El hombre que quiso construir un dios

Un hombre quería construirse un dios. Sabía que se trataba de una empresa
difícil y compleja, pero estaba
decidido: construiría su dios.

Echó


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Un hombre quería construirse un dios. Sabía que se trataba de una empresa
difícil y compleja, pero estaba
decidido: construiría su dios.

Echó cálculos. Sacó pluma y hoja, y comenzó a escribir:
– En primer lugar, mi dios tendría que ser omnipotente-. Y el hombre dedicó
una buena parte de su
vida acumulando poder para su dios. Juntó los cuatro vientos, recogió
fragmentos de rayos esparcidos por la
tierra, reunió gritos y alaridos de toda clase y los guardó en un frasco de
cristal.

Después supo que su dios, para que fuese tal, debía ser inmortal. Quedó
perplejo ¿Cómo lograr la
inmortalidad para su dios? Después de muchos años, después de mucho
embarcarse y trajinar, logró dar con
la solución: -Las piedras no mueren- le gritó el eco de las montañas (aunque
no advirtió que el grito
provenía más bien de su alma). -Es verdad -se repitió internamente-, las
piedras no pueden morir.

Reunió entonces una gran cantidad de piedras, rocas, mármoles, granitos, y
lo puso junto a los fragmentos
de rayos, junto al frasco de gritos y junto a los cuatro vientos. – Ahora
necesito un nombre para mi dios- se dijo satisfecho.

El pobre hombre, ya viejo y encorvado por tanto esfuerzo, no podía creer que
buscar un nombre para su
dios fuese la cosa más difícil de todas. Se dio cuenta, desconsolado, que de
nada había servido
concentrar toda la fuerza y todos los gritos y toda la eternidad. Su dios no
tendría nombre. Y por lo tanto
nadie lo podría invocar o temer o contar sus hazañas. Su dios no era más que
un impotente intento.

Entonces gritó a las criaturas, de entre las que había sacado los materiales
para su dios: -¡Poned vosotras
un nombre a mi dios!.

Y la creación respondió al unísono: -Es un monstruo.
Eso no es Dios.

-¿Un monstruo?, Pero ¿es que no ven la fuerza que tiene? ¿No ven que es
inmortal? ¿No escuchan sus
gritos de poder?

La creación volvió a responder:
– Esa fuerza no es más que el viento de tu vanidad. Y las piedras no tienen
vida y por eso no pueden morir.
Las piedras no son más que la dureza de tu corazón.
Finalmente, en un último suspiro el viejo preguntó:
-¿Es que no puedo hacer mi dios?.

Y la creación, mostrando en un instante infinito todo su esplendor y toda su
belleza, y toda su vida, dijo
al unísono:
– ¡Dios nos ha hecho!

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