Léase Lucas 23:39-43. Voy a tomar como texto un pasaje que se refiere al último hombre que fue salvado por Cristo antes de ir Él al cielo o antes de morir en la cruz, y la historia de su conversión debería llenar de esperanza a todos.
Tenemos relatos de la conversión de toda clase de personas en la Biblia. No hay ninguna clase social descuidada.
Hay el más rico y el más pobre; el mayor y el más pequeño; toda clase de personas, hombres y mujeres.
Hay también muchas personas hoy día que hablan contra las conversiones súbitas, de modo que yo creo que lo mejor que podemos hacer es buscar lo que la Biblia dice sobre este asunto; ver lo que tardó Dios en convertir un alma.
Si yo leo la Biblia de modo correcto, hubo ocho mil personas convertidas en dos días. Éste es un buen número y en poco tiempo, ¿verdad? Nosotros no hemos llegado a tanto. Ojalá pudiéramos. Pero estoy seguro que si la Iglesia de Dios se despertara veríamos otra vez algo semejante.
Nunca es demasiado tarde
Este hombre no sólo era un ladrón, sino uno que se había mofado de Dios en el mismo umbral de la eternidad; un ser desgraciado, una piltrafa humana. Mateo nos dice: «Y lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.»
Uno podría esperar que hicieran algo distinto hallándose ya ellos mismos tan cerca de la tumba y es que sus pensamientos serían solemnes hallándose frente a la muerte, más aún, del mismo juicio. En vez de esto estaban injuriando a Cristo y echando acusaciones contra Él unas pocas horas antes de morir. Bien, no creo que este ladrón pudiera haberse hundido más hasta que se hundiera en el infierno. Pero por más que estuviera lejos Jesús le encontró.
Mateo y Marcos nos dicen los dos que estos ladrones injuriaban a Jesús. Juan no dice nada sobre las injurias; de hecho ni nos dice que uno de ellos se convirtiera. Las noticias las hallamos en Lucas 23:40, donde vemos que le dice al otro ladrón: «¿No temes tú a Dios?» Salomón el sabio dice: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová.» Ahora bien, aquí tenemos el principio de la sabiduría en este ladrón. Empezó temiendo a Dios. Estoy seguro que hay centenares de personas en este edificio que temen a Dios, porque éste es el verdadero principio de la sabiduría.
La convicción de pecado
Después de esto vemos que el ladrón fue redargüido de pecado. Sintió sobre sí la carga el pecado. No es probable que nadie se convirtiera a menos que empiece siendo redargüido de pecado. ¿Y qué fue lo que le convenció de pecado? No oyó ningún, sermón de Jesús; los gobernantes se burlaban de E príncipe de los sacerdotes, prácticamente el jefe del Estado de su propio país, le había hallado culpable de blasfemia y le condenó a morir en la cruz.
Las personas más importantes del reino meneaban las cabezas y se burlaban de Él. ¿Qué es, pues, lo que convenció a este hombre de pecado? No había visto a Jesús ejecutando ningún milagro; no había oído palabras maravillosas de sus labios; no había visto una corona resplandeciente sobre su frente.
Es verdad que habían escrito sobre su cruz: «Jesús, Nazareno, rey de los judíos», pero ¿dónde estaba el reino? No vio que los judíos le rindieran homenaje. Los judíos le daban muerte. No tenía un cetro en la mano. Es verdad que le habían coronado un poco antes, pero sólo de espinas y, con todo, en medio de todo esto, este pobre ladrón fue redargüido de pecado cuando cayó sobre él el temor.
El poder del amor
¿Qué fue lo que le convenció? Voy a deciros lo que creo le convenció, aunque no puedo ser dogmático en esto; creo que fue la oración del salvador. Cuando el Señor Jesús exclamó desde lo más profundo de su alma: «Padre, perdónalos», el hombre quedó convencido de pecado. Tiene que haberse dicho: «¡Cómo! Éste es mas que un hombre; tiene un espíritu muy distinto del mío. Yo no podría pedirle a Dios que los perdonara. Yo llamaría fuego del cielo que los consumiera y clamaría a Dios que los cegara, como hizo Elías, y los barrería de esta montaña si tuviera el poder de hacerlo.»
Esto es lo que tiene que haber pensado el ladrón mientras escuchaba el conmovedor grito: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» ¡Ah!, era un amor que partía el corazón. En aquellos días cuando crucificaban a un hombre acostumbraban azotarle. Este pobre hombre había sido llevado ante el tribunal y juzgado y, finalmente, condenado a muerte por el juez, pero esto no le había partido el corazón.
Se lo habían llevado y lo habían azotado, pero esto no le había partido el corazón. Y ahora le habían clavado en la cruz, pero ni aun esto le había partido el corazón. Estaba allí ultrajando a Dios. Pero cuando vio al salvador amante pudo darse cuenta de su amor y esto bastó para partirle el corazón.
Oí una vez de un joven cuyo corazón era duro como el pedernal. Su padre le amaba más que su propia vida y había tratado de hacer todo lo posible para ganarse a aquel hijo pródigo. Cuando el padre se estaba muriendo enviaron a buscarle, mas él se negó a ir. Pero después de la muerte del padre regresó a la casa para asistir al entierro, pero no brotó ni una lágrima de sus ojos.
Siguió a su padre hasta su último hogar de descanso y no derramó una, lágrima sobre su tumba. Pero cuando llegó a la casa y se leyó el testamento hallaron que el padre no había olvidado al hijo pródigo, sino que le había recordado con cariño en su testamento y esta prueba de amor del padre le partió el corazón. Y así yo creo que esto es lo que tiene que haberle ocurrido a este ladrón cuando oyó al salvador que decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Penetró en su corazón como un dardo y fue redargüido de pecado.
La confesión sigue a la convicción
El siguiente punto que vemos en este hombre es que confiesa su pecado. Dice a su compañero ladrón: «Nosotros sufrimos justamente; lo merecemos.» No he visto nunca que un hombre se salvara a menos que ocupara su sitio como pecador. Caín no confesó nunca su pecado. Judas no confesó nunca su pecado a Dios, aunque fue y lo confesó a los hombres.
Ahora bien, quiero decir que no he venido para instaros a que confeséis vuestros pecados a ningún hombre a menos que hayáis cometido un pecado contra otro y éste esté tropezando en él; si es así id y confesadlo, ciertamente. No hemos de confesar nuestros pecados a nadie sino a Dios.
No tengo mucha simpatía por las personas que siempre están corriendo a otros para confesarles sus pecados. No hay sacerdote en la tierra que pueda perdonar pecados. Tengo un sumo sacerdote que es «sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec», el único hombre del cual nos dicen las Escrituras que confesó sus pecados a los hombres fue Judas y éste fue y se colgó.
La fe en Cristo
Lo que sigue respecto a este ladrón es su fe en Cristo Jesús. Hablamos de la fe de Abraham y de Moisés, pero este ladrón tuvo la fe más notable de que tenemos referencias. Se colocó a la cabeza de todos pasando a muchos que tuvieron una fe maravillosa. No había oído ningún sermón, no había visto el cetro en las manos de Cristo ni corona en su cabeza, no había presenciado ninguna de sus obras maravillosas y, con todo, tuvo una fe maravillosa. Dios estuvo veinticinco años afinando la fe de Abraham. Dios visitó a Moisés en la zarza ardiendo e Isaías vio a Dios elevado en su trono, pero no vemos nada de esto en el caso del ladrón. Hubo muchos que habían conocido a Cristo y visto sus actos estupendos.
Los discípulos habían oído sus sermones y le habían visto resucitar muertos y, con todo, le habían olvidado y abandonado. En cambio, en medio de las tinieblas, este pobre ladrón tiene fe en Él, porque aunque los judíos habían clavado sus pies y manos a la cruz, él tenía los ojos abiertos y podía mirar a Jesús. No clavaron su corazón a la cruz y es con el corazón que cree el hombre, según leemos en Romanos, y es con el corazón que creyó. Aquí hay fe digna de ser emulada.
No se avergonzó de Cristo
Lo siguiente es que confesó a Cristo en este período sombrío. Era la hora más negra del peregrinaje de Cristo aquí abajo. No vamos a ver una hora más negra en este mundo. El pecado del mundo estaba sobre Él; el cielo estaba cerrado contra Él, cerrado bajo siete llaves. Y ahora estaba colgando del madero llevando nuestros pecados, y está escrito: «Maldito el que es colgado de un madero.» Y aun Dios tenía que esconder su rostro de Él porque no podía contemplar el pecado y Cristo estaba llevando el pecado de todo el mundo. Creo que esto es lo que quiere decir Cristo cuando en el huerto de Getsemaní ruega que pase de Él aquella copa si es posible.
Hasta aquel momento había visto el rostro de su Padre y sabía que era bendito en Él, y ?e vez en cuando llegaba una voz del cielo que decía: «Este es mi hijo amado.» Pero ahora estaba ocupando nuestro lugar delante de Dios como si fuera un pecador, y Dios había escondido su rostro de ÉI. Sí, esto partía el corazón del salvador y ahora, cuando se acercan las tinieblas sobre la creación y la luna se ha de tornar en sangre y el sol ha de velarse porque no puede contemplar la terrible escena y Pedro, uno de los discípulos más conspicuos, le había negado con una maldición y jurado que no le conocía, y Judas, uno de sus propios discípulos, le había vendido por treinta piezas de plata, y los hombres principales de la nación se burlaban de Él diciendo: «A otros salvó; sálvese a sí mismo si es el Cristo», entre las sombras y tinieblas aparece esta señal de fe del ladrón: «Señor acuérdate de mí.» Le llamó Señor allí mismo y le dijo al otro ladrón: «Este hombre no ha hecho nada malo.» Gracias a Dios por esta confesión. Éstas son una fe y una confesión verdaderas. Si quieres ser salvo has de tener fe en Cristo y estar dispuesto a confesarle ante los hombres.
«Señor, acuérdate. »
Demos una mirada a la oración del ladrón. La gente dice: «Oh, si oras pidiendo la salvación la conseguírás.» Sí, pero recuerda que has de tener fe en Cristo antes de orar. Él tenía fe en Cristo y ahora le llama «Señor». Era la voz de un joven convertido: «Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.» No fue una oración muy larga, pero sí una oración al rojo vivo que salía de su corazón. Algunos dicen que no se puede orar sin un libro de oraciones. Pero el pobre ladrón no tenía ningún libro de oraciones y si en aquel entonces hubieran existido no había nadie más que se lo diera. Quería la salvación, simplemente quería ser salvo, y exclamó desde su corazón: «Señor, acuérdate de mí», y no se ha pronunciado u oído una oración más elocuente que ésta en la tierra. Pero no sólo esto, consiguió más de lo que pedía, porque sólo pedía que se le recordara. Siempre obtenemos más de lo que pedimos cuando vamos al Señor.
La última mirada del mundo a Cristo
Cuando muere un gran hombre todo el mundo está ansioso de conocer sus últimas palabras y actos. Es dulce conocer las últimas palabras del Hijo de Dios. La última vez que el mundo pudo contemplar a Cristo fue cuando estaba en la cruz. No le había visto más desde entonces. No se nos dice que ningún gentil contemplara a Cristo después que se levantó de los muertos. La última ocasión en que el mundo vio a Cristo fue cuando salvó a un pobre pecador que colgaba de la cruz, salvándole de las mismas garras del infierno, del poder de Satanás. Cristo le sacó de entre la mismas garras de Satán y le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» El león de la tribu de Judá venció al león del infierno y arrebató al ladrón moribundo, como un cordero, de las fauces de Satán. «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» Éste es el glorioso evangelio. Libre de la ley. No hay condenación para los que están en Cristo Jesús. ¡Libre! ¡Libre!
En los días de Wilberforce, cuando fue abolida la esclavitud y se decía que ningún esclavo vivía bajo el poder de Norteamérica, la noticia se esparció rápidamente y cuando el capitán de un barco iba a una isla distante, en los dominios en que había esclavos, los negros procuraban conocer la noticia y saber si era verdad. Estaban ansiosos de saber si se había aprobado la ley que los hacía libres. Y cuando el capitán llegó a la vista de la pequeña isla y ellos estaban esperando la noticia, el capitán se puso un altavoz en la boca y gritó: « ¡ Libres! ¡ Libres! » Y el grito, resonó por toda la isla. ¡Libres! ¡Libres! Y gritaban de gozo, porque ya no eran esclavos. Yo os traigo buenas noticias. El Hijo de Dios dirá la palabra: «Libres.» Dijo la palabra en la cruz y el pobre ladrón era un hombre libre y Satán no podía apoderarse de él.
¡Pensemos en el tremendo contraste! Por la mañana, llevado como un pobre reo, maldiciendo y apostrofando al Hijo de Dios mismo; por la tarde cantando el cántico nuevo de la redención. Aquella noche estaba junto al trono cantando el dulce cántico de Moisés y del cordero. Por la mañana maldiciendo, por la noche cantando: «Gloria a Dios en las alturas.» ¿No es esto un gran cambio? ¡Qué contraste! ¡Piénsalo, pecador! Condenado por la mañana por los hombres, echado de la tierra por ser demasiado vil, y por la noche bueno para el cielo, lavado por la sangre del Cordero y Cristo dispuesto a recibirle en el reino del cielo. Cristo no estaba avergonzado de andar por las calles de oro del cielo con él. El ladrón oyó la exclamación en la cruz cuando Cristo dijo: «Consumado es.» ¡Qué gozo debe haber inundado su alma al oír este grito! «Mi salvación ha sido completa ahora.» Vio la lanza que se hundía en el costado y la sangre que fluía, y yo puedo ver el brillo de su faz iluminada por la gloria. «Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados.» Era una vista triste, pero gloriosa.
Lo mejor que se puede hacer
Ahora, joven, ¿quieres ser salvo? ¿Estás dispuesto a confesar a Jesús como tu Señor y salvador y ocupar tu lugar junto al maestro y decir: A partir de este momento serviré al Señor Jesús? Si es así será la mejor noche de tu vida hasta ese momento. Todo cristiano verdadero debería seguir este consejo y si yo pudiera gritar de forma que se me oyera en el trono y preguntara al salvador qué es lo que Él quiere que tú hagas se oiría una voz desde los cielos que diría: « Dile que busque la salvación.» Cuando el pobre ladrón se convirtió probablemente era la primera vez que había oído hablar del Señor Jesucristo o que había sido invitado. Pero con toda seguridad no se da este caso con respecto a ti. ¡Cuántas personas hay que aplazan una y otra vez la salvación hasta que ya es demasiado tarde! Hay muchos que viven en el futuro. Es mejor ser prudente y entrar en el reino de Dios ahora. Que tu oración, como la del pobre ladrón, suba al cielo desde tu corazón: «Señor, acuérdate de mí», y no pedirás en vano.
Una conversión oportuna
Un ministro de Edinburgo cuenta la historia de la conversión de un joven que trabajaba en uno de los distritos mineros. Cuando hubo terminado la reunión en una de las Iglesias, cierta noche, el ministro le vio de pie junto a una columna, en la Iglesia, cuando ya casi todos se habían ido y le preguntaron por qué no se había ido ya a su casa. El joven contestó: «He decidido que no voy a salir de esta Iglesia hasta que me haya hecho cristiano», así que se quedaron y hablaron con él. Era lo mejor que podía hacer. Quisiera que cada uno aquí hiciera lo mismo. Decídete, no salgas de aquí hasta que hayas puesto en orden tu alma para la eternidad. En el caso de este joven, al día siguiente, mientras trabajaba en la mina, cayó sobre él un gran pedazo de carbón y lo mató. Acababa de decir a uno de sus compañeros: «Hice muy bien en resolver este asunto anoche, ¿no?» Joven, voy a dejarte que contestes la pregunta: ¿No fue bueno que el minero de esta historia resolviera la cuestión aquella noche?
Un joven que estaba en el ejército durante la guerra civil me dijo que cuando supo que su hermano, de quien nunca se había separado, se había alistado en cierto regimiento, fue él mismo y escribió su nombre debajo del de su hermano. Comían juntos, marchaban juntos y luchaban uno al lado del otro. Al fin el hermano fue herido por una bala minnie y cayó a su lado mortalmente herido. El joven vio claramente que el hermano había de morir y como la batalla estaba en lo más encarnizado y él no podía hacer nada por el hermano le puso la mochila bajo la cabeza para que estuviera lo más cómodo posible e inclinándose sobre él le besó, se despidió de él y le dejó para que muriera.
Cuando se alejaba su hermano le llamó: «Charlie, ven otra vez, quiero volver a besarte.» El joven se inclinó hacia el hermano herido y éste le besó y le dijo: «Toma este beso para mi madre y dile que morí orando por ella.» «Cuando me aparté», dijo el joven, «pude oír que decía: «Esto es la gloria y le miré, lleno como estaba de sangre por todo el cuerpo y me pregunté qué querría decir. Le pregunté qué era la «gloria», y él dijo: «Charlie, es el morir mirando y viendo a Cristo en el cielo.»»
Morir mirando hacia arriba
Si quieres morir mirando y viendo a Cristo busca el reino de Dios. Es posible que no oigas la llamada otra vez. No dejes este lugar sin haber dejado resuelta esta solemne cuestión de la eternidad. ¡Hazlo al instante!