cuando se paseaba por el palacio y veía su excelsa gloria, dijo: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” 4:30. Y mientras él hablaba vino la sentencia, y “en la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves” 4:33. El engaño de la soberbia conduce a los hombres a este tipo de final. De allí que sea bueno aplicar lo que David recomendó después de haberle fallado a su Dios; él dijo que “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17)

 

 

 

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